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Instituto Nacional Sanmartiniano

Alejandro Aguado: Amigo y Protector.

En ocasión del 180º aniversario del fallecimiento de Alejandro María Aguado, amigo y protector del Libertador General José de San Martín, publicamos un artículo al respecto de Pedro Luis Barcia, académico emérito de la Academia Sanmartiniana.

En Buenos Aires, una bonita calle de un elegante barrio ostenta el nombre de Sevilla. En la misma zona, otra calle lleva el rótulo de Alejandro María Aguado. Y también cerca, hay un monumento en homenaje de gratitud a ese personaje sevillano, primer marqués de las Marismas del Guadalquivir. También el Museo Histórico de Cuyo, en Mendoza, conserva un retrato de Aguado con la Giralda al fondo. Y en los libros: también en los libros de historia el prócer más venerado de Argentina, el general José de San Martín, aparece inexcusablemente vinculado a Alejandro María Aguado y Ramírez de Estenoz. Lo que significa que este sevillano, emparentado con los Bucarelli, figura en la historia argentina de forma relevante e inolvidable. Así España y Argentina poseen una razón más para su unidad; así Sevilla es, una vez más, el lazo que abraza a la Hispanidad. La fama de la amistad entre Aguado y San Martín se proclamaba de nuevo cuando la Organización de Estados Americanos editaba una obra en 1978 con motivo del bicentenario del nacimiento de San Martín, y en la portada reproducía un óleo en que se muestra en primer plano al caudillo de los Andes, y a su lado a su protector, en un gesto expresivo de la relación entre ambos y de la filantropía del marqués. Todo esto refleja la importancia que Aguado tuvo en el exilio del caudillo de la independencia suramericana. San Martín mismo lo explica en una carta diciendo de Aguado: "mi bienhechor [...] a quien le soy deudor de no haber muerto en un hospital de resultas de mi larga enfermedad". Tanto Aguado como San Martín pertenecen a la generación postilustrada, de la que también forman parte Simón Bolívar y Andrés Bello.

Hijo del segundo conde de Montelirios, Aguado nace en la sevillana calle "Don Pedro Niño" el 28 de junio de 1785 y es bautizado al día siguiente en la iglesia de San Juan de la Palma. Prueba de que la España de entonces se extendía allende el mar, su madre era caraqueña y cubanas sus abuelas. El abuelo materno había sido Capitán General de Caracas. El abuelo paterno, Antonio Aguado y Delgado, caballero de la Orden de Calatrava. Después de enriquecerse como comerciante, logró con gran esfuerzo un título nobiliario, el de primer conde de Montelirios. Tuvo once hermanos y a los nueve años de edad muere su padre, Alejandro Aguado y Angulo, segundo conde de Montelirios. Esto no arredró a la criolla doña Mariana Ramírez de Estenoz, su madre, quien fue capaz, no sólo de administrar los bienes de la familia, sino aun de incrementarlos.

El heredero del título y del patrimonio fue el primogénito, José. El primo de su madre, el general Gonzalo O´Farrell y Herrera, aconsejó que Alejandro siguiera la carrera militar, y efectivamente, Aguado ingresaría de cadete en el Ejército español a fines de febrero de 1798, cuando todavía no había cumplido trece años. Se incorporaría al Regimiento de Infantería de Jaén, con destino en Cádiz. El primer día de junio de 1801 se hallaba en el fuerte de Santiago, en ocasión del combate que sostuvieron las escuadras inglesa y francesa. Al mes siguiente ya era subteniente. Intervino en la guerra contra Portugal (la llamada "Guerra de las naranjas"), en la que también se halló presente José de San Martín, sin que podamos probar que allí se conocieron ambos. Precisamente permanece la incógnita sobre cuándo y dónde entraron en relación el sevillano y el argentino. Después de Badajoz, Aguado pasó dos años en el Campo de Gibraltar, en las campañas para intentar la recuperación del Peñón (de Gibraltar), y tres años en Ceuta. En septiembre de 1807 fue ascendido a teniente; pero, al año siguiente, un mes después del levantamiento español en Madrid contra los franceses invasores, Aguado se incorporaría al Batallón de Voluntarios de Sevilla, creado por la Junta Central Suprema. El empleo que recibió fue de sargento mayor.

Era el 8 de junio de 1808. A Aguado se le encargó la organización del batallón número cuatro, de los seis que se habían creado. Entre agosto y octubre estuvo entrenando a sus soldados. En noviembre los españoles perdieron la batalla de Tudela. Entre los vencidos estaba Alejandro María Aguado. Pero dos años más tarde, el grueso de las tropas del Ejército español y las autoridades patrias se habían replegado a Cádiz. El ejército invasor llegaría a Sevilla, donde había quedado el batallón de Aguado. No ofrecieron resistencia. Al ser tomada Sevilla, Aguado se ocultó en casa de su madre, donde también fue a alojarse el que ya era ministro de la guerra del intruso Bonaparte, el general O´Farrell, tío materno de Aguado y que había sido secretario de la guerra de Fernando VII.

Mientras la resistencia gaditana continúa sumando héroes, en la América hispana se cree que España no podrá zafarse del dominio galo, y lo mismo se piensa en Europa. No era presumible, como luego sucedería, que Cádiz se hiciera inmortal resistiendo al enemigo; que en medio de la guerra diera a luz una constitución; y que la independencia y la libertad de los gaditanos superaran a las huestes que arrasaban el Viejo Continente. Como esto fue asombro del mundo y por tanto gesta imprevisible, hubo nacidos en España que optaron por sumarse a los intrusos. Los oportunistas se adhirieron a los extranjeros. Uno de los que traicionó a España fue el sargento mayor Alejandro Aguado, quien se convertiría en jefe de escuadrón del ejército de ocupación el 23 de julio de 1810, el mismo año en que los franceses entraron en Sevilla. Así que, después de haber luchado en Tudela, Logroño y Tarancón en defensa de España, pelearía contra España en la batalla de La Albuera. Batalla en que José de San Martín combatiría al lado de España, y por tanto frente a Aguado. Sería comandante superior en el Condado de Niebla. Intervendría en la acción de Espartinas en la primavera de 1812 y, ante los triunfos de los patriotas españoles, se retiraría primero de Andalucía y de Castilla después, huyendo a Francia con los derrotados. En medio de la tragedia, Aguado había aumentado su notoriedad al obtener el grado de coronel y haber sido edecán del mariscal Soult, uno de los mayores expoliadores del patrimonio artístico español.

Cómo reconciliarse con la patria

Sin embargo, la vida sigue. Ya en Francia, acabada la guerra con España, Soult quiso confiarle el mando de un regimiento que debía partir para la Martinica, pero rehusó el nombramiento, abandonaría definitivamente la vida militar y se dedicaría al comercio. De nuevo fue su madre la que le protegería entonces enviándole dinero y productos sevillanos para su venta en el país transpirenaico, y más tarde, para cuando ampliara su mercado en América. Aceitunas, naranjas y aceite llevaron al hijo exiliado el cariño de la madre y de su tierra. Doña Mariana le remitió a París el 24 de junio de 1814, por medio José, una letra por valor de tres mil reales. El 3 de septiembre le giró dos mil reales. En junio de 1815, por mano de su tío Roque Aguado, la condesa de Montelirios le envió una letra sobre Londres por valor de dos mil reales. Será su afrancesado tío Roque, exiliado en París y acaudalado comerciante, quien también le preste ayuda gracias a las relaciones que seguía manteniendo en la península y en América.

Pero como desmostrará sin ambages, Alejandro Aguado no pensó primero sólo en su subsistencia, y en aumentar los negocios, después. En todo momento, Aguado tuvo presente el giro que había dado su vida y las causas que lo motivaron. ¿Es que no volvería a España? ¿Es que su pensamiento se había desarraigado de su idioma y de su tradición? ¿Es que sus sentimientos ya no eran españoles? El tiempo traería las respuestas. Y una última pregunta: ¿El hombre no tiene posibilidades de rehacer su imagen, redimiendo sus culpas? Por supuesto que sí, y lo demuestra que, desde entonces, un objetivo importante de Alejandro Aguado fue rehabilitar su nombre ante sus compatriotas.

Conseguiría que los productos meridionales llamaran la atención del público francés, alcanzando grandes ventas y pingues beneficios. Junto a los vinos españoles introduciría agua de colonia fabricada y embotellada por el propio Aguado. Y después del triunfo en los negocios mercantiles, entraría de lleno en el mundo de la banca y de la bolsa, y con fortuna, como siempre sería notorio en él. En los medios financieros parisinos llegaría a considerársele una de las figuras cumbres de la banca y de la alta finanza. Su influencia y poder alcanzarían tal prestigio y público reconocimiento que el monarca Fernando VII, el Rey de las Españas, encontraría en el sevillano la solución a sus gravísimos problemas financieros. En las Bolsas de Europa se cotizaría la deuda publica española gracias a Aguado. Los bonos Aguado serian conocidos, respetados, y hasta envidiados por gobiernos y particulares. En la prensa se airearían los ataques contra el banquero, e incluso, se pondrían en marcha, pero el banquero español sabía del valor de los periódicos, y por tanto dispondría de una consistente red de influencias. Tan buen conocedor era de la fuerza de la prensa en el mundo de la política y de los negocios que, al parecer, estaba suscrito a todos los periódicos que se editaban en España.

El monarca español lo haría su banquero. Así nuestros diplomáticos aseguraban el cobro de su sueldo. Aguado era una garantía internacional. No había operación en que fallara. El, sin embargo, lo atribuía sólo a su buena suerte. Uno de los principios de Aguado era aspirar a la obra bien hecha: la ganancia y el ideal de perfección eran compatibles en sus tareas y sus propósitos. Grecia puede dar memoria de ello, porque contribuyó a su independencia. Un préstamo salvador para la Corona griega, contratado con generosidad, motivó que el rey Otón le otorgara la Orden del Redentor. También Carlos X de Francia, premió sus servicios concendiéndole la cruz de la Legión de Honor. Aguado efectuaría operaciones, no sólo con la Monarquía española sino también con Francia, Austria, Bélgica, el Piamonte y Estados Unidos.

Alejandro María de Aguado, I Marqués de las Marismas del Guadalquivir por Francisco Lacoma y Fontanet (Museo del Romanticismo, Madrid). Créditos de la imagen: Wikipedia

El 11 de julio de 1829 el Rey de España Fernando VII le concedió el titulo de Marqués de las Marismas del Guadalquivir. La razón del nombre está en que el ministro de Hacienda había propuesto al Rey que Aguado desecara las marismas y las pusiera en cultivo. Aguado había manifestado en diversas ocasiones que pretendía dejar sus responsabilidades como encargado de las finanzas españolas en el extranjero; y para disuadirle de esa idea, los ministros del Gobierno español deciden estimularle proponiendo al monarca que se le concediera un título nobiliario, lo que se resolvió en el consejo de ministros celebrado el 17 de enero de aquel año. Aguado, luego de estudiar el proyecto, manifestó que le atraía porque, de recibir un titulo nobiliario, quería que estuviera anejo a una obra, que no fuese un titulo vacío. La obra no se llegó a acometer, tras los informes que recibió Aguado y los estudios que efectuó.

Igualmente sus vecinos de Evry reconocerían sus méritos. Hasta tal punto que fue nombrado intendente de la comuna donde residía, y todavía permanece el puente Aguado uniendo las orillas del Sena en aquel lugar; puente que, por cierto, se construyó a sus expensas. En agradecimiento, el Consejo Municipal decretó que la vía que conduce al puente llevara el nombre de "calle del puente Aguado". En 1828 se le había concedido la ciudadanía francesa por los servicios prestados a aquella nación; y tras los nueve años que ejerció aquel cargo, quedarían las obras que le habían hecho popular. Había fundado escuelas, y donado el terreno al cementerio.

Aguado y San Martín se reunían a menudo, pues vivían cerca, a orillas del Sena. Aguado, que incluso intentó que fueran juntos en un viaje a España, se hizo con pasaportes para que San Martín pudiera cruzar la frontera, aunque no logró que se le reconociera el carácter de militar argentino. Este requisito motivó que San Martín desechara retornar a la península.

En medio de tanta riqueza, Aguado no había olvidado su ciudad. Escribía a su familia y contaba que quería volver a Sevilla y comprar el palacio del Duque o la casa frente a las Dueñas para quedarse allí a vivir. Posiblemente habría sido demasiada ventura, porque, con la intención de viajar hasta su ciudad natal, se dirigió primero a visitar sus obras en Asturias; y en Gijón, la ciudad que lo había recibido con júbilo extraordinario porque lo consideraba su bienhechor, murió Alejandro Aguado una noche de abril de 1842. Por su testamento se supo que había nombrado a San Martín su primer albacea, tutor y curador de sus dos hijos menores en unión con la madre. También le correspondió un legado importante, que le aseguraba una posición económica holgada: Aguado le había dejado en herencia todas sus joyas y condecoraciones.

En septiembre de 1842, José de San Martín le escribía al general Guillermo Miller: "Mi suerte se halla mejorada, y esta mejora es debida al amigo que acabo de perder, al señor Aguado, al que, aun después de su muerte, ha querido demostrarme los sentimientos de la sincera amistad que me profesaba, poniéndome a cubierto de la indigencia."

Por Pedro Luis Barcia. Académico emérito de la Academia Sanmartiniana.