Al amanecer del 10 de julio de 1821, notificado de la huida del Virrey La Serna de Lima, San Martín abandona la goleta Moctezuma y sin más acompañante que su edecán, se dirige a la Ciudad de los Virreyes, hasta entonces centro del poder colonial español en América, para ingresar a ella por sorpresa.
En la sala de audiencias las expresiones de júbilo y alegría se multiplicaban. Según un cronista: "Cuando yo llegaba a la sala, una mujer, hermosa todavía, avanzó hacia el general. San Martín se inclinó para saludarla, pero ella no le dio tiempo y precipitándose a sus pies, se abrazó a sus rodillas y levantando sus ojos hacia él le dijo que tenía tres hijos que ofrecía al servicio de la Patria. Espero, agregó ella, que lleguen a ser miembros útiles a su país en vez de esclavos como eran antes". No menos efusivas estuvieron también otras damas limeñas.
Según el mismo cronista, un religioso que se encontraba en la sala, repentinamente comenzó a exclamar: "¡Viva, viva nuestro general!". A lo que San Martín modestamente respondió: "No, no, no digáis así. Repetid conmigo: ¡VIVA LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ!"
"Entrada de San Martín a Lima", según el pintor peruano José Alcántara de la Torre.