Señoras y señores:
"Sin más autoridad que la que nos puede dar el ideal que nos guía y el espíritu de franco desinterés con que hemos consagrado las actividades de nuestro espíritu al estudio de la patria y sus héroes, nos place presentarnos ante vosotros en un día tan grande como el presente y hablaros de lo que llena nuestro corazón y de lo que, sin duda, añora vuestro patriotismo.
Desde 1850, en que desapareció del mundo de los vivos en Boulogne-sur-Mer el primero de nuestros próceres y el más encumbrado de nuestros libertadores, la República Argentina se debe a una faena capital y mantiene impaga con aquel libertador y con aquel prócer, que lo fuera don José de San Martín, la deuda impuesta por la santidad de su vida y la magnitud de su empresa.
Esta deuda no es ni la del mármol, ni la del lienzo, ni la del bronce. Esta deuda se ha transparentado ya en su solvencia obligatoria con elocuentes exteriorizaciones, ya en la patria como en otros puntos del continente. La deuda, que todavía está impaga, y que no la pagarán los bronces, ni los mármoles, ni los colores de la paleta, es la deuda del espíritu, y que compromete hondamente nuestra sensibilidad y nuestra inteligencia. He ahí por qué el Instituto Sanmartiniano, que responde a los dictados de una razón primordial y sagrada, se presenta hoy con los vivos deseos de dar forma tangible a esta ejecutoria; pero sin cálculos y sin medir la distancia que siempre se interpone entre la realidad y el propósito inicial que la determina.
Pero antes de entrar en materia y de deciros lo que es y lo que puede ser el Instituto que hoy fundamos, permitidnos que remontándonos en las soledades de nuestro espíritu y revolviendo lo pretérito, expliquemos la génesis de esta idea, las razones que le dieron vida y los móviles finalmente, que nos llevaran a formular ante nuestros compatriotas la invitación que hoy nos permite reunirnos a la sombra del Círculo Militar en asamblea patriótica, aunque no deliberativa.
Esta idea creció en nuestro espíritu y tomó cuerpo a medida que, en la quietud de nuestro gabinete de trabajo, estudiábamos y escribíamos la historia de nuestro libertador. Semejante faena nos permitió entrar en lo hondo de tan gigantesca personalidad. Descubrimos sus grandes virtudes cardinales; pero descubrimos igualmente otros valores recónditos que no siempre asoman a la superficie, ya se trate de los hombres como de las instituciones.
La grandeza de don José de San Martín -y no creáis que en lo que voy a decir hay exageración, atrevimiento o metáfora- es una grandeza que no tiene parangón en el orden de la milicia y de la civilidad. Si ella se fundamenta en lo genial y en lo épico, ella se fundamenta igualmente, y de manera principalísima, en lo moral, que es de donde dimana lo que realza y, dignifica a un hombre.
Más de una vez San Martín ha sido objeto de paralelismos y de comparaciones. Más de una vez, para ponderar sus méritos y sus hazañas, se han invocado los nombres de Alejandro, de Aníbal, de César y de Napoleón. Pero si bien se mira, San Martín escapa a tales semejanzas, y no porque su obra haya sido más vasta, más completa ni más dramática que la realizada por esos genios de la guerra y de la Historia, sino porque ninguna de las grandes obras o campañas realizadas por ellos presenta lo que presenta en su desarrollo dramático y rectilíneo la obra libertadora de San Martín.
Las acciones se juzgan por lo que ellas son en su móvil inicial y en su desenlace. Tomad en consideración la obra de nuestro libertador y veréis que si el desinterés es su virtud cardinal. este desinterés constituye igualmente el punto explicativo de su eclipse. Tanto, pues, al principio como al fir. de su epopeya, por esta sola razón, San Martín se destaca como personaje único y de mayor relieve en el panorama de la Historia.
Cuando después de cruzar los mares atlánticos llegó San Martín a las orillas del Plata y se hizo presente al Triunvirato argentino, lo hizo dominado por una sola pasión. Esta pasión erala de la libertad, y no sólo la libertad del solar nativo, sino la libertad del continente. Esta pasión alimentóla como ninguno en las cavilaciones de su espíritu y en el vivaque de sus campamentos. Esta pasión regularizó sus cálculos, meticulosos e intuitivos. Esta pasión colocó en su mano una pluma tan tesonera como su espada, y esta pasión llevólo a la maestría táctica que le permitió enseñorarse del enemigo, primero en el orden del pensamiento y de la suspicacia, para dominarlo después en el de la estrategia.
Todo esto y otros recuerdos y pormenores, que sería largo el enumerar aquí, lleváronnos a la absoluta convicción de que el artífice de la independencia argentina, y en parte princlpalísima de la independencia de América, debía salir de la oscuridad y entrar de lleno a figurar en el conjunto de las fuerzas espiritua!es y directvas de la civilización, y de un modo directo de nuestra argentinidad. Largo sería, y vuestra atención terminaría por fatigarse, si nos detuviésemos a ponderar todas las razones que evidencia esta argentinidad de San Martín. Se trata, por otra parte, de una tarea que ya hemos cumplido al escribir su historia; pero el motivo que aquí nos reúne nos obliga a rememorarla y a presentarla de nuevo en su síntesis y en su evidencia.
Sin embargo, de no haber tomado parte en los cabildos de Mayo y de haberse encontrado lejos del solar nativo cuando los criollos de la metrópoli fundada por Garay se aunaron para crear, en nombre de los principios democráticos, una heredad nacional que no existía, San Martín se incorporó a la revolución argentina cuando gravitaba sobre ella la sombra de la nebulosa, sin reticencias, sin cálculos, con la totalidad de su ser y con la entereza disciplinaria que había templado su espíritu en un cuarto de siglo de combates. Lo que no habían presentido nuestros voceros revolucionarios ni nuestros generales improvisados, desde que se encontró bajo la constelación del Sur y en solar argentino, lo presintió él. ¡Y cosa singular! Siendo un soldado, y un soldado cuyo guerrear lo había familiarizado con el drama de la espada y del fuego, no hizo de esta directiva su impulso motriz. El primer impulso lo concretó él en la opinión. Esa opinión la buscó silenciosamente y con singular empeño en el subconsciente social. Esa opinión la descubrió en los principios doctrinales que habían armado los brazos de los criollos, y esa opinión le hizo ver que la revolución argentina estaba equivocada en lo militar y que para fundamentar la patria, hacerla grande y consolidarla, su drama épico se encontraba en un horizonte lejano. Lo que para algunos podía ser una utopía era para él una esperanza; y por esto antes de armarse caballero y de lanzarse por campos y por sierras a la jornada que llevaría el nombre de la argentina tierra hasta las faldas del Chimborazo, se puso él a tono con esa opinión en su patria como fuera de su patria, en donde imperaba como en donde no imperaba el enemigo. La espada vino luego; y con más genio y verdad que aquel paladín de Carlomagno, Roldán, el de la leyenda y de la historia, con el filo de su sable partió en dos, no una roca pirenaica, sino un vasto dominio colonial, cuyos puntos de apoyo lo constituían por un lado las columnas de Hércules, y por el otro la masa granítica de los Andes en esta parte austral del continente.
Vosotros diréis si hay o no razón suficiente para poner o no a la orden del día a un libertador de esta talla, y si el Instituto que vamos a dejar establecido y fundado responde o no a una necesidad vital de la patria y de homenaje al héroe que más altamente la simboliza.
Pero si éstas son las razones intrínsecas y tradicionales que nos sirven de pauta, hay otras de perentoria actualidad que las determina la descomposición moral del mundo en que vivimos. Aun cuando es cierto que los pueblos no pueden permanecer en una perenne quietud; aun cuando es cierto que en lo material como en lo espiritual todo evoluciona y todo se transforma, es cierto igualmente que hay principios inconclusos que ninguna filosofía puede destruir so pena de provocar en el acto la catástrofe. Estos principios no son otros que los anexos a las nociones de orden, de libertad, de bien, de trabajo y de jerarquía. Habituados como estamos por el conocimiento de la historia a contemplar serenamente los cambios y las perturbaciones sufridas en su marcha milenaria por la civilización, no nos sorprende el que en la hora presente se desquicien algunos elementos y que en medio de un caos ideológico se busque más justicia, mejor economía y mayor bienestar en las clases desheredadas. Pero si ésta es nuestra filosofía social, filosofía que se desprende en línea recta de aquella que puntualizó luminosamente el Evangelio, esta misma filosofía nos obliga a pedir que en el período de tales evoluciones se respete lo que es sustancial, ya que el hombre que ostenta en su frente el orgullo del albedrío no puede crecer ni formarse solo o colectivamente hablando, sin las directivas que emanan del principio de autoridad. Esta filosofía exige concomitantemente el respeto sagrado a la patria, a la familia y a la religión, trilogía que la demagogia reinante convierte en blanco de sus tiros y de sus enconos.
Hora tan lúgubre y razones de tan hondo valer nos llevan a buscar una sombra tutelar y auspiciosa en don José de San Martín. La nacionalidad defendida y buscada por él, apoyóla tan supremo arquetipo en el triple cimiento que apuntamos. El que amó su tierra hasta el heroísmo, santificó a la familia con las virtudes de la paternidad y el que fue grande en el hogar como en la epopeya, fue humilde ante Dios, cuyo culto !o testimonió en circunstancias diversas. y principalmente cuando con mano serena tomó la pluma y en París redactó su testamento.
Por estas razones creemos que la figura de San Martín, que se destaca como ninguna en plano superior dentro de nuestros linderos geográficos y aun más allá, debe ser motivo de estudio y de veneración para todo corazón argentino. Nuestro deber en estos momentos -momentos de desconcierto, momentos de caos, momentos de angustiosa desesperación- no es el de retroceder ri tampoco el de encerrarnos en cuarteles de invierno. Nuestro deber es el de presentarnos en forrnacoón cerrada, teniendo por brújula directiva tamaño símbolo, y esto no para contemplarlo simplemente, sino para imitarlo en todo lo bueno y en todo lo patriótico que se desprende de su vida transparente y rectilínea.
Gracias al cielo, nuestra patria, en este orden de cosas, no necesita escalar olimpos extraños. Tenemos el nuestro, y en él a esta figura vigorosa y gallarda que nunca se desorbitó y cuyo corazón se cerró herméticamente a los egoísmos.
Esto dicho y explicado, permitidnos que os digamos por qué hemos querido que el Instituto, cuyas bases doctrinales y orgánicas conoceréis prontamente, se inaugurase en este día y en este Centro.
El día 5 de abril de 1818 representa en los anales históricos del nuevo mundo una fecha capital y decisiva. La victoria obtenida por San Martín en aquel día sobre el general Osorio y sus fuerzas en los llanos de Mapú presenta como primer rasgo particular el de una victoria obtenida a los dieciocho días de haber sufrido el ejército libertador un serio quebranto en el lugar conocido con el nombre de Cancha Rayada. Ese quebranto se produjo por un capricho de la fatalidad -según rumores. intervinieron en él la deslealtad y la traición-, en un momento en que San Martín contaba como cierta la victoria y en que, según sus cálculos, debía ser ella concreta v decisiva. Pero si la suerte fue otra, si la sorpresa dispersó parte del ejército libertador, una parte de este ejército quedó en pie. y con este plantel y con otros elementos que el patriotismo chileno colocó a su alcance, en días, por no decir en horas, San Martín se encontró nuevamente en condiciones de batirse y de cerrar el paso a un enemigo que ya se creía de nuevo dueño de Chile y árbitro de su suerte, llegado a Santiago.
En ese encuentro con el ejército realista se pusieron en juego razones de vida o muerte. El triunfo del general Osorio, de obtenerlo, habría representado la restauración del poderío peninsular en un reino libertado por San Martín y sus leqionarios. Los vencedores de Rancagua se habrían instalado nuevamente en aquella silla presidencial que San Martín derribara en Chacabuco y desde a!lí habrían ejercido un despotismo rnayor que el que precedió a aquel luctuoso desenlace.
Por una razón de lógica se habría provocado un nuevo éxodo de las masas chilenas hacia las provincias de Cuyo, y este éxodo se habría presentado con aspectos más trágicos y dolorosos que el que presentó el capitaneado por O'Higgins y por los Carreras. Sus consecuencias no hubiesen parado ahí, y la presencia de los realistas en Chile habría significado una amenaza para el flanco cordillerano de la revolución argentina y facilitado al mismo tiempo una ofensiva general que a su vez buscaban empeñosamente las fuerzas realistas escalonadas en las mesetas del Alto Perú. Aun más: la independencia del Perú, que entraba en la trayectoria de San Martín, como punto final de la epopeya, habría fracasado. La escuadra chilena, cuya formación constituía en esos momentos la causa de sus más hondos desvelos, no habría surcado el Pacífico, y sofocada así la revolución en esta parte del continente, las fuerzas que estaban en pie en el norte, bajo el comando de Bolívar y de sus preclaros conmilitones, se habrían visto seriamente comprometidas. Pero el genio de San Martín fue superior a todo lo adverso. Su genio, su moral y su táctica entraron en juego con dinamismo vigoroso y, disciplinando un nuevo ejército, el día 5 de abril, bajo el despertar de una mañana otoñal, se presentó en el campo de batalla para decidir con las armas la suerte que un destino traidor le impidiera resolver en los campos de Talca.
¿Para qué describir la acción ni para qué detenernos en detalles que nos llevarían lejos del motivo fundamental que aquí nos reúne? Todos conocéis, si no en detalle, en sus lineamientos generales este hecho de armas y todos sabéis cómo en los llanos de Maipú, el 5 de abril, la patria y la América conquistaron un laurel más, gracias a la táctica y a la voluntad impetuosa de San Martín. Nadie mejor que don Bernardo O'Higgins encontró los términos apropiados para simbolizar tamaña victoria, y cuando, al llegar a la hacienda de Espejo, sin bajar de su caballo extendió su brazo a San Martín y pronunció esta frase: Gloria al salvador de Chile, consagró para siempre su alcance y trascendencia. Efectivamente, San Martín era el salvador de Chile. Con un golpe de genio y de espada puso fin en ese día a las reacciones veleidosas que amenazaban su independencia. El ejército realista quedó reducido a la nada, y la cantidad de trofeos y de prisioneros recogidos en el campo de batalla testimoniaron ante la opinión universal la magnitud del triunfo. Este no envalentonó en modo alguno al magnífico triunfador. Al tomar la pluma y al dirigirse en uno de sus partes al director de las Provincias Unidas del Río de la Plata, se contentó con decir: "Los contrastes de las armas de la América son precursores de la libertad. Ya sabe V. E. que una incalculable sorpresa y no el valor del enemigo, ni la timidez de nuestras tropas, les dio sobre el Lircay una victoria momentánea, dispersándose con la oscuridad de la noche una parte de nuestro ejército; pero el honor y la constancia de los defensores de la patria han triunfado hoy completamente".
En el sentir de San Martín la victoria de Maipú había reemplazado con usura el contraste sufrido.
Ved por qué hemos querido buscar como fecha auspiciosa para la fundación del Instituto la fecha del 5 de abril y por que igualmente al elegir esta fecha hemos querido que su cuna lo fuera esta casa militar, cuya hospitalidad nos alberga. A no dudarlo, no estamos aquí en aquel cuartel de granaderos que fundara San Martín cercano a este sitio y cuyas arcadas contemplaron nuestros ojos infantiles sombreadas por la arboleda del Retiro. Este solar no es el solar del Plumerilla, donde el excelso capitán concentró sus fuerzas y las organizó para la independencia de Chile y de América. No estamos tampoco en las Tablas, es decir, en aquel campamento cercano a Valparaíso, donde el jefe ínclito, que creara el ejército de los Andes, dio forma y cohesión al ejército argentino-chileno destinado a poner fin al imperio de los virreyes en Lima. Tampoco podemos decir que pisamos, pisando esta tiera, la tierra que pisara San Martín cuando concentró sus huestes libertadoras, ya en Pisco, en Huaura, en Ancón o en Mirones, cerca de la metrópoli virreinal. Pero, si esto es evidente, es evidente que en este recinto hay algo que rememora todo esto, ya que siendo el Círculo Militar el exponente de una sociabilidad argentina, lo es igualmente de la hidalguía, honor y bravura que San Martín dejó en herencia a sus granaderos, y que éstos, como los otros cuerpos argentinos creados y disciplinados por él, sembraron épicamente por toda América.
El doctor José Pacífico Otero en sesión extraordinaria en el Círculo Militar, al cumplirse el primer aniversario de la fundación del Instituto Sanmartiniano.
Bajo tales auspicios, pues, podremos entregarnos a esta tarea, dictada por imperio del patriotismo y de la cultura nacional. Auspiciada con recuerdos tan nobles y legendarios, podremos decir qué es y qué finalidades persigue el Instituto, cuya gestación Inicial no ha dejado de marcar en nosotros huellas inquietantes, insomnios y desvelos.
Por de pronto nuestro intento no es el de formar una agrupación política, ni tampoco un centro de especulaciones abstractas o filosóficas. Lo que nos proponemos es dar forma a una enseñanza militante, como lo piden las leyes de nuestra nacionalidad y de nuestra tradición y como lo piden los intereses de todo orden vinculados con ésta y con aquélla.
Con esto queremos decir que en el Instituto Sanmartiniano no caben ni pueden caber los que no tienen patria, o los que teniéndola, por estar a tono con la demagogia reinante, la niegan o la posponen en sus voliciones y en sus actos.
El marco, pues, que aquí trazamos define nuestra obra, y nos dice que, si de ella se excluye lo destructor o lo negativo, no se excluye todo lo que acrecienta y todo lo que enriquece, humanamente hablando, a nuestro nacionalismo. Por esto, pues, el Instituto Sanmartiniano abarca todo lo que pertenece al orden intelectivo como al orden moral. Abarca él todo lo que específicamente hablando entra en un programa de acción argentina y democrática, y abarca todo lo que se relaciona con la epopeya, con la argentinidad que la determinó y con el americanismo que fue su complemento.
Un tal programa, como es lógico, impone la docencia, ya en forma verbal o ya escrita. Esta docencia tiene en el libertador don José de San Martín su campo de investigación, de compulsación y de análisis. Ella no puede ser local ni mezquina. Ella debe ser generosa y amplia, y ella debe ir de lo particular a lo general. del individuo que se desgasta en el servicio de la causa heroica al acontecimiento que la representa o sintetiza.
En Buenos Aires como en Mendoza, en Córdoba como en Tucumán o en Jujuy, en Santiago del Estero como en Salta, en el Paraná como en Corrientes, en Catamarca como en San Juan y en La Rioja, los voceros de nuestro Instituto deberán decir quién fue don José de San Martín, cuál su obra y cuáles los factores históricos y doctrinales que con ella nos vinculan.
Nuestra misión es la de abarcar a San Martín en toda su trayectoria, en su ideología como en sus modalidades. Todo el período revolucionario que principia en 1810 y termina en 1824 con la batalla de Ayacucho, entra en el campo de nuestras investigaciones históricas. Seguiremos a San Martín no sólo en su gloria sino igualmente en su ostracismo. Nos interesaremos en su muerte como en su renombre, y veremos así cómo se fundamenta su apoteosis. Mientras hay nombres que han tenido su hora de resonancia para luego desaparecer, sin dejar rastros, el de San Martín crece de día en día y se impone a la conciencia universal por la rectitud y por la santidad de su vida. Con esto se cumple una ley de la Historia, que exige para la perduración de ultratumba una compenetración con la verdad y una naturaleza cerrada a la vanidad y los intereses mezquinos.
La conciencia que nuestro Libertador tenía de sus actos, y la convicción absoluta de que la tumba constituye el crisol en que se depuran todos los valores, llevóle a estampar esta declaración en una carta al general don Tomás Guido, cuando éste, ansioso de poner fin a la calumnia que afectaba ya el nombre de San Martín, lo instaba para que explicase las razones determinantes de su alejamiento del Perú. "Usted conoce, le dice San Martín, que yo no me apresuraré a satisfacer semejante clase de gente, pues yo estoy seguro de que los hombres me harán la justicia a que yo me creo muy acreedor". Fue entonces cuando su pluma formuló igualmente esta otra declaración, que tiene todo el valor de un postulado: "Varias razones me acompañaron para no seguir este parecer" -el parecer de Guido era de que San Martín rompiese con su silencio y hablase-; pero sólo citaré uno, que para mí es concluyente, a saber: "La que lo general de los hombres juzgan de lo pasado según la verdadera justicia y de lo presente según sus intereses". ¿Qué nos dice con esto San Martín? Nos dice, señores, que no hay alegato en pro de ningún prestigio personal que pueda ser valedero, por más que se anticipe a los fallos futuros, cuando no lo fundamenta la verdad. Nos dice que los héroes como los estádístas deben cerrarse al halago como a la detractación, y nos dice que no habiendo otro tribunal que el tribunal de la Historia, es a ella a quien debemos confiar la sanción de los actos. Es este veredicto el que vale y no otro, y este veredicto el que nos permite en el día de hoy alejar de la cumbre eminente en que se destaca San Martín todo lo que la envidia, la emulación y la calumnia ha acumulado en su torno, ya para presentarlo como monárquico, cuando era ei' más austero de los republicanos, ya como a un desertor de su patria, cuando se alejaba de su inolvidable Cuyo para ir a buscar su salvación en tierra extraña, y ya, finalmente, cuando no pudiendo arrancar en pedazos la clámide que se desprendía de sus hombros se entró en su hogar y se intentó salpicar con la maledicencia el santo vivir de sus costumbres.
Pero si el Instituto Sanmartiniano tiene en la Historia este vasto campo doctrinal y panorámico que acabamos de sintetizar como programa para llenar y generalizar su docencia, su acción social debe desarrollarse descubriendo a la multitud los valores múltiples y cardinales que se encuentran en San Martín, en su obra y en su ideología.
Nuestro propósito no es el de hablar de prócer tan ínclito ante una sola clase social. Nuestro propósito es el de hacer que figura tan luminosa y radiante sea conocida y amada del pueblo, y no sólo del pueblo de esta capital cosmopolita y febriciente, sino del que integra nuestra heredad y forma nuestra República. Como bien lo sabéis, el pueblo es una masa laboriosa, pero es una masa que necesita de brújula y de directivas. El pueblo debe saber que el concepto de libertad, según San Martín, no es el de la licencia, y que si aquélla por algo vale es porque constituye una virtud constructora y edificante. El pueblo debe saber que no hav dignidad donde no hay respeto, valor y jerarquía, y el pueblo debe saber que actuando dentro de la órbita del bien, el hogar se acrecienta, la patria se consolida y los individuos ejecutan armónicamente la función social a que los destina la naturaleza.
El día en que nuestro programa se realice o comience a realizarse, San Martín será para las multitudes argentinas la entidad monitora que buscamos. Amándolo, se amará la epopeya, se amará la gestación dolorosa que le dio vida y se amará, finalmente, todo lo que de ella emana en hombres, en acontecimientos e instituciones.
Pero, a fin de que tales propósitos y tales planes no se pierdan o no se esterilicen en el terreno de lo abstracto, y a fin igualmente de que una forma sensible lo caracterice, nos empeñaremos ante las autoridades del Estado para crear el Día de San Martín, que, a nuestro entender, debe ser el día de su fallecimiento en Boulogne-sur-Mer. El día de San Martín será el día de la consagración integral de la patria a su héroe. San Martín se presentará ante la opinión como el arquetipo de nuestra argentinidad, y al honrarlo con la conjunción de todas nuestras fuerzas democráticas y sociales, se pondrán en evidencia sus virtudes, las razones volitivas que lo llevaron a descansar con su corazón en la patria.
Las mismas razones que nos determinan este programa de acción ritual, si se permite este calificativo, nos llevarán a señalar a San Martín como una fuerza inspiradora de la literatura y del arte. La lira de la revolución lo cantó ciertamente; pero si se tiene en cuenta que la epopeya iniciada en el Plata y terminada en Pichincha es de frescura y de irradiación perennes, podemos creer que ahora como ayer los bardos la pueden cantar nuevamente, descubriendo tras de lo épico lo moral y lo humano que en esa epopeya se concentra.
A este programa agregaremos luego nuevos y variados proyectos, como veréis cuando se os dé lectura a las bases doctrinales y orgánicas que hemos redactado. Además de interesarnos en la reconstrucción de los itinerarios sanmartinianos, nos interesaremos igualmente en sus reliquias y en todos los lugares vinculados ya con su heroísmo o con su exilio. Estas rememoraciones no se localizarán a este o a aquel otro punto de la República. Ellas se extenderán por toda la parte continental que sirvió de teatro a su acción, y salvando las fronteras de la Madre Patria haremos así revivir la gloria de San Martín en todos aquellos sitios en que sobresalió su moral o su espada.
La geografía de la proscripción es, como ya lo dijimos en otra oportunidad, el complemento de la geografía de su heroísmo. Queremos, pues, que su nombre resuene y se destaque como no se destaca ni resuena ni en Francia ni en Bélgica. Grande fue la pena Que se posesionó del ánimo de San Martín cuando, forzado por raiones políticas y morales, se vio en la necesidad de abandonar el Plata, de cruzar el Atlántico y de desembarcar en Europa para buscar allí un asilo. Este asilo se lo proporcionó el reino de los Países Bajos, e instalado en Bruselas, recóndito y solitario, se recluyó en sus arrabales para responder a los dictados de la paternidad, educando a su hija, y para poner a prueba el patriotismo que lo desgarraba añorando a la patria.
Aun cuando el héroe intentó eclipsarse y pasar inadvertido a la opinión de los belgas, éstos supieron descubrirlo, y en 1830 el burgomaestre de Bruselas acudió a su espada y le brindó el comando directivo de las fuerzas insurreccionadas contra la Holanda, ¿Qué contestó San Martín? Contestó, señores, lo que cuadraba a su moral y a su papel de libertador americano. Agradeció el honor, pero lo declinó, primero por no traicionarse a sí mismo, y luego para no traicionar a aquel gobierno que, sabiéndole héroe y no aventurero, le había otorgado la hospitalidad. Por otra parte, el que había sido libertador de medio continente y ceñía tamaños laureles, no necesitaba para su gloria intrínseca otras coronas que las que había ceñido con el paso de los Andes y la toma de Lima.
Bruselas, pues, no puede faltar en este orden de rememoraciones históricas en pro de San Martín, como tampoco puede faltar la Francia, tierra clásica y legendaria donde pasara veinte años de su exilio, y donde, según su propia expresión, encontró su segunda patria. Allí, señores, en las cercanías del Sena y en el corazón de la metrópoli fascinante y opulenta, redactó su testamento. Allí, como Cincinato en las llanuras del Lacio, encontró la quietud placentera de Grand-Bourg, finca ya saludada por nosotros en momentos solemnes como el Mont Vernon de los argentinos; y allí, finalmente, velado su penetrante mirar por las cataratas, pasó de la vida a la muerte, el que había sido honrado por marqueses, por políticos, por filósofos, por poetas y por generales.
Esta evocación retrospectiva y exacta os demostrará que el Instituto Sanmartiniano debe proyectar su acción aun sobre otros puntos geográficos bien lejanos de nuestro solar argentino. San Martín debe revivir en España, porque España fue el tronco racial de sus mayores, y porque España fue la tierra donde se plasmó, antes que en América, su heroísmo. Este imperativo de irradiación sanmartiniana, si el cielo lo permite, nos llevará igualmente más allá de los Andes, primero para seguir paso a paso todas las huellas dejadas por San Martín en tierra de Chile y luego para entrar en el Perú y reconstruir allí el drama libertador con que cambió para siempre el aspecto social y político de un vesta imperio, que originariamente, antes de ser un imperio colonial, había sido el imperio de los Incas. La Historia lo pide así y así lo pide igualmente el nacionalismo histórico y reconstructivo que simboliza nuestro Libertador y que nos sirve de divisa.
En vano buscaréis en el concierto de los pueblos americanos un hombre en el cual el respeto a la opinión haya sido más verdadero y más exacto. El hombre por naturaleza ambiciona el mando, y acaso con más ahínco que el oro u otra humana concupiscencia. Pero si esto es lo general, San Martín forma una excepción a la regla. En sus manos estuvo el hacerse emperador, rey o presidente. El que se cerró por entero al ofrecimiento de un trono en el Perú, y el que rechazó igualmente con oportunidad la silla presidencial abandonada por Rivadavia y ocupada luego por Dorrego, es el que supo renunciar a una gloria mayor cual era la de finalizar la guerra de la independencia en el teatro peruano, conquistado por él. Este gesto, cuyas causales las hemos expuesto ya con la franqueza y con la valentía que el tema exige, nos muestra que estamos en presencia de un superhombre, al par que de un genio, porque si hay victoria en vencer al enemigo, ya sea militar o político, la hay mayor cuando el hombre se vence a sí mismo. San Martín, ni entonces ni en los otros acontecimientos que precedieron al desenlace de Guayaquil, pensó en sus apetitos ni en los intereses anexos a su personalismo. Sólo pensó en su ideal, y para salvar los destinos de su patria y de América, se retiró del Perú y entró en la larga noche de su ostracismo.
Como lo véis, el enfocamiento de tan magna personalidad, ya en su campo de acción o ya en su vida militante, como en su moral de hombre y da soldado, explican suficientemente la razón de ser del Instituto que hoy fundamos.
Su creación llena un vacío en nuestras agrupaciones culturales, históricas y docentes. No la pide, a nuestro entender, una razón de fortuito interés. La pide el progreso de nuestra nacionalidad, la pide el crecimiento de nuestro acervo histórico y documental y la pide igualmente la complejidad de nuestra etnología racial.
San Martín, a modo de las catedrales antiguas, encierra en su masa moral aspectos múltiples y facetas desconocidas. Hay que acercarse a él como nos acercamos a un templo gótico, relicario ele múltiples filigranas, y, escudriñando sus relieves, apuntar esta o aquella otra belleza que le da armonía y que explica su arquitectura.
Es, por otra parte, don José de San Martín el criollo rioplatense que condensa en sí mayor y más amplia argentinidad. Esta argentinidad es sólida y de buena ley. Ella lo sustrajo a la vorágine europea, cuando después de rendir grandes servicios a la madre patria en sus guerras africanas y napoleónicas decidió abandonarla para poner su espada al servicio de una nueva causa.
lnjusticias grandes se cometieron con este hombre, y no fue la menor el olvido en que cayó su memoria, finalizado el drama de la revolución americana en Ayacucho. A la resonancia de la epopeya, resonancia que lo llevó a que su nombre figurase al lado de Washington y al lado de los más grandes capitanes de la Historia, sucedió un cuarto de siglo de silencio profundo y sepulcral. Con todo, su nombre volvió a la superficie, y esto cuando el gobierno de Chile, obedeciendo a un impulso de la reacción dictado por la gratitud nacional, lo dio de alta en su ejército y le acordó los honores y prebendas que le correspondían como Capitán General de una república cuya independencia había reconquistado.
Su muerte, que se produjo dos años después de este acto reparador, obligó a que los comentarios necrológicos de uno como de otro continente lo rememorasen y pusiesen en evidencia sus hazañas. Desgraciadamente, un nuevo olvido vino a gravitar sobre su tumba y la América olvidó al más abnegado de sus libertadores. El patriotismo de los argentinos rompió con este silencie en 1878, al conmemorarse su primer centenario y lo rompió después en 1880 el presidente Avellaneda, decretando en nombre de la gratitud nacional, la repatriación de sus restos. La pluma de Mitre coronó esa reacción, y merced a ella, los trabajos sobre San Martín rompieron los moldes de los simples ensayos y entraron a figurar con una obra capital en la bibliografía del Plata y de América.
A medio siglo de distancia -perdonadnos esta inmodestia-, tocónos la suerte de descubrir facetas nuevas en la vida del héroe y la misión de reconstruir a ésta en su vasto teatro histórico y panorámico con una nueva concepción de su personalidad y con el aporte de nuevos documentos. Ya es tiempo, pues, de que se ponga fin a los sofismas. Va es tiempo de que la historia de este libertador se escriba con el criterio distributivo que la justicia nos manda, y ya es tiempo de que se sepa en la patria como fuera de la patria que don José de San Martín afianzó nuestra independencia, reconquistó la de Chile, fundó la del Perú y contribuyó con tal magno concurso a consolidar la de América. Fue en sus labios y en la metrópoli del virreinato peruano donde se oyó esta frase: "La independencia de América es irrevocable".
¿Qué se puede esperar de nuestro Instituto- preguntaréis vosotros-y cuáles pueden ser sus consecuencias? A pesar de que el vértigo democrático obliga a las masas a clavar sus ojos más en lo presente que en lo pasado, creemos que, en virtud de la función social y docente de esta institución, podremos actualizar lo que está en el olvido, interesando a nuestra juventud estudiosa en lo que ahora, por otro género de alicientes, no se interesa. Pensar en San Martín es pensar en su epopeya, en el ciclo patriótico que bañó con su genio, y es pensar, además, en un período pletórico, lleno de rica y fecunda sensibilidad. Esta sensibilidad no lo fue enfermiza ni tampoco epidérmica, como lo es la de nuestros días. Fue aquella la sensibilidad de lo heroico y de las virtudes clásicas y ciudadanas. Fue la sensibilidad que colocó la elocuencia en los labios de Paso, la doctrina democrática en la pluma de Moreno, la ciudadanía armada en beligerancia en la espada de Belgrano y, finalmente, la que, penetrando más hondo, armó caballero de la heroica cruzada al más genial de nuestros próceres, vale decir, a don José de San Martín.
El afanoso mercantilismo que hoy nos provoca tantas desazones y desvelos lo desconocieron los patricios de aquella época, y de aquellos tiempos. Ellos quisieron una patria, pero no una patria fenicia o cartaginesa. La quisieron, sí, grande, con la grandeza de su suelo, pero, ante todo y sobre todo, la quisieron más grande con los valores básicos del espíritu.
Reaccionar, pues, contra tal peligro es para todo argentino un deber, y un deber primordial. El Instituto Sanmartiniano aspira, señores, a ser el centro y la palanca de semejante reacción. ¿Es una utopía? ¿Es un ensueño? Utopía fue para los teólogos salamanquinos el proyecto de Colón de lanzarse al mar desconocido para descubrir otros mundos. Utopía fue para los inquisidores del siglo diecisiete la doctrina de Galileo, que, apoyada en Copérnico, sostenía la rotación de la tierra; y, buscando tiempos más cercanos a nosotros, utopía fue para ciertos cenáculos de la revolución la estrategia de San Martín, que buscaba la salvación de la patria buscando primero la salvación de los pueblos hermanos. Sin embargo, éste triunfó con la trayectoria que lo llevó a Lima, la astronomía de Galileo se impuso a los que no creían en sus postulados científicos, y Colón no sólo descubrió un mundo, sino que ensanchó con él el imperio y dominio del reino que acababa de fundamentar su unidad con el triunfo sobre los moros en Granada.
El tiempo dirá si el triunfo de este esfuerzo inicial debe o no correspondernos. Por ahora nos contentamos con presentaros una cosa típica, similar en alguno de sus aspectos con otras instituciones que existen en el país; pero diferente de todas ellas en lo sustancial de su determinismo y en las finalidades militantes a perseguir.
Nuestro pasado cultural e histórico cuenta, a no dudarlo, con instituciones múltiples y prestigiosas; pero ninguna concreta exclusivamente su razón de ser al período de nuestra gesta y al héroe que la unificó y le transmitió su impulso. La misma Asociación de Mayo, en cuyas filas se agruparon todos los argentinos que combatían la tiranía, no abordó este tópico y concretó su acción a preparar el movimiento democrático de nuestra sociabilidad para llegar a Caseros. Nosotros no nos proponemos demoler ninguna dictadura ni ningún régimen. Lo que nos proponemos es la agrupación de todos los argentinos en torno de su héroe preclaro, y he ahí por qué podemos presentarnos en el concierto de academias, de juntas y de institutos que funcionan en la patria como en el extranjero, con un programa que no nos aleja de estas instituciones, sino que, por el contrario, nos acerca con impulso espiritual y solidario. Vaya, pues, nuestro llamado de colaboración a todos los centros que en la patria como fuera de la patria trabajan en la formación del espíritu y de la nacionalidad. Recoja este voto en primer término la República de Chile, señalada por San Martín como la ciudadela de América. Recójalo el Perú, en cuyos castillos almenados el genio y la diplomacia de San Martín enarboló la bandera de la Libertad. Recójalo el Ecuador, cuya ría guayaqulleña vio su sombra y la de Bolívar en día y hora inolvidables. Recójalo Colombia y recójalo Venezuela, cuyas armas, en tiempos ya lejanos, confraternizaron con las de San Martín y consolidaron la independencia de Quito. Recójalo Méjico, la patria de Hidalgo y de Morelos; recójalo Cuba, sultana del mar de las Antillas; el Brasil, tan floreciente en letras como lo es su belleza tropical; Bolivia, síntesis de dos virreinatos y de dos corrientes libertadoras, que se enseñorearon respectivamente de sus altas mesetas, y, finalmente, las repúblicas del Paraguay y del Uruguay ramas desprendidas de nuestro entroncamiento colonial y entidades soberanas en la cuenca del Plata (1).
Pero antes de terminar y de poner fin a esta exposición, permitidnos que el agradecimiento asome a nuestros labios y que se exteriorice con la solemnidad y precisión que el acontecimiento lo demanda. Este agradecimiento es hondo y sincero, y se lo tributamos aquí a todos los que, compenetrados con nuestros propósitos, nos han estimulado para no desmayar en la empresa. Este agradecimiento va después a la Comisión Directiva del Círculo Militar, que nos ha dado esta hospitalidad y nos ha permitido así que la sesión inaugural del Instituto Sanmartiniano se desenvuelva dentro de este marco, con este brillo y con esta solemnidad; va igualmente a los órganos de la prensa metropolitana, los cuales, compenetrados de la bondad, de la trascendencía y de la oportunidad que ellos tienen, y va, finalmente, a todos los presentes y a todos los que con sus votos y aplausos nos acompañan desde lejos.
Señoras y señores:
Los días del hombre son contados. Ignoramos si el resto de nuestra existencia será largo o corto; pero lo que no ignoramos, y lo que aquí afirmamos con la franqueza de nuestro carácter, es que esta existencia está y estará consagrada por entero a la obra de San Martín, a su crecimiento y a su renombre.
Sólo nos resta una esperanza, y es esta la de que la semilla arrojada en el surco, a la sombra de una efeméride tan r1loriosa como la del 5 de abril y al amparo de un arquetipo monitor tan excelso como don José de San Martín, fructifique tempranamente, y esto para b!en de la patria, de su tradición y de su historia.
Por José Pacífico Otero.
Círculo Militar. 5 de Abril de 1933. Acto de fundación del Instituto Sanmartiniano.
(1) El llamado que hemos formulado en esta forma desde la tribuna del Círculo Militar, lo dirigimos igualmente a todos los Estados de América. Deseamos, pues, que lo recojan y que nos presten su colaboración las Repúblicas de Guatemala, de San Salvador, de Honduras, de Nicaragua, de Costa Rica, de Panamá, de Santo Domingo y de Haití, partes del todo continental beneficiado por el genio libertador de San Martín.