Constituye una responsabilidad significativa para quien les habla, que tiene el alto honor de presidir el Instituto Nacional Sanmartiniano, hacerse presente en esta ciudad para evocar dos bicentenarios de notoria trascendencia:
- El de la Entrevista de Guayaquil en la que se reunieron los dos protagonistas centrales de la Guerra de la Emancipación Sudamericana: José de San Martín (Libertador de la Argentina, Chile y Perú) y Simón Bolívar (Libertador de la Gran Colombia).
- El del retiro de nuestro Padre de la Patria de su vida pública luego de treinta y un años de combates ininterrumpidos (que lo habían convertido en veterano de guerra de tres continentes) y diez años como pieza política clave del ajedrez revolucionario independentista.
El primer bicentenario nos permite evocar la vida de un hombre que tuvo la elevada misión histórica de ejercer responsabilidades públicas fundacionales y trascendentes.
El segundo, la aspiración de ese hombre a vivir como si fuera un ciudadano más, con la satisfacción de haber cumplido con su deber luego de haber sacrificado su juventud a España, su adultez a su Patria y anhelando el ganado derecho a disfrutar de su vejez.
Fueron poderosas las razones que dejaron el camino expedito para que el General San Martín llegara al bronce, a fines de ser objeto de homenajes materializados en numerosos monumentos y bustos existentes en distintos países del mundo:
Su desempeño brillante como hombre de armas.
Su accionar portentoso como actor político, entendida esta palabra en el sentido más noble del término, asociada con la vocación de servicio. En tal sentido, llegó a ejercer el poder ejecutivo en dos oportunidades: como Gobernador-Intendente de Cuyo y como Protector del Perú.
Y finalmente, como primer motor de sus acciones, su carácter de hombre comprometido con los valores más sagrados para los pueblos sudamericanos: la Independencia y la Libertad; que deben verse articulados en conjunto por su aversión hacia las guerras civiles, siendo su promesa de “no desenvainar jamás su espada en guerras entre paisanos” la más profunda de sus convicciones.
El Libertador pensaba en clave sudamericana, pero enmarcada en valores que la trascendían.
La Guerra de la Independencia era un imperativo categórico para medio continente y la lucha por la Libertad que la animaba tenía carácter universal.
Al tomar en consideración estas premisas, es inevitable concluir que los ejércitos del General San Martín jamás iban a ser utilizados para conquistar, sino para liberar.
El Libertador concebía las funciones de conducción militar y política que le tocaban ejercer como limitadas en el tiempo: solamente perdurarían hasta que los objetivos buscados estuviesen, si no logrados por completo, al menos virtuosamente encaminados hacia el éxito ulterior.
Se torna indispensable, oportuno y conveniente poner en marco y contexto este hecho acontecido hace dos centurias.
Es fundamental que se recuerde que la conclusión de esta larga contienda era el objetivo definitivo y definitorio del Plan Continental de San Martín, al que podemos definir como una acción estratégica puesta al servicio de un objetivo superior: salvaguardar la Independencia Argentina, obtener las de Chile y Perú, finalizar cuanto antes la guerra contra el absolutismo nostálgico de Fernando VII y garantizar la Emancipación Sudamericana, esto es, la libertad para medio continente.
Existía la firme convicción de que la libertad individual y la felicidad de los pueblos sólo serían posibles mediante procedimientos soberanos que concluyeran en el establecimiento de monarquías constitucionales o repúblicas, con límites claramente establecidos para que no pudiesen verse conculcados los derechos esenciales del hombre-ciudadano amenazando sus vidas, libertades y propiedades.
La Entrevista de Guayaquil del 26 y 27 de julio de 1822 es un hito que merece ser considerado como la primera reunión de jefes de Estado de la Historia de Sudamérica.
La historiografía da cuenta de controversias y posiciones encontradas sobre este hecho histórico-político trascendente (en gran medida por la reserva y cripticismo por el que se vio rodeado).
Sabemos que San Martín y Bolívar tenían plena coincidencia estratégica en que el proceso emancipador del yugo absolutista tenía ya carácter irreversible. En ello había una clara unidad, pese a la diversidad.
El recibimiento inicial fue muy cordial.
Bolívar se dirigió a San Martín diciéndole: “Tengo el gusto de estrechar la mano a mi amigo. Permítame usted que lo llame así, que es el título mayor que puedo darle”.
A su vez, San Martín calificó a Bolívar como “el héroe del Norte” y aseguró que le representaba la mayor satisfacción encontrarse con él.
Sin embargo, en lo sustancial, no pudieron arribar a un acuerdo táctico sobre la forma de concluir, cuanto antes, una guerra que ya llevaba más de una década, con elevados costos en vidas y recursos económicos.
Ante esa imposibilidad de vehiculizar una solución consensuada, nuestro Libertador anunció su retiro de la vida pública (que no era sinónimo de adoptar una actitud desentendida de los asuntos que afligían a Sudamérica en sus complejidades actuales y potenciales).
San Martín era plenamente consciente de que tenía una misión y un destino que ya había cumplido.
La culminación de la guerra debería quedar bajo el signo conductor de quien, en ese momento, era el objetivo hombre fuerte de Sudamérica: Simón Bolívar.
San Martín, antes de retirarse, había cumplido con un último acto oficial al convocar en Lima el primer Congreso Constituyente el 28 de septiembre de 1822.
El cuerpo colegiado de la flamante nación independiente lo reconoció con el título de “Fundador de la Libertad del Perú”.
Esa misma noche, en el bergantín “Belgrano”, aquel soldado que había tenido su bautismo de fuego en el norte de África en un día lejano de 1791, se embarcó hacia Valparaíso, con la ilusión de ser un ciudadano privado, para “vivir en algún rincón como hombre” y “en clase de simple particular y no más.”.
Con la Batalla de Ayacucho, librada el 9 de diciembre de 1824, los pueblos sudamericanos lograrían su victoria final y la ilusión de construir nuevos senderos soberanos hacia una paz digna, libre y soberana.
El Libertador de la Gran Colombia murió el 17 de diciembre de 1830 mucho antes que nuestro Padre de la Patria, cuyo tránsito a la gloria se iniciaría casi veinte años después, el 17 de agosto de 1850.
Lejos de cualquier inferencia que permita concluir un eventual rencor de San Martín hacia Bolívar, su intimidad en Boulogne-Sur-Mer nos muestra un testimonio diametralmente opuesto: lo reconoció generosamente, al punto de colocar un retrato litográfico del hombre con el que se había reunido en Guayaquil en su propio dormitorio, recreado en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires. La réplica se hizo respetando fielmente el croquis elaborado por Josefa Balcarce, donante de todos los bienes de su ilustre abuelo y última descendiente de la familia.
Padre de la Patria, Libertador, Capitán General del Ejército de los Andes y Primer Soldado de la Libertad, San Martín, como hombre, ganó un lugar trascendente en la Historia y en el bronce.
Un bronce que no debe hacernos olvidar, que el Libertador era un ser humano que reunía, dentro de sí, dotes extraordinarias que convivían con una comprobada humildad, una ilimitada vocación de servicio y un amor profundo por la causa sudamericana.
Eduardo Emanuel García Caffi
Presidente – Instituto Nacional Sanmartiniano