Pasar al contenido principal
Instituto Nacional Sanmartiniano

San Martín y Belgrano

A 250 años del nacimiento de Manuel Belgrano, recordamos la altísima admiración y amistad que ambos próceres se profesaran recíprocamente.

A 250 años del nacimiento del General Manuel Belgrano, publicamos en su homenaje un texto clásico que nos ilustra sobre la altísima admiración y amistad, sincera y fervorosa, que ambos próceres se profesaran recíprocamente. Conferencia del doctor Mario Belgrano pronunciada el 17 de agosto de 1944.

En este acto de homenaje a la memoria del Gran Capitán bien puede evocarse la amistad que lo vinculara al General Belgrano. Al decir del doctor José Pacífico Otero, ella constituyó «la alianza épica y la alianza moral más ejemplar de nuestra revolución». En efecto, ambos próceres dieron muestra de la hidalguía y elevación de sus almas, nobles y generosas, unidas, siempre en una misma devoción a la patria, devoción que fue la ley de su vida.

Esta amistad ofrece ciertos aspectos que merecen ser destacados. Así podremos valorarla debidamente.

Habrá que señalar como primera circunstancia el hecho de que no fue necesario que se conocieran personalmente para que ya se profesaran la mayor estima. Basta para atestiguarlo las cartas que Belgrano escribiera a San Martín antes de su encuentro en Yatasto (*), cartas que trasuntan sentimientos de alto aprecio y simpatía. Esta atracción mutua que experimentaban los dos personajes puede causar, a primera vista, cierta sorpresa en quienes consideran los antecedentes de su actuación respectiva. Esta, durante largo tiempo, los presenta desenvolviéndose en esferas de acción bien distantes y bien diferentes.

Por de pronto cabe recordar que Belgrano llevábale ocho años de edad a San Martín; que si bien había cursado sus estudios universitarios en la Península, luego sus actividades en Buenos Aires habían sido de carácter eminentemente civil, procurando desde la secretaría del Consulado, promover el progreso moral y material de sus paisanos. La revolución, de la que fuera uno de sus precursores más decididos, varió su destino , y convirtió a este hombre de gabinete en un soldado.

En cambio, San Martín siempre lo había sido. Ya su padre lo era. En esa carrera de las armas se distinguió el hijo, adquiriendo en el servicio de España una preparación y una experiencia que ya permitía calificarle como un oficial de alto mérito. En 1812, su conciencia de americano le señala como un imperativo la misión de contribuir con su esfuerzo a la emancipación de su patria. Vémosle entonces abandonar las perspectivas de un brillante porvenir militar en la Península, y regresar a la tierra nativa.

Manuel BelgranoGeneral Manuel Belgrano. Litografía de Bacle.

¿Cómo se entabló esa correspondencia entre San Martín y Belgrano? El general Mitre señala a Milá de la Roca como la persona que pusiera en relación a ambos próceres. Milá de la Roca tenía justificados títulos para ello. Recordaremos su actuación con Belgrano, durante la campaña del Paraguay, el singular aprecio que dicho jefe le dispensara, haciéndole su confidente y hombre de confianza. Sus referencias sobre San Martín debieron ser, pues, de gran peso para Belgrano. Don Augusto Barcia Trelles admite la posibilidad de que San Martín diera el primer paso, y escribiera al vencedor de Tucumán y Salta para felicitarle por sus magníficas victorias. Lo cierto es que no poseemos la carta inicial de esa correspondencia. La primera en fecha que se conserva está dirigida por Belgrano a San Martín desde Lagunillas, Alto Perú, el 25 de septiembre de 1813. Por la índole de sus conceptos y la fecha en que fue escrita merece particular atención.

Sus primeras palabras contienen manifestaciones por demás significativas, palabras en las que se refleja el estado de ánimo del general, y su absoluta sinceridad para con San Martín.

«¡Ay amigo mío! ¿Y qué concepto se ha formado usted de mí?», escribe Belgrano. «Por casualidad o mejor diré, porque Dios lo ha querido me hallo de general sin saber en qué esfera estoy: no ha sido mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta obligación».

Luego de una breve referencia a Guibert, el escritor militar francés que gozara de tanta reputación en esos años, y a quien considera, «el maestro único de la táctica», el general agrega:

«Milá no me ha escrito este correo, o su carta se ha traspapelado; me priva por consiguiente del cuaderno de que usted me habla y lo siento infinito. La abeja que pica en buenas flores proporciona una rica miel; ojalá que nuestros paisanos se dedicasen a otro tanto y nos dieran un producto tan excelente como el que me prometo del trabajo de usted por el principio que vi en el correo anterior, relativo a caballería me llenó y se lo pasé a Díaz Vélez para que lo leyera». Es bien sensible que este cuaderno no haya llegado a nuestras manos como tampoco las cartas que San Martín escribiera a Belgrano. Sin duda alguna ofrecían elementos del mayor interés.

Las palabras finales responden al mismo espíritu: «Crea usted que jamás me quitará el tiempo y que me complaceré con su correspondencia, si gusta honrarme con ella y darme algunos de sus conocimientos para que pueda ser útil a la patria que es todo mi conato, retribuyéndole la paz y tranquilidad que tanto necesitamos».

Para valorar estas manifestaciones debemos situarnos en el momento en que fueron escritas por Belgrano. Este, a la sazón era el vencedor de Tucumán, aquella victoria en la que según Mitre «salvóse no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana». Era también el vencedor de la batalla de Salta, respecto de la cual expresara el ilustre historiador que «los anales argentinos no recuerdan un triunfo más completo». Sus tropas venían prosiguiendo su avance en el Alto Perú, sin encontrar mayor resistencia de parte del enemigo. El mismo era objeto de demostraciones halagüeñas tributadas por las poblaciones, que lo recibían como a un general triunfador. Las perspectivas se presentaban favorables, y podía abrigar la esperanza de conquistar nuevos laureles.

Tales circunstancias eran suficientes para envanecer a otro hombre que no fuera Belgrano. Por lo mismo que se trataba de un militar improvisado, sus grandes éxitos fácilmente le podían convencer de su capacidad profesional, y llevarlo a las exageraciones consiguientes. La carta que comentamos nos dice con evidencia que tal cosa no ocurrió. Su buen sentido crítico, su clara inteligencia, así como su innata modestia, le salvaron de semejantes errores. Por otra parte, no obstante los halagos de la victoria, el general percibía perfectamente las dificultades que ofrecía el desarrollo de la presente campaña.

Este conocimiento de su situación hizo que, despojado de todo falso orgullo, Belgrano, en el apogeo de su gloria militar, acudiera a San Martín, que recién iniciaba en ese entonces su magnífica epopeya con el triunfo de San Lorenzo.

¿Cómo débese explicar esta actitud de Belgrano? Por de pronto, es menester admitir que nunca abrigó prevenciones respecto de San Martín, como tantos otros. Por el contrario, desde el primer momento supo valorar sus altas cualidades. Este reconocimiento de méritos, nos dice, además, cuán rápidamente San Martín había sabido imponer su personalidad, aun más allá de su acción inmediata. Como prueba de ello podemos recordar que Belgrano no lo conocía y se hallaba a centenares de leguas del centro de las actividades del futuro vencedor de Chacabuco. Este hecho constituye, sin duda alguna, uno de los aspectos más interesantes de las relaciones entre San Martín y Belgrano.

Este último -justo es recalcarlo, como ya lo hemos escrito en nuestra obra sobre el creador de la bandera- «no esperó la hora de sus desgracias para presentarse con toda sinceridad a aquel que en breve iba a ser su sucesor».

Aun más podemos decir hoy. Cuando no cabía vislumbrar esas jornadas aciagas, Belgrano dió un paso que importaba más que cualquiera otra manifestación, un reconocimiento de todo lo que él juzgaba se podía esperar ya en los primeros tiempos de su estada en el país del joven coronel de granaderos a caballo. Se trata de un antecedente que explica la actitud de Belgrano para con San Martín, antecedente que nunca se ha señalado al menos a mi conocimiento, y que reviste singular importancia, tanto más cuanto que fue anterior al triunfo de San Lorenzo. En efecto, señores, antes de emprender su marcha a Salta, después de la victoria del campo de Las Carreras, Belgrano, desde Tucumán, que abandonó el 12 de enero de 1813, expresó el deseo de que San Martín se incorporara a su ejército. En efecto, en carta desde Humahuaca, de 8 de diciembre de 1813, Belgrano escribió a San Martín... «Lo pedí a usted desde Tucumán; no quisieron enviármelo; algún día sentirán esta negativa: en las resoluciones y en las que no lo son, el miedo sólo sirve para perderlo todo»

Esta carta ha sido publicada en el tomo II, pág. 35, de los Documentos del Archivo de San Martín. Uno de los más recientes biógrafos del Libertador, ha transcripto, con otros, este párrafo de la carta, sin haberse detenido en el punto que señalamos como nos había ocurrido lo propio a nosotros mismos. Quizá no haya conocido otra manifestación de Belgrano, que luego citaremos, y que confirma plenamente este pedido.

La negativa del gobierno en esa ocasión no pudo ser más desgraciada. Basta para lamentarla considerar lo que hubiera significado la colaboración de esos dos hombres. La presencia de San Martín permite admitir que hubiera prevenido grandes errores. No exageramos al pensar que los contrastes se habrían evitado, cuando no convertido en victorias. Calcúlese la influencia de esa acción conjunta en el desarrollo de la campaña, y por ende en el curso de la lucha por la emancipación. El general Paz, al referirse a las consecuencias que hubiera seguido a una victoria en ese entonces, escribe: «A haber triunfado, no solamente hubiera asegurado el virreinato del Río de la Plata, sino abierto las puertas de Lima. Una victoria hubiera sido decisiva. Las provincias argentinas se vieron privadas de la gloria de dar la libertad definitivamente a sus hermanas del Perú».

Desgraciadamente, bien pronto sonó la hora dolorosa de las desventuras. El 1 º de octubre de ese mismo año 13, Belgrano era vencido en Vilcapugio, contraste al que seguirá el de Ayohuma. El ejército del Alto Perú debió emprender la retirada hacia el territorio patrio.

En esos momentos harto difíciles Belgrano pensó nuevamente en San Martín. Su satisfacción no pudo ser mayor cuando supo que él venía al mando del destacamento que el gobierno había resuelto enviarle de refuerzo. Así lo expresaba a la autoridad en oficio de 17 de diciembre de 1813. «El auxilio que V.E. embía, y más que todo el xefe q. manda a la cabeza, a quien pedí desde Tucumán, y no se me quiso enviar». He aquí confirmada nuestra afirmación anterior. Aun sin saber a ciencia cierta las intenciones del gobierno, Belgrano agrega otras consideraciones no menos dignas de atención. «Todavía quisiera más, hablo con la franqueza que acostumbro, que V.E. le diese el mando en jefe, quedando yo en el ejército con mi regimiento o de soldado. Por dos razones deseo esto: la primera porque es regular que tenga más conocimientos militares que yo habiendo sido su carrera, y no la mía. La segunda para dar un ejemplo a mis paisanos, pues al paso que son ignorantes son orgullosos, y creen que no hay quien sepa más que ellos».

Ese mismo día, Belgrano escribía a San Martín en términos efusivos: «No sé decir a usted lo bastante cuanto me alegro de la disposición del Gobierno para que venga de jefe. Vuele usted, si es posible; la patria necesita de que se hagan esfuerzos singulares y no dudo que usted los ejecute según mis deseos, para que yo pueda respirar con alguna confianza y salir de los graves cuidados que me agitan incesantemente».

«Crea usted que no tendré satisfacción mayor que el día que logre la satisfacción de estrecharle en mis brazos y hacer ver lo que aprecio el mérito y honradez de los buenos patriotas como usted».

A Belgrano parecióle que tardaba mucho el día del encuentro, hubiera deseado poder anticiparlo. Con todo, ya se sentía reconfortado con la sola idea de que San Martín estaba en camino, como se lo expresaba desde Jujuy, el 25 de diciembre: «Mi corazón toma nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca porque estoy firmemente persuadido de que con usted se salvará la patria y podrá el ejército tomar un diferente aspecto. En fin, mi amigo espero en usted un compañero que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la patria y sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían... Empéñese usted en volar, si le es posible con el auxilio y en venir a ser no sólo amigo, sino maestro mío, mi compañero y mi jefe si quiere».

No era posible manifestar sentimientos de mayor sinceridad. Belgrano descubría sin reservas el fondo de su alma. Estas expresiones suyas se valoran cuando recordamos que esos sentimientos no necesitaron de la desgracia para nacer en su corazón. Así se explica también su vehemente anhelo de llegar al trato personal, en el que tanto esperaba. «Deseo mucho hablar con usted de silla a silla -volvía a escribir el 2 de enero de 1814- , para que tomemos las medidas más acertadas y formando nuestros planes, los sigamos sean cuales fueren los obstáculos que se nos presenten, pues sin tratar con usted a nada me decido».

A la espera de ese momento tan deseado, Belgrano designaba el 21 de enero ele 1814, a San Martín como segundo jefe del ejército de su mando.

En los últimos días de enero, en la Posta de Yatasto (*) sellaban en un abrazo su amistad. «San Martín y Belgrano, los dos hombres verdaderamente grandes de la revolución argentina, al decir de Mitre, y que merecen el título de fundadores de la Independencia de su patria».

Esta fue sin duda alguna una escena de honda emoción en la que participaba la satisfacción de verse cara a cara, esos dos hombres que ya se estimaban, y la de leer en el fondo de sus miradas, que no se habían equivocado, y que lejos de ahí, desde ese momento esos sentimientos no harían sino robustecerse más y más. Así debía ocurrir «en quienes, según Juan B. Terán, la idea de patria por crear tenía al absolutismo de un sacerdocio y de un desposorio... La unidad rigurosa de sus vidas les viene de esta sumisión de todo propósito, de todo pensamiento a un fin único y grande».

No es el caso de repetir las magníficas páginas de Mitre, en las que nos presenta a los dos próceres, con su temperamento propio, sus calidades y modalidades personales, vinculados por un mismo ideal superior. Son páginas clásicas, y que todos las conocéis.

Hasta ahora sólo hemos visto a Belgrano expresar repetidas veces su admiración y amistad a San Martín. En cambio, por haberse perdido sin duda sus cartas al general del ejército auxiliar, no conocemos aún ningún testimonio de sus sentimientos hacia Belgrano. Esta laguna va a ser suplida con el conocimiento de su actitud frente a las exigencias del gobierno respecto de Belgrano, al resistirse a asumir la jefatura del ejército auxiliar.

En efecto, ya el 27 de diciembre de 1813, Nicolás Rodríguez Peña escribía a San Martín: «No estoy por la disposición que usted manifiesta en su carta del 22 en orden al disgusto que ocasionaría en el esqueleto del ejército del Perú, su nombramiento de mayor general. Tenemos el mayor disgusto por el empeño de usted en no tomar el mando en jefe y crea que nos compromete mucho la conservación de Belgrano».

El Director Posadas no era menos explícito, el 10 de enero de 1814 al «escribirle para rogarle encarecidamente que tenga a bien de recibirse del mando de ese ejército que indispensablemente le ha confiar el gobierno... Excelente será el desgraciado Belgrano: será igualmente acreedor a la gratitud de sus compatriotas; pero sobre todo entra en nuestros intereses, y lo exige el bien del país, que por ahora cargue usted con esa cruz».

No tardó en darse el decreto de 18 de enero por el cual el Poder Ejecutivo nombrábale general en jefe del ejército auxiliar del Perú, comando que San Martín recién entonces asumió.

En esta ocasión obró con la mayor delicadeza, evitando cuanto estuvo en sus manos, todo aquello que pudiese lastimar inútilmente a su desafortunado antecesor. Era hombre que sabía apreciar el rasgo de abnegación de que diera ahora prueba Belgrano, permaneciendo en el ejército al frente del regimiento N° 1.

San Martín además se dirigió a la Comisión nombrada por el gobierno para instruir el proceso a Belgrano por su actuación en la última campaña, haciéndole observar que la reorganización del ejército a la que estaba consagrado exigía la postergación de la causa. En tal sentido escribió al gobierno.

Manuel BelgranoGeneral Manuel Belgrano. Litografía de Gericault, 1819.

Cabe señalar otra manifestación de ese sentimiento de deferencia. En efecto, San Martín quiso dar mayor importancia al mando del regimiento N° 1, que Belgrano venía ejerciendo, como se ha dicho, agregando a esta unidad los piquetes sueltos «confiándole así, recalca Mitre, el mando de la masa de tropa más respetable del ejército, como el más capaz de instruirla y de moralizarla».

La nota más alta en este sentido, la dio San Martín en su carta del 5 de febrero, cuando el gobierno le encargó de hacer entender al general Belgrano que dejara el mando de su regimiento, y se dirigiera de inmediato a Córdoba.

Ante todo, San Martín se muestra preocupado por la salud de Belgrano, y considera inoportuno el viaje «por hallarse dicho brigadier enfermo al parecer de terciana, y que poniéndose en camino las lluvias y más que todo los calores seguramente le agravarían la enfermedad, y pondrían en grave riesgo su vida».

Luego, San Martín encara la cuestión desde el punto de vista de los intereses generales. Ya no se trata, pues, de las conveniencias de Belgrano. Sus consideraciones revisten el mayor interés: «He creído de mi deber informar a V.E. que de ninguna manera es conveniente la separación de dicho brigadier de este ejército, en primer lugar porque no encuentro un oficial de bastante suficiencia y actividad que lo subrogue accidentalmente en el mando de su regimiento, y debe organizarse bajo un pie respetable y con la celeridad posible antes que adelante sus movimientos el enemigo que se halla reforzado en Salta: ni quien me ayude a desempeñar las diferentes atenciones que me rodean con el orden que deseo, e instruir la oficialidad, que además de ser ignorante y presuntuosa, se niega a todo lo que es aprender, y es necesario estar constantemente sobre ella, para que se instruya al menos de algo que es absolutamente indispensable que sepan». Esta opinión de San Martín confirmaba las quejas de Belgrano sobre la oficialidad del ejército. Luego su nuevo jefe se refería a otro aspecto que a su juicio era de tenerse en cuenta: «Después de esto yo me hallo, agregaba San Martín, en unos países cuyas gentes, costumbres y relaciones me son absolutamente desconocidas, y cuya situación topográfica ignoro; y siendo estos conocimientos de absoluta necesidad para hacer la guerra, sólo este individuo puede suplir su falta, instruyéndome y dándome las noticias necesarias de que carezco, como lo ha hecho hasta aquí, para arreglar mis disposiciones; pues de todos los demás oficiales de graduación que hay en el ejército no encuentro otro de quien hacer confianza, ya por carecer de aquel juicio y detención que son necesarios en tales casos, ya porque no han tenido los motivos que él para tomar unos conocimientos tan extensos e individuales como los que posee. Ultimamente V.E. esté firmemente persuadido que su buena opinión entre los principales vecinos emigrados del interior y habitantes de este pueblo es grande; a pesar de los contrastes que han sufrido nuestras armas a sus órdenes lo consideran como un hombre útil y necesario en el ejército, porque saben su contracción y empeño, y conocen sus talentos y su conducta irreprensible. Están convencidos prácticamente que el mejor general nada vale si no tiene los conocimientos del país donde ha de hacer la guerra y considerando la falta que debe hacerme su separación del ejército les causará un disgusto y desaliento muy notable que será de funestas consecuencias aun para los progresos de nuestras armas. No son estos unos temores vagos, sino temores de que hay alguna experiencia, pues sólo el recelo de que a la separación del mando del ejército se seguirá la orden para que bajara a la capital, ha tenido y tiene en suspensión y como amortiguados los espíritus de los emigrados de más séquito e influjo en el interior y de muchos vecinos de esta ciudad, que desfallecerán del todo, si llegan a verlo realizado. Así espero que V.E. pesando todas estas consideraciones y otras que no podrán ocultarse a su superior penetración, que por lo mismo omito exponerlas, se dignara en obsequio de la salvación del Estado, conservar en el ejército a dicho brigadier, o resolver lo que fuere de su agrado».

«Páginas como ésta, ha escrito Mitre, son las que hacen la gloria de la humanidad. Hay en ellas grandeza de alma de parte de uno y otro, y al mismo tiempo espontánea sencillez en la abnegación y en la generosidad recíproca».

Nosotros agregaremos que los conceptos de San Martín, sobre todo los últimos, tratándose de un hombre de su calidad, no pueden tomarse como meras manifestaciones de deferencia y simpatía hacia un jefe caído en desgracia. Estos conceptos luego se apreciarán en todo su valor, cuando lo veremos insistir, en 1816, en la necesidad de confiar nuevamente a Belgrano el comando del ejército del Perú.

Si estas opiniones de San Martín son muy honrosas para Belgrano, éste, a su vez, en carta a Arenales se complacía en reconocer los altos méritos de su ilustre sucesor.

«Mi amigo amado, decíale a Arenales, al fin he logrado que el ejército tenga un jefe de conocimientos y virtudes y digno del mayor y más distinguido aprecio: confieso a usted que estoy contentísimo con él; porque preveo un éxito feliz, después de tantos trabajos y penalidades».

El gobierno mantuvo su punto de vista, y Belgrano se retiró del ejército, no sin haberse producido aquellas manifestaciones anunciadas por San Martín. Este alejamiento suyo ha sido objeto de censuras, por considerarlo de consecuencias desgraciadas. La opinión del general Paz, que no dejaba de reconocer los errores de Belgrano, es terminante al respecto. Y así Belgrano emprendió viaje, quebrantado por la terciana.

«A pesar de todo lo que pudiera experimentar su espíritu, hemos escrito en otra ocasión, en circunstancias tan penosas, Belgrano siguió interesándose por el destino del ejército del Alto Perú, sin demostrar en su correspondencia con San Martín otro sentimiento que el deseo de que su ilustre sucesor prosperara en la empresa en la que había visto fracasar sus empeños; con dicho objeto hacíale las indicaciones que su experiencia le sugería, como poco antes le había aconsejado la conveniencia de que el plan de campaña se limitara a fomentar la insurrección del Alto Perú, y a organizar la guerra de partidarios en Salta, ideas que San Martín había compartido». Mitre señala este hecho, del mismo modo que Otero, concorde con este punto de vista entiende que Belgrano en esos meses en que estuvieron juntos, fue el mejor asesor de San Martín.

Desde Santiago del Estero, Belgrano escribíale el 6 de abril una carta en la que a la vez que expresa sus creencias arraigadas también se traslucen sus cuidados de orden político.

«Son muy respetables las preocupaciones de los pueblos y mucho más aquellos que se apoyan, por poco que sea, en cosa que huela a religión. Creo muy bien que usted tendrá esto presente y que arbitrará el medio de que no cunda esa disposición y particularmente de que no llegue la noticia de los pueblos del interior».

«La guerra, allí no sólo la ha de hacer usted con las armas, sino con la opinión, afianzándose siempre ésta en las virtudes naturales, cristianas y religiosas; pues los enemigos nos la han hecho llamándonos herejes, y sólo por este medio han atraído las gentes bárbaras a las armas, manifestándoles que atacábamos la religión».

Más lejos proseguía: «Estoy cierto que en los pueblos del Perú la religión la reducen a exterioridades todas las clases, hablo en general; pero son tan celosos de éstas que no caben más, y aseguro a usted que se vería en muchos trabajos si notasen lo más mínimo en el ejército de su mando que se opusiese a ella y a las excomunicaciones de los Papas».

A continuación se refería a un punto que le tocaba íntimamente: «añadiré únicamente que conserve la bandera que le dejé y que la enarbole cuando todo el ejército se forme».

Terminaba su comunicación volviendo sobre la necesidad de las manifestaciones de los sentimientos religiosos: «Acuérdese usted que es un general cristiano, apostólico, romano».

En otra carta insistía Belgrano en sus expresiones de interés por el porvenir de esas tropas a las cuales se sentía tan vinculado, sentimiento que le hacía decir a San Martín: «Importa mucho que la victoria si es posible se lleve en la mano, y esto sólo se consigue por aquellos medios (se refería a organización, disciplina y recursos). Además debe usted ir prevenido para conseguir los frutos de ella, y que no le suceda lo que me ha sucedido a mí con la de Salta por las precipitaciones... » Luego creyendo haberse adelantado demasiado, agregaba: «Mas estoy hablando con un general militar, que yo no he sido ni soy; pero mi deseo de la felicidad de las armas de la patria y de la gloria particular de usted, me obligan a ello ... Hágase usted sordo como Fabio, a cuanto se diga de dilación contra usted, y cualquiera otra cosa, que las armas de la patria serán felices en sus manos y luego que lo maldigan ahora lo bendecirán».

Como es sabido, la causa formada a Belgrano fue sobreseída, y él marchó a Europa en misión diplomática con Rivadavia, en tanto San Martín trabajaba con ahínco y acierto en la organización del futuro ejército de los Andes. Asignaba en su plan de operaciones una actuación al ejército del Perú, la de formar «una defensiva estricta en Jujuy; auxiliar la insurrección del Perú con algún armamento, y en esta situación estar pronto para obrar de acuerdo con el ejército de desembarco». Cuando hubo que elegirse un nuevo comandante de dicho ejército en lugar del general Rondeau, después de Sipe-Sipe, San Martín se pronunció en favor de Belgrano, en términos que merecen recordarse, cuando escribía a Godoy Cruz el 12 de marzo de 1816:

«En el caso de nombrar quien deba reemplazar a Rondeau, yo me decido por Belgrano; éste es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame Vd. que es lo mejor que tenemos en la América del Sur».

San Martín contraía en cierta manera una responsabilidad ante el país al recomendar a Belgrano para el comando del ejército del Perú, tanto más cuanto que conocía las dificultades de la situación y había podido apreciar las condiciones de militar de Belgrano, y sus deficiencias. Todo ello valora este testimonio de parte de una autoridad indiscutible en la materia.

Cabe observar que en recientes estudios sobre las campañas de Belgrano, distinguidos profesores de la Escuela Superior de Guerra destacan los méritos de su actuación como jefe de ejército.

Para prez y bien de la patria esos dos hombres coincidieron en sus afanes porque el Congreso que se hallaba reunido en Tucumán, se pronunciase por la independencia, independencia que iba a ser menester consolidar, venciendo definitivamente a España.

En esta última tarea, le cupo a San Martín la gloria de realizar la inmortal epopeya de los Andes, en tanto Belgrano en Tucumán quedaba al frente del ejército del Perú, tratando de reorganizarlo, mientras Güemes con sus gauchos en proezas legendarias, rechazaba al enemigo en el norte.

Belgrano se lamentaba de que su situación no le permitía prestar su colaboración en la gran empresa sanmartiniana. «Nosotros, escribíale a Guido, el 10 de octubre de 1818, nada podemos hacer, y según veo, seremos una cosa muy accesoria en los triunfos de ustedes; estamos en la mayor miseria, y nada tenemos de lo que necesitamos para movernos»...

Pero, no obstante su sentimiento, Belgrano estaba alentado por su fe sin reservas, absoluta en San Martín, fe entusiasta de que es testimonio la carta que le escribiera, cuando tuvo noticia de que aquél pensaba retirarse de Chile. «La presencia de usted en ese Estado, la miro como la más interesante a la Independencia de la América; usted se halla en el caso del Cid, de que aunque muerto, basta con presentar su efigie a los enemigos para vencerlos».

Si tal era su sentimiento en esos momentos de incertidumbre, fácil es colegir la intensa alegría y patriótica satisfacción con que celebrara los triunfos de San Martín.

Recordaremos que Belgrano erigía en el campo de batalla de Tucumán, el 26 de febrero de 1817, un monumento conmemorando el triunfo de Chacabuco.

En ese mismo año hacía imprimir a sus expensas, según reza en la portada, una oración patriótica: «¡Viva la Patria!» que con motivo de los gloriosos triunfos de nuestras armas en Chile dijo el doctor Felipe de Iriarte.

El oficio que dirigió al gran Capitán para felicitarle por la victoria de Maipú desborda de hondo júbilo. Todos sus conceptos son de destacarse: «Excmo. Señor: Nunca se manifiesta el sol con más brillantez y alegría que después de una tempestad furiosa; el azaroso acontecimiento del 19 de marzo en los campos de Talca le dió palpablemente el último grado de importancia e inmortalidad al venturoso del 5 del corriente en los de Maipú, de que me habla V.E. en el suyo del 8 del mismo: Al enemigo fascinado con aquél, no le ocurrió, por lo visto, que aun existía el General San Martín, y que, capaz de transmitir su heroísmo al último de sus subalternos haría prodigios aun con la espada al cuello; él, sin duda, contó con que V.E. sería el primero que arrastrase su carro triunfal auxiliado de los jefes que lo secundaban, pero la copa de la felicidad jamás se concedió a un orgullo presuntuoso; encontró su ruina y su vergüenza donde creyó dar con la gloria y exaltación. Circunscribo los plácemos que doy a V.E. a la extensión de mi característica sinceridad, ya que no se me ofrecen expresiones que lo signifiquen del modo más adecuado, complaciéndome la infalibilidad de que la Nación en masa entrando yo en parte, elevará en el centro de su corazón el monumento de eterna gratitud que inmortaliza al Héroe de los Andes; tampoco olvidará a los dignos hijos suyos, jefes subalternos, oficiales y tropa que acompañaron a V.E. en tan brillante jornada; todos son acreedores a una memoria perpetua, y vivirán, como me lisonjeo, la vida eterna de la Nación».

«Dios guarde a V.E. muchos años, Tucumán, 20 de abril de 1818. Excmo. Señor Manuel Belgrano - Excmo, Señor General en jefe del Ejército Auxiliar de Chile Don José de San Martín».

Carta de Belgrano a San Martín

Carta de Belgrano a San Martín, felicitándolo por el triunfo en Maipú.

La lectura de este documento nos muestra con cuánta delicadeza Belgrano alude al contraste de Cancha Rayada. Diremos más; su mención le da lugar a enaltecer con mayor relieve la victoria lograda en Maipú sobre un enemigo que no esperaba encontrarse con «el General San Martín y que capaz de transmitir su heroísmo al último de sus subalternos haría prodigios aun con la espada al cuello». Con cuánto gozo Belgrano expresa luego: «La infalibilidad» de la glorificación, por todo el pueblo, de la gran hazaña. Y para exaltar más su insigne personalidad, lo aclama el Héroe de los Andes. El Héroe, así lo veía a su ilustre amigo en toda su grandeza y en toda su fama. El Héroe, tal era la palabra que traducía mejor su admiración. Así lo proclamaba en circunstancias solemnes de la vida del país como en la intimidad. Tal era su convicción. En más de una ocasión, escribiéndole a Guido, a Güemes, sin mencionar el inmortal apellido, se refiere al «Héroe», a «Nuestro Héroe», sabiendo que esos grandes de la patria lo comprenden y comparten sus sentimientos de que San Martín ya había alcanzado un sitial único en la historia de la Nación.

Ahora, señores, como en los primeros años, la vida de estos dos próceres va a tomar un rumbo distinto. Belgrano muere en la casa paterna de Buenos Aires, con el sentimiento de que las imposiciones de las luchas civiles le han privado de colaborar en la empresa libertadora. San Martín luego de haberla realizado dando la independencia a dos repúblicas y consolidando la nuestra, en presencia de la incomprensión e ingratitud de muchos, abandona el suelo nativo. Marcha al extranjero para morir en la noble tierra de Francia.

Señores: Con esta evocación, en el 94º aniversario de su muerte, de lo que fue la admiración y amistad, sincera y fervorosa, que Belgrano le profesara, entendemos haber rendido un homenaje particularmente grato al espíritu inmortal del Gran Capitán Don José de San Martín.

Por Mario Belgrano (1884-1947).

Fuente: BELGRANO, Mario: “San Martín y Belgrano”. Conferencia pronunciada el 17 de agosto de 1944. En: Museo Histórico Nacional, Serie II, Número X, Talleres Gráficos Peuser S.A., Buenos Aires, 1945.

(*) Investigaciones posteriores a la fecha de publicación del artículo estiman que el encuentro entre San Martín y Belgrano se produjo en la Posta de Algarrobo.