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Instituto Nacional Sanmartiniano

Historia del Libertador Don José de San Martín de Pacífico Otero. Capítulo 8. Cómo y cuándo San Martín se desprende de España

Continuamos con la publicación de la obra cumbre del fundador del Instituto Nacional Sanmartiniano. En esta ocasión "Cómo y cuándo San Martín se desprende de España". Por José Pacífico Otero.

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CAPÍTULO 8

CÓMO Y CUÁNDO SAN MARTÍN SE DESPRENDE DE ESPAÑA

SUMARIO.- Entrada de los vencedores de Bailén en Madrid.- La Junta Central decreta el levantamiento de un ejército.- Generales que opinan por una guerra de núcleos, en lugar de una guerra franca y abierta.- Napoleón después de Bailén.- Anécdota relativa a éste y a San Martín, que ponemos en duda.- San Martín y la batalla de Tudela.- Por qué debió ser él el Teniente Coronel americano, hombre muy bizarro, a que se refiere un documento.- Por razones de salud se le acuerda un descanso y se le incorpora a la Junta Militar de Inspección.- El Marqués de Coupigny interésase para que pase con él al Ejército de Cataluña.- Solicitud que San Martín presentó con tal motivo y autorización que se le otorga.- Se le niega un caballo útil cuando él protesta contra el inútil que se le acuerda.- La Junta Suprema de Sevilla nómbrale ayudante del Marqués de Coupigny en el Ejército de Andalucía.- Sigue a éste cuando fue nombrado Cuartel Maestre del 5º Ejército.- San Martín y la batalla de Albuera.- Por qué debió pelear en esta batalla como peleó en Bailén.- Solicitud que presentó para desprenderse de España en ese entonces, y dictámenes que le acordaron el permiso.- Lo documental y lo psicológico en este petitorio para trasladarse a Lima.- Por razones de su graduación y del lugar que ocupaba, estaba al corriente de la insurrección que agitaba la América.- En su manifiesto a sus compatriotas, antes de emprender la expedición al Perú, y anciano ya, en carta a Castilla, da a conocer los móviles de su conducta en aquel entonces.- La verdad que buscamos encuéntrase en esta declaración y no en la solicitud inspirada por el artificio.- A Lima llegaría no como Teniente Coronel español, sino como Capitán de los Andes.- A España no le pertenece como Libertador, pero si como héroe de su independencia y de sus guerras peninsulares.- Hispanismo y americanismo son términos que se complementan en San Martín.- A nuestro entender, el Marqués de Coupigny fue su Mecenas, cuando decidió trasladarse de España al Plata.

La victoria de Bailén fue causa de un vivo regocijo en toda España, y conocida ella, José Bonaparte, el Rey intruso, abandonó la capital y dirigióse a Vitoria, buscando un punto estratégico para su seguridad, cerca de la frontera francesa.

Esto sucedía el 31 de julio, y el 23 de agosto -al mes preciso de la victoria de Castaños sobre Dupont- el Ejército de Andalucía entraba triunfalmente en Madrid, después de haberle precedido en esta jornada el de Valencia. Los cuerpos vencedores de las divisiones imperiales fueron ovacionados en forma delirante, y Madrid vengó así la afrenta con que los invasores hirieron la dignidad nacional el 2 de mayo. A no dudarlo, San Martín figuró en el desfile de ese ejército libertador, y al frente del regimiento de Borbón vivió aquella hora épica, complemento de aquella otra en que su sable invicto cargó sobre los franceses.

Obtenida esta victoria, y dueños, por lo tanto, de su capital, los españoles decidiéronse por la formación de una junta central de gobierno; formada ésta decretóse en el acto el levantamiento de un ejército en el cual debían entrar como componentes todas las fuerzas sociales de la nación. Creíase que nadie se negaría a este llamado; pero, desgraciadamente, no fue así, y sólo se reclutaron cien mil hombres, con los cuales se formaron tres ejércitos, que pasaron a figurar bajo el mando de Castaños, de Blake y de Palafox. El del centro, que era el de Castaños, lo componían veinte mil hombres y tres mil soldados de caballería. El de la izquierda, o sea el de Blake, veinticinco mil, y el tercero, o sea el de la reserva, llamado también Ejército de Aragón, veinte mil infantes y trescientos hombres de caballería. Agregáronse a estas fuerzas una división asturiana y otra extremeña, que se intituló Ejército de Extremadura. Con esta masa beligerante, masa mal vestida y mal alimentada, pero saturada toda ella del amor a la patria, intentóse reanudar la guerra y desalojar de España a los ejércitos que la humillaban.

Desgraciadamente para ella, el invasor se apoyaba en otros valores que, como los psicológicos, constituyen también un secreto de éxito. Sus fuerzas, por de pronto, no eran improvisadas; habían hecho la guerra en otras latitudes del Continente; se distinguían por su gran disciplina y por una nueva táctica, y, además de ser muy superiores en número a las españolas, su comando lo formaban los mejores Mariscales del Imperio.

Es por esta razón que antes de la batalla de Tudela hubo Generales, como Castaños y Coupigny, que opinaron, no por una guerra franca y abierta contra el invasor, sino por una guerra de núcleos, de ataques parciales e intermitentes. El pensamiento éste fue desoído, y creyéndose que las victorias se repiten a un simple conjuro, sea éste el de la voluntad personal o el de la voluntad colectiva, cayóse en el error de querer envolver al Ejército de Napoleón entre el Ebro y los Pirineos, para buscar así una nueva capitulación como la obtenida en Bailén.

Cuando esta capitulación se produjo, Napoleón se encontrababa en Burdeos, en viaje para París. A no dudarlo, la noticia de un tal desastre debió destemplarlo un tanto; pero comprometido como estaba en la política de Europa Central, abrió un paréntesis a lo que podemos llamar sus actividades peninsulares y dirigióse a Saint Cloud para continuar su viaje y trasladarse a Weimar, en donde debía encontrarse con el Emperador Alejandro, a fin de establecer las bases de lo que luego se llamó la Confederación del Rin.

Realizado este cometido, Napoleón regresó de nuevo a París, llegó a su palacio de Saint Cloud el 18 de octubre, y partiendo de ahí el 29 de este mismo mes, el 3 de noviembre llegaba a Bayona, y el 5 a Vitoria.

Los preparativos de la nueva guerra los realizó Napoleón con tanta celeridad y acierto, que en pocos días los ejércitos imperiales dominaban de nuevo toda la Península, y mientras una división se dirigía sobre Castilla, otra lo hacía sobre Aragón o sobre Extremadura. Los mejores generales del Imperio figuraban en este despliegue de fuerza y de omnipotencia. Bailén había humillado su orgullo, y deseoso de reparar el mal sufrido, se puso él mismo al frente de estas fuerzas, y, después de una marcha triunfal, el 3 de diciembre de 1808 hacía su entrada en Madrid.

Pero antes de proseguir este relato, volvamos a nuestro héroe y tratemos de ver qué grados de veracidad encierra la anécdota aquella que nos presenta a Napoleón enfrentándose con San Martín.

Según un historiador argentino, don Bartolomé Mitre, aconteció un día que encontrándose San Martín confundido con un grupo de oficiales, bruscamente Napoleón se dirigió hacia él, y, después de clavarle su mirada profunda, tomó un botón de su casaca, casaca celeste y blanca, según este relato, y leyó en alta voz: «Murcia». [1]

Tiene de particular la anécdota que comentamos que el historiador de la referencia nos la transmite como contada por el propio San Martín; pero a fuer de imparciales nosotros la ponemos en duda, y basamos esta duda en las observaciones siguientes: Napoleón no estuvo en Madrid más que una sola vez, y la fue en la circunstancia que acabamos de historiar. Llegó a Vitoria, como se ha visto, el 5 de noviembre, y en los primeros días de diciembre al frente de cuarenta mil hombres se posesionaba de Madrid, eligiendo para su residencia, no el Palacio Real de esta Corte, sino la quinta del Recreo en Chamartín. A mediados de diciembre cruzaba Napoleón el Guadarrama, y en compañía del Mariscal Ney y de Bessières, caía sobre el flanco del Ejército español y ponía en derrota a las divisiones del Marqués de la Romana y del General Moore, el jefe inglés que se había incorporado a esta guerra de reconquista dirigiéndose al centro de España por Galicia. Obtenido este triunfo, Napoleón decidió su regreso, y así lo hizo poniéndose en viaje para París el 1 de enero de 1809. En vista, pues, de estos antecedentes, podemos preguntarnos: ¿Dónde y en qué momento Napoleón pudo enfrentarse con San Martín? Un encuentro entre aquel César y este criollo no era imposible, dado que después de Bailén, San Martín, con el ejército que allí había vencido, se trasladó a Madrid; pero es el caso que cuando Napoleón llegó a la capital de España, ya el Ejército de Andalucía se había dislocado, y los cuerpos que lo componían recibido un nuevo destino.

Pero si esto ofrece una dificultad a la veracidad de la anécdota, ésta se agrava analizando otros pormenores. La anécdota en cuestión nos presenta a San Martín como Teniente del Regimiento de Murcia, cuando a fines de 1808 como a principios de 1809 -corto período de la permanencia de Napoleón en España- San Martín era algo más que un Teniente; era nada menos que Teniente Coronel del Ejército español, y el cuerpo en que militaba, en lugar de ser el regimiento de Murcia, lo era el regimiento de caballería de Borbón. Por aquel entonces había comenzado su carrera militar y hacía ya varios años que lo había abandonado para pasar al regimiento de Campo Mayor, en cuyas filas militaba cuando triunfó en Arjonilla. Si no queremos, pues, aceptar como verdad lo que es un anacronismo, tenemos que rechazar como inexacta, al menos en el aspecto que se nos transmite, esta anécdota, según la cual el nombre del regimiento en que figura San Martín resulta leído por el Genio de la Guerra, al tomar entre sus manos uno de los botones de su casaca.

Si efectivamente hubo un encuentro de Napoleón con San Martín, este encuentro debió efectuarse de otro modo. El héroe argentino no era amigo de inventivas, y si en los últimos años de su vida contó, como se dice, esta anécdota, los que la recogieron la desfiguraron, ciertamente, y desfigurada así pasó de boca en boca a la posteridad.

Aclarado este punto, reanudemos la exposición interrumpida y sigamos las huellas del héroe criollo que empeña su denuedo y su disciplina para que España obtenga su reconquista. Ahora, como antes de Bailén, los documentos sanmartinianos caracterízanse por la falta casi absoluta de informes. Sabemos por Mitre que San Martín siguió las vicisitudes del Ejército de Andalucía -con muchas de sus divisiones se formó el Ejército del Centro que comandaba Castaños- y «que debió encontrarse en la desgraciada batalla de Tudela». [2]

Pero como se ve, esto no constituye una afirmación documental sino una hipótesis; más, a nuestro entender, hipótesis que tiene sus visos de verdad.

Aun cuando las divisiones que combatieron en Bailén no conservaron la misma formación que tuvieron durante esa batalla, es lo cierto que quedó en pie el grueso de ese ejército y que este ejército, que lo era el de Castaños, cuando se resolvió destinarlo a las operaciones ofensivas sobre el Ebro, establecióse sobre la línea del río Queiles, es decir, desde las faldas del Moncayo hasta el Ebro.

De los tres cuerpos que iban a desafiar a Napoleón sólo éste era el cuerpo que contaba con una caballería numerosa y regular. A falta, pues, de documentos, y por prueba deductiva, podemos afirmar que entre esa tropa montada encontrábase el regimiento de Borbón, que era el regimiento en el cual militaba San Martín con el grado de Teniente Coronel.

Esta hipótesis es tanto más fundada cuanto que, como lo verá el lector, el General Castaños contaba a San Martín en esa época entre sus subordinados. Por otra parte, sábese por un documento anónimo encontrado entre los papeles del General Palafox, Duque de Zaragoza, que un Teniente Coronel americano capitaneaba una de las guerrillas españolas, cuando las tropas nacionales, antes de la batalla de Tudela, se vieron obligadas a replegarse sobre el río Queiles, para defenderse del avance francés.

El documento de la referencia, y que publica en su Historia militar de España Gómez y Arteche, dice así: «Por la noticia que llevó un trompa de que se aproximaban los enemigos, formamos y nos avanzamos todas las guerrillas de los cuerpos al mando de un Teniente Coronel americano, hombre muy bizarro. Los cuerpos en sus posiciones, trataban de atrincherarse y trabajaron al efecto; pero los enemigos no hicieren otra cosa que pequeños movimientos, con el objeto de reconocer; pero aun esto mismo no lo verificaron porque las guerrillas disputábamos el terreno palmo a palmo y así nos cogió la noche. A las ocho de ella, mandó el General sacar todas las provisiones y se anunció la retirada, que se efectuó a las diez; continuamos marchando y en la noche no hubo novedad. En el día tuvimos los cuerpos de vanguardia que volver cara dos veces y llegamos a Zaragoza». [3]

Si por alguna razón puede creerse fundadamente que el oficial en cuestión era San Martín, no lo es sólo porque fuese él el único jefe americano que había en el ejército español cuando se libró la batalla de Tudela, como lo supone un crítico. [4]

Los oficiales americanos en el Ejército español eran varios y, por lo que se refiere a Tudela, podemos afirmar que por lo menos se encontraban allí dos hermanos de nuestro prócer, vale decir, su hermano Justo y su hermano Manuel Tadeo. Si faltó el tercero de ellos, Juan Fermín, lo fue porque en esa ocasión se encontraba ya en Manila formando parte del personal militar de aquella capitanía general.

Nosotros sospechamos -y con fundamento- que efectivamente San Martín peleó en Tudela y que era él y no otro el Teniente Coronel americano, «hombre muy bizarro», que comandaba las guerrillas de los cuerpos españoles en avanzada. Ni Justo, ni Manuel habían logrado aún este grado -ambos eran sólo Capitanes, y Justo había obtenido este ascenso, no por designación de la Junta Central, sino por decreto del General Palafox- y militaban, no bajo las órdenes del General Castaños, sino de Palafox. Todo, pues, nos permite afirmar que San Martín intervino tanto en los preliminares de Tudela como en aquella batalla y que el mismo heroísmo que desplegara en Arjonilla, en la Cuesta del Madero y en Bailén, lo desplegó en esta batalla perdida por España, no por falta de valor, sino por las circunstancias anormales con que fue a esta guerra.

Es por esa época, vale decir, después de Tudela, que San Martín comenzó a sentir los males de una grave dolencia que afectó en serio a sus vías respiratorias. El General Castaños no quiso privarse de los servicios que podía rendirle un oficial tan benemérito y destinólo, en consecuencia, a la Junta Militar de Inspección con goce de sueldo, pero con derecho a un descanso.

Ignoramos el mes y el día en que San Martín comenzó a hacer uso de esta licencia. Sólo sabemos que a fines de mayo de 1809 su salud había ya mejorado notablemente y que, ansioso de entrar de nuevo en servicio, dirigió a la autoridad competente esta solicitud: «Don José de San Martín, Teniente Coronel de caballería y Capitán agregado a Borbón, a Vuestra Majestad, con el debido respeto, dice: Se halla agregado a la Inspección militar de esta reserva, pero estando más aliviado de la peligrosa enfermedad que ha padecido, desea el que expone continuar su mérito en el Ejército de Cataluña a las órdenes del General Coupigny conformándose con los deseos de dicho General, según lo demuestra la carta que tiene el honor de incluir a V.M.».

Coupigny, efectivamente, se había interesado por tener a su lado a San Martín. A principios de 1809 y después de aquella desgraciada batalla de Tudela, este jefe había sido designado por la Junta Central para ir a Cataluña, pero antes de hacerlo dirigióse a San Martín y significóle los vivos deseos de saberlo con él en aquel destino. El Ejército de Cataluña se encontraba en estado de relajamiento, en parte por la peste sufrida y en parte por la deserción, y sabía Coupigny que San Martín sería para él un precioso colaborador tratándose de organizar de nuevo aquel ejército. Con tal motivo, y en vísperas de ponerse en viaje, escribióle: «He sabido con placer el restablecimiento de usted, y como aprecio el mérito y los buenos oficiales, quisiera marchase usted al Ejército de Cataluña para donde salgo mañana, empleado por la Suprema Junta Central, y estando a mis órdenes e inmediación podría adelantarle a usted en su carrera

»Creo que si usted hace esta solicitud, contando con mi consentimiento, a la Junta Central, no pondría la menor repugnancia; pero si la hubiese, escríbame usted que yo veré de allanarla». [5]

San Martín contestó a Coupigny el día 13 de marzo aceptando su invitación, y de su puño y letra escribió en la misma carta de Coupigny que así lo haría en cuanto se sintiese restablecido.

A esta circunstancia, pues, débese la solicitud que presentó para obtener este traslado, y sobre la cual la Junta de Inspección dejó recaer este dictamen: «La falta de salud del suplicante, que por sus circunstancias es un oficial benemérito y digno de toda consideración, movió al General en Jefe del ejército del Centro, don Francisco Javier Castaños, a destinarlo agregado a la Junta Militar de Inspección de que éramos vocales –firman este dictamen Daoiz y González- con sólo el objeto de que percibiera sus· pagas y atendiese a su dilatada curación. Es notorio que no está totalmente restablecido, pero nos ha manifestado que ya la respiración le permite poder viajar y desea con ansias volver a concurrir a la defensa de la actual causa, por lo cual, y atendiendo a que es de la clase de agregado y sujeto que puede ser útil en cualquier destino, lo consideramos acreedor a lo que solicita

El Marqués de Palacios significó el día 2 de julio que no hallaba inconveniente alguno para que el Teniente Coronel don José de San Martín pasase a continuar sus servicios en el Ejército de Cataluña, y dos días después, el 4 de julio, la junta suprema de gobierno del Reino lo autorizó por decreto. Este decreto o real orden fue comunicado para los efectos del caso al intendente del Ejército de Andalucía; al de Cataluña; al Marqués de Coupigny, bajo cuyas órdenes pasaba a militar San Martín; a los subinspectores de caballería y de infantería y al Marqués de Palacios, como lo dicen los documentos que tenemos delante.

Cuando San Martín gestionaba este traslado residía en Sevilla, pero su regimiento, que lo era el de Borbón, se encontraba en Extremadura. Privado como estaba del caballo que por su grado y función le pertenecía, a fin de poder trasladarse a Cataluña se dirigió a la autoridad competente en solicitud de una nueva cabalgadura. Al parecer su solicitud fue acogida, pero el equino que se le otorgó estaba en tan malas condiciones que San Martín se vio obligado a rehusarlo oponiendo sus reparos. Textualmente escribió: «Que habiendo hecho una solicitud para sacar un caballo de los existentes en ésta para el ejército de V.E. ha librado orden para que se le entregase uno de los inútiles por no haber expresado su calidad, suplica se sirva mandar se le entregue uno de los caballos útiles, pagando su importe, respecto a que el suplicante tiene su regimiento en Extremadura y se halla destinado al Ejército de Cataluña». [6]

Un petitorio tan justo reclamaba como es lógico un dictamen favorable. Éste no faltó, dado que a raíz de presentada la solicitud dispúsose que el caballo a entregársele fuese de los útiles en contra de lo dispuesto en real orden de 6 de junio de que fuese de los inútiles; pero el 9 de junio tomóse otra providencia y al margen de su petitorio escribióse: «No ha lugar».

¿Conformóse San Martín con esa negativa? ¿Insistió y concluyó por obtener el caballo que deseaba? Es éste un punto que queda en el misterio histórico como tantos otros. Acaso para muchos carezca él de interés, pero para nosotros lo tiene y muy grande, ya que la ironía choca allí con el mérito. Lo menos que podía pedir el vencedor de Bailén era un caballo, pero éste se le negó a secas y no sabemos si este nuevo Quijote tuvo que conformarse, como aquel de la Mancha, con su Rocinante.

Ni las fojas de servicios, ni ningún otro documento sanmartiniano nos dicen si San Martín se trasladó a Cataluña a raíz de su petitorio, para hacerlo, o si lo retardó aún por algún tiempo. Sólo sabemos que con fecha 6 de junio de ese año, se le informa al inspector del regimiento de caballería de Borbón para que por medio de la tesorería del ejército se le socorra para que pase de Sevilla a Cataluña, lo que nos hace creer que a mediados de dicho año había ya abandonado Andalucía. Sabemos, además, que el 25 de enero de 1810 la Junta Suprema de Sevilla nombró a San Martín ayudante del Marqués de Coupigny en el Ejército de Andalucía y que por este nuevo destino vióse obligado a seguir a su jefe a los distintos puntos a que éste se trasladó por las exigencias de la guerra.

En el año de 1810 Napoleón resolvió intensificar su ofensiva para dar fin a la guerra en la Península. Cuatrocientos mil hombres se encontraban en ese entonces repartidos en España, y así como los ejércitos imperiales se dirigían, los unos sobre Portugal, y los otros sobre Castilla, los había que entraban en Valencia, en Cataluña y de nuevo en Andalucía. Creemos, pues, que por razones de su nuevo destino y que por figurar como ayudante del Marqués de Coupigny, después de la batalla de Ocaña y de la entrada de los franceses en Andalucía, siguió a aquel jefe cuando fue nombrado Cuartel Maestre General del quinto ejército que estaba comandado por el Marqués de la Romana y que, por lo tanto, llegó hasta las líneas de Torres Vedras en que se verificó la concentración de todas las fuerzas que comandaba aquel Marqués, actuando, además, en los ataques que se dirigieron contra Massena cuando intentó éste posesionarse de aquellas líneas.

El 28 de febrero de 1811 encontramos a Coupigny en Cádiz acompañado de San Martín. Uno y otro acaban de llegar de Lisboa y San Martín se presenta al gobierno pidiendo que se le paguen sus sueldos atrasados. Coupigny declara que lo que dice San Martín es perfectamente cierto y que sus sueldos sólo le han sido satisfechos hasta noviembre de 1810. Dice San Martín que debe seguir hacia Valencia en compañía del General Coupigny; que ha emprendido la marcha desde Lisboa hasta Cádiz, debiendo continuarla aún de Cádiz hasta Valencia «con dicho su General, sin que se le haya socorrido con dinero alguno».

El oficio de San Martín está datado en Cádiz el 28 de febrero y ese mismo día se le comunica al secretario encargado del despacho de Hacienda la resolución tomada al respecto: «El Consejo de regencia se ha servido resolver que al Teniente Coronel don José de San Martín, Capitán del regimiento de caballería de Borbón y ayudante de campo del General en Jefe del segundo ejército, Marqués de Coupigny, se le abonen dos pagas a buena cuenta de su sueldo». [7]

Todos los biógrafos de San Martín nos lo señalan tomando parte en la batalla de Albuera, librada el 16 de mayo de 1811 por los ejércitos aliados que comandaban Castaños, Blake y Beresford contra el Mariscal Soult, quien, obedeciendo a las instrucciones de Napoleón, debía prestar su ayuda a Massena, inmovilizado en Portugal, avanzando con sus divisiones por la orilla izquierda del Tajo.

¿En qué cuerpo o al frente de qué tropa batióse San Martín en Albuera? Por lo que se refiere a Mitre, concrétase a decirnos que San Martín «encontróse en la sangrienta batalla de Albuera, celebrada por la musa de Lord Byron». Juan María Gutiérrez escribe, que por «su noble conducta y brío de su sable en este día, sobre el mismo campo de batalla alcanzó el grado de comandante efectivo»; y Sarmiento nos cuenta que tuvo un encuentro cuerpo a cuerpo con un oficial francés, «a quien dejó muerto en el campo a presencia del ejército». Este mismo publicista nos dice que fue hecho Coronel en el campo de batalla -Gutiérrez nos dice comandante efectivo--, pero lo único que sabemos de positivo es que, si este grado le fue otorgado, nunca lo invocó como suyo San Martín.

Creemos nosotros que, efectivamente, San Martín peleó en Albuera como peleó en Tudela y en Bailén y basamos nuestra afirmación en saberlo en ese entonces militando bajo las órdenes de Coupigny, quien, en calidad de General en Jefe, tomó parte en toda la campaña del año 1811, lo que quiere decir que ya en persona o por intermedio de sus delegados intervino en esta batalla. Recordemos lo que a propósito nos dicen sus fojas de servicios: «En el citado año de 1811 , habiendo tomado el mando - lo era el del cuarto ejército que ocupaba la isla de León, Cádiz y el resto de la Andalucía no ocupada por el enemigo- , salieron las expediciones sobre la Extremadura con cuyos refuerzos a las órdenes del General don Joaquín Blake, las tropas del General don Francisco Ballesteros que se hallaban en el condado de Niebla y las del Capitán General don Francisco Javier Castaños, reunidas con las del Mariscal Beresford, dieron y ganaron la batalla de Albuera, mientras el General Begines de los Ríos hacía ataques ventajosos por la parte de la sierra de Ronda, y que por la parte de la línea de Portazgo y demás puntos se hacían ataques obstinados y ventajosos para atraer la atención del enemigo y distraer sus fuerzas, impidiendo reforzase las que tenía en Extremadura». [8]

Claro está, pues, que si Coupigny intervino en esta batalla, intervino también San Martín que era su ayudante de campo.

Acaso su comportamiento en esta acción y otros méritos lo hicieron acreedor a un nuevo ascenso, pues, con fecha 26 de julio de 1811, fue nombrado comandante del regimiento de dragones de Sagunto. Su última foja de servicios nos hubiera podido esclarecer éstos y otros pormenores. Desgraciadamente esta foja nos falta, y San Martín nos dice que él no pudo recoger ni esta foja de servicios ni el despacho de comandante agregado al regimiento de dragones de Sagunto por hallarse su regimiento, cuando él salió de Cádiz para América, en Castilla la Vieja. [9]

Su participación en la batalla de Albuera es acaso, si no la última, una de sus últimas jornadas militares en pro de España. A ésta ya le había dado lo primogénito de su valor y de su disciplina, y trabajado su espíritu por un hondo secreto decidióse en ese año a desprenderse, como lo verá el lector, de la Península, tierra a la cual siendo un niño lo habían transportado sus padres.

¿Cómo y qué razones invocó él para hacerlo? Es éste, a no dudarlo, un punto capital en la vida de este gran soldado, y buscando la luz de los documentos trataremos de encontrar las causas que le obligaron a una emigración transoceánica cuando ya comenzaba a escalar, grado por grado, el templo de la fama.

Desgraciadamente, la solicitud que presentó para poner en práctica sus propósitos, vale decir para trasladarse de España a América, hase perdído o extraviada encuéntrase acaso entre algún legajo polvoriento -legajo que, por otra parte, ha sido buscado por nosotros con empeño- entre los muchos que enriquecen los archivos de la Península. Pero si esta solicitud nos falta, conocemos los dictámenes recaídos sobre ella y leyéndolos podemos reconstruir, si no los términos, los conceptos genéricos en que San Martín fundamentó su petitorio.

Es el día 26 de agosto de 1811 cuando en la isla de León se redactó el siguiente dictamen: «Paso a manos de V.E. como mi informe, la adjunta instancia del Teniente Coronel don José de San Martín, Capitán agregado al regimiento de caballería de Borbón, en solicitud de su retiro con sólo el uso de uniforme de retirado y fuero militar, con destino a la ciudad de Lima con objeto de arreglar sus intereses, abandonados por las causas que expresa.

»Este oficial ha servido bien los veintidós años que dice y tiene méritos particulares de guerra, principalmente los de la actual le dan crédito y la mejor opinión. Por mi parte hallo fundado el motivo que expone para pedir su retiro y traslación a América, pues cuando las causas de conveniencias lejos de perjudicar al servicio producen un bien conocido al Estado en general, deben ser atendibles como sucede a este individuo cuyos intereses abandonados por la imposibilidad de manejarlos inmediatamente, no rinden con perjuicio suyo y del Rey, como hacendado contribuyente.

»En este supuesto soy de dictamen que puede concederse a este Capitán el retiro que solicita con sólo el uso de uniforme de retirado y fuero militar con destino a la ciudad de Lima para atender a sus intereses y cuidar de la subsistencia de dos hermanos que deja en los ejércitos de la Península. Si Vuestra Excelencia lo cree conveniente podrá elevarlo al Consejo de Regencia para su resolución» [10]

Como se ve, estamos en presencia de un documento en el cual lo ingenioso aúnase con lo sincero. San Martín preséntase a sus superiores pidiendo su retiro; pero éste, no para ir a Buenos Aires, sino para pasar a Lima en donde, según él lo dice, tiene sus intereses.

Pero ésta no es la sola causa invocada. Él tiene hermanos -estos hermanos, como muy pronto lo veremos, militan en el mismo ejército-, pero al parecer ellos están subordinados a su tutela y es el propio San Martín quien debe preocuparse de su subsistencia. El retiro lo pide, además, con uso de uniforme y fuero militar, lo que da a entender que sus deseos, no son de romper con España, sino, por el contrario, de quedar vinculado a ella por ese distintivo que define su rango y por la ley militar que, en el caso en cuestión y por razón de fuero, rige su moral y su disciplina.

En el sentir del miembro informante, las razones aducidas por San Martín son suficientemente atendibles y por esto concluye opinando que se le autorice su traslado a Lima, ya que mejorando él sus intereses mejorará igualmente, como contribuyente que es, la situación del propio fisco.

Este informe fue dirigido al secretario de Estado y del despacho de la Guerra; pero existe otro dirigido, al parecer, al inspector general interino de caballería, que aun cuando se asemeja a éste en substancia lo fundamenta una razón que en el primero no existe. «Es cierto, dice este dictamen, que este oficial sirve los veintidós años que dice según su hoja de servicios y en ella constan sus méritos particulares de guerra por los que merece consideración. Creo fundados los motivos que expone para solicitar su retiro y pasar a la ciudad de Lima con objeto de arreglar sus intereses perdidos o abandonados por las razones que manifiesta y asegurar su subsistencia y la de sus dos hermanos que quedan sirviendo en los ejércitos de la Península.

»Sin estas causas tan justas no creo pediría alejarse de nuestra lucha este oficial antiguo y de tan buena opinión como ha acreditado principalmente en la presente guerra; y así entiendo que puede obtener el retiro que pide con uso de uniforme de retirado y fuero militar, destinado a la ciudad de Lima como dice, cuya gracia proporciona al mismo tiempo al Erario el ahorro de un sueldo de agregado que disfruta este Capitán en la caballería sobrecargada y sobrante de oficiales de todas clases. Vuestra Alteza, sin embargo, resolverá lo que tenga por más conveniente». [11]

En este como en aquel otro dictamen no se duda -al menos así lo deja presentir la lectura de los documentos- de la sinceridad en que San Martín fundamenta su petitorio. En este sentido se va aún más lejos y afírmase que las causas invocadas por el peticionante son tan justas, que si ellas no existiesen San Martín no se hubiese decidido a alejarse de la Península, principalmente en esas circunstancias tan críticas y cuando son tan laudables y notorios sus servicios.

Esto no impide, sin embargo, que quien así se expresa encuentre cierta conveniencia en que se le otorgue el traslado que solicita, pues como se dice en el documento, «hay sobrante de oficiales de todas clases», y partiendo San Martín sin goce de sueldo, el Erario hará el ahorro de su sueldo de Capitán agregado a un regimiento de caballería. ¡Qué absurda y contradictoria es a veces la inteligencia del hombre! De no ser éste un dictamen convencional -ya veremos si esto cabe en la posibilidad de las cosas-, es un baldón para su autor o autores y aun para aquellos jueces militares que le dieron curso. España se ahorró el sueldo de un Capitán, pero perdió el concurso de un héroe que en el acto y con acertada inspiración aprovechó la América.

De acuerdo, pues, con estos dictámenes, San Martín, por real decreto de la Regencia, fechado en la isla de León el 6 de septiembre de 1811, fue autorizado para partir a Lima y así se le hizo saber con igual fecha al Virrey del Perú para los efectos del caso.

Documentalmente hablando, ha sido así como San Martín desprendióse de España y como se consumó este acto por la propia colaboración y dictamen de los que tenían en su mano la ley, ya para autorizarlo a partir o ya para negarse a su petitorio y ahí retenerlo.

Pero si esto es lo documental, lo psicológico, lo verdadero, lo subyacente, por así decirlo, responde a otras causas y a otros móviles. Por de pronto, entendemos que San Martin no tenía ningún interés económico que defender o vigilar ni en Lima; ni en ninguna otra parte del Perú. Su cuna se había mecido en el Virreinato del Río de la Plata y fue de Buenos Aires de donde partió siendo niño para ir a recibir en España la educación que querían darle sus padres. Por otra parte, si algo podía haber heredado al fallecimiento de su progenitor -su madre en ese momento vivía aún-, no lo era en bienes raíces, sino en dinero dado, ya que el Capitán don Juan de San Martín, al fallecer en Málaga, no había cobrado aún muchos de los créditos que le debían sus deudores de América. Si debía, pues, reclamar el pago de estos créditos, no era a Lima adonde debía dirigirse, sino a Buenos Aires.

Pero examinada esta causa pasemos a la segunda, o sea a la necesidad en que él se encuentra de subvenir a la subsistencia de dos de sus hermanos. Los hermanos de San Martín no eran sólo dos, sino tres, como lo verá el lector: Manuel Tadeo, Juan Fermín y Justo Rufino. Éste y el primero no dejaron la Península; pero el segundo, o sea Juan Fermín, sabemos que pasó a Manila en donde prosiguió su carrera militar con el grado de sargento mayor en el regimiento de caballería de húsares de Aguilar. Presumimos, pues, que cuando San Martín presentó su solicitud de retiro a América, Juan Fermín ya había partido para Manila, y que sólo quedaban en la Península y sirviendo ambos en el ejército como así nos consta, Manuel Tadeo y Justo Rufino. Ignoramos qué medios de subsistencias poseían éstos; pero, como oficiales de graduación que eran, es lógico presumir que por lo menos contaban con los emolumentos respectivos a su empleo; ¿por qué entonces nos habla San Martín en su petitorio de su indigencia? A nuestro entender, esto sólo tiene una explicación, y es ella el consiguiente desorden en que se encontraba la contaduría del Reino para hacer en forma regular el pago de sus oficiales. Acabamos de ver que San Martín vióse en la necesidad de reclamar el pago de sus haberes a su regreso a Cádiz, después de aquel viaje que hiciera a Lisboa, en compañía del Marqués de Coupigny, su jefe, y nada extraño sería que sus hermanos se encontrasen en ese momento en una situación de penuria por no habérseles regulado sus haberes. Esta circunstancia, pues, presentábale a San Martín un bello pretexto, y a él acudió sin reparos para buscar una segunda causa a su pedido.

Pero, a nuestro entender, ni esta ni aquella otra causa ya apuntada constituía en el fondo la verdadera razón de sus móviles. Lo económico era el pretexto para dejar un continente por otro; pero lo real, lo positivo, lo dinámico, si se nos permite el concepto, lo determinaban sus sentimientos humanitarios y americanistas.

Si la Revolución francesa había fracasado como régimen, su parte ideológica y doctrinaria habíase convertido en meta de los nuevos espíritus, y en la propia España existía un partido contrario al absolutismo destronado como a aquel otro exótico y tiránico con que Napoleón la subyugaba.

Invadida la Península, sólo Cádiz y sus regiones adyacentes habían logrado substraerse a las garras del nuevo César; y tanto los españoles de ultramar, como los peninsulares que comulgaban en una comunidad doctrinal y de propósito, habían convertido a esta parcela de tierra bética en teatro parlamentario organizando allí las Cortes del Reino para que en debate público se arrojasen los fundamentos de una España constitucional y moderna.

Pero es el caso que los criollos que allí existían ambicionaban para sus patrias de origen, vale decir, para las tierras de las cuales eran ellos originarios, un régimen de absoluta independencia que lo dictaba la razón geográfica, como la razón étnica y comercial de tan vastos dominios. Fue esto lo que los llevó a la insurrección, y fue así como en la propia España, y burlando su vigilancia, comenzaron ellos el desmoronamiento político de aquellos feudos ultramarinos que España consideraba como sagrados e intangibles.

San Martín, que allí residía, y que por razones de su propia graduación estaba en condiciones excepcionales para conocer a fondo la fuerza intensiva de estas dos corrientes, declaróse desde un principio partidario de aquella libertad que España desconocía, y que, sin embargo, buscaba para sí en lucha épica con un déspota. ¿Cómo y por qué medios llegó San Martín a esta evolución ideológica y doctrinal a la vez? Conociendo como conocemos su carácter -reflexivo y ponderado en alto grado-, podemos afirmar que llegó a ella por instinto y por propia comprensión de los acontecimientos. Es ésta una página de su vida sobre la cual pocos son los pormenores que conocemos; pero, si éstos faltan, la posteridad encuéntrase ya en posesión de dos documentos en los cuales el mismo San Martín arroja un lampo de luz sobre punto tan obscuro.

La primera vez que despliega sus labios en tal sentido, lo es en 1820. Encuéntrase en vísperas de expedicionar al Perú, pero antes dirígese a sus compatriotas, los habitantes del Río de la Plata, y con la franqueza que le es característica, les dice: «Yo servía en el Ejército español en 1811. Veinte años de honrados servicios me habían atraído alguna consideración, sin embargo de ser americano. Supe la revolución de mi país, y al abandonar mi fortuna y mis esperanzas, sólo sentía no tener más que sacrificar al deseo de contribuir a la libertad de mi patria». [12]

Veintiocho años más tarde vuelve él sobre este tópico, y en carta al presidente Castilla, mandatario supremo del Perú, le dice desde Boulogne sur Mer, el 11 de septiembre de 1848: «Usted me hace una exposición de su carrera militar. A mi turno, permítame le dé un extracto de la mía. Como usted, yo serví en el Ejército español en la Península, desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de Teniente Coronel de Caballería. En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar». [13]

La verdad, pues, que buscamos, encuéntrase en esta doble declaración y no en esa solicitud cuyos términos son más artificiosos que sinceros. San Martín sabía ocultar la verdad sin mentir, y en el caso presente ocultóla en forma ingeniosa y admirable. Debe tenerse presente que de todas las posesiones ultramarinas era sólo el Perú la única que aun vegetaba en la docilidad colonial, cuando San Martín pidió el pase de España a América. Solicitar entonces su traslado a Lima era despistar de antemano la vigilancia de los absolutistas, al par que poner de lado los obstáculos que podían determinarle una negativa si en lugar de señalar a Lima como término de su viaje, señalaba a Buenos Aires, capital del Virreinato, de donde él era originario. Según ya lo tenía predestinado la Providencia, a Lima llegaría San Martín, pero no como Teniente Coronel del regimiento de Borbón, con uso de uniforme y fuero militar, sino como Capitán de los Andes, después de haber emulado a Aníbal en el pasaje de la mole ciclópea y libertado a Chile, venciendo a Marcó primero y a Osorio después.

Esto es honroso para San Martín, como en cierto sentido tiene que serlo para España, dado que el soldado que se encargó de universalizar en el Continente la doctrina revolucionaria de Mayo, no era un extraño a su sangre ni a su cultura, sino, por el contrario, un héroe que había vivido su drama consagrándole para hacerla fuerte y digna -y esto en un lapso de más de dos décadas- su talento, su disciplina y su espada.

Si San Martín no le pertenece como libertador –América tiene sus entidades como España tiene las suyas-, le pertenece como héroe de su reconquista, como soldado de sus campañas en África, en el Rosellón, en la guerra naval contra los ingleses, en esas que, por dos veces, la diplomacia obligóla a ponerse en guerra con Portugal, y, sobre todo, en la última, la más grande de sus campañas, que lo fue contra un César y contra los ejércitos poderosos que comandaban sus Mariscales. Sus fojas de servicios han quedado incompletas, pero sabemos ya cuáles son sus méritos, y España no puede desconocer que así como fue un héroe en Arjonilla, lo fue en Bailén, en Tudela y en Albuera, no mereciendo nunca reproches sino aplausos: bajo Ricardos en el Rosellón, con Solano cuando entró en Portugal, con Coupigny y Castaños cuando vivaqueó por Sierra Morena y distinguióse con sus cargas contra Viel y Dupont antes, como en momentos de librarse la gran batalla de Bailén.

El ciclo de su gran renombre lo constituye ciertamente el de sus campañas en América, pero éste se fundamenta en aquel otro que lo es el peninsular y que, por ser tal, no es posible desconocerlo cuando se estudia en forma integral su vida épica, las etapas que la forman y, como es lógico, su primogénita formación de soldado. Hispanismo y americanismo son dos términos que en esta figura extraordinaria se complementan con admirable armonía, y si España pone reparos al Libertador, no puede ponerlos al que capitaneó sus huestes en forma pundonorosa y valiente en más de veinte años de servicios.

Explicada así la razón de su desprendimiento por la Madre Patria, entremos en otra cuestión y veamos si a un resultado semejante pudo llegar San Martín sin padrinazgo, o sea sin ser auxiliado en esta forma o en otra por los que tenían en sus manos, en momento tan crítico, los destinos políticos y militares de la Península.

No por un simple capricho sino por un imperativo que lo dicta la historia podemos preguntarnos: ¿es que, por ventura, el gobierno de la Regencia creyó en la sinceridad de su petitorio, o fue su cómplice con cierta aquiescencia, tolerancia o disimulo? Los miembros que componían esta Regencia en el momento que San Martín presentó su solicitud, lo eran Blake, Cicar y Agar, pero es lo cierto que por ausencia de estos dos últimos, figuraban el Marqués de Palacios y don José María Puig. Además, el comandante general del ejército que defendía a Cádiz, lo era el Marqués de Coupigny, quien a su vez tenía como ayudante de campo al propio San Martín. [14]

Dada, pues, la forma irregular e incompleta con que funcionaba esa Regencia -el mismo General Blake por razones de su oficio veíase obligado a continuos desplazamientos-, la influencia de un amigo en el poder o cercano al poder era más que suficiente para inclinar el beneplácito directivo en favor del que presentaba una solicitud en nada contraria a los intereses supremos del Reino. Creemos, pues, y esto con sobrado fundamento, que San Martín tuvo en esto su Mecenas, y que lo fue, más que un miembro de la misma Regencia, su jefe, el propio Marqués de Coupigny. La influencia de éste era por muchos conceptos poderosa. Sabemos, además, que eran sus deseos hacer avanzar a San Martín en su carrera, y Dios sabe si presintiendo en él la levadura de un libertador, no fue el primero en darle un impulso para que se desprendiese de España y respondiese a su destino buscando las rutas de América.

En ese momento, la situación militar de España no podía ser ni más crítica ni más angustiosa. Toda ella, excepto Cádiz, estaba dominada por los ejércitos de Napoleón, y el propio Cádiz, baluarte de la independencia española, encontrábase seriamente sitiado por el ejército del General Victor. Habíanse intentado, es verdad, algunas salidas, y merced a una de ellas, la comandada por La Peña y por Graham, se había logrado la victoria de Chiclana; pero, por desgracia, los vencedores no habían sabido sacar las ventajas que representaba tamaño triunfo, y reforzados con nuevos elementos de combate los franceses intensificaron su asedio. [15]

Por otro lado, la obra orgánica y constitucional que con tanta valentía abordaban las Cortes allí reunidas, perseguía ciertamente una finalidad, pero ésta tenía relación más directa con España que con sus posesiones ultramarinas.

Éstas, por otra parte, habían lanzado su grito de emancipación, y si era lógico que a esta emancipación se opusieran los absolutistas, no lo era el que la combatiesen los que razonaban con criterio más amplio y comprendían que había llegado para el mundo la era de los principios liberales. Acaso Coupigny comulgaba en este orden de ideas, y por esto, y sin poner reparos, consintió que San Martín, su ayudante de campo, lo abandonase, y, dejando un teatro por otro, su espada realizase en América lo que por razones múltiples y diversas no podía realizar en la Península.

 

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[1] MITRE: Historia de San Martín y la Independencia Sudamericana, tomo I, pág. 91.

[2] MITRE: Historia de San Martín y de la Independencia Sudamericana, tomo I, pág. 118.

[3] Historia militar de España, t . III, pág.  337.

[4] S. SAMPER WEYLER: «San Martín y la batalla de Tudela». Revista Nacional, vol. 22, año 1900.

[5] Archivo de San Martín, t. I, pág. 116.

[6] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.487.

[7] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.487.

[8] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 226.

[9] Archivo de San Martín, t. I, pág. 125.

[10] Archivo militar de Segovia, Legajo Nº 1.487, Nº 5.

[11] Archivo militar de Segovia. Legajo Nº 1.487.

[12] Archivo de San Martín, t. VII, pág. 216.

[13] SAN MARTÍN. – Su correspondencia, pág. 296

[14] Al producirse esta segunda invasión de Andalucía, la Junta Suprema del Reino resolvió trasladarse de Sevilla a la isla de León, donde nombró una regencia cuyos miembros eran el ilustrísimo don Pedro Quevedo, obispo de Orense; don Francisco de Saavedra, consejero de Estado; el General Francisco Javier Castaños; don Antonio Escaño, General de Marina, y don Miguel Lardizábal, mejicano éste, y que entró en reemplazo de don Esteban Fernández de León, resistido por el pueblo de Cádiz. Fue esta Regencia la que convocó las Cortes, e inauguradas éstas el 27 de octubre de 1810, designóse luego la que debía substituirla. Las personas que entraron a reemplazar los cinco miembros que componían la Regencia cesante fueron: el General Blake, don Gabriel Cicar y don Pedro Agar, ambos marinos de profesión. Como suplentes fueron designados el Marqués de Palacios y José María Puig. Esta Regencia permaneció, en función hasta el 22 de enero de 1812 en que las Cortes se resolvieron a nombrar una tercera, pero aumentando el número de sus componentes a cinco como lo había sido la nombrada en 1810. Integrábanla: el Duque del Infantado, don Juan María Villavicencio, el Conde del Abisbal, don Joaquín Mosquera y don Ignacio Rodríguez y Rivas; a éste sucedió más tarde don Juan Pérez Villamil.

Cuando San Martín solicitó su traslado a América, funcionaba la tercera de estas regencias, vale decir, la presidida por Blake, y era gobernador de la isla de León don Miguel de Irigoyen, quien, por decreto del 23 de marzo de 1811, había reemplazado a don Diego de Alvear, nombrado a su vez para el ejercicio de dicho puesto el 6 de marzo de 1810. El General en Jefe del 4º Ejército, o sea del ejército que defendía a Cádiz y su monarca, eran don Antonio Malet, o sea el Marqués de Coupigny.

Por lo que se refiere a Blake, conviene recordar que el 9 de enero de 1812 tuvo que capitular, con los 16.000 hombres que mandaba, ante el Mariscal Suchet, que en septiembre de 1811 había emprendido la conquista de Valencia y que, desde esta ciudad, en donde quedó prisionero, fue enviado en calidad de tal al castillo de Vincennes, en Francia. Blake dejó de existir en 1824.

[15] A raíz de la batalla de Chiclana, el General La Peña fue destituído de su comando, y reemplazado por el Marqués de Coupigny, quien se puso al frente del ejército defensor. Igual suerte tocóle a Graham, el General inglés que comandaba las tropas británicas aliadas a las españolas, y para reemplazarlo fue designado el General Cook.