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Instituto Nacional Sanmartiniano

San Martín y Belgrano: un "Himno a la Amistad"

En conmemoración del fallecimiento de su creador, hoy celebramos el Día de la Bandera. En el bicentenario de su paso a la Inmortalidad, nuestro Instituto rinde homenaje al Padre de la Patria General Manuel Belgrano, quien compartía con San Martín el mismo sueño: construir una nación libre e independiente. Por Eduardo García Caffi (*)

Estas palabras no pretenden ser una presentación académica prolífica de citas rigurosas, imprescindibles para textos históricos de carácter académico, sino una reflexión sobre la amistad de dos grandes hombres que tenían un mismo sueño: construir una Patria libre e independiente.

Uno había nacido el 3 de junio de 1770.

El otro, el 25 de febrero de 1778.

Ocho años separaban sus respectivos natalicios.

Uno falleció a los diecisiete días de haber cumplido 50 años, el 20 de junio de 1820.

El otro sintió que llegaba la “fatiga de la muerte” e inició su tránsito a la gloria a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850. Tenía 72 años.

Murieron con treinta años de diferencia.

Manuel BelgranoGeneral Manuel Belgrano

El primero de ellos era Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano.

El Creador de la Bandera.

El segundo, José Francisco de San Martín y Matorras.

Un fiel servidor de esa Bandera.

Si tuviera que apelar a fórmulas discursivas añejas, podría decir que “quiso el destino que ambos se unieran en amistad”.

Pero prefiero una más cercana para compartirla con ustedes: ellos quisieron ser amigos.

Tenían muchos motivos para serlo.

El primero, un objetivo común: luchar contra el absolutismo de Fernando VII, el monarca español que no toleraba que “sus dominios de ultramar” fueran naciones soberanas.

Un rey que pretendía súbditos obedientes y no ciudadanos libres.

Un rey cuyo lema era “vivan las cadenas”; frente a dos hombres que querían oír roto el ruido de las mismas.

Ese objetivo común de lucha contra el absolutismo tenía dos fases visibles e indisolubles: la Independencia Argentina y la Emancipación Sudamericana.

Belgrano comenzó luchando desde los inicios de esa primera fase. Era abogado, economista, escritor y debió convertirse en militar porque la Revolución así se lo exigía.

San Martín, en cambio, era militar profesional. Veterano de guerra de dos continentes, pronto lo sería de un tercero: el propio. Y retornó a su Patria porque la Revolución lo necesitaba para no sucumbir.

A ambos los unía la pasión por la lectura.

Belgrano tenía formación académica formal. Había estudiado en la varias veces centenaria Universidad de Salamanca.

José de San MartínLibertador General José Francisco de San Martín

San Martín estuvo, desde los 13 a los 33 años, en diecisiete teatros de operaciones tanto terrestres como navales. Con el dinero que pudo reunir no sólo adquirió el sable corvo con el que luchó por nuestra libertad y que no desenvainó jamás en guerras civiles; sino que, además, fue formando una biblioteca de casi ochocientos volúmenes con la que se fue formando por su cuenta. Su sable era para luchar por las ideas con las que se había formado a través de la lectura. El sable y los libros de ese soldado que leía con pasión deben pensarse como una unidad indisoluble.

La importancia que le daban a los libros, la educación, la cultura, las artes y las ciencias tanto Belgrano como San Martín llevó a que ambos renunciaran a premios dinerarios: construir escuelas y bibliotecas era, para ellos un destino mejor para esos recursos. Las nuevas generaciones necesitaban que fuera desterrada la ignorancia, que era la columna principal sobre la que se sostenía el despotismo.

Belgrano escribió una autobiografía.

San Martín no lo hizo. Su preferencia era que otros escribieran sobre la Campaña Libertadora.

Sin embargo, ambos escribieron mucho.

Cartas personales, partes de batalla, pedidos de provisión a los ejércitos que tuvieron a su mando.

Y se escribieron entre ellos.

Su primer contacto fue epistolar.

No se conocían personalmente, pero merecían conocerse.

Querían hacerlo y ansiaban que ese momento llegase.

El medio que lo facilitó fue un contexto difícil: la guerra.

Una guerra distinta.

Era para liberar, no para conquistar.

No era contra otro país, sino para formar uno propio y que no dependiera de ninguno.

San Martín y Belgrano se encontraron en 1814, uno de los años más difíciles para la Revolución.

Fue cuando el primero fue a relevar al segundo como comandante del Ejército del Norte, por decisión de unas autoridades centrales con las que ambos tuvieron no pocas disidencias.

Hoy sabemos que se encontraron en la posta de Algarrobos, no en la de Yatasto, como se supuso hasta principios de la década de 1970.

¿Importa saber el lugar exacto? ¡Por supuesto que sí, el rigor histórico así lo requiere!

Pero hay una instancia que trasciende a la mera cuestión fáctica y es otra que, además de serlo, engloba valores aún más trascendentes: ambos amigos, por fin, pudieron conocerse.

Y unir, de este modo, la alegría por el encuentro personal con el compromiso por salvaguardar a las Provincias Unidas del Río de la Plata como antorcha de la libertad en resistencia cuando todos los otros focos revolucionarios de Sudamérica habían sucumbido o estaban por hacerlo.

Encuentro de San Martín y Belgrano

Ver recreada a través de la pintura, del cine o de la televisión el abrazo de San Martín con Belgrano, emociona.

Y permite inferir muchas cosas:

Que ambos se admiraban mutuamente.

Que ambos tenían intereses comunes.

Que ambos tenían preocupaciones compartidas.

Que ambos sabían que vivían momentos difíciles y trascendentes que los necesitaba unidos. Y que solo de esa forma podrían superarlos y construir algo nuevo.

Esa unión hermanaba a los hijos de la Patria.

Algunos morirían con gloria.

Y los sobrevivientes tendrían mucho trabajo por delante, porque la guerra es difícil, pero administrar la paz, para vivir coronados de gloria, es un desafío aún superior.

Por esa razón es que la relación de Belgrano con San Martín bien merecería, algún día, la composición de un “Himno a la Amistad” que aluda al momento culminante de la misma, que se materializó en 1814.

Belgrano murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, con su salud deteriorada.

San Martín murió en Boulogne-sur-Mer el 17 de agosto de 1850, también con varias dolencias que él mismo sobrellevaba hasta con cierto humor, sosteniendo que “en una casa vieja siempre entran goteras”.

Ambos sobrellevaron dolencias corporales y personales para que pudiéramos decir, por siempre “¡Al gran pueblo argentino, salud!”.

No es posible pensar a estos dos amigos por separado.

Hay que pensarlos juntos.

Porque existe una simbiosis entre sus ideas y sus acciones.

Belgrano murió hace ya doscientos años.

Y San Martín, hace ciento setenta.

Nuestro desafío es que la Nación Argentina libre e independiente que soñaron estos dos grandes amigos viva para siempre.

Por Eduardo García Caffi (*)

(*) El autor es Presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano