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Instituto Nacional Sanmartiniano

San Martín y “La suprema e inexplicable satisfacción de haber obrado bien”. Cartas desde el ostracismo.

Colaboración especial del doctor Martín Blanco para el Instituto Nacional Sanmartiniano, en el 244º aniversario del nacimiento del Libertador de América General José Francisco de San Martín.

La bella sentencia que da título a este artículo es obra del Gral. San Martín. La insertó en una carta que escribió el 3 abril de 1833 a quién por entonces detentaba el cargo de presidente de Chile y que otrora fuera subordinado suyo, me refiero a don Joaquín Prieto.

En aquella esquela San Martin lo felicitó por la justa y patriótica decisión de haber extendido un pasaporte y con ello abrirle las puertas de Chile al ilustre proscripto, Bernardo O`Higgins, que víctima de las pasiones políticas había sido enviado al exilio.

El Libertador aprovechó la oportunidad para instar al mandatario chileno a ejercer su gobierno en estos términos “Continúe usted, mi buen amigo, obrando con esta equidad, y sean cuales fuesen los resultados que tenga su administración (que no dudo serán felices), usted recogerá el fruto, es decir, la suprema e inexplicable satisfacción de haber obrado bien, satisfacción que acompaña hasta el sepulcro”.[1]

Si alguien tenía la autoridad moral para expresar tan profunda reflexión, ese era el Gral. San Martin. No se trataba de palabras rimbombantes, dado que un lúcido y lucido desempeño al servicio de la emancipación sudamericana las respaldaban. Había servido a su patria y jamás se sirvió de ella.

La sentencia en cuestión es la exteriorización de las sensaciones que por entonces invadían al gran Capitán, que fiel a sus principios, transcurría sus días en el viejo continente optando por el exilio antes que tomar parte en las luchas internas que asolaban a las Provincias Unidas, aunque aquella decisión lo haya privado de vivir en su patria, tal como anhelaba.

A poco de iniciar su vida en Europa San Martin le escribió a Vicente Chilavert “…al hombre justo no le queda otro recurso, en medio de las convulsiones de los Estados, que proponerse por parte de su conducta obrar bien: la experiencia me ha demostrado que ésta es la ancla de esperanza en las tempestades políticas…”[2]

En aquella carta San Martín se sinceró con Chilavert, le explicó las causas de su ostracismo, habida cuenta la hostilidad del gobierno central y los constantes ataques de la prensa que no cesaron incluso luego de haber cruzado el Atlántico. Injusticia que lo llevó a no saber qué línea de conducta seguir, dado que no bastaba con “vivir obscurecido en ésta (Europa), no ponen a cubierto de los repetidos ataques a un General que, por lo menos, no ha hecho derramar lágrimas a su patria”. Eso decía el hombre que había asegurado la independencia de su país y había dado la libertad a medio continente.

Se convenció que pese a sus buenas intenciones “había figurado demasiado en la revolución para que me dejasen vivir en tranquilidad”. Se lamentaba de no haber podido continuar su vida en Mendoza para dedicarse a “los encantos de una vida agricultora y la educación de mi hija".

Pese al destrato, la diatriba y la ingratitud, el Libertador seguía con atención la suerte de su patria mientras transcurría sus días en su humilde chacra bruselense, “separado de todo lo que sea cargo público, y si es posible, de la sociedad de los hombres” [3] , Desde allí le escribió a su amigo y confidente Tomás Guido “Dígame usted, con franqueza, cuál es la situación de nuestro país. ¿Creerá usted que a pesar de haberme tratado como a un Ecce-Homo y saludado con los honorables dictados de ambicioso, tirano y ladrón, lo amo y me intereso en su felicidad?” [4]

A Guillermo Miller, quién fuera antiguo subordinado y amigo le expuso “Qué diré a usted de la situación que presenta la América! El bosquejo que se puede hacer es bien lamentable. Yo había calculado que el desarrollo de las pasiones se experimentaría al concluirse la guerra de su emancipación: ella debía suceder así, vistos los elementos de que se compone la masa de nuestra población, su atraso, huérfanos de leyes fundamentales, y por agregado los enconos individuales y locales que ha hecho nacer la revolución”.[5]

La guerra con Brasil seria un nuevo motivo de preocupación por parte de San Martín que consideraba al conflicto como justo pero insostenible y de consecuencias funestas. Le confesó a su amigo Guido que cuando se declaró la guerra no quiso ofrecer sus servicios por temor a exponerse a un nuevo insulto de parte del implacable Rivadavia. Al respecto dirá a O`Higgins “Con un hombre como éste al frente de la administración, no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra contra el Brasil, y por el convencimiento en que estaba de que hubieran sido despreciados; con el cambio de administración he creído de mi deber el hacerlo, en la clase que el Gobierno de Buenos Aires tenga a bien emplearme; si son admitidos, me embarcaré sin pérdida de tiempo, lo que avisaré a usted”.[6]

Acaecida la renuncia de Rivadavia, San Martin procedió inmediatamente a ofrecerlos a Vicente López en estos términos “…ofrezco mis servicios en la justa, aunque impolítica guerra en que se halla empeñada nuestra patria”.[7]

Algo que caracterizó está primera etapa de su ostracismo voluntario fueron las dificultades económicas producto de la falta de pago de la pensión anual de nueve mil pesos con que lo había reconocido el Primer Congreso Constituyente del Perú, como también los avatares económicos de las Provincias Unidas que depreciaba lo poco que obtenía con el alquiler de su casa en Buenos Aires.

La delicada situación económica lo obligó a cambiar sus planes de permanecer en Europa dos años más, tiempo que él creía necesario para concluir la educación de Mercedes, con la esperanza que las Provincias Unidas se hallen tranquilas y así poder regresar “… para retirarme a mi Tebaida de Mendoza; si no, permaneceré en Europa todo el tiempo que la pensión del Perú se me pagare y con ella pueda sostenerme, pues de lo contrario, por alborotada que se halle mi patria, la necesidad me obligará a ir a ella”.[8]

En noviembre de 1828 se embarcó rumbo al Plata en el Countess of Chichester, sus deseos de una vida apacible en su patria nuevamente iban a verse trastocados. Aun en pleno viaje, en enero de 1829 cuando arribó a Rio de Janeiro, tomó conocimiento del movimiento decembrista y días más tarde, ya en Montevideo, la situación empeoró drásticamente al anoticiarse del fusilamiento del gobernador Manuel Dorrego, ordenado por Juan Lavalle.

Fiel a sus principios y coherente como siempre lo fue, decidió no desembarcar en Buenos Aires para no verse mezclado en el derramamiento de sangre entre hermanos. Su sable, había dicho, jamás de mancharía de sangre americana. Al respecto, de nuevo en Montevideo dirá a O`Higgins “…la situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público; este último partido es el que yo adopto” (…) Si sentimientos menos nobles que los que poseo en favor de este suelo fuesen mi norte, yo aprovecharía de esta coyuntura para engañar a ese heroico pero desgraciado suelo, como lo han hecho unos cuantos demagogos, que con sus locas teorías lo han precipitado en los males que lo afligen .[9]

Las palabras de San Martin no eran meras palabras, al día siguiente de la carta referida ut supra, el general Lavalle le escribió para notificarle que dos enviados suyos, Eduardo Trolé y Juan Andrés Gelly fueron comisionados a Montevideo para conferenciar con el campeón de la independencia. ¿Cuál era el objeto de esta comisión? No lo dice Lavalle en su carta, pero si lo dice San Martin a don Bernardo O`Higgins “El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1° de diciembre”.[10]

Como si fuera poco, San Martín fue blanco de la prensa de Buenos Aires, específicamente del periódico unitario “El Tiempo”, que criticó en dos oportunidades su proceder por no desembarcar, pretendiendo manchar el honor de San Martin al acusarlo de haber regresado una vez terminada la guerra con el imperio del Brasil. Esta nueva injusticia lo llevó a desahogarse con Guido “Lo he estado, estoy y estaré en la firme convicción de que toda la gratitud que se debe esperar de los pueblos en revolución es solamente el que no sean ingratos; pero confesemos que es necesario tener toda la filosofía de un Séneca o la impudencia de un malvado, para ser indiferente a la calumnia”.[11]

Como le dijo a Chilavert, en medio de las convulsiones de los Estados al hombre justo, y vaya si San Martin lo era, no le quedaba más remedio que obrar bien. Siguiendo esa, su máxima, le escribió a Lavalle “…en la situación en que usted se halla, una sola víctima que pueda economizar a su país, le servirá de un consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la contienda en que se halla usted empeñado, porque esta satisfacción no depende de los demás, sino de uno mismo”.[12]

Nuevamente San Martin obraba bien, como otrora lo hiciera con los caudillos federales Estanislao López y Artigas, buscó evitar la efusión de sangre y constituirse en un factor de unión de los argentinos y no de discordia. Las causas que motivaron su ostracismo en 1824 seguían vigentes: luchas internas y ataques de la prensa. Ergo, misma iba a ser la resolución del Libertador que optó por una nueva expatriación antes que derramar sangre entre hermanos.

Enterado de tal paso, el presidente de la Banda Oriental, Fructuoso Rivera le escribió “¿Qué puede inferirse de aquí sino que a usted, o la patria ya no le inspira interés o que ha desesperado de su salud?”. La respuesta no se hizo esperar: “La primera hipótesis me ofende; hablo a usted con franqueza, General; la segunda no existe—lo demostraré. Un solo caso podía llegar en que yo desconfiase de la salud del país, esto es, cuando viese una casi absoluta mayoría en él por someterse, otra vez, al infame yugo de los españoles.” Seguidamente le explicó a Rivera las causas de este nuevo alejamiento “la primera, no mandar; la segunda, la convicción de no poder habitar mi país, como particular, en tiempos de convulsión, sin mezclarme en divisiones”.[13]

Al final de esta esquela San Martin insertó una sentencia que pocos años después, con motivo del bloqueo francés, cumpliría “Si éste cree algún día, que como un soldado le puedo ser útil en una guerra extranjera (nunca contra mis compatriotas), yo lo serviré con la lealtad que siempre lo he hecho, no sólo como General, sino en cualquier clase inferior en que me ocupe; si no lo hiciese, yo no sería digno de ser americano”.

De nuevo en Europa, ya no en Bruselas sino en Paris, preocupado por el brote de colera morbus que azotaba al viejo continente y por la inestabilidad política del Plata, le escribió a O`Higgins “A la verdad, cuando uno piensa que tanta sangre y sacrificios no han sido empleados que para perpetuar el desorden y la anarquía, se llena el alma del más cruel desconsuelo”.[14]

La idea de retornar a la patria o bien a América está siempre presente en San Martin, así lo acredita su correspondencia. Sin embargo, la eterna guerra civil de las provincias “desunidas” del Rio de la Plata lo llevaron a sostener que “… cada vez que pienso que al volver a Buenos Aires puedo ser envuelto en una guerra civil a pesar de mis propósitos firmes de no tomar la menor parte en sus disensiones, mis bilis se exaltan y me pongo de un humor insoportable”.[15]

Fiel a su promesa y como buen americano, enterado de la agresión francesa en 1838, desde Grand Bourg le escribió al gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas en estos términos “He visto por los papeles públicos de ésta, el bloqueo que el gobierno Francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad, que espere sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine”.[16]

Unos meses después, Rosas dictó un decreto por el cual otorgó a San Martín el cargo de ministro Plenipotenciario de la Confederación Argentina cerca del Excmo. Gobierno de la República del Perú. La respuesta de San Martin declinando tal honor es otra cabal muestra de su buen obrar “fundo mi renuncia S. E., al confiarme tal alta misión, tal vez ignoraba o no tuvo presente que, después de mi regreso de Lima, el primer Congreso del Perú me nombró generalísimo de sus ejércitos, señalándome al mismo tiempo una pensión vitalicia de nueve mil pesos anuales: esta circunstancia no puede menos de resentir mi delicadeza al pensar que tendría que representar los intereses de nuestra República ante un Estado a quien soy deudor de favores tan generosos y que no todos me supondrían con  la moralidad necesaria a desempeñarla con lealtad y honor”.[17]

Antiguos compañeros de armas también eran victimas de los avatares de la política. Mientras O`Higgins transcurría sus días exiliado en el Perú, Guillermo Miller, otro de sus subordinados y por quién San Martin tenía alta estima había sido borrado de la lista militar del aquel país. A efectos de consolar al amigo en la injusticia le escribió “Nada me sorprende el que usted haya sido borrado de la lista militar del Perú: desgraciadamente, los nuevos Estados de América no saben apreciar los hombres que, como usted, han derramado su sangre por su independencia y libertad sin mezclarse en sus disensiones, y sólo obedeciendo a la autoridad constituida por la ley”. Asimismo, agregó “para los gobiernos de América es necesario ser un hombre de partido”.

A su vez, le transmitió a Miller su propio consuelo, el que lo sostenía en la soledad del destierro “consuélese usted, mi buen amigo, con la idea de que todos los hombres de bien de los Estados de Sud-América sabrán valorar la noble y brava conducta del general Miller, sin que sus enemigos puedan jamás despojarlo de la gloria que ha adquirido a esfuerzos de su valor y honradez”.[18]

San Martin dio grandes pruebas de su buen obrar, no solo como soldado u hombre público, sino también como amigo y lo hizo hasta el final. En 1842 San Martin sufrió la pérdida de dos grandes compañeros: Bernardo O`Higgins y Alejandro Aguado. Sobre este último le escribió al bravo chileno “…vivo en este desierto, muy contento con no tener la menor relación con ninguna persona, excepto con mi bienhechor. Éste es un tal Aguado el más rico propietario de Francia, que sirvió conmigo en el mismo regimiento en España y a quien le soy deudor de no haber muerto en un hospital de resultas de mi larga enfermedad”.[19]

Aguado fue el amigo que la providencia puso en el camino de San Martin cuando este más lo necesitaba, producto de las dificultades económicas que atravesaba por entonces y que cesaron gracias a la oportuna ayuda del Marqués de las Marismas de Guadalquivir, que confió tanto en San Martin a punto tal de nombrarlo albacea testamentario, tutor y curador de sus hijos menores, legándole además todas sus joyas y condecoraciones de su uso particular, extremo que dejó a San Martin a cubierto desde el punto de vista económico.

San Martin no iba a defraudar esa confianza, en varias cartas dará cuenta que las atenciones de la testamentaria, que consideraba como una “sagrada misión” [20] no le permitían responder a tiempo las cartas, o bien realizar distintos viajes y actividades por Europa, algunas incluso necesarias para tratar sus dolencias físicas.

Durante su ostracismo, más allá de la amargura que le producía la suerte de la América, fue testigo de la lenta pero constante valoración de su figura. Se mostró feliz cuando el gobierno de Chile decretó que se lo considere, por toda su vida, como en servicio activo en el ejército, y se le abone el sueldo íntegro correspondiente a su clase, aun cuando resida fuera del territorio de la República. En carta a Miller expresó “…sólo las legislaturas de Chile no habían hecho jamás la menor mención del general San Martín, olvido que, confieso a usted, me era tanto más sensible cuanto no habiendo tenido la menor intervención en su gobierno interior, yo sólo deseaba la aprobación de mi conducta militar en esta República”.[21]

San Martin era visitado asiduamente por muchos americanos que veían en él al campeón de la independencia. El general chileno Francisco Pinto le escribió “Marcha a Europa mi hijo Aníbal, en la legación que va a Roma, y al pasar por París tiene que cumplir con la obligación que incumbe a todo chileno, de besar la mano a quien nos dió patria”. En similar sentido le escribió el Gral. Juan Gregorio de Las Heras, anunciándole la inminente visita de Domingo Faustino Sarmiento, “El señor Sarmiento, patriota ilustrado y que por su poca edad no pudo conocer a usted en la época de sus grandes hechos, desea ardientemente acercarse a usted como a uno de los muy pocos monumentos vivos que nos quedan de nuestra historia…” [22]

A lo largo de su ostracismo el capitán de los Andes, fiel a su ideario, se mostró siempre atento a los conflictos de orden internacional que tuvieron como protagonista a las Provincias Unidas. Su buen obrar como soldado y patriota tendrá un nuevo capítulo en 1845, cuando la entonces Confederación Argentina fue objeto de una nueva intervención militar que bloqueó sus ríos interiores, llevada a cabo por las dos principales potencias europeas, Francia e Inglaterra, extremo que como antaño lo motivó a escribirle a Rosas “…me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios (como lo hice a usted en el primer bloqueo por la Francia), servicios que aunque conozco serían inútiles, sin embargo demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia contra nuestro país, éste tenía aún un viejo defensor de su honra e independencia; ya que el estado de mi salud me priva de esta satisfacción, por lo menos me complazco en manifestar a usted estos sentimientos…” [23]

No obstante, si su salud no le permitió empuñar la espada para defender el honor nacional, lo hará con la pluma y con el poder de su reputación. En una notable carta a Federico Dickson, cónsul general de la Confederación Argentina en Londres expuso “…sólo me ceñiré á demostrar si las dos naciones intervinientes conseguirán por los medios coactivos que hasta la presente han empleado el objeto que se han propuesto, es decir, la pacificación de las dos riberas del Río de la Plata. Según mi íntima convicción, desde ahora diré a usted no lo conseguirán (…) Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante las hostilidades, es decir, declarar la guerra— yo no dudo un momento podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menos pérdida de hombres y gastos, pero estoy convencido que no podrán sostenerse por mucho tiempo en posesión de ella: los ganados, primer alimento, o por mejor decir, el único del pueblo, pueden ser retirados en muy pocos días a distancia de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte; los pozos de las estancias inutilizados, en fin, formando un verdadero desierto de 200 leguas de llanuras sin agua ni leña, imposible de atravesarse por una fuerza europea. Sostener una guerra en América con tropas europeas, no sólo es muy costoso, sinomás que dudoso su Buen éxito tratar de hacerla con los hijos del país; mucho dificulto y aun creo imposible encuentren quien quiera enrolarse con el extranjero…”. [24]

La contundencia de los conceptos provenientes de una autoridad en la materia como lo era el general San Martín no pasó desapercibida y causó gran impacto en la política británica y francesa. La carta de San Martín a Dickson fue publicada en el periódico La Presse el 22 de diciembre de 1849, en un momento decisivo donde el parlamento francés debía decidir si continuaba con las hostilidades, ya sin el apoyo de Inglaterra, que el 24 de noviembre de ese año había firmado la paz con la Confederación Argentina (Tratado Arana-Southern).

A su vez, y con fecha 23 de diciembre de 1849, el propio San Martín se dirigió por carta al señor Bineau, ministro de Obras Pública de Francia, donde le confirmó la autenticidad de la carta escrita a Dickson y le agregó “No lo dudéis, os lo repito: las dificultades y los gastos serán inmensos y una vez comprometida en esta lucha, la Francia tendrá honor en no retrogradar y no hay poder humano capaz de calcular su duración".

El brillante aporte de San Martin influyó en la solución política adoptada por Francia: la continuación de las negociaciones, y la no profundización del conflicto.

Durante el conflicto con las potencias europeas, San Martin no perdió la ocasión para, de algún modo, hacer un llamado a la unidad sudamericana. En estos términos le escribió a su amigo chileno Manuel Tocornal sobre la que consideraba una “infame e injustísima intervención” “… el ejemplo dado por estas dos potencias debe alarmar y con justicia a los nuevos estados americanos y tratar de poner un término a toda disensión, si es que quieren ser respetados” [25]

No en vano, pese a la inestabilidad política americana, muchos años atrás le confesó a su amigo O`Higgins que “Yo nada temo de todo el poder de este continente (Europa) siempre que estemos unidos; de lo contrario, nuestra cara patria sufrirá males incalculables”.[26]

En el epílogo de su vida, el viejo guerrero nuevamente había obrado bien, como cuando dio por terminada su vida como hombre público al despojarse de su cargo como Protector del Perú, tiempo después de su famoso encuentro con Bolívar al no encontrar en el Libertador del Norte el apoyo esperado, incluso habiéndose ofrecido a ser su segundo.

Al respecto, en septiembre de 1848 San Martin escribió una bella carta al presidente del Perú, el mariscal Ramon Castilla, conocida como su “autobiografía” en ella quedó expuesta con creces su grandeza y desprendimiento, en suma su buen obrar “Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no solo comprometía mi honor y reputación (…) Pero este costoso sacrificio y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto, tan necesario en aquellas circunstancias, de los motivos que me determinaron a dar este paso, son esfuerzos que Ud. Podrá calcular y que no esta al alcance de todos el poderlos apreciar”.[27]

San Martín obró bien en el pináculo de su gloria. Fue grande en Cuyo, exigió al máximo a ese heroico pueblo, pero lo hizo siendo él mismo el primero en exigirse y sacrificarse por la causa de la independencia.

Obró bien en Chile, hacia allí fue con su ejército con el noble objeto de liberarlo del yugo español, nunca como conquistador. Desechó poder y riquezas, con las que fundó bibliotecas a sabiendas que la libertad que sus armas lograban necesariamente había que consolidarla con el poder de la educación para formar así ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral.[28]

Obró bien en el Perú, adonde fue con el objeto de asegurar para siempre la emancipación sudamericana. Aceptó el mando político bajo la novedosa forma de “Protector” y sujetó a su acción a un Estatuto Provisional con la promesa que “Si después de liberar al Perú de sus opresores, puedo dejarlo en la posesión de su destino, yo iré a buscar en la vida privada mi última felicidad, y consagraré el resto de mis días a contemplar la beneficencia del grande Hacedor del universo, y renovar mis votos por la continuación de su propio influjo sobre la suerte de las generaciones venideras”.[29]

Se despojó de su cargo el 20 de septiembre de 1822, y movido por una inapreciable tranquilidad de conciencia, dejó la valoración de su trayectoria a disposición del juicio ecuánime de las generaciones futuras al sentenciar “En cuanto a mi conducta pública mis compatriotas, como en lo general de las cosas, dividirán sus opiniones, los hijos de estos darán el verdadero fallo”.

San Martín obró bien, prefirió alejarse del teatro de sus hazañas para no poner en riesgo la causa a la que subordinó su propia existencia: la independencia sudamericana.

Obró bien en la adversidad como en la gloria, e incluso en la soledad de la gloria.

La suprema e inexplicable satisfacción de haber obrado bien lo acompañó, como había afirmado, hasta el sepulcro. Desde entonces, esa noble virtud sanmartiniana se convirtió en un valioso legado, uno que debemos emular y difundir, así lo merece el más grande de los argentinos.

Por Martín Blanco. Abogado e investigador. Colaboración especial para el Instituto Nacional Sanmartiniano.

Fuentes:

[1] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Joaquín Prieto. París, 3 de abril de 1833. Doc. Nº 7144.

[2] Carta a Vicente Chilavert. Bruselas, 1 de enero de 1825. Ver en: Carranza, Adolfo “San Martín, su correspondencia (1823-1850)”. Madrid, 1910. Ed.Bailly-Bailliere e hijos. Pág. 147.

[3] Carta a Bernardo O`Higgins. Bruselas, 8 de febrero 1825. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 4

[4] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Tomás Guido. Bruselas, 6 de enero de 1827 Doc. Nº 7074.

[5] Carta a Guillermo Miller. Bruselas, 27 de enero de 1827. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 68.

[6] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Bernardo O`Higgins, Bruselas, 20 de Octubre de 1827 Doc. Nº 7088.

[7] Carta a Vicente López. Bruselas, 7 de diciembre de 1827. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 116.

[8] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Bernardo O`Higgins, Bruselas, 20 de Octubre de 1827 Doc. Nº 7088.

[9] Carta a Bernardo O`Higgins. Montevideo, 5 de abril de 1829. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 17.

[10] Carta a Bernardo O`Higgins. Montevideo, 13 de abril de 1829. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 19.

[11] Carta a Tomás Guido. Montevideo, 27 de abril de 1829. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 173.

[12] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Juan Lavalle. Montevideo, 14 de abril de 1829. Doc. Nº 7111.

[13] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín.Carta a Fructuoso Rivera. Montevideo, Abril de 1829. Doc. Nº 7114.

[14] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Bernardo O`Higgins. París, 1 de marzo de 1832. . Doc. Nº 7132.

[15] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Bernardo O`Higgins. París, 22 de diciembre de 1832. Doc. Nº 7141.

[16] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín.Carta a Juan Manuel de Rosas. Grand Bourg, 5 de Agosto de 1838. Doc. Nº 7171.

[17] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín.Carta a Felipe Arana. Grand Bourg, 30 de octubre de 1839. Doc. Nº 7182.

[18] Carta a Guillermo Miller. París, 11 de Marzo de 1841. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 92.

[19] Carta a Bernardo O`Higgins. París, 18 de diciembre de 1836. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 47.

[20] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Miguel de la Barra. Grand Bourg, 22 de julio de 1842. Doc. Nº 7193.

[21] Carta a Guillermo Miller. París,  25 de febrero de 1843. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 97.

[22] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín .Carta de Juan Gregorio de Las Heras. Santiago de Chile, 18 de octubre de 1845. Doc. Nº 7203

[23] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín.Carta a Juan Manuel de Rosas. Nápoles, 11 de enero de 1846. Doc. Nº 7210.

[24] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín.Carta a Federico Dickson. Nápoles, 28 de diciembre de 1845. Doc. Nº 7208.

[25] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Manuel Tocornal. Grand Bourg, 30 de septiembre de 1846. Doc. Nº 7222.

[26] Carta a Bernardo O`Higgins. Bruselas, 1 de marzo de 1831. Ver en Carranza, ob. cit. pág. 21.

[27] Carta a Ramón Castilla. Boulogne Sur Mer, 11 de septiembre de 1848.

[28] Archivo Mitre. Fondo José de San Martín. Carta a Tomás Guido. Bruselas, 6 de enero de 1827 Doc. Nº 7074

[29] Estatuto Provisional del Perú, dictado el 8 de octubre de 1821.

Recursos