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Instituto Nacional Sanmartiniano

172º Aniversario del Paso a la Inmortalidad del General San Martín.

Acto oficial en Plaza San Martín. Discurso del señor presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano, Eduardo García Caffi.

Cada 17 de agosto, aniversario del tránsito a la gloria del General Don José Francisco de San Martín y Matorras, Padre de la Patria y Libertador de la Argentina, Chile y Perú, surge el imperativo categórico de evocarlo y mantener su legado vigente en los tiempos actuales.

Los pueblos de medio continente tenemos la responsabilidad de ser herederos de San Martín y que su ejemplo impregne cada una de las acciones que propendan a unir a Latinoamérica tras un destino mancomunado.

Si algo caracterizó a quien fuera veterano de guerra de tres continentes fue su testimonio de sacrificio y labor ardua, animadas por su determinación para ejercer, en los momentos más difíciles, las máximas responsabilidades institucionales, políticas y militares.

Con muy pocos años vividos en su Patria, trasladado con su familia a España, San Martín pasó sin escalas de los juegos de niños a los cuarteles: a los 11 años ingresó al Regimiento de Murcia y a los 13 tuvo su bautismo de fuego en el Norte de África.

Con toda seguridad distaba de imaginar el destino que le esperaba como general de los ejércitos de tres naciones hermanas y los títulos que la revolución y le historia le conferirían: Generalísimo de la República del Perú y Fundador de su Libertad, Capitán General de la República de Chile y Brigadier General de la Confederación Argentina.

En 1813 libró su único combate en suelo argentino: San Lorenzo.

Entre 1814 y 1817 creó y organizó, casi de la nada, el Ejército Libertador en Cuyo, donde vivió sus años más felices con su esposa, donde nació su hija, disfrutó del cariño popular y donde tuvo la ilusión de pasar sus últimos años. Un proyecto que no pudo ser por causa de las guerras civiles que él tanto aborrecía.

Dio forma a su Plan Continental con objetivos que debían cumplirse por etapas: su designación como Gobernador Intendente de Cuyo con mando civil y militar, garantizar la Independencia Argentina, cruzar los Andes con su ejército, dar la libertad a Chile, desembarcar en Perú, tomar Lima y derrotar a las fuerzas absolutistas para poner término, cuanto antes, a la Guerra de la Emancipación Sudamericana.

La adversidad lo tocó de cerca: problemas de salud, alejamiento de su familia, incomprensión política y acciones calumniosas vertidas por vía panfletaria. Pero pudo vencer esos escollos a causa de su inquebrantable coherencia ética, patriótica y política.

El Ejército Libertador estaba hecho a su imagen y semejanza: comandante y tropa estaban unidos por una enorme vocación de servicio dispuesta a hacer frente a los desafíos más ciclópeos, cuando muchos eran escépticos y, acaso, pensaban que se estaba intentando forjar utopías imposibles de sostener.

El 9 de julio de 1816, el Congreso de Tucumán pudo declarar la Independencia por contar con su sostén político y militar, que fue posible porque hubo un pueblo, animado de fervor patriótico, que supo ver en San Martín a un auténtico líder emancipador y lo respaldó con decidida generosidad.

En 1817 pudo escribir dos páginas gloriosas: el Cruce de los Andes y, ya en Chile, la victoria de Chacabuco.

En 1818, luego de su peor adversidad, conoció su mayor triunfo: a diecisiete días de la amarga sorpresa de Cancha Rayada, pudo asegurar la Independencia del hermano país trasandino en el campo de batalla de Maipú.

El 2 de abril de 1820, por el Acta de Rancagua, San Martín vio revalidada su autoridad como comandante de las fuerzas de la libertad y el 8 de septiembre de ese año desembarcó en las costas peruanas.

El 28 de julio de 1821, San Martín hizo su ingreso a Lima con la mayor reserva, pero el pueblo se enteró y comenzó a ovacionarlo.

Estamos transitando el año en que se conmemora el Bicentenario de la Entrevista de Guayaquil.

El 26 y 27 de julio de 1822, José de San Martín y Simón Bolívar se verían las caras por vez primera. El objeto del encuentro: llegar lo más pronto posible a la conclusión de la Guerra de la Emancipación Sudamericana.

Pese a la coincidencia en los fines, no les fue posible llegar a un entendimiento en cuanto a los medios y a los tiempos.

San Martín consideró que había llegado el momento de “vencerse a sí mismo” y retirarse de la vida pública.

Tras haber combatido sin interrupción a lo largo de tres décadas, se había ganado el derecho a retirarse “a vivir a algún rincón como hombre”. Había sacrificado su niñez y juventud a España, su vida adulta a su Patria y deseaba disponer de su vejez.

1823 y 1824 fueron años tan duros como dolorosos: primero se produjo la muerte de su esposa y amiga: Remedios. Al año siguiente, contrariado por las luchas intestinas y un porvenir que infirió luctuoso, decidió embarcar junto a su pequeña hija Mercedes rumbo a Europa.

La ilusión del retorno que lo llenó de júbilo en 1829 pronto se desvaneció: el estado de división era irreconciliable, incluso entre quienes habían sido sus soldados y servido bajo sus órdenes.

No bajó de su barco, donde fue visitado por amigos y subordinados. Recibió de buen grado los abrazos y buenos deseos y rechazó con firmeza las ofertas que pretendían alinearlo con alguna de las facciones en pugna.

Tras una permanencia fugaz en tierra uruguaya, volvió a embarcarse para retornar al exilio, esta vez en forma definitiva.

Desde entonces mantuvo profusa correspondencia con las personalidades más variadas y supo encontrar auxilio en los momentos más complejos de parte de grandes amigos como Alejandro María de Aguado.

Florencio Varela, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento quisieron conocerlo.

Con Juan Manuel de Rosas mantuvo relación epistolar.

En uno de sus últimos actos de servicio, casi en el ocaso de su existencia y cual si fuera un embajador de buena voluntad, abogó por el levantamiento del bloqueo anglo-francés contra la Confederación Argentina.

A las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850, el soldado argentino y héroe americano inició su tránsito a la gloria contando con 72 años de edad.

Desde 1880, su corazón reposa en el de Buenos Aires y su alma ilumina a la Argentina llamándola a forjar un destino común.

Se impone la reflexión sobre el pasado complejo en el que le tocó vivir, cuando había muchas incertidumbres y pocas certezas entre las que se contaban el amor por la Patria Grande y una férrea voluntad para convertir ese proyecto colectivo en una realidad tangible.

El legado sanmartiniano se hace presente ante cada desafío que nos presentan la institucionalidad democrática, los intereses nacionales y los anhelos continentales, sobre bases que amalgamen los valores supremos de libertad, destino soberano y justicia.

En tal sentido, su preclara advertencia del 13 de marzo de 1819 sigue siendo actual: “Divididos seremos esclavos: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor”.

Eduardo García Caffi.

Presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano.