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Instituto Nacional Sanmartiniano

Historia del Libertador Don José de San Martín de Pacífico Otero. Capítulo 9. Los hermanos de San Martín

Continuamos con la publicación de la obra cumbre del fundador del Instituto Nacional Sanmartiniano. En esta ocasión "Los hermanos de San Martín". Por José Pacífico Otero.

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CAPÍTULO 9

LOS HERMANOS DE SAN MARTÍN

SUMARIO.- El Capitán don Juan de San Martín abandona el Plata.- Sacrificios que a su esposa le ocasiona la educación de sus hijos.- Como San Martín, sus hermanos ingresaron, probablemente, en el Seminario de Nobles.- Cuándo debió nacer Manuel Tadeo, el hermano primógénito.- Entrada de éste en la carrera militar y sus servicios hasta el fin de la guerra del Rosellón.- Se le nombra ayudante del General Castrillo y Orgaz, y pasa luego del Ejército del Centro, al de Extremadura, y finalmente al de Cataluña.- Regresa de Francia, adonde fue llevado prisionero, y se le nombra Teniente Coronel de Infantería.- En 1825 se le otorga su retiro.- Fernando VII lo nombra gobernador militar de Santa Isabel de los Pasajes.-Sus condecoraciones y su fallecimiento en 1851.- Nacimiento y entrada en la carrera militar de Juan Fermín.- Sus campañas en el Rosellón y en la Real Armada.- Pasa a Filipinas y se le nombra allí Sargento Mayor.- Solicitud que dirige a Su Majestad.- Lo que dictamina sobre ella Mariano Fernández de Foguera.- Nueva reclamación de Juan Fermín.- Informe del Capitán General de Filipinas.- Se le juzga sujeto idóneo y se le pondera.- Justo Rufino, hijo que ha costado a la madre más desembolsos.- Su nacimiento según sus fojas de servicios, y según nuestra tesis conjetural.- En 1793 solicita su ingreso a bandolera en la Compañía Americana.- Documentos que presentó y otros que se le exigieron.- Inicia sus servicios como guardia de corps el 9 de enero de 1795.- Es hecho prisionero en Zaragoza y al escaparse de la prisión, pasa a militar bajo las órdenes del General inglés Carlos Doyle.- Acciones de guerra en que tomó parte hasta 1811, en que pasa al regimiento de húsares de Aragón.- En 1814 solicita la revalidación de su empleo y una real orden así se lo acuerda.- Instancia solicitando el grado de Coronel.- Ésta no prospera porque sus documentos figuraban en el expediente de su hermano José, próximo a vencer a los Borbones en América.- El miembro informante reconoce su error y opina que se le paguen sus sueldos atrasados por el crédito público.- Esto no se cumple y Justo Rufino eleva a Su Majestad una exposición.- Se dictamina favorablemente sobre ella, pero en Palacio se le responde en forma negativa.- Justo Rufino pide su retiro.- Lo que opinan de él los Generales Luis Rebolledo, Palafox y Carlos Doyle.- La Regencia le otorga permiso en 1823 para pasar a Francia. Sale al encuentro de su hermano José, el Libertador, cuando llega al Havre, y lo acompaña luego en su ostracismo.- María Elena, la hermana de San Martín.- Pensión que éste acuerda en su testamento a ella y a su hija Petronila.- El apellido San Martín.- Los hijos de la nueva Cornelia.

Cuando el Capitán don Juan de San Martín abandonó el Río de la Plata, después de largos años de residencia en él, su prole se componía de cuatro hijos varones y de una sola hija. Al decir de aquel benemérito servidor de la Corona, el fin de su viaje lo determinaba la educación de esa prole, criolla toda ella, pero sin haber entrado en la edad de la pubertad ninguno de esos vástagos. Eran sus hijos, además del hijo prócer que ya conocemos, don Manuel Tadeo, don Juan Fermín, don Justo Rufino y María Elena, el único vástago femenino que había producido esta unión.

Desde su llegada a España, grande fue la solicitud del Capitán don Juan de San Martín para hacer efectivos sus deseos, y en abril de 1785 dirigió al Rey aquella solicitud que ya conocemos, y mediante la cual pedíale a Su Majestad que le fuese acordado el grado de Teniente Coronel para atender, con sus emolumentos, a su salud ya quebrantada -los achaques en él se habían revelado prematuramente, pues sólo contaba cincuenta y siete años de edad- y además a la educación de sus hijos.

El retiro a la plaza de Málaga le fue otorgado; pero el grado y aumento de su sueldo quedó sin hacerse efectivo. Con todo, el ex Teniente Gobernador de Yapeyú no se dejó dominar por el desaliento consiguiente a esta negativa, y ensayó de hacer prácticos sus deseos, destinando a sus hijos a la carrera de las armas. Cuando él dejó de existir en Málaga, en 1796, todos ellos militaban ya bajo el estandarte del Rey, como se va a ver, y se distinguían ya por su conducta y servicios.

La educación de esta prole -en esta educación entraba también la hija Elena- no había podido efectuarse sino a costa de grandes sacrificios. Éstos llegaron hasta el grado que, cuando doña Gregoria Matorras de San Martín entró en su viudez, se vio en la necesidad de presentar una instancia -lo hizo en Aranjuez el 8 de junio de 1797-, pidiendo que ya que no tenía bien alguno y que todo el sueldo de su marido, como toda su dote, lo había sacrificado «en criar, educar y poner en carrera honrosa a sus hijos», le fuese acordada una pensión de trescientos pesos sobre el ramo de vacantes mayores y menores del obispado de Buenos Aires.

La carencia de documentos en lo relativo a este punto no nos permite afirmar dónde y qué género de educación recibieron en España los hermanos de San Martín, antes de iniciarse cada uno de ellos en la milicia. Pensamos que, como nuestro prócer, pasaron todos ellos por las aulas de Seminario de Nobles, y que fue allí de donde salieron para incorporarse en los diferentes regimientos de su elección. Los libros matriculares del Seminario de Nobles podían habernos esclarecido la duda; pero muchos de estos libros faltan, como ya se ha dicho, o están perdidos. En el Archivo Militar de Segovia hemos encontrado sus fojas de servicios -descubrimiento éste valiosísimo-, pero ni allí, ni en el Archivo del Ministerio de la Guerra, en Madrid, encuéntranse las instancias que debieron presentar todos ellos para obtener el ingreso de cadetes, como era de práctica.

Sólo hemos encontrado la de uno -es decir, la de Justo Rufino-, quien, como se verá más adelante, aun siendo mayor que San Martín, fue el último de sus hermanos en consagrarse a la carrera militar. Pero no nos adelantemos en la exposición de estos pormenores, y siguiendo el orden estrictamente cronológico, o de mayoría de edad que a cada uno de ellos corresponde, es decir, a Manuel Tadeo, a Juan Fermín y a Justo Rufino, consagremos estas primeras líneas biográficas a Manuel Tadeo, el hermano primogénito.

Sucede con éste lo que sucede con el propio San Martín en lo relativo a su cronología natal. No poseyendo copia de su partida de bautismo, sólo nos quedan como fuentes de información sus fojas de servicios, pero acontece que en ninguna de ellas se señala el año de su nacimiento, y, como era de costumbre, sólo se anota la edad que cuenta el peticionante cuando se le otorgan dichos documentos. Basados, pues, en estas fojas de servicios, podemos afirmar que don Manuel Tadeo nació en el año 1772, como se deduce de la primera de sus fojas. Dado que el Capitán don Juan de San Martín casóse con doña Gregoria Matorras -y esto por poder- el 1 de octubre de 1770, resultaría que el hijo primogénito lo tuvieron a los dos años de haber contraído sus nupcias. En este caso, Manuel Tadeo no pudo nacer ni en Yapeyú ni en ningún otro de los departamentos misioneros que más tarde serían administrados por don Juan de San Martín; es por esto que lo suponemos nacido en Buenos Aires, de donde lo dan originario sus fojas de servicios, aun cuando para los redactores peninsulares de estas fojas, Buenos Aires era lo mismo la capital que cualquier otro punto geográfico de este Virreinato. Su carrera militar comenzóla el 23 de septiembre de 1788, entrando como cadete en el regimiento de infantería de Soria, de donde salió para entrar en el de infantería de Valencia, con el grado ya de Capitán. Según una de sus fojas de servicios, la de 1829, que es la última que de él conocemos, tenía en ese entonces en su haber nueve campañas y diez y nueve acciones de guerra. Había estado en la plaza de Ceuta, desde el 9 de septiembre de 1790, hasta el 16 de julio de 1791, haciendo el servicio con los granaderos, y, como tal, atacando dos veces al campo enemigo. Esta foja de servicios lo da presente en el cordón contra Francia desde el 17 de agosto hasta la declaración de la guerra, presentándonoslo luego en el sitio y toma del castillo de Villagarde, en el ataque y toma de Thuir y en la construcción de la batería contra las trincheras que defendían a Perpiñán en la noche del 16 de julio de 1793. Tomó parte, además, en el sitio y toma del castillo y plaza de Villafranca, en el ataque y toma del campamento de Muret, de Montalbán, de Anleta y en la batalla de Trullas. Vémoslo luego en la retirada del ejército a Boulou, en la salida de Arjeles y en la acción de San Genis, como en el ataque al pueblo de Montesquin y en el que se llevó a las alturas de Boulou. En la defensa de la ermita de San Cristóbal su conducta hizo frustrar los designios del enemigo, y en Pinos de Orella, mandando las partidas avanzadas, se posesionó de siete cañones de montaña. A ésta siguieron otras acciones no menos brillantes durante la guerra del Rosellón, ya construyendo reductos, ya contraatacando valerosamente o mandando la artillería, al frente de su compañía de granaderos. Al terminar la campaña del Rosellón fue hecho prisionero, pero recobrada luego su libertad, encontróse en Madrid el 2 de mayo de 1808 y pudo tomar así una parte muy activa en aquella asonada. El 1 de junio salió con dirección a Valencia, para emplearse en la defensa de aquella ciudad. Encontróse así en el ataque y en la defensa de la puerta de Cuarte, «en que se distinguió –dice una de sus ,fojas-, particularmente el 28 de junio de 1808». Batido el ejército enemigo y retirado de dicha ciudad, fue nombrado, el 15 de septiembre del mismo año, ayudante de campo del General Conde de Castrillo y Orgaz, segundo jefe de la división que mandaba el Conde de Villariezo. Dice esta misma foja que estuvo en el Ejército del Centro, sufriendo la suerte que corrió dicha división hasta su retirada a Despeñaperros, habiéndose encontrado en la jornada de Ciudad Real, el 28 de marzo de 1809. En abril de ese mismo año pasó con el refuerzo de tropas de ese mismo ejército al de Extremadura, de donde fue trasladado en agosto al de Cataluña, para continuar allí sus servicios bajo las órdenes de su General, en el mando que tuvo del cantón de Lérida. El 2 de enero de 1810 salió de allí con orden de conducir unos pliegos del real servicio y de gran importancia a la plaza de Mequinenza, que se hallaba amenazada por el enemigo. Encontróse en el trayecto con un convoy de cuarenta y siete caballerías cargadas de víveres, y posesionándose de ellos introdújolos en esta plaza, que ya comenzaba a sufrir los efectos de su escasa ración. A mediados de 1810 pasó al Ejército de operaciones de Valencia, en su clase siempre de ayudante de campo del General Conde de Castrillo y Orgaz. Por esta circunstancia se halló en el sitio y defensa de dicha ciudad durante el ataque que sobre ella llevaron los franceses en 1811, y el 9 de enero de 1812, al rendirse esta plaza, quedó hecho prisionero. Trasladado a Francia, permaneció allí hasta abril de 1814, en que pudo fugarse y presentarse luego al ejército aliado que estaba en Burdeos. Por real orden del 9 de agosto de ese mismo año, fue destinado a la secretaría de Inspección General de Milicias, y se purificó ante la junta de jefes establecida al efecto en Castilla la Nueva, el 19 de noviembre de 1825.

A su retorno a España, y después de dos años y tres meses de ausencia como prisionero de los franceses, el 14 de abril de 1815 es nombrado Teniente Coronel de Infantería y Capitán supernumerario en el batallón provincial de Sevilla. Más tarde, 15 de febrero de 1816, se le nombra Coronel de Milicias; Capitán de Granaderos el 17 de junio de 1818, y Capitán del batallón provincial de León -en cuya ciudad residía entonces-, el 26 de enero de 1826.

En Madrid, y a 22 de diciembre de 1825, después de cuarenta y dos años de servicios, fue autorizado por la Junta de Purificación para entrar en retiro. «Certifico -dice el secretario de esta institución- que habiendo formado esta real y suprema junta expediente con arreglo a la real cédula de 9 de agosto de 1824, para examinar la conducta política y militar observada por el Coronel graduado don Manuel de San Martín, hecho al Rey, nuestro señor, la correspondiente consulta, vistos los informes que ha tenido a bien pedir a sujetos fidedignos, le he declarado en decreto del 19 del corriente purificado con sujeción a lo prevenido en los artículos 7 y 12 de dicha real cédula del 9 de agosto». [1]

El 21 de abril de 1826 presentó una instancia pidiendo que se le diese el gobierno del castillo de Santa Isabel de los Pasajes. El inspector general de milicias provinciales informó «que lo consideraba acreedor a esta gracia, mediante sus méritos y la ventaja que resulta al real erario, por no pedir más sueldo que el que le corresponde de retiro».

En ese mismo año, Fernando VII, atendiendo «a sus servicios y méritos», dispuso que el Coronel graduado de milicias, don Manuel de San Martín, Capitán de infantería del regimiento provincial de León, asumiese el gobierno militar de dicho castillo. «Por tanto -dice el Rey-, mando al Capitán General o comandante general del Ejército de Guipúzcoa, que precediendo la solemnidad del pleito homenaje que debéis hacer en sus manos, de que habéis de remitir testimonio, de la orden conveniente para que os ponga en posesión del referido gobierno militar de Santa Isabel de los Pasajes, guardando y haciendo se os guarden las honras, gracias, preeminencias y excepciones que por este empleo os toca y os deben ser guardadas bien y cumplidamente, sin que os falten en cosa alguna. Y ordeno a los cabos y gente de guerra de infantería, caballería y dragones, y demás militares que residen y residieren en la referida plaza, que os respeten y tengan por tal gobernador y a los que debieren obedecer, guarden y ejecuten las órdenes de mi servicio». [2]

En premio a sus servicios fue condecorado con la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo que se le concedió el 14 de abril de 1815, y por cédula del 18 de junio de 1816 recibió la que le fue acordada a los que se fugaron de Madrid cuando la invasión napoleónica y se incorporaron a los ejércitos de operaciones. Nos consta que en 1829 no tenía más rentas que su sueldo que no alcanzaba a quinientos reales. Sus fojas de servicios lo señalan como noble de calidad, hombre de salud robusta, de cinco pies y cinco pulgadas de alto. En lo relativo a sus servicios, lo dan a conocer como militar de valor acreditado, de conducta irreprensible, de aplicación sobresaliente; y al mismo tiempo que anotan su mucha capacidad, anotan igualmente su estado de soltería. Por una referencia histórica que conocemos, don Manuel Tadeo debió fallecer en Valencia en 1851. Es éste el único dato que hemos podido recoger en lo relativo al fin de sus días.

Por lo que se refiere a Juan Fermín, la fecha de su nacimiento nos es tan incierta como la del primero. Una de sus fojas de servicios, la del 1 de enero de 1816, le fija la edad de cuarenta años; de ser cierto el dato, debió nacer en 1775. Como este nacimiento coincidió con el nuevo cargo o función con que fue honrado su padre, ignoramos si nació en Buenos Aires o en Misiones. El 13 de diciembre de 1774 el Capitán don Juan de San Martín dejó de administrar la Calera de las Vacas para pasar a Yapeyú; pero es el caso que en enero de 1775 lo encontramos aún en Buenos Aires arreglando las cuentas de aquella administración.

Como su hermano Manuel Tadeo, éste comenzó la carrera militar ingresando en el regimiento de infantería de Soria el 23 de septiembre de 1778. Después de haber permanecido en la plaza de Ceuta desde el 9 de septiembre de 1790 al 16 de julio de 1791, regresó a la Península, y como sus hermanos Manuel Tadeo y José Francisco hizo la guerra del Rosellón, tocándole pelear en la batalla de Masdeu, en el ataque de Thuir, en el asalto a las trincheras de Perpiñán, en el sitio y toma del castillo de Villafranca, en el incendio del pueblo de Deus, figurando ya en ese entonces como ayudante de campo del Mariscal don Valentín de Belvis. Hallóse en el ataque de Montalba, en el de Perastortas y Rivas Altas, en la defensa de Perella, en la batalla de Trullas y en la retirada del ejército después de esta batalla hasta Boulou.

Como su hermano Manuel, tomó parte en la salida de Arjeles, en la acción de San Genis, en el ataque de Montesquin, en las salidas de Roquesón y de San Luc, como en el que se llevó a cabo para tomar las alturas de Coll, de Puy de Orellana actuando brillantemente en la retirada del Rosellón al día siguiente del ataque de San Lorenzo de la Muga, que se efectuó en 19 de mayo. Terminada la guerra del Rosellón, fue destinado al reino de Valencia para perseguir allí a los contrabandistas y malhechores, destinándosele luego al servicio de la Real Armada, en donde permaneció desde el 14 de enero de 1797 hasta mayo de 1802, tomando parte en el combate contra la escuadra británica, el 14 de febrero de 1797. En este intermedio, leemos en una de sus fojas, desembarcó en Brest para hacer el servicio en tierra. Presumimos que dos o tres años más tarde pasó a Manila, pues por instancias de él al Rey sabemos que el 2 de octubre de 1805 fue promovido por la Capitanía General de Filipinas al grado de Sargento Mayor veterano del regimiento de caballería de milicias, húsares de Aguilar. En la primera de estas instancias, datada en Manila el 5 de enero de 1816, escribe el peticionante que por real despacho fue confirmado en su empleo el 24 de septiembre de 1812, declarándole la antigüedad de tal empleo; pero esto sin expresar el abono de su sueldo, por cuyo motivo éste no le ha sido liquidado por las oficinas de cuenta y razón. Con tal motivo, dirígese a Su Majestad para que se le abonen sus sueldos desde la fecha en que fue promovido al grado de Sargento Mayor veterano del regimiento de húsares de Aguilar por la Capitanía General de Filipinas.

En otra solicitud, 1 de diciembre de 1816, y también datada en Manila, declara que tiene el honor de servir a Su Majestad desde hace veintiocho años, dos meses y ocho días, que ha comenzado por clase de cadete, que cuenta como oficial veintitrés años de servicios y que en vista de estas razones preséntase él solicitando la Cruz de la Real Orden Militar de San Hermenegildo, creada para premiar a la oficialidad benemérita de los reales ejércitos.

La primera de estas instancias vióse reforzada por la solicitud que a su turno elevó a Su Majestad el mismo Capitán General de Filipinas. Declara éste en su informe que como en el soberano despacho de confirmación relativo al referido ascenso nada se expresó acerca del sueldo, las oficinas de aquella capitanía sólo le abonaron desde el 6 de septiembre de 1813, considerándolo con un año de intermedio, después de expedido el real despacho, por no haberse recibido en este destino. «Por lo que suplica -concluye Mariano Fernández de Folgueras- a Vuestra Majestad, se digne declararle el abono de sus sueldos, desde la mencionada data del 2 de octubre de 1805 en que entró en el referido empleo y cuya antigüedad ha tenido V.M. a bien confirmar. La presente solicitud me parece fundada, pues el suplicante ha desempeñado el empleo y funciones de Sargento Mayor con la circunstancia de haberse mantenido sobre las armas en cuerpo durante el tiempo de que se trata. Y si a esto se agregan las recomendables circunstancias de celo particular, inteligencia, pureza y actividad que acompañan al recurrente, no será reparable su solicitud». [3]

Además de esta instancia o petitorio, don Juan de San Martín se vio obligado, dos años más tarde, a presentar una nueva reclamación; ésta ya no estaba relacionada con su sueldo, sino con una gratificación suplementaria que se le había acordado cuando pasó a servir en el arma de caballería. Como lo dice él en este su oficio, la gratificación era de veinticinco pesetas mensuales y le había sido acordada por el Capitán General de Filipinas, «no sólo en consideración a los mayores gastos que debe hacer un jefe, sino principalmente a los que exige el arma a que se le destinaba. Desmontado, le era preciso proveerse de caballos y montura, y hacer el costoso uniforme que se dio a este cuerpo, de modo que aquella gratificación no era ya un premio del mayor grado, sino más bien el aumento que correspondía al suplicante por sólo pasar de un cuerpo de infantería a otro de caballería

Declara después que la Regencia del reino desaprobó generalmente todas las gratificaciones que se habían hecho a los sargentos mayores, y que, envuelto él en esta ley ha resuelto afianzarse presentando dicha solicitud. Recurre, pues, a la real beneficencia y pide a Su Majestad que si no se le considera acreedor al sueldo íntegro del empleo en que sirvió «se digne aprobar la expresada gratificación de veinticinco pesetas, porque unidas a las cincuenta y cinco de su sueldo hacen las ochenta señaladas en estas islas o reglamento a los capitanes de caballería».

El mismo Capitán General de aquellas islas acoge en forma benévola esta instancia y textualmente escribe en Manila, el 25 de noviembre de 1818, en súplica dirigida a Su Majestad: «Esta solicitud la encuentro justa y arreglada, pues la gratificación que recibió este oficial para desempeñar la sargentía mayor del indicado cuerpo de húsares de Aguilar, fue asignada por la autoridad del Capitán y director general de este ejército; y, de consiguiente, no hizo más que recibir el abono que se le señaló, tanto más cuanto que este oficial que de un cuerpo de infantería pasaba al de caballería, tuvo que hacerse de montura y de un uniforme costoso. Por lo mismo opino que en ningún caso puede hacérsele cargo a San Martín de una cantidad que por su parte ha sido recibida legítimamente, y lo único que podía cuestionarse -en lo que ya no tiene que ver San Martín- es si el Capitán y director general tuvo facultades para señalársela. Punto que igualmente, en mi concepto, es indispensable, pues el citado Capitán General recibió repetidas reales órdenes encargándole, bajo su estrecha responsabilidad, la defensa de estas importantes posesiones de V.M. y al mismo tiempo facultándolo para que tomase las medidas que creyese necesarias.» «Fue una de las que se le presentaron más obvias, declara Mariano Fernández de Folgueras, el arreglar las tropas precisas de que se ha dado cuenta repetidamente a V.M. y el contraerse a su mejor disciplina. Para conseguir este fin, no habiendo suficientes sargentos mayores veteranos nombró capitanes que llenaron este difícil encargo para la disciplina y arreglo de cuerpos, que tenían que adquirir uno y otro, y el justo compensativo señaló las veinticinco pesetas del sobresueldo mensual con el referido objeto.» Declara el firmante que con esto se consultó, no sólo el mejor servicio de Su Majestad, sino también la más estrecha economía, pues si el director general hubiese nombrado un sargento mayor de los mismos oficiales de milicias, su sueldo habría tenido que pagarse íntegro. En cambio, por el método señalado, elevando a sargentos mayores interinos los capitanes de los cuerpos veteranos, la plaza que ellos abandonaban la desempeñaban sus compañeros de regimiento y al mismo tiempo se cubría el destino de sargentía mayor de milicias «por un sujeto idóneo y apto para este cargo con la sola asignación de veinticinco pesetas y no la total del sueldo del sargento mayor.» Advierte, antes de finalizar su súplica, «que la mayor parte de los oficiales de milicias han desempeñado sus empleos sin sueldo, por pura generosidad, en servicio del Estado». Por lo tanto, «cree fundada la solicitud de don Juan de San Martín». [4]

Ignoramos qué suerte le cupo después a este servidor del Rey en sus posesiones ultramarinas. Sólo sabemos que en 1822 figuraba como Comandante de húsares del regimiento de Luzón y que en dicho año falleció en Manila, en donde residía.

El tercero de los hermanos de San Martín era, como ya se ha dicho, Justo Rufino, a quien en la designación cronológica que hace de sus hijos en su testamento, doña Gregoria Matorras de San Martín lo coloca después de Juan y antes de José Francisco, el hijo prócer. «Los desembolsos que tengo hechos con el nominado don Justo Rufino, declara en éste, su testamento, no pueden constar, mediante a no haber llevado apunte ni razón de lo en qué consista. Pero sí, agrega luego, puedo asegurar que el que menos costo me ha tenido ha sido el don José Francisco

Siendo, pues, mayor Justo que José, debió nacer al menos un año antes que éste, que lo fue, según, nuestra tesis conjetural, en 1777. La misma carencia de documentos que existe en lo relativo a José Francisco y a sus hermanos mayores, Manuel Tadeo y Juan Fermín, existe repecto de Justo Rufino. En un momento dado creímos que la suerte iba a premiar nuestros desvelos para esclarecer este punto; pero desgraciadamente no sucedió así y al hojear el voluminoso legajo de documentos en que creíamos encontrar su partida de bautismo, tuvimos la pena de comprobar que la copia de este documento, o por incendio o por otra causa que ignoramos, había desaparecido del legajo. Con todo tenemos de él, como tenemos de sus hermanos, su foja de servicios; y si la edad que se le señala es de cuarenta y tres años en su foja de 1819, lógicamente debió nacer en 1776, es decir, el año anterior al nacimiento de José su hermano. Lo que es inequívoco, puesto que así lo declaran los documentos inéditos que tenemos entre manos, es que nació en Yapeyú, cosa lógica, por otra parte, dado que por esa época ya su padre ejercía las funciones de Teniente Gobernador de aquel departamento misionero.

Presumimos que su primera educación recibióla en el Seminario de Nobles, pero ignoramos qué hizo y dónde estuvo desde que llegó a España en compañía de sus progenitores hasta el mes de agosto de 1793, en que se presentó solicitando su ingreso a bandolera en la compañía americana. En esa fecha, y estando en San Ildefonso, el Duque de la Alcudia decíale al señor don Lorenzo Fernández de Gatica: «Adjunto remito a V.S. los papeles de don Justo de San Martín y Matorras, natural de Yapeyú, reino de Buenos Aires, pretendiente a bandolera para la compañía americana, para que reconociéndolos me los devuelva con su informe». [5]

Gatica cumplió con su cometido, y al devolver los documentos que se le habían confiado los enumeró en esta forma: «1º, Una copia de la partida de bautismo; otra, de la del casamiento de su padre en la capital de Buenos Aires; otra, del real despacho del 15 de enero de 1779, en que siendo ayudante mayor de la Asamblea de Infantería de Buenos Aires se le concede el grado de Capitán de Infantería: y, finalmente, otro documento en el que el padre de Justo Rufino, que se encuentra agregado a la plaza de Málaga, oblígase a darle seis reales diarios de asistencia. Declara que falta en esos documentos la partida de bautismo de sus padres y la información de testigos que deponga de la legitimidad, limpieza de sangre e hidalguía de su familia, en ambas líneas, pero «que el testimonio de los goces personales de nobleza de sus padres y abuelos y el no tener causa pendiente y de estar reputado por soltero, teniendo en consideración a que por ser su padre natural de la villa de Cervatos y su madre de la de Paredes de Nava, obispado de Palencia, será fácil proporcionar todo lo que va expresado; se podrá proceder desde luego a su admisión, con tal de que después ha de presentarlo para unirlo a los demás papeles». [6]

Esto sucedía el 19 de agosto de 1793, y un año más tarde Justo Rufino presentaba a la autoridad competente estos testimonios, como lo declara por documento firmado en Aranjuez el 19 de marzo de 1794 el Duque de Alcudia. Vistos, pues, estos nuevos documentos que, además de los ya citados, o sean las partidas de bautismo de sus padres, una información original sobre la legitimidad, limpieza y honradez de la familia, levantada en Paredes de Nava de donde era nativa su progenitora -a ésta ya hacemos alusión en el capítulo relativo a la madre de San Martín-, otra hecha igualmente en la villa de Cervatos de la Cueza, de la que era natural su padre, acerca de lo mismo y, finalmente, una información o testimonio de que no tiene causa pendiente y está reputado por soltero, se resolvió a proceder a su admisión. [7]

Según el documento inédito que nos guía, sabemos que inicióse como guardia de corps el 9 de enero de 1795. En calidad de tal permaneció en la compañía americana doce años y, según su foja de servicios, tomó parte en las ocurrencias de Aranjuez el 18 y el 19 de marzo de 1808. Nos lo presenta también esta misma foja en el ataque y defensa de la ciudad de Tudela el 10 de julio del mismo año, en el de Mallén y Magón el 13 y el 14 del mismo, como en la defensa de Zaragoza durante los dos sitios que sufrió esta ciudad en 1808 y 1809, respectivamente, cayendo prisionero de los franceses cuando dicha plaza se rindió el 21 de febrero de 1809. Transportado como tal fuera de España, logró escapar de la prisión en que lo tenían los enemigos, y al desembarcar en Cádiz el General británico, don Carlos Guillermo Doyle, le significó el deseo de retenerlo a su lado y así lo solicitó a la Junta Central, en vista de su «actividad, inteligencia y buen desempeño». En su nota a la Junta Central, dice Doyle que Justo Rufino había militado en el Cuerpo de Húsares de Aragón, pero que en ese momento dicho cuerpo se encontraba prisionero en Francia y que, por lo tanto, este oficial no tenía destino.

La Junta, por decreto de 8 de julio de 1809, accedió al pedido de Doyle, y Justo Rufino pasó a militar así bajo la bandera británica, que en ese momento era la aliada de la española en la guerra contra Napoleón.

Por esta circunstancia vino a encontrarse en la sorpresa y ataque de Uldecona, como en la retirada de Vinaroz el 26 de noviembre de 1810, en la toma y destrucción de la torre de Codoñol, acción que llevó a cabo el 7 de mayo de 1811 con sólo ocho hombres y en medio del fuego vivísimo que le hacía el enemigo. Este acto de arrojo merecióle una carta honorífica que le remitió el Comodoro inglés que comandaba las fuerzas navales durante aquella expedición.

Hallóse, además, en el ataque y destrucción del fuerte de la Rápita de San Carlos, el 12 de mayo de ese mismo año. Clavó dos cañones de grueso calibre que allí tenía el enemigo y, al frente de treinta hombres de tropa, asaltó y tomó la torre fuerte de San Juan que servía de defensa al puerto de los Alfaques. «Quemó, dice su foja de servicios refiriéndose a esta acción, siete grandes pontones que tenían los enemigos en los canales de las Salinas para pasar el Ebro y adelantar en la conquista de Tortosa, a pesar de la obstinada resistencia que opusieron para impedirlo

En 1814 se produjo una nueva organización en el Ejército español y efectuáronse muchas promociones. Como en ninguna de ellas vióse incluido este oficial benemérito, decidióse por presentar a Su Majestad una súplica -está fechada el 1 de diciembre de 1814- para que se dignase aprobar y revalidar el empleo de Capitán que se le había otorgado según despacho. Justo Rufino recuerda en ella que empezó su carrera militar el 9 de enero de 1795, como guardia de corps, que acompañó a Su Majestad hasta la ciudad de Vitoria cuando sucedieron los escandalosos acontecimientos políticos de aquella época, y que cuando el escuadrón de guardias en el cual él formaba, tuvo orden del Príncipe de Murat para restituirse a Madrid, «constante siempre en su juramento de no servir más que a Su Majestad y a sus legítimos sucesores, eludió con pretextos especiosos su regreso a esta Corte y sin titubear se dirigió por medio del reino de Navarra a la ciudad de Zaragoza». [8]

El 22 de junio de 1815 se refrendaba en Palacio esta real orden: «Por cuanto, atendiendo a los méritos y servicios de vos, don Justo Rufino de San Martín, tuvo por conveniente a mis servicios el Capitán General don José Palafox conferiros, el 5 de junio de 1808, el empleo de Capitán vivo y efectivo de caballería, siendo Teniente de ejército y guardia del Cuerpo de la Guardia de mi real persona, cuya gracia ha venido en aprobar y confirmar con la antigüedad y sueldo de dicho día. Por tanto, mando al Capitán General o Comandante General a quien tocare dé la orden conveniente para que se os ponga en posesión de la referida compañía y a los oficiales y soldados de ella que os reconozcan y respeten por su Capitán, obedeciendo las órdenes que les diereis de mi servicio por escrito y de palabra, sin réplica ni dilación alguna; y que así ellos como los demás cabos mayores y menores, oficiales y soldados de mis ejércitos, os hayan y tengan por tal Capitán guardándoos y haciéndoos guardar las honras, preeminencias y exenciones que os tocan y deben ser guardadas, sin que os falte cosa alguna, que así es mi voluntad; y que el intendente de la provincia o ejército donde fuereis a servir dé asimismo la orden necesaria para que se tome razón de este despacho en la Contaduría principal, en la que se os formará asiento de dicho empleo con el sueldo que os corresponde, según el último reglamento, y el goce de él desde el día del cúmplase del Capitán o Comandante General, según constare en la primera revista». [9]

Dos meses más tarde, el agraciado con este real documento dirigíase a Su Majestad significándole que por razones de moderación nunca había hecho valer sus particulares y distinguidos servicios, pero que ahora lo hacía por el atraso que estaba sufriendo en su carrera. Textualmente, decía: «Desde los sucesos de Aranjuez, en marzo de 1808, en que tan principal parte tuvo el exponente en las ocurrencias de aquellos días, sirviendo entonces a la inmediación de V.M. en la compañía americana del real cuerpo de Guardias de Corps, no ha dejado de acreditar constantemente su amor y fidelidad a V.M. sin que su conducta política ni militar se haya empañado jamás; antes sí granjeándose por ella el aprecio y buena opinión que disfruta con todos los Generales y jefes, a cuyas órdenes ha servido y cuyos informes son la garantía que ofrece esta verdad; no sólo no ha solicitado nunca ascenso, recompensa, ni gracia alguna que pudiera indemnizarle de sus atrasos y recompensado sus servicios, sino que ha consumido cuanto tenía por la falta de sus sueldos que no ha percibido en treinta y dos meses que se le adeudan por la escasez del Erario y por su moderación, como tiene acreditado con documentos originales. Pudiera exponer a V.M. otros muchos servicios por los cuales le harían más acreedor a las gracias de V.M., pero cree suficiente lo expuesto para atreverse a suplicar a V.M. rendidamente, que en atención a sus méritos y al atraso que sufre, hallándose de Capitán desde 1808, y graduado de Teniente Coronel de 1809, se digne V.M. concederle el grado de Coronel de sus reales ejércitos cuya gracia espera de la notoria bondad de Vuestra Majestad». [10]

Esta instancia fue presentada en Madrid el 5 de agosto de 1815, y por razones que se aclararán después quedó sin tramitación hasta el año de 1819. En esa época se informa en Ocaña, el 4 de abril, que el interesado ha obtenido la agregación en el regimiento de Voluntarios de España y que, por lo tanto, se considera justa su instancia a favor de los sueldos devengados: mas, por otro conducto, informa don Diego Ballesteros que si es cierto que este oficial había sido nombrado Capitán del regimiento de húsares de Aragón por el General José de Palafox, este empleo no le había sido sancionado y confirmado por Su Majestad y que, por no estar aclarada su antigüedad, no se le concedía el derecho que reclamaba o invocaba para el cobro de sus sueldos atrasados. Concluye Ballesteros en su dictamen diciendo que, para que pueda reclamar sus sueldos en cuestión, tendrá que solicitar ante Su Majestad la sanción de su empleo efectivo que le confirió el General Palafox y aun la del grado con la declaración de la antigüedad que le corresponde en uno y otro.

Pero como ya lo sabe el lector, el grado de Capitán acordado a Justo Rufino por el General de Palafox lo había ya sancionado por real orden Su Majestad, el 22 de junio de 1815. Ignoraba, pues, el autor del dictamen, algo que no debía ignorar y basado en esta ignorancia establecía una afirmación contraria en absoluto a la verdad. Pero, ¿de dónde procedía este error? Como lo vamos a ver, el error procedía en parte de que los documentos relativos a Justo Rufino no figuraban en su expediente, sino en otro rotulado con el nombre de José de San Martín, vale decir, entre los documentos relativos a ese hermano que en ese momento se preparaba para dar el golpe mortal a los Borbones en América. Así lo declaró el propio Ballesteros, quien, con fecha 30 de junio de 1819, dirigió al señor secretario de Estado y del despacho de la Guerra el siguiente oficio: «Debo manifestar a V.E. que si en mi informe dado el 22 de abril de este año acerca de dicha solicitud -hace alusión a la que presentara con tal motivo Justo Rufino de San Martín- expuse a S.M. que no podía declararse al interesado el derecho que pudiese tener al abono de los sueldos devengados en los cinco años y ocho meses expresados, en razón a que no tenía sancionado el empleo de tal Capitán que le confirió el General don José Palafox, ni tampoco el grado de Teniente Coronel, fue porque en los antecedentes que de este oficial tenía a la vista, no constaba ni por oficio de remisión ni por otro documento alguno el que hubiese obtenido la sanción del empleo de Capitán y la del grado de Teniente Coronel. Examinada después la anotación de reales despachos remitidos a esta secretaría de la Inspección General de mi cargo, hallé que no estaban el del empleo y grado del referido don Justo Rufino de San Martín, pero bajo el nombre de don José de San Martín, sin duda por una equivocación, la cual fue causa de que dudase fuese aquél y de que, en su consecuencia, reclamase los reales despachos originales al interesado para desengañarlo. Verificado así y habiendo salido de la duda interpuesta -acaso a don Justo Rufino de San Martín se le hubiesen entregado directamente y en propias manos los citados documentos-, no las tengo ya tampoco en que tiene derecho al abono de los sueldos devengados en los cinco años y ocho meses a que se refiere, y así porque es muy regular que haya pasado su revista en la plana mayor del ejército en clase de ayudante de los diferentes Generales a cuyas órdenes ha estado, como por varias reales órdenes está prevenido que la satisfacción de su sueldo o alcances atrasados corresponden al crédito público, juzgo que lo que reclama este individuo debe satisfacérsele por el expresado establecimiento en la forma dada a las diferentes épocas de sus alcances». [11]

Lo que se le adeudaba a Justo Rufino llegaba ya a la suma de 71.460 reales vellón y veinte maravedís. Pero, a pesar de lo que dice este dictamen, estos sueldos no le fueron abonados y Justo Rufino se vio en la necesidad de tener que dirigirse nuevamente al monarca, reclamando de esta injusticia y haciendo una exposición de sus servicios. «Don Justo de San Martín, Teniente Coronel graduado y Capitán de Caballería del regimiento de Almansa, dice en su petitorio, a Vuestra Majestad respetuosamente expone: Que ni la ambición de mando, ni la mezquina ventaja de mayor sueldo le obligan a elevar a Vuestra Majestad esta exposición. Satisfecho con el testimonio de su conciencia y lleno de un noble orgullo por haber llenado siempre su deber como militar y como hombre en sociedad, nada ha ambicionado, ni nunca puso en movimiento los resortes de la amistad y del favor que pudo aprovechar y hacer valer en diferentes épocas para ascender, creyendo que sus méritos y largos servicios serían atendidos en igualdad de circunstancias. El deseo sólo de conservar su opinión ilesa, le fuerza a manifestar a Vuestra Majestad sus méritos, y la postergación y atraso que experimenta en su carrera. ¿Quién, al mirar al exponente con treinta y dos años y medio de servicio activo y no interrumpido en clase de oficial de caballería y sabiendo que es el primer Capitán de 1808, no cree, y con razón, de que por su conducta militar o privada, ha desmerecido los ascensos que le correspondían por su antigüedad? ¿Quién, al considerar la munificencia de Vuestra Majestad, en dispensar gracias al ejército por sus heroicos esfuerzos en la pasada última guerra y no habiendo ninguna de ellas alcanzado al exponente, no se confirmará más y más en aquella idea? No se crea por esto que haya abrigado el menor motivo de queja ni sentimiento, ni tampoco juzga se le haya hecho injusticia alguna al no ascenderle. Causas particulares, y tal vez únicas en su clase, han sido el origen de su atraso, fundándolo en las razones siguientes: Cuando, después de haber sufrido los dos memorables sitios de Zaragoza en 1808 y 1809, sucumbió aquella ciudad, fue presa de los enemigos, el exponente, entonces Capitán del regimiento de caballería de húsares de Aragón, fue hecho prisionero de guerra con toda la guarnición; pero autorizado por la conducta de los enemigos, que violaron todos los derechos de aquélla, el suplicante arrostró los peligros que eran consiguientes a su situación y se fugó del poder de ellos dirigiéndose al gobierno que mandaba entonces a nombre de Vuestra Majestad a ofrecerle de nuevo sus servicios. A pocos días, y sin la menor solicitud suya, se le comunicó la real orden cuyos originales conserva y cuyas copias acompaña destinándole por ella a la del General don Carlos Doyle, enviado militar de Su Majestad británica. Los términos en que la expresada real orden está concebida es el origen de todos sus atrasos, pues en ella no se destinó ni agregó a cuerpo alguno de su arma, ni menos podía quedar en el que había servido en Zaragoza, por la extinción de aquél a la rendición de dicha ciudad; de que resulta que habiendo empezado su carrera en el real Cuerpo de Guardias de la persona de Vuestra Majestad y pasado después, por efectos de los sucesos políticos de mayo de 1808, al de húsares de Aragón, creado y extinguido en Zaragoza, nunca tuvo ni pudo tener la Inspección General de Caballería conocimiento alguno de la clase, antigüedad y méritos del exponente, pues que dichos dos cuerpos en que sirvió no estuvieron ni pudieron estar a las órdenes y conocimiento de los señores inspectores de dicha arma. De aquí nace el que el exponente no fuese incluido en la promoción a comandantes de escuadrón que se hizo en 1814 con motivo del arreglo del ejército y cuyos jefes, muy dignos de este ascenso, eran, si no todos, la mayor parte más modernos que el exponente, en años de servicio y como Capitanes. De aquí el que tampoco le comprendió la promoción del ejército en 30 de mayo de 1815 ni tampoco otras gracias concedidas por Vuestra Majestad. Estas circunstancias particulares, que no estuvieron en arbitrio del suplicante evitarlas, son las que le han ocasionado el enorme atraso que sufre y en las que se funda para decir que no se le ha hecho injusticia; pero que como el mérito y la justicia no se destruyen con el tiempo, cree que puede y debe ahora manifestar a Vuestra Majestad sus servicios y esperar de su justificación la recompensa que merezcan, protestando que renuncia cualquier ascenso o gracia a que Vuestra Majestad le considere acreedor, siempre que haya un solo General, jefe u oficial del ejército que pueda poner la más pequeña nota a su conducta, militar o política. Si a la fidelidad y exactitud con que ha servido añade su desinterés -comprobado con no haber percibido los sueldos que devenga en medio de los riesgos durante seis años y ocho meses, y por cuya razón se le adeudan en el día, por ajuste formal de la tesorería nacional, 71.460 reales-, aumentará una prueba de cual haya sido su comportamiento y modo de pensar.»

»El exponente, señor, no puede pasar en silencio una observación, que necesariamente debe llamar la atención de Vuestra Majestad. Los trece primeros años y medio de servicio, sin contar en ellos acción ninguna de guerra, fueron suficientes a que el exponente llegase a ser Capitán por su antigüedad. Y a más de otros tantos empleados en defensa de la nación y de Vuestra Majestad, marcados con catorce acciones de guerra, con la ocupación de dos fortalezas que tenían los enemigos, con tres sitios de plazas y otros varios servicios que constan de su hoja no le han proporcionado un solo ascenso, sin embargo, de que Vuestra Majestad ha reconocido y apreciado sus servicios, condecorándole con varios distintivos que lo acreditan, por todo lo cual a Vuestra Majestad rendidamente suplica se digne recompensar sus méritos y atrasos ascendiéndolo a comandante de escuadrón en su arma. Gracia que espera merecer de la justificación de Vuestra Majestad». [12]

Pero, a pesar de serle favorable el dictamen que hizo recaer sobre este petitorio el Coronel de su cuerpo, no lo fue el dictado en Palacio, y en 20 de diciembre de 1820 se le hizo saber al inspector general interino de caballería, que también le era favorable, «que Su Majestad no ha tenido a bien el concederle el ascenso que pide y ha resuelto que se le tenga presente según su mérito y antigüedad».

Justo Rufino, visto el resultado negativo que tenían sus instancias, optó por pedir su retiro con destino a la provincia de Madrid, y así lo hizo el día 31 de diciembre de dicho año. El 12 de enero de 1821 este retiro le fue otorgado con sueldo de 900 reales vellón al mes, y quedando él agregado al Estado Mayor de aquella plaza.

Durante los años que permaneció en servicio Justo Rufino no mereció sino la más alta opinión de sus jefes. «Certifico - dice don Luis Rebolledo de Palafox y Melci-, que el Teniente Coronel graduado don Justo Rufino de San Martín, Capitán del regimiento de caballería de húsares de Aragón, se presentó en la ciudad de Zaragoza, en 4 de junio del año próximo pasado, a ofrecer sus servicios en defensa de la causa de la nación, desde cuyo momento fue empleado por el excelentísimo señor Capitán del Reino de Aragón, en comisiones de la mayor importancia, debiéndose en mucha parte a su actividad y disposiciones la pronta llegada de artillería, municiones y otros efectos de guerra que se le confiaran para la defensa de la ciudad de Tudela, cuando fue atacada la primera vez por los enemigos, en cuyo punto se halló a mi inmediación, habiéndolo nombrado desde entonces por mi ayudante de campo.» «Pasó a mi orden agrega después-, a la ciudad de Zaragoza, con el importante objeto de hacer marchar las tropas que allí se hallaban, al socorro de Tudela; trajo pliegos y comunicó noticias interesantes al Capitán General; se halló a mi lado en la batalla de Mallen, habiendo desempeñado a mi satisfacción cuanto puse a su cuidado; se halló después con el Capitán General en la batalla de Aragón, y tuvo parte en la gloriosa defensa del primer ataque a Zaragoza. Permaneció en dicha ciudad durante el primer sitio de ella, pasó de mi orden a Valdeargorfa, con una interesante comisión que le confié; elegido por el Capitán General para secretario de la comisión militar y junta de fortificación de aquella plaza, que desempeñó a satisfacción de aquel jefe, sin que las ocupaciones de este empleo le privasen de servir a mi lado cuando la circunstancia de riesgo lo exigía; se halló a mi inmediación en el ataque y defensa del 4 de agosto en que los enemigos penetraron en la ciudad. Concluido el primer sitio, lo nombró el Capitán General por su ayudante de campo y fue de su orden a Madrid y Castilla la Vieja, con pliegos interesantes del real servicio. Concluida su comisión y vuelto a Zaragoza, me consta permaneció en dicha ciudad durante el segundo sitio hasta su rendición, por cuyos señalados servicios mereció que el Capitán General le distinguiese con el escudo de defensor de Zaragoza. Rendida esta ciudad, y cuando debía ir prisionero a Francia, se fugó de los enemigos arrostrando los riesgos que le rodeaban y se me presentó en Tortosa a ofrecer de nuevo sus servicios, acreditando con esto y su conducta anterior su acendrado patriotismo y amor al Rey». [13]

Por su parte, el General Carlos Guillermo Doyle, enviado militar de Su Majestad británica, Teniente General de los reales ejércitos y comandante general del Depósito de Instrucción militar de la Real isla de León, no es menos explícito y certifica que el Teniente Coronel don Justo de San Martín, Capitán de Caballería de húsares de Aragón, fue destinado por expresa real orden de 8 de julio de 1809 a sus órdenes e inmediación en calidad de ayudante de campo, desde cuya fecha, escribe, «son muchos y repetidos los varios e importantes encargos que le he confiado, desempeñándolos todos a mi satisfacción, sin que pueda pasar en silencio el recomendable y distinguido servicio que hizo a la nación por disposición mía, ocupando en medio de los enemigos con una celeridad increíble, y con sólo treinta hombres, la torre fuerte de San Juan que defiende el interesante puerto de los Alfanques y que antes servía de abrigo a los enemigos.» «No solamente se posesionó de esta fortaleza -dice a continuación-, alejando a los enemigos de ella y sus inmediaciones, sino que también dispuso y dirigió la obra que tuvo por conveniente hacer en ella para su mayor seguridad, debiéndose a sus disposiciones la conducción y colocación de la artillería y municiones que puso en dicha torre, que con otros auxilios le franqueó el gobernador de la plaza de Peñíscola. En esta misma época quitó a los enemigos siete grandes pontones y algunos barcos que tenían en los canales de las Salinas, impidiendo con esta operación el que los enemigos pasasen con ellos el Ebro como intentaban para adelantar la conquista de Tortosa. Hallándose destinado por mí en la plaza de Peñíscola, en ocasión de que el General Bassecourt dispuso atacar a los enemigos que había en Uldecona en noviembre del año 1810, asistió voluntariamente a esta expedición, al lado de dicho General, y en cuya acción le hirieron el caballo. Por ese mismo deseo de ser útil fue personalmente a la expedición de la torre de Codoñol, que ocupaban los enemigos, y destrucción de sus atrincheramientos en San Carlos, distinguióse en esta jornada, habiendo entrado el primero en dicha torre con sólo ocho hombres, como se evidencia por las gracias que ha merecido y certificación que obtiene del Comodoro inglés que mandaba la expedición. Y, por último, se ha hallado en las últimas ocurrencias del sitio de Tarragona, embarco y desembarco de las tropas de Valencia, que fueron a su socorro, acreditándome en todo este tiempo el buen concepto que había yo formado de su actividad, inteligencia y buen desempeño en cuantas operaciones militares he fiado a su cuidado». [14]

En agosto de 1823 la Regencia del Reino otorgóle un permiso de cuatro meses para pasar a Francia a tomar los baños de Bañeras. «La justificación que presenta este oficial -dice la minuta que tenemos delante- dada por el facultativo que le asiste, justifica la necesidad que tiene de tomar los baños expresados.» El 3 de septiembre de dicho año se le otorgó el pasaporte, y el 9 del mismo mes se le pagó el sueldo correspondiente al mes de agosto y se acordó que por vía de «ayuda de costas» se le entregasen dos mesadas adelantadas para hacer su camino hasta Bañeras, adonde pasa con real licencia a tomar los baños.

La licencia era por tres meses, y desde París, al terminar ésta, solicitó otra prórroga. «Considerando justas las razones que al efecto expone -leemos en el dictamen que esta súplica mereció, y justificada por medio de documentos que acompaña-, soy de parecer que le puede ser dispensada la gracia que solicita.» El 1 de diciembre de 1824 presentó de nuevo otra solicitud, y esta vez para pedir que se le concediese un año de prórroga -la anterior había sido de ocho meses- a la licencia que últimamente se le había otorgado. [15]

Debido a estas circunstancias, cuando el Libertador del Nuevo Mundo, su hermano José, llegó al puerto del Havre, el 23 de abril de 1824, Justo Rufino pudo ir a su encuentro y además de abrazarlo, interesarse ante las autoridades francesas para que se le permitiese su entrada en el reino. Pero, como lo veremos a su hora, los Borbones franceses se recelaban del criollo insurrecto y le cerraron sus puertas.

Acaso fue él quien intervino para que las autoridades de los Países Bajos le franqueasen la entrada en ese reino, cuando, después de un viaje por Inglaterra, decidió San Martín fijarse en Bruselas. Sabemos que Rufino fue el único hermano que aquí compartió con San Martín las horas de su ostracismo, pero ignoramos si se encontraba en París cuando San Martín se trasladó a la capital del Sena, después de la revolución que llevó a Luis Felipe al trono de Francia. Lo que sabemos es que falleció en Madrid, en 1832, y que es el único hermano al cual alude en su correspondencia San Martín.

A estos cuatro hermanos seguía María Elena, la única hija que nació del desposorio en tierra argentina de un militar y de una doncella, ambos castellanos. Fue al parecer el último de estos vástagos y nació, como lo comprueba la partida de bautismo encontrada por nosotros en Segovia, y ya citada, el 18 de agosto de 1778; fue bautizada ocho días después en la Calera de las Vacas, lugar de su nacimiento, por el padre Francisco Pera, capellán de aquella localidad, que pertenecía al obispado de Buenos Aires.

En una de sus cláusulas testamentarias dispone San Martín que su hija Mercedes suministre a su hermana María Elena una pensión de mil francos anuales, y que al fallecimiento de ésta se continúe pagando a su hija Petronila una de doscientos cincuenta hasta su muerte, «sin que, para asegurar este don -agrega él-, que hago a mi hermana y sobrina, sea necesario otra hipoteca que la confianza que me asiste de que mi hija y sus herederos cumplirán religiosamente ésta, mi voluntad».

Esta hermana de San Martín casóse en Madrid con un empleado de renta, de apellido Menchaca, y sabemos que dejó de existir en dicha villa a principios del año 1853.

Ignoramos si fuera de aquella hija Petronila, nacida del matrimonio San Martín y Menchaca, quedó algún otro descendiente, ya hombre, ya mujer, como ignoramos también si su hermano Juan Fermín, que fue el único que contrajo enlace, tuvo o no familia. Por informes que hemos pedido a Filipinas, sabemos que existe en Manila el apellido San Martín, pero no tenemos fe de que éste esté vinculado con la rama fraternal del Libertador. El apellido San Martín, aunque no es común, figura en otros entroncamientos étnicos de la Península, y aun sabemos que hacia mediados de 1830 existía en Madrid un General San Martín que nada tenía que ver con nuestro héroe ni con su familia. [16]

San Martín sólo tuvo una hija, y aun los vástagos que nacieron de la unión de Mercedes de San Martín con Mariano Balcarce fueron dos mujeres, la una Mercedes Balcarce, nacida en Buenos Aires el 14 de octubre de 1833, y la otra, Josefa Balcarce, nacida en Grand Bourg el 14 de julio de 1836.

La primera falleció en París sin contraer estado, el 21 de mayo de 1860, y la segunda en Brunoy, el 17 de abril de 1874, viuda en ese entonces de Mariano Gutiérrez de Estrada, mejicano. La nieta de San Martín murió sin dejar descendencia.

Podemos, pues, cerrar este capítulo diciendo que si los hijos de doña Gregoria Matorras de San Martín no fueron tribunos, como lo fueron los Gracos, como ellos defendieron la causa del bien, y con la espada militaron como aquéllos militaron con la palabra. Dama tan ilustre cual otra nueva Cornelia, los vio crecer en edad y en méritos, pero por desgracia no alcanzó a contemplar en el apogeo de su renombre al hijo aquel que menos desvelos y trabajos le había costado. Presumimos, con todo -toda madre posee por naturaleza un germen adivinativo- que sus preferencias se encaminaron a éste, con adivinación, acaso, de su gloria futura.

Su hijo don José de San Martín tenía en su haber en ese entonces, como lo tenían sus hermanos Manuel Tadeo y Juan Fermín, las campañas de África, la guerra en el Rosellón y en Portugal, y, además, un año de servicio en la flota del reino. Pronto agregaría a estos lauros uno nuevo más, y sería éste su campaña en Andalucía, en pro de la independencia del reino.

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 [1] En 1801 este hermano de San Martín encontróse envuelto en un conflicto que le ocasionó serios y prolongados disgustos. Un soldado español había dado muerte violenta a un tambor de las fuerzas auxiliares francesas, de paso por Barcelona, y con tal motivo, al ser juzgado, Manuel Tadeo fue nombrado su defensor. «Estando aquél en capilla -dice el documento que nos ilustra-, se valió, con otros oficiales, del ardid de que otro soldado se refugiase en sagrado y desde allí declarase ser el autor del homicidio, para salvar la vida de su ahijado.» Este proceder fue considerado como delictuoso, y el Teniente Manuel Tadeo vióse privado de su empleo y destinado al presidio de Melilla. Estando allí, en 1804, dirigióse a la autoridad competente para que fuese reconsiderada su causa. En su sentir, habíase cometido con él una injusticia y esto era porque el fiscal que intervenía en el asunto estaba resentido con él. El pedido de reconsideración le fue negado, pero el fiscal propuso, con todo, el indulto, que no se le acordó en la primera consulta. Intervinieron luego en su favor los Mariscales de Campo don Antonio Samper y don José Navarro.

Dicen éstos que Manuel Tadeo de San Martín, por conducto del Capitán General de Andalucía -lo era el Marqués del Socorro-, ha recurrido al Generalísimo, Príncipe de la Paz, solicitando: que se le devuelva su empleo de Teniente del regimiento de infantería de Valencia, no tanto por salir de la triste situación e indigencia en que se halla, cuanto por lo doloroso que le es verse, en las actuales circunstancias, separado del servicio en que siempre se distinguió, por su afición, exactitud y conducta. Garantizan los peticionantes o interventores «las buenas cualidades de San Martín» y dicen que aunque este oficial ha merecido el justo enojo, consideran que su falta, tan involuntaria como poco premeditada, fue, sin duda, la única que ha cometido en el servicio. Concluyen diciendo, no que se le restituya el empleo, sino que se digne Su Majestad mandar pasarle a Cádiz a sus inmediatas órdenes, para observar su conducta y examinar si con el castigo que ha sufrido ha reparado su yerro.

En 12 de abril de 1806 se le concede la agregación de Teniente al fijo de Ceuta; pero a pedido del Capitán General de Andalucía, o sea de Solano, no se le traslada a Cádiz, y don Manuel de San Martín queda allí al servicio del Capitán General de dicha plaza. Fue desde allí, y con fecha 23 de diciembre de 1807, que se dirigió a Godoy, Príncipe de la Paz, para formular esta súplica: «Don Manuel Tadeo de San Martín, Primer Teniente con grado de Capitán, que fue del regimiento de infantería de Valencia y actualmente Teniente agregado al fijo de Ceuta, con el más profundo respeto, hace presente: Que hace cerca de veinte años tiene el honor de servir a Su Majestad, habiendo empezado de cadete en el regimiento de Soria, con el cual se halló en el sitio de Ceuta y en la guerra de Francia con el Ejército de Cataluña y en treinta acciones con los enemigos, siendo una de ellas la toma del castillo de San Telmo, y a la que fue de los primeros que se introdujeron, dirigiendo sus fuegos contra Colliure, y debiendo ser premiado no lo fue por una equivocación y desgracia suya, y logró su grado otro oficial a quien se tuvo por el suplicante, como puede justificar; que obtuvo otros mandos particulares de artillería, y dirección de varias obras de campaña sin gratificación alguna. Salvó el cargamento de diferentes buques próximos a zozobrar cuando la toma de Colliure, como podrá informar el Marqués del Socorro. Fue maestro de cadetes más de dos años; estuvo comisionado diez meses en persecución de contrabandistas y malhechores, aprehendiendo algunos con riesgo de su vida, y habiendo pasado al regimiento de Valencia, de Primer Teniente, fue nombrado en Barcelona, en 1801, defensor de un soldado iniciado de una muerte, y verificado el consejo de guerra, según ordenanza, manifestaron varios oficiales al exponente que era otro el agresor, en vista de lo cual le aconsejó -después de varias diligencias que practicaron dichos oficiales- se refugiase en sagrado, y hallándose en la iglesia el agresor, fue persuadido que no le valía y entonces acriminó al que expone, retractándose, cuya causa hizo sufrir al exponente más de dos años de prisión, siendo después privado de su empleo y reducido a la indigencia; cuya desgracia ha tolerado seis años hasta que por sus repetidas instancias le concedió el Rey la agregación de Teniente con que se halla; pero no indemnizándole esto los perjuicios que ha sufrido, perdiendo siete años del grado de Capitán, y aunque Su Majestad le concedió licencia para permanecer en esta plaza a las órdenes de su gobernador, como éste ha marchado a Portugal, se ve destituido de todo auxilio y proporción de recobrar su carrera. Por lo tanto, suplica rendidamente a V.A.S. se digne proporcionarle se le reintegre en su grado de Capitán, agregándole a uno de los regimientos del ejército. Gracia que espera de la piedad de V.A.S., considerando como resarcimiento de los muchos trabajos que ha sufrido el suplicante». Esta vez tan justo como bien documentado petitorio encontró, a no dudarlo, en las autoridades supremas del reino la acogida que merecía. En los documentos que conocemos falta la real orden reintegrándolo en el ejército con el grado de Capitán, como así lo pedía, pero presumimos que le fue acordado, pues en 1808 lo vemos figurar ya con el grado de Capitán y como ayudante del General Conde de Castrillo, y después de tomar una parte muy activa en la jornada sangrienta del 2 de mayo.

[2] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.493.

[3] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.489.

[4] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.489.

[5] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490.

[6] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490.

[7] Por la información que levantóse en Cervatos de la Cueza, quedó comprobado que los padres del Capitán don Juan de San Martín habían obtenido empleos principales en la República y que habían sido, además, hermanos de la cofradía de Nuestra Señora de la Blanca, «donde ninguno entra sin probar descender de nobles». Esta información falta en el legajo Nº 1.490, que es el relativo a Justo Rufino y que se encuentra en el Archivo Militar de Segovia

[8] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490.

[9] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490.

[10] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490.

[11] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490.

[12] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490. Nº 40.

[13] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490.

[14] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.490.

[15] Desde París y con fecha 23 de diciembre de 1823, Justo Rufino dirigió a don Félix Guzmán, secretario de la Capitanía General de Castilla, la siguiente carta: «Mi estimado amigo: por este correo dirijo al Capitán General de Castilla la Nueva una solicitud de prórroga, la cual, como igualmente esta cartita, le será a usted entregada por mi hermano político don Rafael González de Menchaca, para que usted haga de ella el uso conveniente, a fin de obtener la prórroga que solicito, pues el estado de mi salud y la estación tan rígida en que estamos no me permite ponerme en camino. Espero que tomará usted por mí en esta ocasión el interés que siempre ha tomado por su atento servidor y amigo q.s.m.b ...» Archivo militar de Segovia. Legajo N.º 1.490.

[16] En Buenos Aires mismo existía un tal Bernabé San Martín, a quien el doctor Vicente F. López nos lo presenta figurando entre los promotores de la revolución del 5 de abril de 1811; textualmente nos dice: «Persona muy recomendable y hacendado muy rico de la costa derecha del Paraná. Este señor San Martín, emparentado con la familia de los Castex y de los Campos, era Coronel de milicias, pero no tenía parentesco ni relación alguna con el célebre General don José de San Martín, quien, por otra parte, no había regresado aún de España, donde servía contra los franceses.» Historia de la República Argentina, t. III, pág. 3 9 5.