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Instituto Nacional Sanmartiniano

San Martín Vivo de José Luis Busaniche. Capítulo 1. Un gran capitán

Iniciamos la publicación en línea de "San Martín Vivo", la historia de San Martín del revisionista José Luis Busaniche, un nuevo capítulo mes a mes. En esta ocasión "Un gran Capitán".

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CAPÍTULO 1

UN GRAN CAPITÁN

Ha sido hasta hoy generalmente admitida como fecha del nacimiento del general San Martín la del 25 de febrero de 1778. Verdad es que no puede exhibirse su partida de bautismo, pero, referencias del mismo San Martín, de miembros de su familia y de sus biógrafos principales, llevan a la conclusión de que nació en Yapeyú, pueblo de las antiguas misiones jesuíticas, hoy en la provincia argentina de Corrientes.

En 1778, Yapeyú estaba en la provincia de Misiones, integrante del Virreinato de Buenos Aires. El río Uruguay, limítrofe hoy, cruzaba esa provincia que comprendía por oriente parte del actual estado de Río Grande en el Brasil. Los jesuitas habían sido expulsados de América diez años antes de venir al mundo nuestro héroe y su nacimiento en las misiones se debió a la circunstancia de que el capitán español Don Juan de San Martín -su padre- era teniente gobernador de Yapeyú en 1778.

No ha llegado hasta nosotros ninguna descripción de aquel pueblo en la época del nacimiento de San Martín. Sólo quedan descripciones de sus ruinas, tales como podían verse, ya entrado el siglo XIX o en la segunda mitad de ese siglo.

El coronel Manuel Pueyrredón, que pasó por Yapeyú en 1828, dice:

"En la marcha visitamos las ruinas del antiguo pueblo de Yapeyú, patria del general San Martín. La cruz era la que por entonces había resistido más a la acción destructora del tiempo. Las macizas paredes de su iglesia se conservaban intactas; un gran patio cercado de corredores sostenidos por columnas y pedestales de piedra permanecía todavía en buen estado. En el centro de ese patio se veía un cuadrante que nos llamó mucho la atención. En un hermoso pedestal de piedra perfectamente labrado se elevaba una columna de cinco varas, de una sola pieza. Sobre ésta descansaba la piedra cuadrada en que marcaba el gnomon o estilo, colocado de modo que pudiera verse por ambas partes. Su posición era perpendicular, pero con una pequeña inclinación al meridiano. Las pinturas que adornaban esa columna ochavada en fajas verticales de cuatro dedos de ancho, apagadas por el polvo, aparecían descoloridas; pero cuando lavamos algunos pedazos, se vio la pintura amarilla y verde tan viva como si acabara de ser puesta, a pesar de tener ochenta años, según la fecha esculpida en la misma piedra. El cementerio era un cuadrilongo cercado por calles de árboles. Todos los sepulcros tenían lápidas de diferentes colores, con inscripciones en guaraní la mayor parte de ellas. Algunas había en español y otras en latín. Se veían también algunos túmulos de formas raras y caprichosas."

Y el distinguido geógrafo francés Martín de Moussy describe, treinta años después, las mismas ruinas en estos términos: "A ocho leguas arriba de Restauración, sobre la misma costa del Uruguay, se encuentran las ruinas de Yape, capital que fue de todas las Misiones en tiempo de los padres de la Compañía de Jesús. Yapeyú era una verdadera ciudad, y es fácil reconocerlo por el espacio que cubren sus ruinas. Hace sesenta años, tenía todavía, según Azara, cinco mil quinientos habitantes. Un bosque casi impenetrable cubre el lugar de su emplazamiento, y para examinar las ruinas que todavía se conservan, es necesario abrir una picada con el machete, entre la espesura del bosque. Pueden reconocerse los muros de la iglesia, los del colegio, los de la habitación de los padres y de los almacenes o depósitos. La fila de casas que formaba la plaza, estaba resguardada por una doble galería [1] sostenida por pilares de madera de urunday, la mejor que puede encontrarse en esta comarca. Estos pilares asentaban sobre cubos de piedra roja (asperón) muy bien trabajados y algunos pilares se mantienen en pie, mientras otros se hallan esparcidos por el suelo y en parte quemados. Más de una vez el hacha brutal se ensaña con las magníficas palmeras, las más altas y fuertes que hemos visto por estas orillas, y con otros árboles soberbios plantados antaño por los jesuitas. Estos árboles daban sombra a la plaza de las maniobra[2], en que desarrollaban los indios sus juegos y ejercicios. Podemos decir complacidos que, gracias a nosotros, se salvó el resto de los árboles porque obtuvimos del gobernador de Corrientes una orden que mandó al juez de paz del distrito para hacerlos respetar. Yapeyú está situada sobre la misma costa del Uruguay, en un terreno ondulado, muy al abrigo de las inundaciones del río y a una legua de la desembocadura del Ibicuy, río considerable que riega una gran parte de la provincia brasileña de Río Grande del Sur."

En 1783, don Juan de San Martín, doña Gregoria Matorras, su mujer, y sus cinco hijos, dejaron las tierras de América para volver a la Península. El capitán había sido agregado al estado mayor de la plaza de Málaga. Ya en España, José Francisco estuvo tres años en un colegio, y cuando no tenía sino once de edad, entró como cadete en el Regimiento de Murcia. Se consagró así a una carrera que no habría de abandonar sino treinta y tres años después, como fundador de naciones ya entrado en la inmortalidad.

Sus servicios a la monarquía española están condicionados por la política exterior de esa nación en los últimos años del siglo XVIII y comienzos del XIX. La política seguida en Africa llevóle al sitio de Orán, cuando tenía quince años, en 1791. Dos años después, es subteniente, en vísperas de la guerra mantenida por Carlos IV contra la Francia revolucionaria, a raíz de la muerte de Luis XVI. En esta campaña, los ejércitos españoles desempeñáronse muy dignamente y batieron en un principio al enemigo, aun en territorio francés, pero, habiendo sufrido más adelante serios contrastes, el gobierno firmó la paz de Basilea en 1795. San Martín luchó con tropas aguerridas y tuvo muy distinguidos jefes militares. A la paz concertada con el Directorio, siguió la alianza que se mantuvo por espacio de trece años (1795-1808) entre Francia y España y resultó desastrosa para la dinastía española.

Como consecuencia, hubo ésta de hacer frente a todos aquellos que el Primer Cónsul, Napoleón Bonaparte, luego emperador de los franceses, consideró sus enemigos. Y por eso vemos al teniente José de San Martín, en 1797 y 1798, luchando como tripulante de barcos españoles contra la escuadra inglesa del Mediterráneo y en la guerra contra Portugal, en 1801. Es promovido a capitán en 1804. España, ya en el campo napoleónico, debe soportar las incursiones de Inglaterra en sus dominios de ultramar, entre ellas las famosas invasiones inglesas al Río de la Plata (1806 y 1807).

Pero Napoleón no sólo compromete a su aliado en una nueva invasión a Portugal (1807), sino que, disgustado por el desempeño de Carlos IV y de ministro Godoy en el bloqueo continental (política europea del Imperio), estima cosa fácil y hacedera el cambio de dinastía en la Península.

El rey y su hijo Fernando son invitados a ceder el trono al soberano de Nápoles, José Bonaparte. Los dos borbones habían accedido ya, el padre por odio al heredero, que en esos momentos le usurpaba la corona; el hijo, por miedo; pero el pueblo se levantó, altivo y valeroso, para impedirlo. Altivo y valeroso, pero también ingenuo hasta la necedad, porque al servicio de Fernando (mal hombre, mal rey, mal español), prisionero por mucho tiempo de Napoleón, puso aquel digno pueblo toda su abnegación y su gran heroísmo. Y en 1808, España, regida un tanto teóricamente por José I (Bonaparte) pero de hecho en lucha contra el Imperio francés, conviértese en aliada incondicional de Inglaterra, su tradicional enemiga.

Los sucesos de Bayona (es decir, la abdicación de Carlos IV y la coronación de José I) así como la rebelión popular, precipitáronse de tal modo, que en América pareció todo aquello cosa de magia. José I entró en Madrid (junio de 1808), pero el ejército de Andalucía, subordinado a las nuevas autoridades constituidas para gobernar en nombre de Fernando, el prisionero, decide resistir la invasión que los franceses llevan al mando del general Dupont.

En el ejército de Andalucía, comandado por el general Castaños, está el capitán americano José de San Martín, a quien nombra la Junta de Sevilla, el 7 de julio, Mayor general de las tropas de su mando en el reino de Jaén. La Gaceta Ministerial de Sevilla (miércoles 29 de junio de 1808) da cuenta de un combate en que se distingue por su acción relevante aquel gallardo capitán. Es la acción de Arjonilla, "un glorioso combate que tuvo el ejército español con una partida del ejército de Dupont". "A las tres de la madrugada del mismo día (23 de junio) - dice esa Gaceta- se puso en marcha Mourgen, dirigiéndose a ocupar los puestos avanzados de Arjonilla, con el cuerpo de su mando, compuesto de la compañía de cazadores de guardias walonas, la de Balbastro, la de voluntarios de Valencia y Campo Mayor, la del Príncipe de caballería, dragones de la reina, húsares de Olivencia, Borbón, y escuadrones de Carmona. Puesta en orden la columna de los de Aldea de Río por el camino de Arrecife, y habiendo andado como tres cuartos de legua, le avisó el capitán don José de San Martín, comandante de su vanguardia, que se había encontrado una descubierta de los enemigos; le ordenó les atacase, pero no pudiendo verificarlo en el momento por haberse puesto los enemigos en huida, determinó cortarlos por otro camino. En consecuencia, se dirigió San Martín por una trocha, sostenido por una partida suya de Campo Mayor, al cargo del subteniente del mismo don Cayetano de Miranda, y la caballería de su mando de húsares de Olivencia y Borbón, cuya fuerza consistía en veintiún caballos; con ellos pasó a la casa de postas, situada en Santa Cecilia; al llegar a ella, vio que los enemigos estaban formados en batalla creyendo que San Martín con tan corto número no se atrevería a atacarlos; pero este valeroso oficial, únicamente atento a la orden de su jefe, puso su tropa en batalla y atacó con tanta intrepidez, que logró desbaratarlos completamente, dejando en el campo diez y siete dragones muertos y cuatro prisioneros, que aunque heridos, los hizo conducir sobre sus mismos caballos, habiendo emprendido la fuga el oficial y los restantes soldados con tanto espanto, que hasta los mismos morriones arrojaban de temor, lográndose coger quince caballos en buen estado y los restantes quedaron muertos. Mucho sintió San Martín y su valerosa tropa se les escapase el oficial y demás soldados enemigos; pero, oyendo tocar la retirada, hubo de reprimir su ambición de gloria. El teniente coronel Mourgen ordenó la retirada por haber observado que venía al enemigo un refuerzo de cien caballos. Dispuso, en consecuencia, fuese el teniente de caballería del Príncipe, don Carlos Lanzarote, con 20 caballos a sostener a San Martín por el Arrecife, mientras él mismo se adelantaba por la derecha de éste con el escuadrón de dragones de la reina, al mando de su capitán don José de Torres, dejando el del resto de la columna al del teniente coronel y comandante de la compañía de cazadores de guardias walonas don Dionisio Bouligní, con la orden de que tomase posición y cubriese los bagajes y municiones con cuya operación se contuvieron los enemigos y dejaron retirar con el mejor orden a San Martín. Por nuestra parte, lo ha habido un cazador de Olivencia herido, a pesar de haber sufrido nuestra tropa descargas de tercerolas y pistolas. San Martín hace un elogio distinguido de toda su tropa, particularmente del sargento de húsares de Olivencia, don Pedro de Martos, y del cazador del mismo Juan de Dios, que, en un inminente riesgo, le salvó la vida; del sargento de caballería de Borbón Antonio Ramos y del soldado del mismo Ignacio Alonso." Un preludio español del combate de San Lorenzo, donde San Martín hace gala de su indómito coraje.

Son los prolegómenos de Bailén. El 18 de julio chocan los ejércitos de Dupont y de Castaños y, ¡cosa inaudita!, el español queda victorioso y el general francés se ve obligado a capitular. Entre los oficiales españoles de Bailén está el capitán José de San Martín, a quien el marqués de Coupigni dirige poco después la siguiente carta: "Madrid, 29 de septiembre de 1808. Señor don José de San Martín. Mi estimado amigo: Tengo la satisfacción de felicitarle a usted por el grado de Teniente Coronel con que la junta de Sevilla se ha servido distinguirlo. Incluyo a usted la certificación que me pide. Y es regular se sepa en esa y usen los que estuvieron en Baylén la medalla que se nos ha concedido. Siento mucho sus males y tendré particular gusto en su restablecimiento, como el que mande a su afectísimo amigo. El marqués de Coupigni."

Aquel triunfo y aquella capitulación produjeron en toda Europa impresión profunda. Era el primer ejército del nuevo César que así se doblegaba. Napoleón midió en seguida todo el alcance de la derrota y se dispuso a lanzar sobre España un ejército incontrastable. Antes trató de asegurar la confianza de los príncipes alemanes y del Zar de Rusia en aquella famosa entrevista de Erfurt, en que hizo derroche de poderío y magnificencia. De allí se alejó para entrar en España -como lo hizo- con un ejército de 300.000 hombres, derribando cuantos obstáculos se oponían a su paso. Llegó a Madrid en diciembre de 1808 y esta vez dejó afianzado a su hermano en el trono, si bien no pudo gustar mucho tiempo de su triunfo, porque la guerra de Austria le sacó de la Península a comienzos de 1809. Pero este mismo año, los franceses, como consecuencia de la victoria de Ocaña, desastrosa en extremo para los españoles, irrumpieron en el sur del territorio y en enero de 1810 estaban en Andalucía. La Junta de Sevilla, dividida y anarquizada, buscó refugio en Cádiz. En muy pocos lugares del reino se mantuvo la resistencia. De hecho, José I era el soberano, porque había impuesto su autoridad en codo el territorio español, y de no ser los ingleses de Wellington que resistían en Portugal, nada hubiera podido esperarse entonces en el resto de la Península. Nadie hubiera podido pensar tampoco en esos momentos, que aquellos ingleses de Lisboa, protegidos por la línea de Torres Yedras, eran los destinados a reconquistar todo el territorio español.

José I era sin duda soberano de España… Pero el rey de España había sido también hasta entonces soberano de Indias. ¿Podría asegurar ese dominio el nuevo rey? ... No, sin duda. Ni José ni Fernando. Prisionero éste último de Napoleón, totalmente incomunicado, ¿había siquiera la certidumbre de que existía? Y como José I, en el supuesto caso de que América lo aceptara, se hallaba imposibilitado para ejercer su soberanía porque ahí estaba Inglaterra, en el mar, para impedirlo, creóse en 1810 esta situación singular que no he visto nunca señalada por cronistas e historiadores: América quedó convertida, de hecho, en territorio independiente, donde ni Fernando ni José podían ejercer su autoridad. Tampoco la Junta, que decía gobernar en nombre de Fernando, porque se hallaba disuelta y sus ejércitos aniquilados. Y América era muchas veces más grande y más poblada que la Metrópolis...

Esa era la situación que habían visto venir los americanos desde que Fernando VII fue despojado de su corona y desde que las ciudades de España, animadas de extremo individualismo, empezaron a formar juntas de gobierno que delegaron más adelante su poder, por la fuerza de los hechos, en una junta central.

Ahora, en 1810, la Junta Central no existía. Verdad es que otra junta sin poder alguno, llamándose Consejo de Regencia, se proclamó a sí misma soberana y pretendió gobernar a nombre de Fernando, pero, ¿no caería ese nuevo Consejo en la órbita de José I, o bien no establecería muy pronto su sede en un barco británico? Lo mismo podía decirse de aquellas improvisadas cortes sin representación alguna popular, reunidas en una pequeñísima parcela del territorio ocupado por los franceses y sitiados por ellos. ¿Por qué los americanos habían de obedecer precisamente a ese fantasma de la autoridad real, sin atributos de gobierno, sin territorio, casi sin ejército en España, cuando no tenían más que tomar el poder de los virreyes en sus manos y ser libres de José I, de Inglaterra y en caso remoto de Fernando VII si éste último resucitaba?

Fue lo que vieron también algunos oficiales americanos del ejército español derrotado en Andalucía en 1810. Porque debe decirse que lo ganado en Bailén, y mucho más que aquello, se había perdido poco después en Burgos, en Tudela, en Espinosa y sobre todo en Ocaña … La libertad perdida en España -se dijeron aquellos americanos- había que defenderla en América, pero para América y no para la dinastía de los Borbones ni de los Bonapartes (Revoluciones de Caracas y Buenos Aires: 1810.) Es verdad que los ejércitos españoles de América combatirían contra esa libertad, en nombre del nuevo Consejo de Regencia y en nombre de las Cortes. Por lo mismo, había que defender esa libertad. Pongamos de lado los motivos más inmediatos que pudieron pesar en el ánimo del teniente coronel San Martín: su amistad con el inglés conde de Fife, su vinculación con logias inglesas o españolas. En 1811, la situación no ha cambiado para la nación conquistada por Napoleón. Es común presentar a San Martín en actitud equívoca, abandonando la causa victoriosa ( ! ) de España después de veinte años de servicios, para unirse a los revolucionarios de América ... Esto lo dicen generalmente quienes se sienten inclinados en historia a profetizar lo pasado ... y el coro lo repite. Sin embargo, por poco que se examine la situación de Ja Península en 1810 y 1811, caemos en la cuenta de que en 1811 la causa de España se hallaba perdida. Lo único que había conseguido Wellington era expulsar a los franceses de Portugal. ¡Y habían sido tantas las alternativas de la guerra! Bien podía ser expulsado él de Portugal, en el año siguiente ... No era posible adivinar lo que ocurriría en 1812 ... Nadie podía estar al cabo en España de que Napoleón pensaba invadir a Rusia y mucho menos que fracasaría en esa campaña ... Lord Whitbread dijo en el Parlamento inglés refiriéndose al año 1811: "Lord Wellington, después de perseguir a Massena hasta la frontera (de Portugal) se había vuelto, obligado a retroceder. Su intento contra Ciudad Rodrigo había abortado; todo lo que podíamos hacer por España se había hecho ya." Resolvióse entonces San Martín a lo que en dos ocasiones escribió años después. "Yo servía en el ejército español -dijo- en 1811. Veinte años de honrados servicios me habían atraído alguna consideración, sin embargo de ser americano. Supe la revolución de mi país, y al abandonar mi fortuna y mis esperanzas, sólo sentía no tener más que sacrificar al deseo de contribuir a la libertad de mi patria." "Yo servía en el Ejército español en la Península, desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de caballería. En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar."

Y pidió su retiro del ejército pero con uso de uniforme y fuero militar, para pasar a Lima. Interrumpía voluntariamente una carrera militar brillantísima, que sin duda lo habría llevado a las más altas posiciones en el ejército de la Península. Al informar favorablemente su pedido, un inspector militar español dejó constancia de sus buenos servicios y agregó una reflexión que ha siclo calificada de simpleza y ramplonería aterradora ... y que sin embargo explica muy bien la actitud de San Martín en aquel punto de su vida y la verdadera situación de España en 1811. La gracia solicitada, dice el inspector, "proporciona al mismo tiempo al Erario, el ahorro de un sueldo de agregado que disfruta este capitán en la caballería, sobrecargada y sobrante de oficiales de todas clases". ¿Y cómo no habrían de estar sobrantes de oficiales la caballería y todas las armas, si la España militar antinapoleónica, derrotada, había quedado en Cádiz y sus alrededores, único territorio propio de aquella Regencia en que nadie creía para entonces ... aunque fuera reconocida en Inglaterra por cálculos políticos? …

San Martín salió de Cádiz para Londres el 14 de setiembre de 1811. Pasó tres meses en esta última ciudad. Allí alternó con buen número de oficiales que habrían de ilustrar su nombre en la guerra de emancipación americana. Ya en enero de 1812 se embarcó en la fragata inglesa Jorge Canning, no para Lima, sino con destino a Buenos Aires. Venían en el mismo barco Francisco Vera, Francisco Chilavert, Carlos de Alvear y Eduardo Hollemberg. También algunas familias inglesas, entre ellas el señor Kendall y dos hermanas suyas, que casaron en Buenos Aires con súbditos ingleses: una con Jaime Brittain, propietario que fue más adelante de grandes extensiones de campo en Entre Ríos; la otra con Mr. Fair, uno de los comerciantes ingleses más conocidos y acreditados en los veinte primeros años de la emancipación.

San Martín debió de alternar de continuo durante el viaje con esta familia Kendall, porque los hermanos Juan y Guillermo Robertson en su libro "Cartas de Sud América", refiérense a otro inglés, Mr. E., de quien dicen que vino en la Jorge Canning, y al que muestran como hombre bondadoso y paternal, "que antes de llegar a Buenos Aires -según ellos dicen- se había encariñado con San Martín, con Mr. Kendall y en especial con las señoritas Kendall, como si todos hubieran sido sus propios hijos ...”.

Dos meses largos duró la travesía. El barco llegó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812. Gobernaba el Primer Triunvirato, que había firmado en octubre del año anterior un armisticio, nada honroso, con el virrey Elío, en Montevideo, armisticio que por fortuna se rompió en enero de 1812. Los españoles de aquella ciudad reanudaron entonces sus hostilidades por el río. La situación en el Alto Perú, después del desastre de Huaqui (1811) era de continua zozobra y los ejércitos patriotas venían fugitivos. El Triunvirato, sin representación del interior, sin contrapeso alguno, constituía de hecho, una minoría dictatorial, asaz desacreditada. Con el teniente coronel San Martín llegaba lo que el país requería en aquel momento: un gran capitán formado en el escenario de una guerra donde se habían revelado jefes eximios y se hacían prodigios que renovaban todo el viejo y rutinario sistema militar. Aquel gran capitán estaba dotado, además, de excelsas cualidades que sólo habían menester del ancho campo de América para llegar a su cumplida madurez. Y entre sus acendradas cualidades personales, estaba la de no apresurarse en el logro de sus propósitos y ambiciones.

 

AGENDA DE LECTURAS

Todavía no se ha escrito una historia completa del Libertador que supere a la de Mitre, de la que existen varias ediciones. Sin embargo, para ampliar su información sobre la carrera militar de San Martín en la madre patria, el lector puede consultar los capítulos pertinentes de la documentada obra de José Pacífico Otero, Historia del Libertador don José de San Marn, y también, si su interés lo mueve a puntualizar detaIIes, la más reciente de Barcia Trelles, San Martín en España. Resultaría prolijo y escaparía absolutamente al carácter de esta obra, mencionar siquiera los principales trabajos argentinos y extranjeros dedicados a estudiar esta parte de la vida del Héroe. Aconsejamos, con todo, la lectura del libro del Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España . Tomamos la página transcripta del coronel Manuel Pueyrredón, de su libro Escritos Históricos, y la de Martín de Moussy de su libro Description géographique et statistique de la Confédération Argentine. El parte de la acción de Arjonilla ha sido extraído del Archivo de San Martín, Tomo l. El lector curioso puede consultar en cualquier buena biblioteca pública este Archivo, publicado en 1910, donde encontrará la colección más completa de documentos de San Martín publicada hasta hoy. La frase de Lord Whitbread sobre la situación de España en 1811 está en el libro We!lington por Richard Aldinglon. Puede ser útil la Cronología Sanmartiniana del señor Galván Moreno.

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[1] Debe tratarse de una recova o porche y la palabra "doble” ha de entenderse con piso alto como la de tantas ciudades y pueblos españoles. Ejemplo típico, la recova del Cabildo de Buenos Aires. (J.L.B.)

[2] El original dice: "La place des Carrousels".