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Instituto Nacional Sanmartiniano

Historia del Libertador Don José de San Martín de Pacífico Otero. Capítulo 13. San Martín renuncia al comando del Ejército del Norte

Continuamos con la publicación de la obra cumbre del fundador del Instituto Nacional Sanmartiniano. En esta ocasión, "San Martín renuncia al comando del Ejército del Norte" . Por José Pacífico Otero.

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CAPÍTULO 13

SAN MARTÍN RENUNCIA AL COMANDO DEL EJÉRCITO DEL NORTE

SUMARIO.- Dorrego y el primer refuerzo enviado por San Martín. - Güemes y su plan defensivo.San Martín y Saravia - En tres meses cambia de semblante el Ejército del Norte - El episodio de los caudales - Carta en que San Martín da una nota de realismo - Por qué ganó esta cuestión Posadas al frente del Directorio - Decreto de Alvear aprobado por Posadas y comunicado a San Martín - Posadas aplaude las medidas tomadas por éste y le acuerda distintos despachos - Carta del 8 de abril sobre Montevideo - Un documento concluyente - Alvear y la formación de la escuadra - Su proyecto comunicado a San Martín - Lo que decidió a éste alejarse de Tucumán - Carta que encierra una decisión y un petitorio - El 22 de abril de 1814 surgió el verdadero libertador de su patria - A principios del invierno en ese año San Martín cae seriamente enfermo - Belgrano como Posadas se interesan por su salud - San Martín no jugó ninguna comedia -Su dolencia - Se retira a la hacienda «Las Ramadas» y luego pasa a las sierras de Córdoba - Entrevista de San Martín con Paz en su estanzuela - Estando allí ínfórmale Posadas de la toma de Montevideo por Alvear - Posadas insiste para que baje a Buenos Aires o a Córdoba - El camino del Norte abierto por éste a Alvear, como el de Montevideo - Creyendo a San Martín en la eternidad, se le nombra un reemplazante - Éste lo fue Alvear, pero interinamente Rondeau - Alvear se hace cargo de! ejército sitiador y, sin batalla, gana una victoria - Rondeau llega a Tucumán y proclama a sus tropas - Juicio acertado de San Martín sobre la revolución - Ésta y su gran capitán - Notas rítrnicas en el cumplimiento de su destino - Lo que fueron San Martín y Bolívar según Mackenna - San Martín enfermo del cuerpo, pero no del alma.

Reanudando la exposición de los acontecimientos que llevaron a San Martín al comando del ejército de Belgrano, debemos decir que derrotado éste en las campañas del Alto Perú, trató de salvar sus restos, retrocediendo hacia el interior del virreinato. Para esto organizó sus fuerzas de retaguardia y las colocó bajo las órdenes de un oficial de muchas luces como de probado valor. Dorrego cumplió lo mejor que pudo su cometido, y debido a su vigilancia, Belgrano logró substraerse a la persecución encarnizada del enemigo.

Los propósitos de Pezuela eran de llegar hasta Tucumán y aun más allá si las circunstancias se lo permitían; pero al entrar en la provincia de Salta, encontróse con que los patriotas, en lugar de ceder parte de su terreno, lo defendían con viveza y contraatacaban por medio de guerrillas y de escaramuzas.

En ese momento Dorrego recibió el primer refuerzo enviado a Belgrano por San Martín. Este refuerzo lo constituían dos escuadrones de Granaderos, y unidos ellos a las fuerzas de caballería que se encontraban en Humahuaca, Dorrego puso límite al avance realista. Después de haber ocupado los altos de San Lorenzo, él y sus fuerzas retrocedieron hasta Huachipas, y acantonada allí la vanguardia patriótica, hizo frente a la retaguardia realista.

En ese momento San Martín había llegado ya a Tucumán y procedía a la organización del ejército. Su propósito no era el de emprender ninguna ofensiva, y necesitando tener a su lado oficiales del mérito de Dorrego, le escribió para que bajase a Tucumán y dejase confiadas sus fuerzas al comando de don Martín Güemes. El personaje éste no tenía aún en su haber grandes proezas, pero se distinguía ya por sus cualidades de hombre de mundo, al mismo tiempo que de caudillo. Nativo de la ciudad de Salta, siendo aún muy joven había pasado a Buenos Aires y abrazado allí la carrera militar, entrando en el batallón fijo de infantería. Esto le permitió pelear contra los ingleses en las jornadas de la Reconquista y de la Defensa, y al pronunciarse la Revolución del 25 de Mayo de 1810, se unió, partiendo de Salta, al Ejército Libertador del Alto Perú, despachado por la Junta gubernativa para insurreccionar aquella parte del Virreinato. Güemes hizo toda esta campaña, y después de la batalla de Suipacha, volvió de nuevo a Buenos Aires para ser incorporado al Estado Mayor de esta plaza. De Buenos Aíres pasó, más tarde, al sitio de Montevideo, y por encontrarse allí, no figuró entre los oficiales de Belgrano cuando éste se lanzó sobre el Alto Perú para iniciar esta segunda ofensiva cuyo epílogo fueron los desastres de Vilcapugio y Ayohuma.

Cuando San Martín entró a substituir a Belgrano en el comando de aquel ejército, hacía poco que Güemes se encontraba de nuevo en su provincia natal, y como buen patriota que era, se había interesado en la defensa de aquel territorio. San Martín, conocedor por instinto de los hombres que más le convenían, no tardó en comprender que Güemes era el auxiliar que en ese momento le exigía su plan defensivo, y cuando determinó que Dorrego bajase a Tucumán, se decidió por poner al frente de la vanguardia patriota a este Capitán de milicias, cuyo prestigio arrastraba ya las masas gauchas, verdadera pesadilla de los realistas.

El 29 de marzo, Güemes tuvo un encuentro con el Coronel Castro, natural, como él, de la provincia de Salta, y reputado como la primera espada de la caballería realista. Castro le había preparado una emboscada; pero no sólo fracasó en su intento, sino que Güemes cargó sobre él con tanto denuedo, que además de derrotarlo, le causó cuarenta bajas, tomó parte de su armamento y se posesionó de su caballada. Esta proeza elogióla San Martín, y a su propuesta, el gobierno lo elevó al grado de Teniente Coronel.

Pero si Güemes se destacaba como el jefe que había reemplazado a Dorrego, había a su lado otros oficiales valerosos y beneméritos. Era uno de éstos don Pedro José Saravia, que había sido herido en la batalla de Vilcapugio, y que bajo las órdenes de Dorrego defendió la retirada del Ejército Patriota después de Ayohuma. San Martín, que sabía por Belgrano lo que valía este jefe, lo dejó en Huachipas y significóle que sería para él causa de vivo placer verlo consagrado a la defensa de la patria con el mismo celo con que lo había hecho bajo el comando de su predecesor. El 4 de febrero le dice que ha dado las providencias del caso para que los parajes que se encuentran desamparados –Saravia los había señalado ya en un oficio- «sean cubiertos como corresponde». Luego le dice. «Estoy informado de la buena comportación y patriotismo de V.S. y yo espero continuará, con iguales sentimientos, desempeñando la comisión que mi antecesor le ha dado, procurando también promover los intereses de nuestra santa causa, pasándome los avisos que crea pueden interesar y adoptando cuantas medidas sean oportunas, tanto para la seguridad general, como para adquirir todas las noticias posibles del enemigo». [1]

El celo con que San Martín desempeñaba su comando obligólo, si no a prestar crédito a todos los rumores circulantes, a recogerlos y a descubrir lo que en ellos podía haber de verdad. Por informes secretos, supo un día que don Manuel Antonio Castellanos, que en clase de cabo comandante se encontraba al frente de una partida, por razones de parentesco con don Saturnino Castro, jefe realista, tenía ciertas relaciones. «Si éstas son positivas -le decía San Martín a Saravia- pueden inclinarlo a aquel partido y en vez de servir con fidelidad a la patria, le sea tal vez un enemigo disfrazado.» «Procure V.S. , le recomienda San Martín, averiguar lo que haya de cierto en el particular y, en caso de ser cierta esa relación de parentesco, o que se descubra algún otro motivo de sospecha, relévelo V.S. inmediatamente, subrogando en su lugar otra persona que merezca una confianza más completa.» Saravia cumplió con este cometido, y al terminarlo, díjole San Martín: «Quedo completamente satisfecho de cuanto me expone con respecto a don Manuel Antonio Castellanos. Créame que mis providencias no tienen ni tendrán otro objeto que la seguridad del Estado y el mejor servicio de la patria, y estoy seguro que usted coadyuvará con todos sus esfuerzos a la ejecución de objetos tan importantes

Los votos de aplauso se los renueva San Martín muy frecuentemente. Lo felicita por su actividad y por su celo y el 29 de marzo le escribe para felicitarlo por la forma ejemplar y valiente con que se condujeron su hijo José y su hermano Domingo en un encuentro con el enemigo. «No puedo -le dice- prescindir de manifestar a usted, aunque de paso, cuán plausible y satisfactoria me ha sido la valerosa comportación del precitado comandante don José Apolinario -era el hijo de Pedro José- y la de su hermano don Domingo y de toda la demás gente de su mando; en la brillante guerrilla del 24». [2]

Esta guerrilla se había producido precisamente al encontrarse las avanzadas de José Apolinario Saravia con una compañía enemiga al mando del Capitán José Lucas Fajardo. Las fuerzas de éste se componían de cincuenta y seis hombres y las de Saravia de treinta, contando además un grupo de paisanos armados de chuzas y de garrotes. La carga llevada por Saravia sobre los realistas fue tan enérgica, que no sólo los derrotó, sino que les mató once hombres, inclusive el mismo Fajardo, tomándole veintisiete prisioneros y no teniendo él de su parte sino tres muertos y un herido. La acción ésta es conocida con el nombre de combate de Sauce Redondo, y al comunicarlo a su jefe, Saravia escribe en su parte: «Los tiranos quedarán asombrados al ver que sólo treinta hombres de fusil, ayudados de inerme paisanaje, atropellando por sobre un fuego vivo, hubiesen completamente derrotado una doble fuerza; pero si se advierte que los hombres que los han atacado desean ser libres de corazón, nada tendrán que extrañar

Pero San Martín no se contentó con movilizar las fuerzas gauchas y oponerlas como antemural invencible al enemigo. Materialmente cerróle, por así decirlo, el camino al espionaje y esto hasta tal punto que meses después de encontrarse él al frente del Ejército del Norte, Pezuela y sus oficiales creían que el Comando Supremo pertenecía todavía a Belgrano. Para salir de esa obscuridad, se decidió Pezuela por confiarle al Coronel Marquiegui una misión exploradora. Éste la realizó con pericia y coraje, y aun cuando pudo atravesar el Chaco y contornear por el Norte y por el Este las fronteras de Tucumán y de Santiago del Estero, sólo pudo saber -y esto gracias a los prisioneros que tomó en su ataque a algunos de los fortines patriotas- que las fuerzas acantonadas en Tucumán llegaban a tres mil hombres y que ochocientos gauchos comandados por Güemes montaban guardia en la frontera. A los tres meses de estar al frente de este ejército San Martín había cambiado por completo su semblante. Belgrano había sido su mejor asesor y guiado por sus consejos, trató de fomentar la insurrección en el Alto Perú, ya avivada por la propaganda que allí hiciera Belgrano. Una de sus primeras solicitudes fue la de prestar su ayuda a don Antonio Álvarez de Arenales, gobernador de Cochabamba y fuerza directiva de la insurrección, después que Belgrano abandonó el Alto Perú a raíz de sus derrotas de Vilcapugio y de Ayohuma. Su ayuda no se concretó al envío de armas y de municiones. Le envió también oficiales y al mismo tiempo, instrucciones escritas para que un esfuerzo tan denodado no se malograse e hiciese con provecho la guerra. Esto le permitió a Arenales mantener en pie, por un tiempo, la resistencia, y obtener más tarde aquella victoria de La Florida que ya hemos apuntado.

Comprendiendo San Martín que no es posible exigir del soldado disciplina y sumisión absolutas si sus haberes no le son regulados convenientemente, a falta de numerario en la caja del ejército se incautó de los caudales que existían en Tucumán y que había traído consigo Belgrano al retirarse de Potosí.

Cuando esto sucedía, Posadas había transmitido las órdenes del caso al intendente de Tucumán para que esos caudales fuesen trasladados a la Capital. San Martín, que comprendía que la ley de las leyes en casos semejantes es la necesidad, se opuso a este traslado, y ya en marcha dichos caudales, retrocedieron de nuevo a Tucumán. Fue entonces que el Gobierno de Buenos Aires optó por una actitud de enojo y elevó al gobernador intendente de aquella provincia un oficio desaprobando este proceder. Hasta entonces, San Martín había guardado silencio, pero creyendo que era el caso de hablar, lo hizo, y con tanta precisión y elocuencia, que hizo cambiar por completo, en lo relativo a este tópico, la conducta de su Gobierno. «En oficio del 18 del corriente -dice San Martín- me transcribió el gobernador intendente de esta provincia la suprema resolución de V.E., de 29 del próximo pasado enero, en que, desaprobando la providencia que adoptó la comisión directiva del Interior de hacer regresar a este destino el dinero sellado en plata y oro que conducía a esa tesorería general el doctor don Manuel Vélez, ordenó se dirigiese a esa capital, aprovechando la más pronta y segura oportunidad

»Con la misma fecha me comunicó la comisión directiva que, desaprobada por V.E. aquella medida, ordenaba en consecuencia que fuesen remitidos los caudales con la dirección que llevaban y las pastas conducidas a Chile para reducirlas a numerario; y que habiendo entrado en la caja militar la plata sellada que se mandó regresar, dispusiese el cumplimiento de la suprema resolución de V.E.»

»Aseguro a V.E. -continúa luego San Martín- que acostumbrado por una parte a prestar la más ciega obediencia a las órdenes superiores y empeñado, por otra, en el difícil encargo que esa superioridad se dignó confiar a mis débiles fuerzas, de reorganizar y sostener este ejército, fluctué mucho rato en el amargo conflicto de no poder conciliar el cumplimiento de una y otra. Por el adjunto verá la supremacía de V.E., que todo el fondo existente en la comisaría de este ejército apenas llega a la cantidad de treinta y seis mil trescientos cincuenta y siete pesos, cuatro reales, y que lo gastado en el presente mes, en el pago de un sueldo a la oficialidad, de dos pesos mensuales a los sargentos, cabos y soldados y lo demás en hospital, maestranza, galpones, armería y parque, asciende a la de treinta y cinco mil trescientos treinta y cinco pesos. De manera que por la comparación de los gastos indispensables con el caudal existente, resulta que economizando todo lo posible, apenas habrá dinero para un mes, esto es sin que entre en el cálculo el valor de la carne que consume el ejército y otros artículos que se toman de prestado.»

»Ya dije a V.E., en mis comunicaciones anteriores, que yo no había encontrado más que unos tristes fragmentos de un ejército derrotado. Un hospital sin medicinas, sin cajas de instrumentos, sin útiles para el servicio, sin colchones, almohadas, sábanas, ni cubiertas de ninguna clase, presenta el sensible espectáculo de unos hombres tirados en el suelo, que, después de haberse sacrificado en una campaña desastrosa, añaden a la aflicción de sus males, el desconsuelo de no poder ser atendidos del modo que reclama la humanidad y sus propios méritos. Unas tropas tan desnudas que se resiente la decencia al ver un defensor de la patria con el traje de un pordiosero, una oficialidad que en muchas partes no tiene cómo presentarse en público por haber perdido sus equipajes en las últimas acciones de guerra. Mil clamores de éstos, por sus sueldos devengados; de emigrados que han servido en el interior y carecen de arbitrios para subsistir; de viudas, en fin, que han perdido sus maridos en la última campaña. Gastos urgentes en la maestranza, sin lo que no es posible habilitar nuestro armamento para ponernos en estado de contener los progresos del enemigo. Sobre todo, la reorganización y subsistencia de este ejército, es decir, de cerca de tres mil hombres, que reunidos en este punto sin otro objeto ni ocupación que la disciplina y servicio militar, es preciso proporcionarles desde la gorra hasta el zapato, mantenerlos, vestirlos, armarlos y municionarlos. Yo faltaría, Excmo. señor, a mi deber, a mi honor, y a la misma confianza que V.E. se ha servido hacerme, si dejase de exponer a V.E. con la franqueza que me caracteriza que esta provincia no presenta ya recursos para sostener este ejército; que el país se pierde, y el ejército se disuelve, si V.E. no lo socorre

Después de este alegato en que la sinceridad alcanza su nota más alta de realismo, entra San Martín a explicar la razón de su resistencia. «Éstos son, dice él, los urgentes motivos que me han obligado a no obedecer y no cumplir la superior orden indicada, y representar a V.E., sobre la absoluta necesidad de aquel dinero, para la conservación del ejército. Creo que V.E., como Director Supremo y como conservador de este ejército, como padre de unos pueblos que reclaman altamente su protección y, sobre todo, como primer jefe del Estado, no llevará a mal una medida en que se interesa la seguridad y la salvación de la patria.»

»Mas, si contra toda esperanza no mereciese esta resolución la superior aprobación de V.E., en el momento que V.E. me lo avise por un expreso, despacharé a esa capital el resto del dinero regresado, quedando en este caso con el desconsuelo de no poder llenar el primero de mis encargos». [3]

Las cuestiones se ganan o se pierden según ellas son presentadas. San Martín presentó con tanta veracidad y elocuencia la que en ese momento era para él causa de sus desvelos, que el Directorio no vaciló en su resolución y el 9 de marzo, Posadas tomó una providencia en el sentido que el peticionante deseaba y los caudales quedaron en Tucumán a disposición de San Martín. En carta privada trató Posadas de justificar su conducta y contestando a este alegato y a otras cartas más de San Martín que aun tenía sin respuesta, !e dice: «Por ellas veo el famoso estado y el coraje con que usted se halla para la defensa de ese punto. Si se dio orden para la devolución de los caudales que tuvo la comisión, fue porque, precisamente, se contaba aquí con ellos para pagar cuatro meses que se debían a la tropa y porque, hasta ahora, ha tenido razón este Gobierno de la inversión de más de ochenta mil pesos que avisó Belgrano haber sacado de Potosí. Conque pase por ahora el obedecer y no cumplir, porque si con el obedecimiento se exponía usted a quedar en apuros, con el no cumplimiento he quedado yo aquí como un cochino». [4]

Desde el 22 de enero de ese año, Posadas se encontraba precisamente al frente del Directorio. En ausencia de San Martín se había resuelto modificar la forma del Ejecutivo, y éste, que lo era el Triunvirato, se vio reemplazado por un Directorio. Gervasio Posadas formaba parte de aquél desde el mes de agosto del año anterior y su designación se hizo por voto unánime de los asambleístas. El Directorio se inauguró con una modificación al estatuto provisional que servía de base reguladora al Supremo Gobierno, y según esta modificación, en la persona del director recaían todas las facultades y preeminencias acordadas al Ejecutivo. Su duración en el ejercicio del mando sería de sólo dos años y, como distintivo de su investidura, debía usar una banda bicolor -blanca al centro y azul a los costados-, fijándosele, además, como residencia la Fortaleza. El director debía ser asesorado por un Consejo de Estado compuesto de nueve vocales, inclusive su presidente y secretario. Por pluralidad de sufragios fue elegido para este cargo don Nicolás Rodríguez Peña, y el 31 de enero la Asamblea se reunió en forma solemne y Posadas se presentó ante ella para prestar el juramento con que debía iniciar su mandato.

Aun cuando Posadas era un hombre probo y de patriotismo sincero, no era un estadista y carecía, por lo tanto, de genio político. Más que el candidato de la opinión, era el candidato de una opinión, lo cual evidenció encumbrando en el acto a Carlos de Alvear, quien en forma hábil y secreta, había dirigido toda esta maniobra. Alvear ambicionaba el comando del ejército sitiador de Montevideo y esto como primera escala para llegar al Comando Supremo del Ejército del Norte, retenido por San Martín. Desde la revolución del 8 de octubre de 1812, los puntos de mira de San Martín y de Alvear no eran paralelos en lo relativo a la forma del Ejecutivo. Ya en ese entonces Alvear había querido reemplazar el Triunvirato por el Directorio; San Martín, por el contrario, quería que el Triunvirato permaneciese, pero que funcionase a su lado un Congreso que declarase abiertamente las bases y los fines políticos de la Revolución. [5]

El propio Alvear declara esto en forma categórica, pues hablando de este momento político, nos dice: «No había tiempo que perder y era preciso empezar por hacer en el Gobierno la gran variación que pedían imperiosamente las circunstancias. El Coronel San Martín había sido enviado a relevar al General Belgrano, y la salida de este jefe de la capital, que habíase manifestado opuesto a la concentración del poder, me dejaba más expedito para intentar esta grande obra. Mi modo de pensar había sido traslucido por algunos y, como acontece en tiempos turbulentos, se creyó eran dirigidos por sentimientos de ambición, deseando colocar el mando en mis manos». [6]

Las ambiciones, como las esperanzas humanas, requieren su principio y no nos cabe duda que Alvear calculó que pronto sería el sucesor de Posadas en este Ejecutivo. Ante la opinión pública era necesario encubrir el negociado secreto, y Alvear supo hacerlo así desatendiéndose por el momento del Directorio y prohijando la candidatura que la Asamblea, manejada por su sobrino -Alvear y Posadas estaban unidos por un vínculo de parentesco- aceptó sin resistencia.

Cuando Posadas se hizo cargo del Directorio era Alvear el General en Jefe de las fuerzas de la capital y apenas se hubo iniciado el nuevo gobierno, presentó a éste, para su aprobación, un proyecto sobre el distintivo que debía usar la plana mayor en todos los ejércitos del Estado. Aprobado este decreto, San Martín fue notificado con oportunidad en la forma siguiente : «El General en Jefe llevará sobre su uniforme particular una faja celeste con borlas de oro que descenderá del hombro derecho al costado izquierdo. El Mayor General una blanca, con borlas de oro. Los ayudantes del General en Jefe, banda celeste toda, con la diferencia de ceñirse a la cintura, sin borlas. Los del Mayor General, blanca toda y colocada del mismo modo. Todos llevarán espuelas.» San Martín dio a conocer esta disposición en la orden del día del 14 de febrero, pero sin agregar ningún comentario.

Desde que Posadas se hizo cargo del Directorio siguió observando para con San Martín la misma solicitud que le evidenciara cuando era miembro del Triunvirato. Acabamos de ver cómo se portó con él en el episodio de los caudales y sabemos, además, que aplaudió otras medidas, entre ellas el castigo impuesto por San Martín a Dorrego cuando éste le faltó al respeto que le debía a Belgrano. «Nada me diga usted de Dorrego - le escribe Posadas a San Martín con fecha 18 de marzo- ni en satisfacción de otra cualquiera medida que tomare en lo sucesivo, sea de la clase y calidad que fuera, porque debe usted estar seguro y firmemente persuadido de que a todo he de decir amén, como yo estoy igualmente y firmemente persuadido de que usted ha de tener a bien y ha de apoyar todo cuanto yo haga por acá, pues así usted como yo, hemos de obrar según las distancias y circunstancias y dirigidos solos al bien general de que estamos encargados. Por consiguiente -concluye Posadas -, haga usted cuanto guste y le parezca útil y conveniente; pida cuanto necesite, seguro de que ha de ir cuanto se pueda mandar y que cuando no se pueda, nos hemos de satisfacer mutua y recíprocamente con cariño fraternal, con libertad y franqueza, y sin enojo, porque entre nosotros no lo puede haber». [7]

Posadas no trata a San Martín ni con autoridad, ni tampoco con formulismos ni reticencias. Acude a él como a la persona que le merece entera y absoluta confianza y hasta le recomienda que haga una prolija indagación para saber qué destino les ha tocado «a los intereses sacados de Potosí». Textualmente le dice: «Es preciso que como General de ese ejército, empiece usted autoritativamente a hacer indagación acerca de los caudales sacados de Potosí, tomando de ellos la más estrecha cuenta al comisario y los informes que tuviera a bien pedir a Belgrano. Por lo que hace al tropel de oficiales sobrantes que hace usted bajar a Córdoba, le agrega, veremos después qué hacer según las reclamaciones que me dirijan, y los pocos o ningunos destinos que hay para emplearlos

En otra carta del 30 de marzo, Posadas recapitula una serie de propuestas hechas por San Martín, y a todas ellas accede complacientemente. Con oportunidad, San Martín le había escrito interesándose por personas que estaban en torno suyo, como Cruz, Arauz, Jonte y Bustamante. «El grado de Coronel que pide para él -el él aquí es el comandante Cruz- le dice Posadas a San Martín, no solamente lo creo de justicia por ser el más antiguo de todos los del ejército, sino que lo creo necesario para ganarnos este hombre que nos puede ser muy útil.» Respecto a Arauz, San Martín le había escrito a Posadas: «El Coronel de estas milicias, don Bernabé Arauz, es un sujeto que me aventuro a asegurar no se encuentran diez en América que reúnan más virtudes, y espero que usted le escriba para lisonjearlo.» Esta carta la había escrito San Martín el 23 de febrero, y el 2 de marzo, volviendo de nuevo sobre Arauz, le dice: «Si usted accede con la solicitud sobre Cruz, creo que sería muy útil, en su lugar, el Coronel de las milicias de estas provincias don Bernabé Arauz, sujeto el más honrado que se conoce en toda la provincia: infórmese usted y yo respondo de los resultados.»

San Martín concluyó obteniendo el despacho de auditor de guerra para Jonte, el de intendente para Arauz, y el de secretario para Bustamante. Cuando todo esto quedó evacuado, Posadas pudo decirle: «Esté usted persuadido de que ha de ir cuanto usted me pida y proponga en materia de empleos, a no ser en algún caso muy particular de que me halle prevenido, en cuyo caso, que no sé si llegará algún día, le habría siempre de escribir lo que me ocurriese con la mayor amistad y franqueza.» Antes de finalizar esta carta, Posadas le declara a San Martín: «Amigo mío, respecto al despacho y blanco para Mayor General: el de Mayor General a Dorrego, el de Mayor General a Cruz con retención del gobierno, el de auditor a Jonte, el de secretario a Bustamante y el de gobernador a Arauz, todo ha sido despachado a pedimento y propuesta de usted. Sólo resta ir, como irá en este correo también, despachada la justa y racional solicitud de sueldo de Coronel efectivo a Cruz desde el día en que haya entregado el mando a Arauz, con lo cual me parece tengo suficientemente contestado sobre los antedichos particulares». [8]

El 8 de abril, Posadas le dice a San Martín que el ministro de Hacienda ha sido ya prevenido y que tratará de hacerle llegar, en la medida de lo posible, alguna remesa de dinero. Pasa después a puntualizarle algunas observaciones, -todas ellas de carácter puramente militar- y textualmente, le dice: «Por lo demás, debe usted obrar según las circunstancias, y como que tiene la cosa presente, atacando al enemigo o manteniéndose en la posición en que se halla, según lo estimara por más conveniente, pues a la distancia y sin los precisos conocimientos locales y del estado del ejército enemigo, ninguna persona se atreve a abrir dictamen.» Luego le agrega: «El plan, con respecto a Montevideo, es bien claro: la escuadra está bloqueando el puerto. Moldes pasó a La Colonia con todo su regimiento, con ochenta a cien Granaderos a Caballo, cuatro piezas de artillería y su respectiva dotación. Si somos felices, dentro de dos meses han de marchar a reforzar a usted dos mil hombres. Si somos desgraciados y levantamos el sitio de necesidad, del propio modo hemos de reforzar a usted con mil o mil quinientos hombres

Concluye Posadas diciéndole a San Martín, que sobre estos fundamentos, que él considera probables, pero no infalibles, puede él establecer sus combinaciones. «Si gradúa que dentro de dicho término -escribe- y el que debe tardar en viajar el supuesto refuerzo que ha de engrosar Pezuela y lo ha de atacar con una fuerza irresistible, no cabe duda en que usted debe ganarle de mano atacando la división de Talca. Pero si no teme ser atacado por Pezuela dentro de aquel indicado tiempo, parece que debe esperar los refuerzos de esta capital y, entretanto, organizarse completamente como lo desea». [9]

Este documento es demasiado concluyente para que se pueda dudar que las comunicaciones entre Posadas y San Martín estaban inspiradas en ese instante por una ofensiva, ya planeada o en perspectiva. Pero, ¿de quién partía esta iniciativa? ¿Era de Posadas, era de San Martín, era de Alvear? Por lo que hemos visto en el capítulo precedente, Belgrano puso a San Martín en guardia y le aconsejó no moverse sino teniendo la victoria en la mano. Además, entrando en el terreno de las confidencias, le habla de A., y esto en momentos en que la política directorial está preocupada toda ella con la campaña sobre Montevideo. Conjeturamos, pues, que en realidad algo hubo de serio en lo relativo a un plan ofensivo contra Pezuela y que acaso pensó ponerlo en práctica San Martín en ese entonces; pero si esto hubo, San Martín cambió de parecer y su cambio dejó no pocas esperanzas frustradas.

Si nos atenemos a lo que nos dice el propio Alvear, he aquí lo que sucedió: guiados por un mismo propósito, él y Larrea se entregaron en aquel entonces a la tarea de formar una escuadra. Sin ella le era difícil a la Revolución el adueñarse de las vías fluviales y dominar, en sentido absoluto, al enemigo; pero aun cuando el Erario no disponía de recursos, los facilitó don Guillermo White, rico americano que vivía en Buenos Aires y que simpatizaba con la causa revolucionaria.

A falta de marinos, los organizadores de esta empresa encontraron al hombre que necesitaban en don Guillermo Brown, irlandés de nacionalidad y que después de comandar diferentes barcos de la flota comercial británica, había concluido por afincarse en Buenos Aires. Con estos dos apoyos, financiero el uno y técnico el otro, la idea se abrió camino y poco tiempo después, surgió en las aguas del Plata la escuadra de la Revolución. En marzo de 1814, el Comodoro Brown atacaba a Romarate, en la isla de Martín García. Iniciada esta operación por la encalladura del Hércules, que era la nave capitana, Brown logró zafar de su encalladura y atacando una segunda vez a Romarate, lo derrotó y le obligó a buscar su salvación refugiándose en el arroyo de la China. A mediados de abril, Brown era ya dueño de las vías fluviales que unían a Buenos Aires con Montevideo y establecía el bloqueo de esta plaza, con gran contento de los patriotas, que temerosos del éxito, habían asistido a las primeras pruebas de su proeza. Pero al decir de Alvear, apenas fue insinuado el proyecto de la formación de una escuadra provocó vivas prevenciones, tanto en el pueblo como en la clase más distinguida de la sociedad, y dado que Larrea era español de origen, las intenciones de éste fueron puestas en duda por parte de los patriotas. «El mismo espíritu de partido -dice Alvear- hizo escribiesen al General San Martín, sugiriéndole que el proyecto de la escuadra no tenía otro objeto sino entretener la opinión pública, bajo la esperanza de tomar a Montevideo, para con este pretexto no remitirle los refuerzos que él solicitaba para abrir la campaña del Perú.»

»Desgraciadamente se logró impresionar a este General, y en carta que me escribió me decía: «que él no podía creer tuviésemos realmente el proyecto de formar una escuadra para combatir a la española, y que lo más probable sería que yo tendría por objeto encubrir una intriga, cuyo resultado sería reducir a su ejército a la inacción.»

»Le contesté -agrega Alvear- haciéndole ver todas las razones que nos habían movido a adoptar esta empresa, añadiéndole que tan lejos de tener el resultado que él se figuraba -la formación de la escuadra-, mi objeto había sido todo lo contrario, porque si vencíamos, se tomaba a Montevideo, e inmediatamente serían dirigidas todas nuestras fuerzas al Ejército del Perú, aumentándolo así de un modo considerable de tropas y con los inmensos recursos que nos proporcionaría la toma de la plaza, lo cual nos pondría en disposición de abrir una campaña feliz. Que si nuestros buques fueran batidos, mi opinión había sido y la había adoptado el Gobierno: que se dejaría a Artigas el cuidado de hacer el bloqueo de la plaza, retirar nuestro ejército y reforzarlo con tropas de la capital, el cual sería todo dirigido al Perú, porque nosotros no podíamos conservarnos a la defensiva sin ir a una ruina cierta, al paso que las circunstancias urgían para obrar ofensivamente, antes que España mandase nuevos refuerzos a sus ejércitos del Perú. Así, pues, podía estar seguro que en uno o en otro caso él se iba a ver en disposición de empezar sus operaciones militares, sin más diferencia que en la primera hipótesis podía contar con un refuerzo de cerca de seis mil hombres y que en la segunda, se reduciría éste a cuatro mil, por ser necesario dejar en la Capital fuerzas de mayor consideración

»A pesar de esto -continúa el exponente- fue imposible desimpresionar a este General de la idea funesta que se le había hecho concebir, renunciando el mando del ejército, lo cual no sólo no se le admitió, sino que el Director le escribió, así como yo, para hacerle desistir de tan funesta idea, haciéndole ver que nos hacía la más atroz injusticia suponernos capaces de abrigar sentimientos tan impropios de un patriota y de un hombre de bien, a lo que debía añadir la certeza de los sentimientos amistosos que nos unían a su persona». [10]

¿Qué dosis de sinceridad y de verdad hay en esta exposición que acabamos de transcribir? No debe olvidar el lector que Alvear la redactó cuando los acontecimientos pertenecían ya a un tiempo lejano y que con ella perseguía un fin defensivo. Nosotros quisiéramos aceptar lo dicho por Alvear como reflejo de la verdad absoluta, pero hay otros documentos que lo contradicen y sabemos que la maniobra expuesta por él se desenvolvió con fines y en forma distintos. San Martín no podía mirar en modo alguno con desconfianza la formación de una escuadra. Lo que miraba con desconfianza era lo que tras de este proyecto se ocultaba y que este proyecto tendía nada menos que al encumbramiento de Alvear con detrimento de sus planes y del fin sagrado que perseguía la Revolución.

La renuncia de San Martín, por otra parte, no fue tan resistida como él lo dice. Muy por el contrario, apenas se le supo enfermo se le designó un sucesor, y el primero en ser designado fue Alvear, quien, como lo veremos, hizo que interinamente lo fuera Rondeau, para asumir el comando de aquel ejército luego que cayera en sus manos la plaza de Montevideo.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, y convencido además de que la victoria final y total no podía depender de un simple desplazamiento de fuerzas, como se lo imaginaba en su juvenil delirio un General improvisado, sino de otros factores en los cuales entraban como decisivos, la organización por un lado, y el acierto geográfico por el otro, decidió alejarse de Tucumán, y ya dispuesto a presentar su renuncia, el 22 de abril de 1814 dirigióse a su amigo Rodríguez Peña en estos términos: «No se felicite, mi querido amigo, con anticipación de lo que yo pueda hacer en ésta; no haré nada y nada me gusta aquí. No conozco los hombres ni el país, y todo está tan anarquizado, que yo sé mejor que nadie lo poco o nada que puedo hacer. Ríase usted de esperanzas alegres. La patria no hará camino por este lado del Norte, que no sea una guerra permanente, defensiva, defensiva y nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta, con dos escuadrones buenos de veteranos. Pensar en otra cosa es echar al Pozo de Airón hombres y dinero. Así es que yo no me moveré, ni intentaré expedición alguna. Ya le he dicho a usted mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza, para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos, para acabar también con los anarquistas que reinan. Aliando las fuerzas, pasaremos por el mar a tomar a Lima; es ése el camino y no éste, mi amigo. Convénzase usted que hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no se acabará. Deseo mucho que nombren ustedes alguno más apto que yo para este puesto: empéñese usted para que venga pronto ese reemplazante y asegúreles que yo aceptaré la intendencia de Córdoba. Estoy bastante enfermo y quebrantado; más bien me retiraré a un rincón y me dedicaré a enseñar reclutas para que los aproveche el Gobierno en cualquier parte. Lo que yo quisiera que ustedes me dieran cuando me restablezca, es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una pequeña fuerza de caballería para reforzar a Balcarce en Chile, cosa que juzgo de grande necesidad, si hemos de hacer algo de provecho, y le confieso que me gustaría pasar mandando este cuerpo». [11]

Como se ve, la carta ésta encierra una decisión y un petitorio. La decisión es irrevocable. San Martín no quiere moverse. San Martín no se moverá ni contra Pezuela, ni contra nadie. El deber de la disciplina y el amor a la patria lo retienen ahí; pero su propio genio y la experiencia lo han llenado con su revelación y ha llegado al convencimiento de que en Tucumán pierde el tiempo.

Por lo que se refiere al petitorio, es él trascendental, pero insinuado con una modestia que desconcierta. En una frase, San Martín se retrata por entero, y en esa misma frase da a conocer la génesis de su epopeya. «Lo que yo quisiera que ustedes me dieran cuando me restablezca -dice él-, es el gobierno de Cuyo.» Y con qué fin, la misma pluma que escribe estas líneas lo revela, y esto lo es para organizar allí una pequeña fuerza de caballería y comandándola pasar a Chile, sellar allí una alianza, y reunidas las fuerzas de ambos Estados, caer sobre Lima.

Por primera vez la estrategia de la Revolución se da a conocer como una nebulosa y por vez primera en América, en pocas líneas, traza su trayectoria un gran Capitán.

Con mucha propiedad dijo el escritor chileno don Benjamín Vicuña Mackenna, que para un General a la europea, cómo lo era San Martín, no había campo bastante en aquellas fragosas sierras del Alto Perú. Fue entonces que se dirigió a Mendoza, porque Mendoza era la puerta de Chile y Chile la del Perú.

Todos, inclusive el mismo Alvear, creían que el Desaguadero era el camino militar por excelencia para triunfar de los realistas en el Continente. A nadie se le ocurrió que podía serlo la mole ciclópea que separaba el Virreinato argentino del Reino chileno. Sólo San Martín tuvo esa idea -idea madre, idea primogénita-, y después de madurarla en silencio, la apuntó como un secreto, y como se apuntan al nacer las grandes revelaciones.

Podemos, pues, decir, que a partir del 22 de abril de 1814 surgió el verdadero Libertador de su patria. Ésta ignoraba los caminos para llegar al triunfo, pero San Martín los descubrió, y uniendo lo político con lo militar, aliando lo argentino con lo chileno, se reveló el primero de los Capitanes y el primero de los políticos en el Continente.

En su sentir, todo lo que se hiciera fuera del plan presentado por él era esterilizar y perder el tiempo. El pozo de Airón fue su figura mítica, y deseando escapar a lo estéril, fijó esos rumbos que lo fueron de salvación para su patria y de gloria para su renombre.

Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, y volviendo a nuestro punto de partida veamos cómo y en qué circunstancias se desprendió San Martín de un comando, que aceptó por disciplina, pero que no le interesaba.

Según nos dice el General Paz en sus Memorias, a principios del invierno de 1814 se generalizó en el ejército que una dolencia al pecho aquejaba al General San Martín. Este rumor tomó mayor consistencia cuando se supo que no salía de su casa, que la retreta habitual ya no se tocaba a sus puertas y que se guardaba una severa discreción con las personas que se acercaban allí para informarse sobre su estado de salud. ¿ Era el caso de una enfermedad de verdad, o de una enfermedad simulada? Si en un momento se pudo creer que sólo se trataba de una estratagema urdida por el propio San Martín para renunciar al comando de aquel ejército, como lo dijo Paz, y luego lo repitieron sin escrúpulo los que escriben historia tan sólo por díceres, hoy ya no es un enigma, y sábese a ciencia cierta, porque el conocimiento es documental, que San Martín se encontraba enfermo, y muy enfermo. En su carta a Rodríguez Peña, carta que acabamos de transcribir, San Martín se expresa así: «Estoy bastante enfermo y quebrantado.» Esto lo escribe él el 22 de marzo, y con fecha 28 de abril del mismo año, Belgrano le escribe desde Santiago del Estero: «He sabido con el mayor sentimiento la enfermedad de usted. Dios quiera que no haya seguido adelante y que ésta le halle en entera salud. Hago memoria que usted me dijo pasaba de los treinta y seis años, y esto me consuela, porque he oído a médicos de mucha fama que a esa edad ya no es temible echar sangre por la boca, a menos que no provenga de algún golpe. Sea lo que fuere, quisiera dar a usted todo alivio, pues mi gratitud es y será siempre invariable

Un mes más tarde -22 de mayo-- le vuelve a escribir, y textualmente le dice: «Siento mucho que los males continúen; quisiera poder contribuir a los alivios de usted, pero en la parte que puedo encargo a mis parientes que tengo en ésa que hagan cuanto les sea dable en su obsequio. Por lo pronto, el doctor don Pedro Uriarte, cura de ese pueblo, saludará a usted en mi nombre y se le ofrecerá no menos que don Pedro Carol, a quien escribo ejecute lo mismo. Usted dígales lo que quiera, seguro de que le servirán lo mismo que a mí mismo». [12]

Por lo que se refiere a Posadas, la documentación no es menos clara y concluyente: «Quedo enterado de todo lo demás que usted me noticia -le escribe el 30 de marzo-, y siento imponderablemente el quebranto de su salud. Sería un mal terrible el no hallar remedio para acortar un mal que nos traería mil males.» Y el 20 de mayo: «Conque, amigo, ánimo y póngase bueno, que parece que estas fiestas mayas se presentan bien.» El 20 de julio, como se verá más tarde, le anuncia la toma de Montevideo, y concluye su esquela con este imperativo: «Póngase usted bueno y ataque la maldita enfermedad para poder resistir a Pezuela si, como usted me dice, se acerca al Tucumán

Las referencias transcriptas nos evidencian que San Martín no jugaba ninguna comedia, y que las precauciones señaladas por Paz obedecían verdaderamente al estado de quebranto en que se encontraba su salud. Ya estando en España, San Martín había sufrido una grave dolencia al pecho, y el General Castaños, que en ese momento era su jefe -San Martín ya había peleado en Bailén- lo destinó para reponerse a la Junta de Inspección en Madrid, autorizado para tomar un descanso.

Esta dolencia se reprodujo de nuevo estando en Tucumán, pero esta vez en forma más grave y alarmante, porque fue acompañada de aquellos vómitos de sangre que no tuvo cuando cayó enfermo en Madrid. ¿Qué causas determinaron en San Martín esta hematemesis o gastrorragia? El solo diagnóstico que conocemos y que lo citaremos a su hora nos presenta a San Martín como un temperamento fuertemente sensible a las grandes emociones, provocando éstas por estado reflejo tales hemorragias. Es lo cierto que ellas no revistieron jamás los síntomas de una tisis pulmonar, y que una vez pasadas, volvía San Martín a su actividad y costumbres. Con el andar del tiempo estas hemorragias desaparecieron y aun los propios dolores reumáticos, que tanto le hicieron sufrir en aquel entonces, se modificaron sensiblemente. Esto nos prueba que, orgánicamente hablando, San Martín no sufría ninguna dolencia y que en parte las condiciones climáticas y en parte los disgustos, como la enorme tarea que gravitaba sobre sus hombros, fueron causa en él de tales crisis. De acuerdo con la farmacopea de la época tuvo que acudir al opio, y era sólo así como sentía alivio cuando las contracciones del músculo gástrico le provocaban sus dolores.

Para curar estas hemorragias estaba también indicado el reposo; y los facultativos que se reunieron en Tucumán, cuando San Martín sufrió esta primera crisis -entre éstos se encontraba el médico don Guillermo Collisberry [13]-, opinaron que convenía su traslado a las sierras de Córdoba. San Martín lo hizo constar así en el oficio que con fecha 27 de abril dirigió al gobierno -pide licencia en él para una pronta salida a las sierras de Córdoba y recuperar su salud atrasada-, y el 7 de mayo su solicitud fue tomada en consideración y acordado el permiso, se le nombró como reemplazante al General don Francisco Fernández de la Cruz.

Recibida la licencia, San Martín se retiró a la hacienda llamada «Las Ramadas», distante 36 kilómetros de Tucumán. Sufrió allí un segundo vómito de sangre, concluyendo por pasar a Córdoba, que era el lugar adonde lo destinaban sus facultativos. Un mes más tarde, el 14 de junio, el gobierno lanzaba este decreto: «Por cuanto el General en jefe del Ejército Auxiliar del Perú, don José de San Martín, continúa gravemente enfermo, y por esta razón, inhábil para el desempeño de la alta confianza que depositó en su persona por su celo, pericia militar y demás circunstancias que la adornan, y concurriendo en las mismas, el benemérito Brigadier don José Rondeau, de cuya actividad y conocimientos se espera el buen resultado de las operaciones de dicho ejército, he venido en nombrarle General en jefe de él con el sueldo anual de tres mil pesos sobre otros tantos que goza como Coronel del Regimiento de dragones de la Patria, con la calidad de que ha de disfrutarlos desde esa fecha en todo tiempo que sirva tan delicado cargo

Ésta, que es la verdad de la historia en lo relativo a la renuncia de San Martín, difiere de la que nos relata Alvear en su exposición. La renuncia de San Martín no fue tan resistida, como se ve. Se hicieron votos, sí, por su restablecimiento, se le acordó la licencia pedida, y antes que se restableciese, y cuando se le juzgaba «inhábil», se le nombró su reemplazante.

Después que Rondeau hubo llegado a Tucumán, José María Paz, que figuraba entre los oficiales de aquel ejército, obtuvo licencia de sus superiores para pasar a Córdoba con el fin de visitar allí a sus padres. Esto proporcionóle la ocasión de entrevistarse con San Martín, y he aquí como Paz nos relata los pormenores de este encuentro: «Cuando llegué a Córdoba estaba el General San Martín en una estanzuela a cuatro leguas de la ciudad, siempre diciéndose enfermo. Estuve a visitarlo con otras personas; nos recibió muy bien y conversó largamente sobre nuestra Revolución. Entre otras cosas, dijo: «Esta Revolución no parece de hombres, sino de carneros»; para probarlo, refirió que ese mismo día había venido uno de los peones de la hacienda a quejársele de que el mayordomo, que era un español, le había dado unos golpes por faltas que había cometido en su servicio. Con este motivo exclamó: ¡Qué les parece a ustedes!; después de tres años de revolución un maturrango se atreve a levantar la mano contra un americano. Ésta es -repitió-, revolución de carneros. La contestación que había dado al peón era en el mismo sentido; de modo que los demás se previnieron para cuando aconteciese un caso semejante. Efectivamente, no pasaron muchos días, y queriendo el mayordomo hacer lo mismo con otro peón, éste le dio una buena cuchillada, de la que tuvo que curarse por mucho tiempo». [14]

Fue estando en ese retiro serrano que le llegó a San Martín la noticia del triunfo de Alvear sobre Vigodet, en Montevideo. «Respire ese corazón -le escribe Posadas en carta del 24 de junio- Montevideo es nuestro por capitulación. Carlos está adentro con su tropa; la escuadra del Estado se ha apoderado del puerto. French ha traído los pliegos. No hay tiempo para más; los pormenores irán por otro extraordinario.» Esta carta termina con una recomendación que ya conoce el lector, y es la de que San Martín se restablezca para ponerse en condiciones de resistir a Pezuela.

A partir de ese momento, la correspondencia de Posadas para con San Martín desborda de júbilo. Dícele que por los documentos que le envía, podrá comprobar que la posesión de Montevideo es «quieta y pacífica», que según Carlos, es decir, Alvear, se ha ganado allí un tesoro, pues un cálculo prudencial permite apreciar en seis millones los pertrechos de guerra conquistados, y que el ejército de aquella plaza lo ha reforzado Alvear con dos mil plazas, «pues ha tomado compañías enteras de granaderos, sin faltar un solo hombre». El 18 de julio le escribe: «Aunque usted me dice que sigue aliviado, todos los amigos me aseguran que está usted malísimamente en ese desierto; que es un poco desarreglado, que su enfermedad es grave y la cura larga y prolija; ¿por qué, ya que no quiere venirse a su casa, por qué, digo, no baja a esa ciudad de Córdoba, que está tan inmediata, adonde, al menos, tendrá otros auxilios que en una casa de campo, y tendrá el de la sociedad, que suele ser el principal por la distracción?» Pero lo que le interesaba a San Martín no era el bajar a Córdoba, sino trasladarse a Mendoza, y como pronto lo veremos, lo hizo así con el regocijo íntimo de la persona que se libera de un peso que soporta contra su voluntad.

Pero aclaremos un punto y veamos qué partido sacó Alvear de estas circunstancias, y cómo su tío, el director Posadas, le abrió el camino del norte, así como en ese momento le abría el de Montevideo.

Hablando de la enfermedad de San Martín, Posadas nos dice lo siguiente en sus Memorias: «Recibí pliegos por extraordinario en que se me notificaba el fatal estado de salud en que quedaba el General del Ejército de Tucumán, don José de San Martín. Mandé reunir consejo extraordinario con asistencia de algunos jefes militares. Empezábamos a hacer reflexiones cuando llegó otro pliego, de posta en posta, ganando instantes, en que se me hacía la más triste pintura de la salud de dicho General, que no daba esperanzas de alivio por lo frecuente y copioso del vómito de sangre que le atacaba; de modo que en el momento mismo que leíamos esta noticia lo creíamos en la eternidad. Con presencia de estos oficios acordamos de pronto que don Carlos de Alvear saliese a la ligera a encargarse del mando de aquel ejército; mas, a poco que reflexionamos, nos pusimos en el caso de que no estando, como no estaba, dicho ejército capaz de operar activamente contra el enemigo, ni pudiendo estarlo en mucho tiempo si no nos llegaba armamento y otros útiles, o si, a toda costa, no lo adquiríamos de la plaza de Montevideo, parecía más acertado hacer el último esfuerzo saliendo la escuadra, pasando toda la fuerza disponible al sitio, encargándose Alvear del mando en jefe con amplias facultades para estrechar el sitio y operar definitivamente, pasando el Coronel Rondeau a Tucumán para ocupar el lugar de San Martín y continuar en la organización y disciplina de aquel ejército

Esta página parece escrita más con fines de propia defensa que con el propósito de dejar la verdad histórica debidamente fundada. Como se ve, ella nos pone en presencia de un momento y de unos hombres en que el atolondramiento priva sobre la reflexión. A la simple noticia de la enfermedad de San Martín ellos se reúnen, deliberan, y después de cambiarse planes y opiniones, creyendo a San Martín en la eternidad, concluyen por nombrarle un reemplazante. Éste lo es Alvear; pero dándose cuenta de que la partida de éste en forma inmediata no es posible, dado que otro problema urgente lo debe llevar a Montevideo, se deciden que parta a la conquista de esa plaza, y que mientras la suerte no le brinde una victoria, Rondeau, que comanda el ejército sitiador, pase, en calidad de substituto, a comandar el ejército que, por razón de su enfermedad, no puede hacerlo San Martín. La historia se pregunta, y con razón: ¿por qué este desplazamiento y por qué, si Alvear aspiraba al comando del Ejército del Norte, no lo hace en ese instante y lo retarda en forma fría y deliberada? Conociendo los planes alvearistas y basándonos, aun cuando esto parezca una paradoja, en lo que Posadas nos dice, la respuesta fluye por sí misma. Alvear dirigía sus miras al predominio absoluto, tanto en lo militar como en lo político de la Revolución. Hasta ese entonces se destacaba por su prestigio social y por sus dotes sobresalientes de gran señor, pero no tenía en su haber ni una batalla ni un combate, ni una carga o entrevero épico que evidenciase sus dotes de soldado. Necesitaba, pues, algo que reemplazase a éste, que llenase lo que estaba vacío y creyendo que no podía obtenerlo sino pasando el Plata y poniéndose al frente del ejército sitiador, en momentos en que la victoria sobre los sitiados era ya una cosa madura, encaminó a ellos su pensamiento y obtuvo que el Directorio le señalase ese nuevo destino. Pero esta designación encerraba una dificultad y tenía ésta relación con Rondeau. Para desplazarlo de allí había que buscar un pretexto, y Alvear como el grupo gubernamental que lo sostenía, encontráronlo magnífico en la acefalía del Ejército del Norte, que, por razón de su enfermedad, acababa de abandonar San Martín. Para justificar este traslado había que halagar a Rondeau, y Posadas se decidió a hacerlo pasándole la siguiente nota: «El General del Ejército Auxiliar del Perú ha caído, por desgracia, mortalmente enfermo, en las más críticas circunstancias del Estado; ellas me impulsan a la forzosa ejecutiva resolución de que, sin embargo de lo necesario que es la persona de V.S. al frente de esa plaza, pase luego, sin la menor dilación, aprovechando los momentos, a tomar el mando del dicho ejército, con los mismos goces que su antecesor, don José de San Martín, en el concepto de que es esencialmente indispensable esta medida para evadir los peligros que por aquella parte amagan a la patria, no sólo por los conocimientos, buen concepto y pericia militar de V.S., sino también porque en la actualidad, es en aquel punto la caballería el arma preferente a que se prestan con gusto sus habitantes, y que de ellos podrá V.S. sacar ventajas considerables, disponiendo su disciplina e instrucción conforme a los vastos conocimientos que posee de esta arma

La nota concluye: «Al efecto, y consiguiente al entusiasmo y amor con que se ha consagrado siempre V.S. al servicio de la patria, dispondrá que luego que se presente en ese campo el digno General del ejército de esta capital, don Carlos de Alvear, se le entregue el mando del cargo de V.S. con las formalidades de ordenanza, y emprenderá con la celeridad posible su marcha a esta capital, al desempeño de las delicadas funciones que exige y le encarga la patria en su nuevo destino.» El 14 de mayo, Rondeau se dio por notificado de esta resolución tomada por su Gobierno, y pocos días más tarde, entregaba el comando general de ese ejército al General Alvear, que ya había cruzado el río de la Plata dejando tras de sí las órdenes y proclamas que lanza antes de una batalla todo futuro vencedor. Por su parte, Posadas se había cerciorado de que San Martín no estaba en la eternidad, y reanudando su comunicación epistolar con él, lo ponía al corriente de todos los pormenores relacionados con la toma de Montevideo. El 10 de mayo avísale el embarco de Alvear con Zapiola y con lo mejor de su tropa. Dícele que nuestra escuadra ha apresado varios buques costaneros cargados de leña y trigo y un bergantín, procedente de Málaga, con cargamento de vino y otros artículos. «Estas presas -escribe Posadas-, las ha tomado a la vista de todo el pueblo de Montevideo y de su escuadra.» El primer triunfo de Brown contra Romarate lo llena de júbilo. Es el 20 de mayo, cuando le dice: «Anoche, antes de la comedia, llegó y se leyó en ella el adjunto parte que ha llenado a este gran pueblo de un júbilo indecible e inexplicable. Acá quedamos celebrando este golpazo a los marinos de Montevideo y usted allá haga cuanto quiera y algo más si está usted y sigue mejorado.» Concluye esta misiva haciéndole saber que Alvear corrió a Otórguez, quitándole una linda y numerosa caballada, y que el día 16 salió para el sitio.

El día 20 es el día de la gran noticia y es entonces cuando le dice: «Respire ese corazón. ¡Montevideo es nuestro por capitulación! Carlos está dentro con sus tropas; la escuadra del Estado se ha apoderado del puerto», prometiéndole darle otros pormenores por extraordinario. [15]

De un golpe, como se ve, Alvear ha escalado las gradas de la notoriedad y se convierte en el árbitro de la Revolución, en una como en otra orilla del Plata. Sin batalla se gana una victoria y sin haberla preparado, ésta coloca sobre su frente los laureles del triunfador. Presintiendo este resultado, vale decir, la rendición de Vigodet y del ejército que con él defendía Montevideo, Alvear se había dirigido a Posadas, y solicitándole amplios poderes para negociar con el vencido. Posadas no puso reparo a este petitorio, y el 28 de mayo refrendó en la Fortaleza estas credenciales: «Por cuanto, siendo tan grande la confianza que me merece la persona del Coronel don Carlos de Alvear, General en jefe del ejército de estas provincias sobre Montevideo, y considerando la utilidad que resultará en que este jefe se halle completamente autorizado por mi parte para tratar y emprender cualquier género de negociaciones, estipulaciones o convenios con los autorizados, súbditos y habitantes de la plaza sitiada, he venido a conferirle plenos poderes al objeto expresado.» Por este documento Posadas hace saber «que el referido General Alvear está autorizado completamente para tratar en su nombre y que reconocerá por válidos todos los convenios y negociaciones que celebrare sean de la clase que fueren, sin otra restricción que la precisa de obtener su sanción suprema en los casos que la naturaleza de los negocios lo requieran y sea de esperar

Por lo que se refiere a Rondeau, el ex jefe del ejército sitiador se resignó a su suerte y no sospechando acaso que era víctima de una doble maquinación -ésta comprendía desplazarlo primero de Montevideo para desplazarlo después de Tucumán- regresó a Buenos Aires y de allí emprendió su camino para llegar a Tucumán a mediados de julio de 1814. El 19 de julio, en la orden del día, era dado a conocer por el General Cruz, jefe interino, como jefe supremo de aquel ejército, y al día siguiente Rondeau hacía leer a las tropas de su mando esta proclama: «Valerosos combatientes; legiones de la patria: os saludo por ella y a nombre del Supremo Gobierno. Con este motivo tengo el honor de anunciaros que cuando anheláis por un digno jefe de quien una suerte contraria os había privado, sensible el Supremo Director a vuestras desgracias, y lleno de las ideas más liberales, os remite otro o diré más bien un hermano. Si alguna noticia tenéis de mí, conoceréis que ni el Gobierno os engaña y que yo os hablo en buena fe: un hermano os envía, no para alentaros en el valor que ya sabe lo habéis acreditado tantas veces y que con tanta fervorosidad os ha inmortalizado. Yo, confiado de vuestros arrogantes esfuerzos, nada he sentido separarme de las tropas del Oriente, porque estoy formalmente persuadido que el valor americano es uno mismo en nuestro suelo y que sólo he mudado de situación en lo material para lograr con vuestra energía y constancia los laureles que allí hemos alcanzado.» Concluye Rondeau su proclama con esta confesión: «Ansioso de guiar nuestro destino, a que nos convida la Providencia con demostraciones repetidas, me ha extraído de aquella parte oriental a estos países para que, puesto al frente de tan valientes soldados, vaya con ellos a libertar a nuestros hermanos. Volemos, pues, en su socorro, y dándoles la mano, establezcamos la unión». [16]

Pero si Alvear era en ese momento el símbolo de la ambición, Rondeau lo era el de una esperanza mentida. Sus votos de unión y de confraternidad eran reales, pero, por desgracia, todo ese estado aparente de cosas basábase en un artificio político que tenía a Carlos M. de Alvear por principal corifeo. Pronto veremos lo exacto de esta afirmación y comprobaremos, además, lo acertado que estuvo San Martín cuando entrevistado por Paz en su retiro de Córdoba, le decía: «Esta revolución no parece de hombres, sino de carneros

Para que así no fuera le hacía falta a esta Revolución una cabeza, y la que pretendía destacarse sobre todas como soberana, estaba muy lejos de reunir las condiciones de abnegación y de genio que el drama exigía. Pero, en los altos destinos de la Providencia, el conductor de las multitudes ya estaba elegido y éste era ese Coronel de Granaderos que de nada se vanagloriaba y que primero en San Lorenzo y luego en Tucumán, se había revelado ya a sus patriotas como un gran soldado. La Revolución sólo podía salvarse conducida por un gran Capitán como San Martín. No interesándole más que una sola cosa -la libertad de América-, nada ganaba con engolfarse en la vorágine de ambiciones en que vivía Alvear y los que secundaban sus planes abierta o veladamente en la capital. Tan confiado estaba de sí mismo y tanto en la dinámica de la idea que alimentaba como luminaria interior todo su genio, que no se interesó por las cosas que allí sucedían y dejó que ellas se solucionasen solas y por lógica misma de los acontecimientos.

De Córdoba, de este su retiro serrano, pasó a Mendoza, como pronto lo veremos, y en ese otro destierro revistió con armadura guerrera, como los caballeros medioevales revestían sus cuerpos, el plan libertador que daba vida a su mente. San Martín caracterizóse por el acierto de oportunidad de sus decisiones. Son ellas todas trascendentales y se destacan como notas rítmicas en el cumplimiento de su destino.

Dejando España por América, a Cádiz por el Plata, a la guerra contra Napoleón por la guerra contra los Borbones, en busca de la libertad, dio él el primer paso en su carrera triunfal. Volcado por entero en la revolución de su patria, forzoso le fue buscar el mejor derrotero para servirla, y cuando lo encontró en ese punto geográfico que lo era Cuyo, encaminó hacia él todas sus voliciones y marcó la segunda etapa en la trayectoria continental con que serviría a la Revolución. Recordemos antes de terminar este capítulo lo que a este propósito nos dice don Benjamín Vicuña Mackenna, uno de los más grandes historiadores chilenos: «Desde que San Martín mandó en jefe por unos pocos meses el Ejército argentino llamado del Alto Perú, hoy Bolivia, comprendió, en efecto, que el imperio español en la América no era vulnerable por ese rumbo, sino por el del océano. Y es la ejecución de ese plan fijo, inmutable y colosal, que tenía por punto de partida un nido de águila subandino, en el remate de las pampas, y por auxiliar un mar lejano surcado sólo por velas enemigas, lo que ocupa desde aquel momento todas las horas de aquel genio suspicaz, taimado y grandioso. San Martín, al solicitar como un descanso el gobierno de la obscura Mendoza, engañó a los enemigos de la América y a los propios amigos. Mendoza no era para él una provincia argentina, ni una ciudad de Cuyo: era, simplemente, la puerta más ancha y más traficada de las pampas al Pacífico. La misma táctica y la misma previsión de Guillermo el Silencioso

»Bolívar fue un aventurero sublime, pero San Martín no arriesgó jamás un día, una jornada, un soldado, en su fría, pero inmutable marcha. Para su émulo, más feliz porque fue más audaz, más deslumbrador porque fue más comunicativo, indiscreto y elocuente, la América fue el tapiz de una partida jugada a muerte y con locas paradas de suerte y azar en que arrojaba su vida, su fortuna y su gloria en cada vuelta de los dados. Pero San Martín fue sólo un paciente jugador de ajedrez, tranquilo, pensador, inescrutable, que estaba resuelto a no perder jamás, porque presentía que la partida en que se había empeñado valía más que su vida: era la vida de cuatro naciones confiadas a su mente. Por esto fue el último lo que fue el glorioso estato holder, de los Estados de Holanda: un múltiple libertador». [17]

Volviendo a nuestro punto de partida, podemos decir que en el curso de pocos meses -de enero a mayo-, San Martín maduró la más trascendental de sus resoluciones. Pudo así dar una segunda nota de su argentinidad y completó con ésta, aquella otra que lo fue la de brindarse incondicionalmente a las autoridades de su país para servir como militar a la Revolución.

La enfermedad lo era del cuerpo, pero no del alma. Respiraba ésta la sanidad de la juventud y enamorada del bien, ni aceptó compromisos ni se desvió del recto camino impulsado por torcidas aspiraciones. Tal es el jefe del Ejército del Norte, que por voluntad de la Providencia y no por elección de los políticos de su patria, se va a convertir dentro de poco en el Capitán de los Andes.

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[1] Archivo de San Martín, t. II pág. 82.

[2] Archivo de San Martín, t. II pág. 89

[3] JERÓNIMO ESPEJO: El Paso de los Andes, pág. 104.

[4] Archivo de San Martín, vol. II, pág. 54.

[5] «El Poder Ejecutivo -nos dice Alvear-, creado para reemplazar a la Junta Gubernativa, fue una mejora para la causa pública, por la actividad que las circunstancias del país exigían por su primera autoridad, pero no podía ser lo bastante para dar al Gobierno aquella unidad de acción, única entonces capaz de salvarnos de la gran crisis en que nos hallábamos. Además, tres hombres con igual poder, llevaban en su misma institución el germen de la división y, aunque la experiencia hizo bien pronto sentir estas faltas, era tal el ardor democrático de los patriotas de entonces que no era fácil reducirlos a una mayor concentración.

»Este principio dominó al fin, el cual reunía el gran inconveniente de la suma amovilidad de sus miembros, que cada seis meses era preciso nombrar uno. Yo sentí este gran defecto y traté de sondear los ánimos con el objeto de concentrarlos en una sola mano, pero mis insinuaciones, no sólo fueron mal recibidas, sino que produjeron siniestras alarmas que me causaron grandes disgustos». - Historia de Alvear, por GREGORIO F. RODRÍGUEZ , t. I, pág. 162.

Evidentemente Alvear trata de justificar su conducta y acude a un argumento sutil y sofístico. La concentración del poder en una sola mano la perseguía él con otros fines y, como lo veremos a su hora, no era el de sacrificarse por la Revolución, sino el de sacrificar a la Revolución para que ésta le sirviese de pedestal a sus equívocas ambiciones.

[6] Historia de Alvear, t. I, pág. 386

[7] Archivo de San Martín, t. II, pág. 56.

[8] Archivo de San Martín, t. II, pág. 60

[9] Archivo de San Martín, t. II, pág. 62.

[10] GREGORIO F. RODRÍGUEZ: Historia de Alvear, vol. I, pág. 464.

[11] MITRE: Historia de San Martín y de la Independencia Sudamericana, volumen IV, pág. 224.- Acaso por error, la carta reproducida por Mitre en este volumen lleva fecha 22 de marzo, cuando lo es la del 22 de abril de 1814. Es ésta la misma fecha con que San Martín la cita en el curso de su obra, lo mismo que Barros Arana y otros historiadores. El primero en dar a conocer este documento fue el historiador argentino Vicente F. López.

Además del documento citado, conocemos de San Martín este otro en que dice categóricamente a su Gobierno: «Yo tengo, Excmo. señor, la desgracia del mando de las reliquias de un ejército derrotado, cuyos oficiales en mucha parte, olvidados de cuanto deben a su propio honor y de las armas de la patria que se les confiaron, no se han embarazado en servir, dando repetidos testimonios de corrupción y cobardía, esparciendo el temor en la tropa y el desaliento en los pueblos. Parece que no habían escapado de las manos del enemigo, sino para prepararle la conquista del resto de las provincias. En vez de aplicarse con más empeño que nunca a la propia instrucción y disciplina de la tropa, para recuperar las pérdidas anteriores, he tenido el desconsuelo de verlos abandonados a sus vicios, distraídos y negligentes, dando más trabajos a sus jefes que a los mismos soldados». Este documento está datado en Tucumán el 14 de abril.

[12] Archivo de San Martín, t. II, pág. 65.

[13] Este facultativo era natural de Filadelfia, en el estado de Pensilvania. Según Damián Hudson, era de elevada estatura, bien formado, de tez blanca, de pelo rubio y de ojos de un azul claro. De Tucumán, al parecer, se trasladó a Mendoza, pues este cronista lo encuentra allí en 1818. Tenía en ese entonces treinta y cinco o treinta y seis años de edad, se distinguía por sus modales, por su afabilidad y por lo simpático de su carácter. «De costumbres puras -escribe Hudson-, de una moralidad ejemplar, caritativo, frugal y de una vida sencilla y modesta pero culta, el doctor Collisberry se mostraba en todo el descendiente de los compañeros del venerable Penn. Con grandes conocimientos profesionales, estudioso y consagrado con asiduidad a su tan penosa y delicada misión, alcanzó una alta reputación en Mendoza. Era el médico del General Luzuriaga y de su señora, doña Josefa Cabenago, y de casi todas las casas principales de esa provincia, sin jamás excusarse de asistir a los de mediana fortuna ni a los pobres

En 1830, Collisberry dejó Mendoza y pasó a vivir en la provincia de Aconcagua, y después a Copiapó, «buscando el temperamento más adecuado para soportar su ya crónica enfermedad de asma». En 1819 hizo un viaje a Estados Unidos y de vuelta trajo consigo a su colega don Aman Rawson, nativo de la ciudad de Boston y cirujano de la marina norteamericana. Este señor Rawson pasó de Mendoza a San Juan, en donde se avecindó y contrajo enlace con una señorita perteneciente a la respetable familia de don Tadeo Rojo. De esta unión nacieron dos hijos, don Franklin y don Guillermo Rawson, este último una de las personalidades más sobresalientes de la ciencia argentina.

En otro viaje y a su regreso de Filadelfia, encontróse en Buenos Aíres con el doctor don Juan Guilles, natural de Edimburgo, y con éste pasó a Mendoza en el año de 1820, permaneciendo allí hasta 1828. Nos cuenta el cronista ya citado que en un tercer viaje trajo consigo a su sobrino, doctor en medicina don Juan Purwis, joven de 24 a 25 años, quien después de ejercer esta profesión en Mendoza, pasó a Bolivia, avecinándose en la ciudad de La Paz. Nos dice además que el doctor Collisberry «adquirió una regular fortuna en Mendoza, confiando alguna parte de ella a un joven mendocino para que trabajase en el comercio como socio industrial, de lo que ambos reportaron una buena utilidad». En 1838, no pudiendo soportar tampoco el clima de Copiapó, regresó a su patria de origen, en donde falleció, «llorado de sus parientes y amigos y profundamente sentido de todos aquellos que le conocieron», a los tres años de su arribo. Ver: Revista de Buenos Aires, t. IX, página 189.

[14] Memorias póstumas, t. I, pág. 190.

[15] Ver: Archivo de San Martín, t. II, pág. 65.

El propio Alvear se encargó de hacer llegar a San Martín tamaña noticia. Es el 11 de julio, cuando desde Montevideo le escribe: «Amadísimo amigo: hemos concluido muy pronto esta importante guerra y ya las Provincias Unidas no tienen más enemigos por esta parte.

»De resultas del trote que le pegué a Otórguez, se ha humillado Artigas y he celebrado con él un pacto, concediéndole una  amnistía a todos los que le seguían, con lo que ha concluido felizmente también esta guerra, que hubiese sido muy prolongada y fastidiosa.

»La fortuna me ha favorecido en todas mis empresas admirablemente. Ella quiera ser propicia a usted del mismo modo. Hemos tomado en la playa pertrechos numerosos de guerra y siete mil cuatrocientos y tantos fusiles, además sobre tres mil cortones de esta arma que en Buenos Aires serán prontos otros tantos fusiles. Mi ejército lo he aumentado prodigiosamente, no sólo con los prisioneros que han tomado partido, sino con gran número de reclutas que he hecho en la campaña y consta de muy cerca de  siete mil hombres. Memorias a los amigos, y mande como siempre a éste su verdadero y apasionado amigo. ALVEAR.» - Archivo de San Martín, t. 1X, pág. 170.

La carta ésta no deja de prestarse a comentarios, y es el primero la frescura juvenil de que desborda. Vese en ella al guerrero afortunado, pero en modo alguno al estadista o al jefe previsor y de altas miras. Tomar una playa sitiada no era vencer a todos los enemigos que podía tener y tenía la Revolución. Alvear creía que el drama había llegado a su fin, y el drama no estaba sino en su principio.

[16] Archivo de Belgrano, t. V, pág. 380

[17] RELACIONES HISTÓRICAS: El General San Martín antes de Maipo, página 6.