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Instituto Nacional Sanmartiniano

San Martín Vivo de José Luis Busaniche. Capítulo 4. Modelo de orden y disciplina

Continuamos con la publicación en línea de "San Martín Vivo", la historia de San Martín del revisionista José Luis Busaniche, un nuevo capítulo mes a mes. En esta ocasión "Modelo de orden y disciplina".

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CAPÍTULO 4

MODELO DE ORDEN Y DISCIPLINA

La vuelta de Fernando VII al trono de España, después del tratado de Valencay, de la capitulación de París y de la abdicación de Napoleón (abril de 1814), causó impresión tan profunda en la América revolucionaria, que todo se creyó definitivamente perdido.

Y tan seguro y engreído estaba el rey restaurado, que, haciendo alarde de soberbia y cinismo, apenas vuelto a España dio un puntapié a la constitución liberal que le presentaban las Cortes, disolvió estas últimas, puso presos a sus más ilustres representantes y se proclamó rey absoluto, desgraciadamente con el aplauso entusiasta de la mayoría del pueblo español. Volviéndose luego hacia las juntas revolucionarias de América que habían desconocido a las Cortes y más o menos gobernado a nombre del mismo Fernando, les sonrió complacido y las congratuló por haber desobedecido al parlamento nefasto… Ahora no habría conflictos... ¿No acababa él de disponer que los actos de esas Cortes, enemigas de los americanos, eran nulos como si no hubieran pasado jamás y se quitasen del medio del tiempo...? ¿No lo aclamaba la mayoría de su pueblo al grito de "Viva el Rey absolutamente absoluto, y vivan las cadenas"?

Por eso se dirigió a los americanos para decirles que una vez en posesión de la verdad, haría cesar la discordia que nunca se hubiera verificado entre hermanos sin la ausencia y cautiverio del Padre. Todo esto se supo en Buenos Aires a fines de 1814, y siempre será timbre de honor para los revolucionarios del Rio de la Plata y de toda la América Española haber rechazado la mano traidora ofrecida por aquel rey, después de haberse manchado en su misma patria con un acto de ruindad y alevosía. Arduo era el momento y no ha de exigirse que todos respondieran en América con arrestos heroicos, sin recurrir a la astucia y al disimulo. Detrás de Fernando VII estaba el ejército español, estaba la Santa Alianza de tronos absolutos, libres las manos y con ejércitos en vacaciones para someter aquellos rebeldes, herederos del liberalismo vencido en Europa. Por eso, apenas advertido el Deseado que si los independientes de América no habían transado con las Cortes liberales, menos habían de transigir con el absolutismo perverso que se anunciaba, dispuso que su escuadra condujera un gran ejército a Montevideo para iniciar desde allí la reconquista de sus colonias; y como en vísperas de partir ese ejército, se supiera que Montevideo había caído en poder de los independientes, recibió órdenes el general Morillo de dirigirse a Venezuela, donde, para desdicha de aquel heroico pueblo, habría de ser ahogada en torrentes de sangre la revolución emancipadora.

Ya el gobierno del Perú, desde 1813, al conocer las primeras noticias favorables de la Península, había invadido a Chile por el sur desde Lima, y por eso no es de extrañar que apenas llegado el general San Martín a su intendencia de Cuyo, e instalado en Mendoza, en su ínsula cuyana, como gustaba llamarla, llegaran también a través de la cordillera los fugitivos de Rancagua, última batalla ésta librada por los independientes de Chile contra las fuerzas realistas del virrey del Perú; y como era de rigor entre aquellos americanos, llegaban más que desavenidos, animados por odios recíprocos y divididos en facciones rivales: el bando de Carrera, el bando de O'Higgins. El primero chocó en seguida con San Martín y pasó a Buenos Aires enviado por el gobernador intendente; el segundo permaneció en Mendoza y fue muy adicto y fiel al futuro general del Ejército de los Andes. Y aquel gobernador, que en abril de 1814 proyectó organizar "un ejército bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y de ahí por mar a Lima para acabar con los godos", se vio reducido en el mes de octubre del mismo año a mantenerse en posición difícil ante el peligro de una invasión y a valerse de todos los medios, incluso una carta para Osorio, si no quería, de un día para otro, según fueran la osadía y el empuje del vencedor, sentirse obligado a retirarse con las escasas fuerzas de su guarnición. Porque de Buenos Aires poco o nada podía esperar. Hasta mediados de 1815 no se sabrá en Buenos Aires que el ejército del general Morillo se ha dirigido a Venezuela para desgracia de aquel país.

Se le esperaba en el Río de la Plata. Y el Director Posadas, acusado -y con razón- de haber cometido algunas torpezas en el orden exterior y muchas más en el orden interno, hubo de renunciar a su cargo para ser sustituido por su sobrino Alvear (enero 1815). Pero la oposición, en forma de guerra civil, arreció con este nuevo suceso, y el general Alvear vino a caer tres meses después, estruendosamente, a los embates de una revolución en la misma capital. Cayó con él la Asamblea de 1813, en pleno descrédito, y el país, por uno de esos fenómenos comunes en los procesos revolucionarios, cumplió con ello la primera etapa de su evolución federal. Porque la rebelión era de sentido federalista. Y lo que es aún más singular, esta crisis favoreció indirectamente a la causa de la independencia, porque el general encargado del Ejército del Norte (Rondeau), responsable en parte de la caída de Alvear, emprendió nueva campaña en el Alto Perú, y el general San Martín pudo aprovechar el estado de descentralización impuesto por la revuelta (a la que había contribuido) para desembarazarse de trabas extrañas y actuar en su intendencia de Cuyo como Jefe autónomo a quien estaba reservada una misión superior que trascendía los límites de la patria.

Ha sucedido a Alvear el general Rondeau (abril 1815), pero gobierna en su nombre el coronel Álvarez Thomas, quien reconoce -como lo habían reconocido todos- en San Martín al hombre aventajado y pujante, capaz de afrontar el peligro que amenaza por el río, por Chile, por el Alto Perú. Además, la autoridad del Director ha quedado mermada, casi caduca, fuera de la Intendencia de Buenos Aires, que amenaza desmembrarse a su vez. Indígnanse de ordinario por esto ciertos dómines, pero la verdad es que tal situación favoreció abiertamente los planes del futuro libertador y le dejó expedito en su ínsula, no solamente para defenderse de Osorio, sino para preparar la reconquista de Chile.

En el mes de julio, Álvarez Thomas, inquieto y receloso por la amenaza de la expedición española, escribe al gobernador de Cuyo: "Harto sensible me es que usted no pueda venir a sacarnos de los apuros en que nos hallamos, poniéndose a la cabeza del ejército… Conozco mi incapacidad para dirigir las operaciones militares y miraría como la más grande prueba de cariño, el que usted se franquease a ello... "

Eso y no otra cosa deseaba que se dijera el gobernador intendente... Ya puede mandar él y nadie más que él en su gobernación y, quieras que no, a esa situación habían contribuido los llamados anarquistas del litoral, a quienes el general San Martín guardó secreta consideración, sin embargo de que no creía en la eficacia del federalismo como sistema de gobierno...

Pero la autonomía de Cuyo, ¡cuánto le sirvió en 1815 y aun en adelante!...  Ahora sí podía entregarse con ardor ilimitado, con entusiasmo fervoroso y constancia inaudita a la formación de su ejército. Ahora toda su intendencia de Cuyo tendría que ponerse a contribución y servir con fanatismo a la libertad de América.

El 24 de junio le escribe el Director: "Parece que la expedición [de Morillo] ha tomado otro rumbo... Si esto se verificase, hallaríamos las más bellas circunstancias para dirigir nuestras tropas a Chile... " Y el general de Cuyo, que había invocado hasta entonces el peligro de la expedición española en el Plata, para obtener recursos en su gobernación, se vuelve entonces hacia Buenos Aires y exhibe el peligro inminente de la invasión desde Chile para solicitar con instancia recursos y auxilios. Y de tal manera insiste y reclama, que, a mediados de 1815, el Director Álvarez Thomas empieza a enviar oficiales, tropas, armas y más y más granaderos para la guarnición de Cuyo. Así irá formándose paulatinamente aquel ejército que será el glorioso ejército de los Andes. Entretanto, San Martín hace prodigios de organización, no sólo en la milicia, sino en la economía y gobierno general de su Intendencia. Tiene consigo a su esposa doña Remedios. Le secundan en su empresa muchos civiles y militares, expertos y abnegados patriotas. En tratándose de allegar recursos para el logro de su proyecto (la formación del ejército de la defensa, que ha de libertar a Chile y emprender la campaña continental), nada le detiene.

“Secuestráronse -dice el general Mitre- los bienes de los prófugos; pusiéronse en almoneda las tierras públicas; creóse una contribución extraordinaria de guerra pagadera por cuotas mensuales; se recogieron los capitales a censo pertenecientes a manos muertas, usando de sus intereses; se dispuso del fondo de redención de cautivos de los frailes mercedarios, para redimir otros cautivos; se organizaron las donaciones gratuitas en especie y dinero; realizáronse las propiedades de las temporalidades de la provincia; se apropiaron los diezmos al servicio civil; se gravó con un peso cada barril de vino y con dos cada uno de aguardiente que se extrajese del territorio, con el carácter de contribución voluntaria; el producto de los alcoholes se aplicó al servicio militar; se declararon de propiedad pública las herencias de los españoles que morían sin sucesión, todo lo que, unido a los impuestos de papel sellado, ramo de pulperías, multas y otros arbitrios, regularizó la percepción de la renta, acrecentando el fondo común. No bastando esto, se estableció un impuesto general y uniforme sobre todos los habitantes, basado en el capital de cada individuo, previo catastro levantado por el Cabildo, prestándose gustosos todos a declarar de buena fe sus bienes bajo del juramento y oblando cuatro reales por cada mil pesos de capital, sin que fuese necesario rectificar sus leales declaraciones. Por excepción, solía hacerse uso del arbitrio de empréstitos forzosos, pero siempre con intervención del Cabildo y con arreglo a una repartición equitativa que pesaba sobre los españoles y portugueses desafectos. Además, cuando era necesario, se usaba de las cabalgaduras y de las carretas gratuitamente, se confiscaban temporalmente los alfalfares para las caballadas del ejército y se disponía sin retribución de las personas para los trabajos públicos, y como todo esto se hacía con orden, por igual y alternativamente, la oferta generalmente se anticipaba a la exigencia. Los artesanos se prestaron a servir en los talleres militares a ración y sin sueldo; las mujeres contribuían con sus labores, cosiendo gratuitamente los uniformes de los soldados, y para que no quedase nada sin contribuir al sostén del erario, hasta los muertos fueron cotizados. Existía indivisa en Mendoza la testamentaria del gran patriota argentino-chileno, don Juan Martínez de Rozas, y San Martín, interpretando su voluntad póstuma, manifestó a su albacea por medio del fiscal, que, si Rozas viviera, contribuiría con parte de su fortuna a la reconquista de Chile, y de buena o mala gana le hizo oblar en tesorería la cantidad de 12.000 pesos a título de donación patriótico.”

A fines de 1815, el ejército de Rondeau, que se había internado en el Alto Perú, sufrió grave derrota en Sipe-Sipe y se perdió nuevamente toda aquella región, como se había perdido en 1811 y en 1813. En retirada Güemes y Rondeau, que venían enemistados, se hostilizaron hasta que por fin estuvieron de acuerdo en que el caudillo salteño asumiera la defensa del actual norte argentino.

"Más que mil victorias he celebrado la unión de Güemes con Rondeau", escribió el gobernador de Cuyo. Se cumplió así también lo previsto en abril de 1815: "Para una guerra permanente defensiva, bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones buenos de veteranos..."

En ese mismo mes de noviembre, Inglaterra se unía por un pacto de alianza con las dinastías absolutas de Rusia, Austria y Prusia, y el tratado era de mal presagio para la causa revolucionaria. Entretanto, el héroe de Cuyo multiplicaba sus afanes y fatigas. “En aquella época -al decir de Mitre-, San Martín era un modelo de orden y disciplina, que daba el ejemplo de labor perseverante y de moral en acción. Llevaba una vida más que modesta, austera, sin ningún boato exterior ni ostentación… Vestía el sencillo uniforme oscuro de los granaderos a caballo, apenas realzado por un vivo encarnado, con botas de montar y el típico sombrero de hule con la escarapela argentina tomada por una presilla de oro que sus estatuas han reproducido en bronce. Era madrugador, y se desayunaba ligeramente. Empleaba toda la mañana en su despacho, recibiendo partes, dando audiencia, expidiendo órdenes, o trabajando solo o con su secretario. Infatigable en el trabajo, era avaro del tiempo, y contaba los minutos, consultando siempre su cronómetro. Llevaba personalmente su correspondencia y dictaba o redactaba los despachos oficiales, que escribía él mismo cuando era reservada, atendiendo a la vez a un cúmulo de pequeños detalles, que asustan cuando se compulsan sus papeles, y explican, como en la vida de todos los grandes capitanes, el éxito de sus empresas. Para dar una idea de la laboriosidad de San Martín, presentaremos el cuadro de un día de trabajo, y siguiendo la rigurosa ilación cronológica de nuestra historia, no lo elegiremos, sino que lo tomaremos en el mismo mes y año a que hemos llegado, sirviéndonos de documentos comprobatorios. El General llevaba de su puño y letra unos cuadernos con el título de “Acuerdos”, especie de memorandum, en que apuntaba minuciosamente todo lo que tenía que hacer por sí en el día en punto a detalles, llevando por cuerda separada los asuntos de guerra y política que lo absorbían. He aquí una de las páginas del primer cuaderno, correspondiente a esta época:

“Año de 1815. Diciembre 27. El Granadero de la 2a del 3º, Clemente Ahumada, se queja contra el alférez Arias por haberle dado de palos en formación. Carteles para los peones de la fábrica de pólvora. Llamar a don Clemente Godoy. Preguntar a San Luis si ha llegado allí Lucas Durán. Que continúe allí y que se suspenda el embargo. A Pescara que de los 400 caballos que debe remitir, todos sean escogidos. Pedir noticia del dinero existente en caja para el primero del mes. Al Cabildo que avise a los Decuriones, que la bandera encarnada es señal de alarma y la bicolor de buena suerte. Pedir la causa de Alday y Guerrero. Que mande el administrador dos cajones de velas a Uspallata. Las propuestas de artillería. Muñoz en libertad. A Plaza por lo que pide Cabot. Preguntar a don Pedro Molina el valor de sus pistolas. Por comunicación verbal recibida ayer con fha. 22 de este, su venida en el Potrillo con 100 hombres. La causa de Fleytas. A Lucas González que salga dentro de tercero día a San Luis. Carta a Hermida. Que reciba la aduana 10 docenas de lenguas de don Domingo Torres. La papeleta de Soto. Domingo Macías debe poner en caja 50 pesos de multa por haber robado un poncho: vive en casa de doña Petrona Cepeda en la plaza nueva. Acordar de los 25 pesos dados a Pizarro. A P. que vaya a Sosa a reconocer ahugetillas y demás y las limas. A D. M. Corvalán que haga un cálculo del valor de las camas, catres, colchones y se presente al gobierno para tomar el cargo respectivo...”

Y como éstos, ¡sesenta y ocho asuntos más!, de la más variada índole y naturaleza, de que ha de ocuparse en un solo día -el 27 de diciembre de 1815-, desde el cuaderno de táctica que Las Heras ha de entregar a O'Higgins, hasta el negro cocinero de don Juan González, que debe presentársele en el día siguiente.

“En su mesa -prosigue Mitre- era muy parco y sobrio. A mediodía, dirigíase a la cocina y elegía dos platos -generalmente puchero o asado-, que a veces despachaba de pie, y por postre dulce mendocino, tomando dos copas de vino. En seguida daba un corto paseo fumando un cigarrillo de tabaco negro, si era invierno, y volvía luego a la tarea. En verano, dormía una siesta de dos horas sobre un cuero tendido en el corredor de su casa. En ambas estaciones, su bebida habitual era el café, que él mismo preparaba. Después volvía al trabajo, y por la noche inspeccionaba los establecimientos públicos. Por la noche, recibía las visitas con que tertuliaba en variada conversación, de la cual estaba excluida la política, o echaba una partida de ajedrez, juego en que era fuerte, y a las 10 en punto las despedía. A esa hora tomaba una ligera colación, y descansaba o continuaba su trabajo interrumpido, pasándose muchas noches en vela y sin acostarse por efecto de las dolencias que le aquejaban. Formal en todas sus acciones y palabras, guardaba siempre compostura, y no hacía promesa que no cumpliera, aun cuando alguna vez se dejase llevar de sus propensiones epigramáticas, prorrumpiendo en chistes o redactando decretos humorísticos que revelaban su equilibrio moral.”

AGENDA DE LECTURAS

Sobre el choque de los Carrera con San Martín y sobre la personalidad de aquellos militares y políticos chilenos, el lector encontrará amplia información en Mitre, op. cit., y en Benjamín Vicuña Mackenna, El Ostracismo de los Carrera; también en José Miguel Carrera por William Yates. Las amenazas de expedición española al Río de la Plata se hallan ampliamente documentadas en el Archivo de San Martín.

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