« RETROCEDER A LA INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1
EL PADRE DE SAN MARTÍN
SUMARIO.- La villa de Cervatos de la Cueza y el Capitán don Juan de San Martín.- Sus progenitores y su ingreso en el regimiento de Lisboa.- Don Juan de San Martín se traslada al Plata y milita bajo las órdenes de Cevallos y de Bucarelli.- Renuncia a la administración de la hacienda Las Caleras de las Vacas y merece un elogio.- Don Juan de San Martín perseguidor de contrabandistas.- Bucarelli y la expulsión de los jesuitas.- Vértiz designa a Juan de San Martín como teniente gobernador de Yapeyú y aprueba sus providencias para poner a raya a los portugueses.- La guerra contra los minuanes.- Expedición que el teniente gobernador de Yapeyú propone al virrey Vértiz para poner a salvo los pueblos del Uruguay.- Su correspondencia con Ángel Lazcano, administrador general de Misiones.- Con los indígenas de Yapeyú forma un batallón de más de 500 plazas.- Cómo procede en San Borja con fray Joaquín Pérez y cómo da una batida a los minuanes.- Regocíjase por la llegada de Cevallos y por la rendición de la Colonia del Sacramento.- «Lo que tengo hecho en dos años, dice él, no lo habrían hecho los jesuitas en seis».- Solicita para los pueblos de su dependencia el vino de que ellos carecen.- De San Borja se traslada a Yapeyú para hacer una sumaria.- Pormenores de tres cartas escritas en Yapeyú en 1779.- Envía a su esposa a Buenos Aires para gestionar el cobro de su gratificación y pide comparecer ante la autoridad para justificar su conducta.- Inventario levantado en 1784.- Al entregar el mando de Yapeyú en 1780 solicita del Cabildo su justificación.- El Cabildo declara muy arreglada su conducta.- Presenta una solicitud para pasar de Yapeyú a Montevideo.
En Castilla la Vieja, y enclavada en medio de un suelo milenario cuyas ondulaciones se pierden en la amplitud de su perspectiva, encuéntrase una aldea conocida con el nombre de Cervatos de la Cueza. En lo eclesiástico está ella sujeta al obispado de León, pero en lo civil como en lo administrativo depende del ayuntamiento de Palencia. Cerca de sus linderos vese aún el cauce tortuoso de un arroyuelo, que lo es el de la Cueza, de donde le viene su nombre a esta localidad, y no lejos de allí corre, beneficiando sus regadíos, el río Carrión.
Como todas o la mayor parte de las aldeas castellanas, Cervatos tuvo su período de auge, que lo fue social y blasonero; pero en el día de hoy redúcese a un conglomerado urbano modesto, trabajador y silencioso. Dos torres, símbolos de dos templos, que proclaman, arquitectónicamente hablando, su fe católica, lo señalan a distancia y, al entrar en él, no deja de llamar la atención del viajero el aspecto uniforme y barroso de sus viviendas. Toda o casi todas están construidas en adobe, pero todas se caracterizan por su limpieza y aun por su esmerada pulcritud.
Ha sido, pues, en esta villa, hoy residencia de hortelanos y de labriegos, en donde hace exactamente dos siglos nació don Juan de San Martín, padre del Libertador de los argentinos. Decimos dos siglos porque la fe de bautismo, cuyo texto original hemos tenido entre nuestras manos, señala su nacimiento en el día 3 de febrero del año 1728.
Fueron progenitores de don Juan de San Martín, don Andrés de San Martín y doña Isidora Gómez. Ambos habían sufrido la primera viudez, y como fruto de sus segundas nupcias tuvieron a este hijo Juan, quien el 9 de febrero fue llevado a la pila bautismal para recibir allí los santos óleos. La iglesia en que fue bautizado existe aún y entre lo arcaico de su arquitectura está todavía en pie la pila que sirvió para aquel acto ritual. He aquí la partida que testimonia este bautismo: «En doce de febrero del año mil setecientos y veintiocho, yo don Gregorio Azero Prete y cura de la parroquia de San Miguel de la Villa de Cervatos de la Cueza, exorsicé, catequicé, puse óleo y crismas santos y bauticé solemnemente a Juan, hijo de Andrés de San Martín e lsidora Gómez su legítima mujer, vecinos de dicha villa, habido de legítimo y segundo matrimonio de parte de ambos. Nació en tres de febrero de dicho año; fue su padrino Manuel Muñoz, vecino de dicha villa, a quien hice notorio el parentesco espiritual que con el bautizado y sus padres contrajo y la obligación de enseñarle la doctrina cristiana y buenas costumbres. Diósele por abogado a San Blas. Fueron testigos dicho padrino, Isidoro Diez y Francisco Santiago, vecinos de dicha villa de Cervatos». [1]
Este documento, como se ve, no especifica el rango social de los abuelos de nuestro héroe, pero sabemos por otro documento, que citaremos oportunamente, que don Andrés de San Martín ejercía la profesión de labrador.
Ignoramos cómo y en dónde su hijo Juan pasó los primeros años de su adolescencia. Acaso lo fue en el propio solar de sus padres y acaso antes de empuñar la espada, sus manos empuñaron el arado y abrieron surcos en esas tierras de Cervatos, de las cuales alejóse para siempre en su mocedad.
Lo que sabemos positivamente es que a los diez y ocho años entró como soldado en el regimiento de Lisboa y que allí permaneció diez y siete años, siete meses y once días. «Ha estado, dice su foja de servicios, de guarnición en la plaza de Melilla tres años, donde se halló en varias funciones en el campo del Moro con las compañías de granaderos del regimiento de Lisboa y fue empleado por dicho cuerpo en algunas comisiones del real servicio que desempeñó a satisfacción de sus jefes.»
En el año de 1765, ya con el grado de Teniente, pasó al Río de la Plata. El flamante soldado peninsular llegó a Buenos Aires en los momentos precisos en que don Pedro de Cevallos, su gobernador, establecía el sitio de la Colonia del Sacramento, cedida ésta a los portugueses por el tratado que se celebró en París en 1763. Este tratado era el resultado de combinaciones dinásticas y, por lo tanto, más en acuerdo con los intereses políticos que con los intereses geográficos del propio territorio en litigio. Carlos III creía más conveniente para su Corona pactar con Inglaterra, aliada en ese entonces de Portugal, que seguir guerreando contra una coalición. Por el tratado firmado en París en dicho año se le dio a Inglaterra la Florida Occidental y a Portugal la Colonia del Sacramento; Francia desprendióse del Canadá y de otras posesiones ultramarinas. Como consecuencia de este pacto, el 1 de enero de 1764 el gobernador portugués don Pedro José Suárez Figueredo posesionóse de la Colonia. La provincia de Río Grande, que había servido de teatro a las proezas de Cevallos, quedó incorporada al dominio español y Cevallos al mismo tiempo que fortificó Montevideo y Maldonado -con el fin de proteger a este puerto construyó en 1762, en su vecindad, la villa de San Carlos- estableció el bloqueo de la Colonia.
Tal era la situación política y militar que caracterizaba al Río de la Plata cuando el Teniente Juan de San Martín principió a prestar sus servicios en esta parte del Nuevo Mundo bajo las banderas del rey. Las cualidades que lo adornaban debieron ser sobresalientes, pues apenas desembarcado recibió de Cevallos la orden de instruir una parte de sus tropas. «En Buenos Aires, dice un documento firmado por el mismo interesado, instruyó por sí y a satisfacción del General don Pedro de Cevallos, todo el regimiento de la expresada ciudad». [2]
Este regimiento era el de infantería de Buenos Aires, y cumplido su cometido, Juan de San Martín pasó al bloqueo de la Colonia del Sacramento. Allí permaneció todo un año sin moverse del «cordón bloqueador», como él lo dice, ni de día ni de noche. Pasado este tiempo se le envió «con dos partidas de gente al otro lado del río y parajes llamados de las Víboras y Vacas, donde permaneció en el servicio trece meses, a cuyo tiempo se verificó la expulsión de los jesuitas». Estando en este puesto fue ascendido a ayudante mayor el 1 de abril de 1769, y al mismo tiempo puso en ejecución la orden de Bucarelli para expulsar de dicho partido a los religiosos de la Compañía de Jesús, como lo tenía dispuesto Carlos III.
El cambio de gobernador en el Río de la Plata -pues Bucarelli fue quien sucedió a Cevallos-, se lo dictaba a la Corona un delicado asunto que, como lo dice un cronista colonial, «se fraguaba en el secreto del Gabinete» [3]. Cevallos había sido leal y valiente servidor del reino; pero al gobierno le hacía falta una personalidad más subalterna y encontróla en Bucarelli. No nos corresponde abrir juicio en este caso sobre el acto político en el cual aun la propia Sede Apostólica colaboró con más eficacia ejecutiva que la propia Corona. Los acontecimientos de esta magnitud sobrepasan a las leyes de la simpatía, y aun cuando las nuestras les pertenecen por entero a los hijos de Loyola, no es de nuestra incumbencia ni aplaudir ni censurar tamaño acontecimiento.
Con todo, una voz de argentinidad nos habla al oído y cuando se piensa que gracias a ese extrañamiento el Mayor Juan de San Martín fue a Yapeyú y pudo así nacer allí el héroe que libertó la América, es de felicitarse que Bucarelli cumpliese con la orden de su monarca, que lo era a la vez, políticamente hablando, de la curia romana. Sin la expulsión jesuítica no tendríamos como Teniente Gobernador de Yapeyú al soldado ejemplar, y sin esa expulsión San Martín, a buen seguro, habría tenido su cuna en otras tierras bien lejanas de las argentinas y misioneras.
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, y antes de estudiar al Mayor don Juan de San Martín en la capital jesuítica, recordémoslo en el ejercicio de otras funciones para las cuales lo designó Bucarelli. Haciendo alusión a este período de la vida de su esposo, la señora de San Martín dice textualmente en la instancia que presentó a Su Majestad desde Aranjuez el 8 de junio de 1797: «Pasó a mandar los partidos de Víboras y Vacas al otro lado del Río Oriental de la Plata, en donde se mantuvo trece meses durante la expulsión de los jesuitas. Administró la vastísima hacienda de Las Caleras de las Vacas, que fue de dichos expulsos aumentando sus productos en más de 197.000 pesos fuertes en siete años que estuvo a su cargo, como se evidencia de las muchas gracias y completa aprobación que mereció de la ilustre Junta de Temporalidades». [4]
En marzo de 1774 don Juan de San Martín optó por presentar la renuncia de dicho cargo. «Aplaudo, le dice Vértiz -éste, el 4 de diciembre de 1770, había entrado a reemplazar a Bucarelli en la gobernación-, la solicitud que acredita en su carta de 31 de marzo y a su conveniencia le prevengo que siempre que se ofrezca movimiento que signifique preparativos de guerra tendré presente a V.m., para emplearlo en el destino correspondiente.» Y el 27 de agosto del mismo año: «A fin de relevar a V.m. del cuidado de esa hacienda como lo tiene solicitado repetidas veces, se hace preciso destinar sujeto en quien concurran todas las circunstancias que V.m. distinguirá precisas a esa atención, y no proporcionándose por acá sujeto que a mi satisfacción pueda desempeñar este cargo en todas las partes a que se extiende, prevengo a V.m. me informe reservadamente del individuo que en esa banda conceptúe acreedor a esta confianza para, de sus resultas, tomar la correspondiente providencia.»
Antes de abandonar ese puesto, don Juan de San Martín dirigióse a la Junta de Temporalidades significándole que habiéndosele conferido la administración de la Estancia y Caleras de las Vacas, que habían pertenecido a los jesuitas del colegio de Belén de esta ciudad, había ya presentado sus cuentas desde la época de extrañamiento hasta el año de 1771. Cesando, pues, en ese cargo y pasándolo a don Pedro Manuel de Quiroga –ignoramos si este le fue recomendado por él a Vértiz-, había formado las que correspondían desde esa fecha hasta el día 12 de diciembre de 1774. Quería que estas cuentas fuesen examinadas y que se le diesen «los finiquitos que conduzcan a su resguardo».
El dictamen recaído sobre estas cuentas y, por ende, sobre la conducta del administrador no puede ser más honroso. El síndico procurador general dice «que ha reconocido con prolijidad dichas cuentas y confrontando las partidas de cargo y data con las de Juan Francisco de Solamo, administrador principal, no halla reparo alguno que oponer por estar contestes en los respectivos abonos que hacen». «De otras partidas, agrega el dictamen, no produce comprobantes dicho don Juan de San Martín, pero como independiente de ser cierta la imposibilidad que alega de sacarlos de la otra banda por falta de personas que sepan escribir, son estas partidas de una naturaleza que no necesitan justificarse por saberse lo necesario e indispensable de su consumo.» Después de estos y otros considerandos en que se reconoce la «pureza, celo y desinterés con que la ha administrado -hace alusión a la hacienda-, dándole unos aumentos y beneficios considerables que sólo podía esperarse de un oficial como éste que no ha perdonado fatiga ni trabajo el más penoso y mecánico para llenar mejor el exacto cumplimiento de la comisión que se le había conferido»; y después de declarar que supo mantenerse en la más gustosa tranquilidad con los vecinos y hacendados, conservando con ellos una correspondencia tan recíproca y particular que ha producido el ventajoso beneficio de que unos a otros se hayan ayudado, concluye: «En cuya atención se conforma en que se le aprueben sus cuentas y se le dé el correspondiente finiquito, satisfaciéndosele doscientos pesos, cinco y medio reales del saldo que resulta a su favor.»
Por esa época y antes de que el Mayor San Martín pasase a un nuevo destino, intervino éste en una pesquisa que le mereció altos elogios por parte de la autoridad. Dos contrabandistas famosos, Joaquín de Cuevas y Roque Sánchez, recorrían la Banda Oriental con perjuicio evidente para el comercio. En diferente forma, ya por corsarios, ya por partidas volantes, el gobierno de Buenos Aires se había interesado en su persecución, pero las batidas llevadas a cabo no habían dado aún ningún resultado. Un buen día, súpose que los contrabandistas en cuestión habían caído en manos de la justicia y que el capturante lo había sido el Mayor don Juan de San Martín. Efectivamente, éste no sólo se posesionó de tales contrabandistas, sin otra ayuda que un soldado, siete negros y dos paisanos sin armas, sino que se posesionó de otros dos individuos que ejercían el mismo oficio. Todos ellos fueron conducidos a la cárcel y al aprehendérseles se les substrajeron catorce rollas de tabaco del Brasil y dos esclavas negras, que formando parte de esa banda, seguían sus correrías.
El territorio de Misiones, en uno de cuyos departamentos don Juan de San Martín iba a ejercer las funciones de Teniente Gobernador, lo constituía una zona geográfica bañada por dos grandes ríos tributarios del Plata y ornamentada con una vegetación exuberante y subtropical. Los jesuitas tenían allí lo que podemos llamar la capital teocrática de su imperio misionero, y era ésta el pueblo de Yapeyú, sobre la margen derecha del Uruguay. Cuando Bucarelli recibió la orden de proceder a la expulsión de la Compañía de Jesús de estos reales dominios, decidió trasladarse en persona al centro del imperio jesuítico creyendo que sería allí en donde podría encontrar una mayor resistencia. Con tal motivo armó, por decirlo así, toda una expedición, y llevando consigo tres compañías de granaderos y sesenta dragones, el 24 de mayo púsose en marcha desembarcando poco tiempo después en el Salto. Cuando Bucarelli llegó a este punto lo esperaban ya doscientos hombres que habían ocupado el paso de Tebicuarí y otros doscientos -correntinos éstos- en la cercanía de San Miguel. Desde el Salto, Bucarelli dispuso que el Capitán de la Riva Herrera, con los paraguayos acampados en Tebicuarí, ejecutase la orden de expulsión en los pueblos vecinos al Paraná, y el Capitán don Francisco Bruno de Zabala fue destinado para hacer otro tanto en los pueblos situados al oriente del Uruguay. Bucarelli se reservó para sí el pueblo de Yapeyú y los escalonados a lo largo del centro en la zona misionera. Al ponerse en contacto con la realidad, convencióse de que todo su aparato bélico estaba de más. Ni los jesuitas, ni los guaraníes, que de ellos dependían, le opusieron la menor resistencia. Treinta reducciones se entregaron al emisario del Rey y cerca de ochenta jesuitas le fueron entregando uno a uno sus encomiendas y sus presbiterios. Bucarelli concluyó su jornada, dividiendo el territorio en cuestión en dos gobernaciones. Para la una, que comprendía los veinte pueblos situados al occidente y al oriente del Paraná, destinó a Riva Herrera, y para la otra, integrada con los diez pueblos restantes sobre el Uruguay, a don Bruno de Zabala. En cada pueblo colocó, además, un administrador, y designados los párrocos que en lo espiritual reemplazarían a los religiosos expulsos, regresó a Buenos Aires, adonde llegó el 16 de septiembre, después de cuatro meses de ausencia. Pero el gobierno de Bucarelli fue de corta duración. El 4 de septiembre de 1770 lo reemplazaba en el mando don Juan José Vértiz, y el 13 de diciembre de 1774 designaba éste al Mayor Juan de San Martín como Teniente Gobernador de Yapeyú. Su jurisdicción, tanto militar como administrativa, se extendía a otros tres pueblos además de Yapeyú, y lo eran éstos La Cruz, Santo Tomé y San Borja. Apenas húbose posesionado del mando, don Juan de San Martín encontróse con dos graves problemas a resolver: la guerra contra los indios minuanes y la guerra contra los portugueses. Vértiz sabía que los intereses del territorio en cuestión estaban confiados a buenas manos, y el Mayor Juan de San Martín no defraudó en modo alguno sus esperanzas.
Aun cuando el litigio por la Colonia del Sacramento se había terminado -más tarde se renovó él y por el Tratado de San Ildefonso la Colonia pasó definitivamente a España-, la enemistad entre españoles y portugueses estaba latente. Estos últimos querían a toda costa enseñorearse de las tierras bañadas por el Uruguay y el territorio de Misiones constituía el punto inmediato de sus miras. Apenas se hizo cargo de los departamentos que el vecino lusitano tenía en continua amenaza, el Mayor Juan de San Martín inició una expedición, pero razones diversas la obstaculizaron y tuvo que mantenerse a la defensiva. Fue entonces cuando Vértiz, aplaudiendo su conducta y aun ponderando sus méritos, le escribió desde Montevideo, el 20 de diciembre de 1775: «Por la de V.m., del 22 de noviembre próximo pasado, quedo enterado de los motivos que le obligaron a suspender la continuación de su marcha a San Nicolás y providencias que ha expedido para rechazar cualquier insulto que intenten los portugueses en ese pueblo de San Borja; las que he estimado muy oportunas, como también su resolución de subsistir en ese destino por ahora y en disposición de acudir adonde sea más urgente el cuidado y la atención a precaver las insidia de esos fronterizos. Tengo dada la orden al Teniente Rey, de Buenos Aires, para que entregue doscientos fusiles y diez mil cartuchos al administrador general de Misiones; y a éste la de que los remita con toda la brevedad posible a la disposición del gobernador de esos pueblos, don Francisco Bruno de Zabala, por el Uruguay y a Yapeyú, a fin que agregadas estas armas a las que anteriormente tengo remitidas sirvan de resguardo y defensa de esos naturales y sus haciendas, instruyéndolos en su manejo y disciplina de modo que se hagan útiles en la conservación de los derechos y terrenos del Rey, y, al mismo tiempo, en la defensa de sus familias, ganados y caballadas. En esta inteligencia, si a V.m. le parece oportuno, podrá anticipar a su gobierno esta noticia significándole el número de armas que pueda necesitar para las urgencias en que se halle, haciéndole entender que éstas y sus respectivas municiones pueden substraerse en este paraje para no experimentar el atraso que originaría su conducción a la residencia del gobierno y retroceso a la de V.m., a quien encargo particularmente me dé puntuales avisos de toda novedad o movimientos que observe y merezcan cuidado, quedando yo persuadido que su cuidadosa vigilancia no dispensará disposición alguna a hacer ilusorios los designios de los portugueses, en caso que se dirijan a cometer alguna hostilidad por ese destino.»
En la guerra con los minuanes su celo no fue menos activo y ejemplar. Estos indios no llevaban adelante sus hostilidades sino porque tras de ellos estaban los portugueses. Esta política era perfectamente conocida en Buenos Aires, y Vértiz empeñóse en modificarla. «Los excesos de los indios minuanes -le escribe el 1 de octubre de 1776-, que avanzaron al pueblo de Yapeyú, piden la consideración que exige su depravada conducta, y espero que V.m. tome las medidas correspondientes a su castigo, de acuerdo con el gobernador en los pueblos de Misiones.»
El Teniente Gobernador no dejó de cumplir con la orden transmitida, pero por falta de recursos y de elementos no pudo acelerar las medidas que estimaba eficaces para conjurar los asaltos, y, con tal motivo, dirigióse al gobierno en demanda de auxilio. El 4 de abril de 1779 Vértiz le escribe: «Con fecha del 15 y 16 de marzo próximo pasado me da V.m. cuenta de las irrupciones cometidas por los indios minuanes en las vaquerías de San Borja y San Lorenzo, pidiéndome provea el remedio conveniente a contener la total ruina que amenaza a estos pueblos y demás de ese departamento, por la continuación de estas hostilidades. En su consecuencia, y para asegurar el acierto en las disposiciones que haya de expedir a beneficio de ellos, prevengo a V.m. que, como que tiene las cosas presentes y está asistido del práctico conocimiento de esos campos, carácter de los indios y demás circunstancias conducentes, me informe con la posible prontitud e individualidad las providencias que estime útiles y asequibles a aquel importante objeto a fin de resolver en su vista lo conveniente.»
Por esa época este mandatario bonaerense no era ya un simple gobernador. El primer virrey del Río de la Plata -el General don Pedro de Cevallos- había terminado ya la misión políticomilitar con que la Corona lo había revestido en su misión a estas partes australes del Nuevo Mundo, y al retirarse a España delegó el mando en Vértiz. Esto sucedió el 12 de junio de 1778, y el 4 de diciembre de 1779, después de haber elevado al Mayor Juan de San Martín al grado de Capitán, le dirigía la carta que acabamos de transcribir. [5] Consecuente con el pedido en ella formulado, el Capitán Juan de San Martín redactó un informe y elevólo a la consideración del Virrey. «En carta del 4 de abril de este año -escribe el Teniente Gobernador de Yapeyú- me ordena V.E. haga presente las providencias que conceptúe yo útiles al importante objeto de reparar las hostilidades y daños que experimentan estos pueblos del Uruguay, y, consiguientemente, todos los demás por causa de que destruidos y robados los ganados y caballadas, impidiendo las vaquerías y transportando una y otra especie, los minuanes, charrúas e infieles, y los demás que a éstos se hallan abrigados a los portugueses, estimulados por éstos a estas invasiones, con algunos premios, trascenderán los daños a los demás pueblos situados entre el Uruguay y Paraná por la falta de ganados que los del Uruguay suministran para su subsistencia. Por lo que a vista del superior mandato de V.E., debo decir que juzgo por conveniente hacerle el posible esfuerzo para quitar de estos campos a los minuanes y charrúas, haciéndoles la guerra ofensiva donde se encontrasen, previniéndola para el buen éxito que se desea para fines de septiembre, tiempo que las caballadas se reparan de los rigores del invierno, mandando V.E., que así de esta parte como de la de Montevideo, Víboras y Santo Domingo Soriano, se haga una salida general con el fin de que saliendo a un mismo tiempo las gentes que se congreguen de estos pueblos para los campos de Montevideo, Santa Teresa y Santa Tecla y los que allí se juntasen para éstos, se evite en lo posible la mayor fatiga de las tropas y caballadas, como también la retirada de los infieles a las sierras de Maldonado y establecimientos de portugueses, donde continuamente se refugian por el comercio que les franquean de las haciendas que roban. También será preciso que de los pueblos que constan en la adjunta relación u otros que V.E. tenga por conveniente elegir se puedan sacar de cada uno hasta cincuenta hombres de armas y lanza de los más aptos, y mejor manejo para a caballo, los que acompañados de cien hombres españoles que andan por estos pueblos, o que se puedan solicitar de Corrientes, uniéndose a estos otros ciento de tropa reglada, podrán hacer una salida con los demás de Víboras, Montevideo y demás destinos. De este modo, y haciendo todo empeño, se prometo se consiga el logro de cuanto V.E. intenta. También me ha parecido preciso poner en consideración de V.E. que para recurrir al total de gastos de esta expedición, se hagan, concluida, algunas vaquerías para el abono de lo que cada pueblo contribuya mandando hacerlas a proporción en los campos de Yapeyú, San Borja y San Miguel que, estando estas gentes juntas, a poco costo y con mucha facilidad pueden verificarse. Es cuanto al presente me ocurre poner en la consideración de V.E., para que se sirva determinar lo que convenga a beneficio de estos pueblos, quedando con vivos deseos de complacer a V.E., en cuanto se digne mandarme.»
El informe, como se ve, es todo un plan de guerra subordinado a los elementos y al medio indígena en que actúa su autor. Fue firmado en Yapeyú el 13 de agosto de 1779, y un mes más tarde Vértiz le contestaba: «Las actuales atenciones de la guerra con Inglaterra no permiten emprender la expedición contra minuanes y charrúas que V.m. detalla en carta de 13 de agosto último. Y en este concepto pondrá V.m., y aun tomará de pronto otras providencias factibles y conducentes a poner a cubierto esos pueblos de las hostilidades de los infieles, ínterin que terminadas las diferencias entre ambas Cortes se pueda proceder a perseguirlos y castigarlos con todo el rigor a que da margen su perfidia». [6]
La vida, pues, del Capitán don Juan de San Martín, se desenvolvió en un departamento misionero, atendiendo a la vez a sus deberes de administrador y de soldado. En modo alguno lo acobardó lo gravoso de su tarea, y podemos afirmar que no omitió esfuerzo alguno para mejorar la suerte de sus subordinados, y esto tanto en lo espiritual como en lo económico.
La correspondencia mantenida por él con el administrador general de Misiones, don Juan Ángel de Lazcano, nos permite puntualizar algunos pormenores, que si no son de gran importancia, sirven al menos para poner en evidencia lo prolijo que era él en el cumplimiento de su deber. El genio de un hombre se descubre, ciertamente, en sus grandes acciones, pero se descubre a la vez en muchas de sus minucias, aun cuando éstas no tengan otra trascendencia que la que tiene un detalle. [7]
La primera de las cartas escritas por Juan de San Martín al administrador Lazcano, está fechada en Yapeyú el 10 de enero de 1777. Desgraciadamente, el tiempo, o la incuria de los encargados de guardar estos documentos, han dejado sobre ellos sus trazas, y el texto ha llegado hasta nosotros fragmentado. Sabemos, con todo, por lo restante de su contenido, que en ese momento don Juan de San Martín se ocupaba de verificar el ajuste y la liquidación del pueblo de Yapeyú, junto con la de los otros de su departamento. «No dejo de tener -dice él-, bastantes quebraderos de cabeza por la falta de suficiencia de los administradores en llenar sus libros de entradas y salidas.» Declara que se preocupa «de poner en pie un batallón en virtud de orden del Capitán General». Ha logrado disciplinar un número de 550 hombres y para su mejor instrucción tiene pedidos doscientos fusiles al Gobierno de Buenos Aires. Concluye esta carta diciéndole a Lazcano que escriba a su apoderado en esta ciudad, don Cristóbal Aguirre, incluyéndole las certificaciones de los cuatro pueblos de su dependencia. Por medio de estas certificaciones don Juan de San Martín acredita que no ha contraído con ellos gasto alguno, y pide «que se le recaude lo vencido de dos años que cumplieron el 13 de diciembre próximo pasado».
La mayor parte del año 1777 pasólo en San Borja. El mes de marzo recibe, al parecer, una carta de fray Joaquín Pérez de la Rosa, que se encuentra en el Salto, y que desea prolongar su estada en dicho sitio. El celoso gobernante encuentra que eso no debe ser y le ordena que regrese a Yapeyú, donde está su puesto. Textualmente le dice: «En el día tenemos bastante que hacer por aquí. Así puede V.R. retirarse luego de vista ésta, pues en el pueblo no le faltará a V.R. con quien ejercitar su caridad, mayormente hallándonos en el día con el jubileo del año santo publicado y estar solo en Yapeyú fray Pedro Gavazo.»
El 22 de abril le vuelve a escribir a Lazcano sobre los minuanes y le informa de lo realizado hasta entonces para batirlos. «Habiendo vuelto a repetir los minuanes infieles sus acostumbrados excesos -escríbele-, haciendo despoblar tres estancias de este pueblo, se ha resuelto salir en su seguimiento. Por lo que de ahí han salido doscientos y dos indios de armas con veinticuatro españoles, un soldado infante y dos blandengues con caballos y víveres para dos meses, al cargo del sargento de dragones Bartolomé Pérez, con su capellán y un cirujano, los que emprendieron su marcha el 9, debiéndose incorporar con sesenta paraguayos y correntinos y treinta indios de armas, con ocho dragones al cargo del Teniente don Tomás Escudero, en el Ibicuí, estancia de Santo Ángel.»
La llegada de la expedición de don Pedro de Cevallos a Santa Catalina lo sorprende en San Borja. Regocíjase él por esta noticia y dice que en acción de gracias ha mandado celebrar una misa solemne y un Te Deum.
Por su carta del 24 de julio sabemos que tenía allí a sus órdenes a un tal Agustín de León, «maestro herrero y armero», a quien le pagó doscientos pesos por concepto de reparación de armas; que en el Ibicuí ha apostado una partida de españoles e indios de cuatrocientos hombres con el fin de contener a los infieles y que, tanto éstos como los portugueses, hacen mucho daño a las familias allí existentes. Para reprimir sus desmanes destinó una nueva partida; pero ésta «tuvo un mal encuentro». Le mataron -dice él-, al Capitán de Milicias don Tomás Gil, a 13 milicianos y a 30 indios. En la refriega se perdió, además, toda la caballada, los víveres, las municiones y las armas, que pasaron al enemigo.
En su carta del 24 de julio le significa a Lazcano «el singular regocijo» que le provoca la noticia relativa a la Colonia del Sacramento. Esta colonia había sido bloqueada por Cevallos, y Lazcano le hace saber que después de este bloqueo concluyó esa plaza por entregarse a discreción.
En esa oportunidad, el corresponsal de Lazcano dícele a éste que don Joaquín de la Peña «se halla al concluir sus cuentas» y que piensa ponerlo de interino en Santo Tomé y luego en propiedad.
Dícele que el pueblo -alude a San Borja- se halla en el más lamentable atraso, que su administrador se encuentra enteramente baldado y que, a su entender, no hay otro remedio que el empezar de nuevo.
Esta circunstancia le permite a don Juan de San Martín hacer el examen de su propia administración. Lo hace con sereno y luminoso criterio, y concluye su carta con esta franca declaración: «Lo que tengo hecho en dos años -alude siempre a San Borja- no lo habrían hecho los jesuitas en seis, aunque parezca mal que lo diga.» Y luego: «Si le pagaran al pueblo el ganado que le deben, sería uno de los más importantes de los treinta, pues por lo respectivo a la huerta no hay otra en Misiones.» Por esa carta sabemos que don Juan de San Martín fue quien levantó los muros que estaban por tierra, y que fue él quien agregó muchos árboles frutales a los ya existentes. Antes de terminar esta carta, su autor le dice a Lazcano: «Se han fabricado dos hornos de teja y ladrillo. Con toda comodidad de agua y tierra se han renovado dos galpones que se habían ido quemando las maderas. Se ha fabricado una linda capilla, se ha compuesto y cerrado con ladrillo la fuente donde el señor Virrey bebía agua cuando estuvo Su Excelentísima aquí, y que le habían hecho baños de las chinas, y todo esto sin pensionar a la gente del pueblo, con sólo los soldados, después de concluida la enseñanza.» Estos soldados pasan de quinientos indios y todos son gente joven. «Con cuanto llevo dicho -concluye-, no hago mérito alguno, pues me sirve todo de diversión.»
En su carta de 21 de septiembre se hace eco de la llegada de Cevallos a Candelaria. «Aunque hace días -escribe- que me pasó orden para que detuviese el barco en el Salto para transportarse a esta ciudad, según el tiempo que ha pasado, no es mucha su demora atribuyéndola tal vez a que quiere llevarse consigo un estado y padrón de todos los pueblos.» Después agrega: «Por el correo de Santo Domingo Soriano estoy hecho cargo de cuanto en aquel destino de Paysandú acaece, en asunto al embargo de los cueros y demás disposiciones que el señor Brigadier tiene dadas. El administrador del pueblo de Yapeyú, don Francisco Sánchez Franco, hace días se halla bastante indispuesto, por lo que, tal vez, no habrá mandado la representación que V.m. me pide. Sírvase V.m. mandarme en primera ocasión de barco, dos barriles de vino de España, dos de Carlón, si lo hay bueno, y uno de la tierra, cuyo importe con la cuentecita que a usted debo, satisfará el señor doctor García, y en su defecto don Cipriano Santiago Villota, o mi apoderado don Cristóbal Aguirre.»
La necesidad de proceder a la formación de un sumario obligólo a principios de noviembre a dejar San Borja y a trasladarse a Yapeyú. En la carta que desde allí le escribe y que lleva fecha 12 de noviembre, se lamenta de que no se hubiesen cumplido sus órdenes relativas al campamento indígena que se había formado contra los minuanes. Se había hecho efectiva en ese instante una suspensión de hostilidades y encuentra don Juan de San Martín que es gravoso a esos pueblos el seguir manteniendo esa gente armada. Hace alusión a la gratificación que se le debe y que aun no le fue liquidada, y agrega: «Los pueblos de La Cruz, Santo Tomé y San Borja, hace tiempo se hallan sin vino, y a estos dos últimos hace más de dos meses que del de mi gasto estoy supliendo para misas, y así puede usted en la primera ocasión, mandarme este socorro. Con fecha 27 del próximo pasado me escribe el Capitán de Infantería don Luis Ramírez noticiándome de la reedificación del fuerte de Santa Tecla, y, al mismo tiempo, me avisa que el ingeniero don Bernardo Le Coq ha bajado al pueblo de San Miguel en solicitud de doscientos cincuenta indios para los trabajos de aquella fortaleza, y que también han ocurrido al señor don Francisco Piera por el auxilio de pan, yerba, tabaco, sal y lienzo para el socorro de aquella tropa y oficiales. Conque puede usted considerar qué alivio de costas se les tributa a estos pobres pueblos después de haber contribuido el de San Borja con el número de catorce cabezas de ganado vacuno. Lo más sensible para mí ha sido que últimamente ha tenido que sufrir el de Santo Torné. Yo me hallo en éste con motivo de haber venido a actuar un sumario contra dos reos criminosos, los mismos que en esta ocasión conduce a entregar en ésa el patrón del barco de este pueblo, Juan Baustista Cacedo; y por hallarme con una pierna mala de resultas de una rodada, no he podido dirigirme a San Borja, lo que ejecutaré luego que consiga algún alivio.»
El 22 de diciembre de 1777, don Juan de San Martín vuelve a dirigirse al administrador Lazcano. En esa carta alude a la escuela de primeras letras que existía en San Borja, y hace una referencia a don Victoriano Medina, que figuraba a su frente como maestro. Con tal motivo le informa que este Medina salió para San Miguel, y que en ese momento se encontraba en Santo Tomé, haciéndose cargo de su administración «y próximo a entrar en el ejercicio de ésta, por habérselo pedido así los naturales».
El epistolario que nos permite puntualizar estos pormenores se cierra con tres cartas, escritas por don Juan de San Martín en Yapeyú en 1779. En este epistolario falta la correspondencia relativa al año 1778, y esto acaso porque durante ese año, don Juan de San Martín realizó varios viajes, determinados por razones anexas al desempeño de su administración. En ese año, como oportunamente lo veremos, debió él encontrarse en el departamento de Víboras, pues fue allí donde la Providencia enriqueció su prole, con el nacimiento de su hija Elena.
La primera carta del año 1779, escrita en Yapeyú, tiene fecha 9 de febrero y apunta estos pormenores: «Aun no he visto la declaratoria a favor de estos naturales por no haber llegado el corregidor, pero me persuado que estará concebida en unos términos propios de la eficacia de usted y que, para conseguirlo, no habrá usted dejado de tener bastantes molestias.» «Por lo que hacen los patrones de los barcos, y su mudanza, dice luego, no he tenido más motivo para ello que el de haber condescendido con lo que me propusieron en cabildo abierto el corregidor y demás capitulares, y quien más contribuyó con su parecer fue don Francisco Sánchez Franco, y ahora me acaba de escribir el corregidor desde el Palmar diciéndome que el barco hace mucha agua y que, para que pueda continuar su viaje a ésa, necesita componerse en Salto. Esto sucede con los barcos acabados de carenar y en poder de patrones españoles. Yo no sé si éstos, en caso de un naufragio, pagarían la pérdida de las haciendas que conducen, pero siempre me persuado que lo pagaría el pueblo. En fin, usted haga allá lo mejor que parezca que conviene, pues yo no tengo más interés sino que se haga lo mejor a beneficio de estos infelices.»
En carta del 10 de marzo, que es la segunda en data en dicho año, trata asuntos de gran importancia económica para su administración. Por de pronto dícele a Lazcano que es necesario proceder a una recogida de ganado para las estancias. Si esto no se hace se le ocasionarían a Yapeyú grandes perjuicios, y su ruina «inmediatamente trascendería a los demás». Él ya lo hubiera hecho; pero se siente retenido por escrúpulo. El señor administrador ha ofrecido catorce pesos por mes a cada empleado, pero encuentra él que esta suma es exorbitante y cree que basta con ocho. «Habrá en el día, escribe don Juan de San Martín, gente en Corrientes, quien sirva para el efecto con sus caballos, pues si antes no se han encontrado ha sido por haber estado la ciudad de Corrientes tan fatigada en suministrar gente para las ocurrencias pasadas del real servicio. A consecuencia de todo esto, lo más acertado me parece que es el que se solicite la gente en Corrientes.» Encuentra él que aun cuando se le pagase a cada peón diez pesos, nunca serían los catorce que se pretenden.
«Espero, le agrega, me avise usted en primera ocasión si lo ha de solicitar usted desde ésa o lo he de hacer yo desde aquí con este corregidor y cabildo, para ver si puede lograrse el que a la salida de este invierno se ponga en práctica el fin de la recogida de ganados. No hay duda, si bien se reflexiona, que es bastante temeraria la contrata que hicieron en ésa los diputados en que se conoce su sencillez y poca precaución; y por lo mismo, como tal de su obligación, hizo muy bien el protector en hacerla anular; pues sería un dolor ver que lo mismo que podían hacer los indios y en casa propia, tuviesen que pagar un ciento por ciento, por lo que se manifiesta. El que propuso la contrata sólo consultó su beneficio y utilidad, en conocido perjuicio de estos infelices.»
«Al mismo tiempo que se consigna el acopio de gentes para la recogida de ganados, continúa, se consultarán los medios más oportunos de su comisión a las estancias de este pueblo que sin duda vendrán a ser San Gregorio, San Pedro, Santa Ana, que son las que en el día están a cubierto de las invasiones de los infieles minuanes.» La carta termina con un comunicado que no deja de tener interés. Hace alusión a una banda de música y, como lo veremos, ella estaba compuesta de indios misioneros. Textualmente le dice: «Por lo que hace a el haber solicitado el que regresen a estos pueblos los muchachos músicos que se hallaban en Santo Domingo Soriano, no tuve más motivo que el haberme representado los corregidores y cabildos de estos pueblos, tenían noticia haber fallecido el maestro que los había conducido y que a los muchachos los mantenía en aquel destino en un ejercicio muy distinto de aquel para que habían sido destinados; y habiéndolo manifestado así el corregidor de Santo Domingo, me satisface lo bastante en este asunto; por lo que no tengo embarazo en que se mantengan allí dichos muchachos hasta tanto que la superioridad del Excelentísimo señor Virrey determine lo que halle por conveniente.»
La última de estas cartas está fechada el 15 de junio y dice así: «La portadora de ésta es mi esposa y servidora de V.m., que pasa a ésa en solicitud del cobro de la gratificación que me está asignada por el servicio de este departamento, por lo que estimaré a V.m., que en éste y los demás asuntos que le ocurran coadyuve en cuanto le sea favorable.
»En cuanto a lo que V.m. me dice con fecha de 20 de abril próximo pasado de que el fiscal y asesor del virreinato desaprueban la providencia que tomé con los sublevados de este pueblo y que por esto y el tormento que suponen mandé dar a los reos de Santo Tomé acriminan mi conducta, doy a V.m. las gracias por el aviso y digo a V.m., en satisfacción, que no deseo otra cosa que Su Excelencia se dignase mandarme comparecer a fin de satisfacer a esos señores que desde luego creo ignoran mi proceder; pues sin más justificación que el falso informe de unos enconados enemigos me han hecho tan poco favor.
»Las cartas del difunto Herrera, continúa -este Herrera se llamaba don Tomás y había sido administrador de Santo Tomé-, no tienen pies ni cabeza y así no puedo remitirlas hasta aclarar las muchas deudas que tiene. Las remitiré en primera ocasión, no obstante que así de éste como de Peña, obra en mi poder un escrito de aquel cabildo en que expresa que ni uno ni otro son acreedores al sueldo señalado; respecto de haber estado ambos lo más del tiempo enfermos en la cama, de que han resultado varios atrasos en el pueblo.» Don Juan de San Martín concluye que se podrá tomar la providencia que se estime mejor, pero «mirando a todos con caridad y justicia».
A fines de 1780, el Capitán don Juan de San Martín dejó de desempeñar las funciones de Teniente Gobernador de Yapeyú y, según lo conjeturamos, de allí se dirigió a San Borja. Es el 15 de enero de 1781 cuando el administrador de Candelaria, don Francisco Piera, le escribe al señor Lazcano, administrador general de Misiones: «En carta del 22 de septiembre del año próximo pasado me avisó el Teniente Gobernador que fue de Yapeyú, don Juan de San Martín, el haber llegado al pueblo de San Borja, entre otras encomiendas, un cajoncito rotulado los Santos óleos, sin carta a quien debía entregarse. Le contesté lo guardase en el almacén hasta ver si venía carta de V. m., o del señor obispo» [8]
Es de presumir que su sucesor en el mando de este departamento misionero no tuvo para con él sino conceptos elogiosos. El inventario que por orden de Ulibarri se levantó en Yapeyú, el 16 de agosto de 1784, hace honor a esta reducción y por lo tanto habla en bien del que fue su jefe, que la administró con celo y con la mayor probidad. Según este inventario el pueblo de Yapeyú contenía una iglesia de buena estructura y adornada de altares y ornamentos para solemnizar el culto divino con pompa, ostentación y grandeza. Su pueblo se componía de treinta y nueve cuadras. Tenía un colegio y este colegio comprendía treinta y cinco cuartos. De éstos, diez y seis daban al primer patio y servían de viviendas, con su correspondiente menaje, a la botica, escuela de primeras letras, talleres de escultura, pintura, música y almacenes. «Los remanentes en el segundo patio, dice el documento cuya copia tenemos delante, están destinados para oficinas mecánicas, de carpinteros, torneros, tejedores, herreros, panaderos, cocineros, molineros y zapateros, todos con los instrumentos respectivos de su oficio. Contigua al colegio se señala una huerta bien cultivada y poblada en diferentes cuadras de naranjos dulces y agrios, higueras y duraznos». [9]
Pero antes de proseguir adelante cábenos preguntar: ¿Esta renuncia de don Juan de San Martín fue espontánea o arrancósela alguna intriga política o alguna malquerencia? Si nos atenemos a los documentos firmados por él y por su esposa, esa renuncia la hizo teniendo en cuenta la educación de sus hijos; pero es lo cierto que él no quiso alejarse de Yapeyú sin abogar primero por su reputación. Esto nos hace pensar que hubo de por medio una intriga -acaso la del asesor del virreinato contra la cual él protestó a su tiempo- y para salvar su decoro presentó al cabildo de Yapeyú este pedimento: «Don Juan de San Martín, ayudante mayor de la asamblea de infantería de Buenos Aires, ante usted, en debida forma, comparezco y digo: Que habiendo entregado el mando por lo respectivo a este pueblo a mi sucesor el Teniente de la asamblea de caballería don Francisco Ulibarri, conviene a mi derecho el que la justificación de usted se sirva justificar a continuación de éste si en el tiempo que he ejercitado el mando de Teniente Gobernador los he tratado a todos en público y en secreto con amor, caridad y urbanidad; o por el contrario saben, les consta o han oído decir que algún natural de este pueblo haya experimentado de mí alguna vejación o mal tratamiento; digan si saben, les consta o, han oído decir que yo por mí o por interpósita persona me haya apropiado o extraviado bienes algunos pertenecientes a esa comunidad; o por el contrario he procurado el mayor aumento de ellos y mejor bien de sus hijos; digan si todas las providencias que he dado han sido arregladas en justicia o si de la ejecución de alguna de ellas, ha resultado detrimento o menoscabo así en los bienes muebles y raíces pertenecientes a la comunidad de este pueblo como a algunas propias de algún particular. Si saben, les consta o han oído decir que algún agraviado que haya necesitado de recurso le he reducido a prisión aflictiva, imposibilitándole por este medio al alivio que podía hallar representando su agravio. Si saben, les consta o han oído decir que en el castigo que he mandado imponer a los delincuentes han conocido en mí alguna pasión y poseído de ésta haya excedido de aquel a que eran acreedores por el delito cometido. Si saben, les consta o han oído decir que a algún reo o delincuente le haya puesto en prisión aflictiva o mandádole dar tormento en castigo de su delito o para que declarase las circunstancias en que lo había cometido, o cuántos eran los cómplices comprendidos en él. Digan si saben, les consta o han oído decir que a alguno le haya quitado la vida, o reducido a los últimos términos de perderla por algún castigo o tormento que haya mandado darle y con qué instrumento he mandado lo ejecute. Si les he obligado en juicio a jurar en falso o fuera de él les he persuadido a que cuando llegase aquel caso faltasen a la religión del juramento. Si saben, les consta o han oído decir que por mí o por otra persona les han obligado a formar representaciones o a dar explicaciones contrarias a la verdad. Digan si los he mantenido en paz y justicia y a todos en general he dado siempre grata audiencia. Digan con todo lo demás que hallaren por conveniente exponer en el esclarecimiento de la conducta que he acreditado en el tiempo que he ejercido en mi inmediato mandato de este pueblo con el expresado mando de Teniente Gobernador». [10]
El pedimento citado nos dice a las claras que el Capitán don Juan de San Martín no quiso abandonar su puesto sin medidas preventivas para su honor y esto acaso con el fin de desvirtuar maquinaciones ocultas. Hombre de avisado ingenio, sabía él que de la calumnia algo queda, y al dimitir el mando que se le había otorgado en premio de su honradez, no quería dejarlo si ésta no quedaba bien cimentada. Los cabildantes de Yapeyú accedieron en el acto a su pedido, y con fecha 9 de diciembre de 1780 dictaminaron en esta forma: «Nos, el corregidor, cabildo y administrador, enterados de la representación que hace el Capitán don Juan de San Martín en asunto de vindicar su conducta en el tiempo que ha sido Teniente Gobernador de este departamento, debemos decir que no tenemos queja en contra de ella. Sí sólo que ha sido muy arreglada, y ha mirado nuestros asuntos con amor y caridad sin que para ello faltase lo recto de la justicia y ésta distribuida sin pasión, por lo que quedamos muy agradecidos todos a su eficacia.»
Después que don Juan de San Martín se retiró de Yapeyú, solicitó pasar a Montevideo para prestar allí sus servicios. Esta solicitud no tuvo curso inmediato, y el Virrey Vértiz con fecha 22 de agosto de 1781 hizo recaer sobre ella esta providencia: «He recibido con estimación la representación que V.m. me dirige con fecha del diez y ocho del corriente solicitando ser empleado en esta plaza -allí se encontraba Vértiz el 22 de agosto de 1781-, así para la instrucción de los indios como para lo que se ofrezca del real servicio y si ocurriese motivo, tendré presente los deseos que manifiesta.» Pero suspendamos aquí esta narración para reanudarla más tarde y digamos al lector quién era su esposa y, por ende, la mujer aquella destinada por el Cielo para ser la madre de San Martín.
« RETROCEDER A LA INTRODUCCIÓN
[1] La reproducción de este documento autógrafo la encontrará el lector en su lámina respectiva.
[2] Don Juan de San Martín. Noticia biográfica con apéndice documental, por JOSÉ TORRE REVELLO. Buenos Aires. 1927.
He aquí lo que por ese entonces, según el Virrey Vértiz, formaba la tropa veterana de Buenos Aires: “Consiste –dice él en su memorial- la dotación de la provincia del Río de la Plata en dos regimientos: uno de infantería y otro de dragones, con la fuerza que prescribe la ordenanza: dos compañías de artillería, de a cien hombres y diez y ocho sargentos y treinta y seis cabos, cuatro tambores y dos pífanos de asambleas. Todo asciende a la fuerza de dos mil ciento cincuenta y tres plazas divididas en esta forma: un regimiento de infantería, mil trescientos setenta y cinco; uno de dragones, quinientos diez y seis; dos compañías de artillería, doscientos, de asamblea sesenta”. Observa este virrey que bien sea por “natural repugnancia de los naturales del país al servicio o porque encuentran diversos modos de subsistir con menos trabajo y más utilidad, aborrecen el servicio de la infantería y como aficionados a andar a caballo, sientan plaza en los dragones, donde son muy útiles para custodia y conducción de caballadas, servicio de chasque o correos y generalmente para toda fatiga de campo”. Revista del Archivo de Buenos Aires, tomo III, pág. 433.
[3] GREGORIO FUNES: Ensayo de la historia civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay, tomo II, pág. 155.
[4] JOSÉ TORRE REVELLO: Don Juan de San Martín, pág. 23.
[5] En 1775 había sido ya propuesto para este grado, pero por razones que ignoramos no se llevó a cabo su promoción. Cuando ésta se hizo efectiva, el 4 de septiembre de 1778, el virrey Vértiz dijo textualmente: “Este oficial se halla actualmente de Teniente Gobernador de los pueblos de Misiones. Cuida del fomento de aquellos que le están encargados y ejercita con progreso a los indios en el uso de las armas. Por lo que, y continuando su arreglada conducta, cumpliendo con la citada real orden, ratifico la anterior propuesta.”
[6] JOSÉ TORRE REVELLO: Don Juan de San Martín, pág. 13.
[7] Los originales que forman esta correspondencia fueron entregados por los descendientes del señor Lascano al General Mitre. Ellos se registran en el Archivo de San Martín y en la carpeta rubricada: Antecedentes, 1774-1820.
[8] Museo Mitre: Archivo de San Martín, carpeta Nº 8.
[9] MARTINIANO LEGUIZAMÓN: Las ruinas del solar de San Martín, pág. 23.
[10] JOSÉ TORRE REVELLO: Don Juan de San Martín, pág. 15.
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