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Instituto Nacional Sanmartiniano

San Martín. Por qué la intolerancia entre los argentinos lo llevó al exilio.

Hace doscientos años, un 10 de febrero de 1824, el Libertador embarcó hacia Europa, un ostracismo que duraría hasta su muerte, a pesar de sus diversos intentos de volver al país. Artículo del académico de número doctor Miguel Angel De Marco. Publicado en la edición del diario La Nación del 10/02/2024

Se cumplen hoy dos siglos de la partida hacia Europa de José de San Martín con su hija Mercedes, principio de un largo ostracismo que culminó con su muerte.

Los feroces enfrentamientos fratricidas a lo largo y a lo ancho del país, la certeza de que el gobierno de Buenos Aires, cuyo principal ministro, Bernardino Rivadavia, era su declarado enemigo, lo sometería a un tratamiento injusto, y los confiables informes acerca de que su vida corría peligro, hicieron que luego de su regreso a Mendoza, tras cederle a Simón Bolívar la gloria de poner fin a la guerra de la Independencia, demorase su partida hacia la Capital. Allí, víctima de una dolencia incurable, vivía sus últimos momentos su esposa Remedios de Escalada, que murió el 3 de agosto de 1823.

Luego de pedir por carta al gobierno del Perú que se le pagara la pensión anual que se le había acordado, se dispuso a marchar desde la capital cuyana el 20 de noviembre de aquel año.

Antes de partir había recibido, según Manuel Olazábal que fue testigo, una carta del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, en la que lo alertaba acerca de que a su llegada sería “mandado juzgar por el gobierno por un consejo de guerra de oficiales por haber desobedecido sus órdenes” cuando se lo convocó para participar con el Ejército Libertador en la guerra civil. Y le ofrecía “esperar a usted en el Desmochado para llevarlo en triunfo hasta la plaza de la Victoria”.

San Martín se alteró ante el contenido del mensaje y le dijo a Olazábal: “No puedo creer en tal proceder. Iré, pero iré solo, como he cruzado el Pacífico y como estoy entre mis mendocinos”. Y agregó: “Pero si la fatalidad así lo quiere, yo daré por respuesta mi sable, la libertad de un mundo, el Estandarte de Pizarro y las banderas de los enemigos que ondean en la Catedral, conquistadas con aquellas armas que no quise teñir en sangre argentina. No, Buenos Aires es la cuna de la libertad. El pueblo de Buenos Aires hará justicia”.

El 4 de diciembre de 1823 entraba a la ciudad y contra sus prevenciones y las de sus amigos, el periódico gubernista El Argos publicó un breve artículo de bienvenida exaltando la presencia “de un héroe que ha coronado a la nación de tantos triunfos y laureles. Su alma [decía seguidamente], más grande que la fortuna, echó en olvido su persona para acordarse de la nuestra y por un camino erizado de peligros elevó nuestra reputación y gloria nacional a un grado fuera de los cálculos de la esperanza”.

Sumido por la tristeza de la reciente pérdida, visitó la tumba de su esposa, dedicó una austera placa a quien dio el título de “esposa y amiga del general San Martín”, recibió a algunos de sus antiguos camaradas y aceleró los preparativos para la partida con su “Infanta mendocina” pese a la hostilidad de la suegra, Tomasa de la Quintana de Escalada, mujer de mucho carácter, quien quería retener a su nieta.

San Martín rechazó las insinuaciones de los que querían volcarlo hacia cada una de las facciones en pugna, que no desechaban la posibilidad de un enfrentamiento armado para resolver sus conflictos, y volvió a repetir la frase categórica que había acuñado en carta a Estanislao López casi cinco años antes: “Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor […]. Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas”.

El 10 de febrero de 1824 el Libertador y Mercedes, de siete años de edad, se embarcaron en el navío francés Le Bayonnais rumbo al puerto de El Havre.

Tras dos meses de navegación, el buque llegó a destino. Posiblemente hayan precedido el arribo de San Martín informes confidenciales acerca de su viaje, pues sus papeles fueron incautados y prolijamente revisados para serles devueltos días más tarde. Reinaba Luis XVIII de Borbón, quien veía transcurrir sus últimos días en un país agitado por los enfrentamientos entre ultramonárquicos y liberales, que se proyectaban en todos los aspectos de la vida de la nación. Apenas tuvo sus documentos, el Libertador y Mercedes se trasladaron el 4 de mayo a Southampton, Gran Bretaña. El general se encontró con su antiguo camarada lord James Mac Duff, conde de Fife, quien lo introdujo en la alta sociedad. Era, dijo de San Martín, el gran promotor de la libertad americana y por sus costumbres y trayectoria, un digno émulo de Washington.

Pero luego de pensar en establecerse en Francia fijó su destino final en Bruselas, donde se ocupó de obtener la mejor educación posible para su hija. Al conducirla al internado de monjas que había elegido, el general le entregó a la religiosa que recibió los efectos personales de la niña, unas máximas para que reglasen su permanencia en el internado. Deseaba que Mercedes adquiriera saberes, pero sobre todo requería que se le enseñara a “humanizar el carácter y hacerlo sensible aun con los insectos que nos perjudican [...], inspirarla amor a la verdad y odio a la mentira, estimular la caridad con los pobres, respeto a la propiedad ajena, acostumbrarla a guardar un secreto, inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones, dulzura con los criados, pobres y viejos, que hable poco y lo preciso, acostumbrarla a estar formal en la mesa, amor al aseo y desprecio al lujo, inspirarla amor por la patria y por la libertad”.

Estaba constantemente en contacto con sus amigos residentes en los países a los que había dado libertad, y con respecto a la Argentina escribiría: “A pesar de haberme tratado como un Ecce Homo y saludado con los honorables dictados de ladrón y tirano, la amo y me intereso mucho, mucho en su felicidad”.

Una vez más su idea de regresar se frustró por los duros enfrentamientos civiles previos a la declaración de guerra con el Imperio del Brasil y la asunción de Rivadavia a la presidencia de la República. No obstante, al enterarse de la renuncia de este, se dirigió al gobierno para ofrecer sus servicios militares en dicha contienda.

La firma de una paz que no satisfizo a los beligerantes, provocó la revolución encabezada por los generales Paz y Lavalle contra el gobernador Manuel Dorrego, que cayó bajo los disparos de un pelotón fratricida.

Sin conocer los sucesos ocurridos en su patria, San Martín se embarcó hacia Buenos Aires desde Falmouth, Gran Bretaña, en el Countess of Chichester, el 28 de octubre de 1827, pero al llegar a Río de Janeiro se enteró de que el país estaba nuevamente envuelto en una lucha entre hermanos y decidió regresar a Europa sin desembarcar. Desde la rada porteña le escribió al ministro de Lavalle, José Miguel Díaz Vélez: “Después de cinco años de alejamiento de la patria, regresaba con el firme plan de concluir mis días en el retiro de una vida privada [pero] no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia”.

Cuando se hallaba en Montevideo, los emisarios de Lavalle le ofrecieron el gobierno, pero San Martín desechó ocuparlo, convencido de que la intemperancia de los partidos impediría llegar a una solución duradera y pacífica. Así se lo expresó a su amigo el chileno Bernardo O’Higgins: “La situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público; este último partido es el que yo adopto”.

San Martín retornó a Falmouth, para seguir a Bruselas, a fines de abril de 1829. Después de desembarcar, subió al coche correo que iba a Londres con tan mala suerte que el vehículo volcó. El general sufrió una profunda herida en el brazo izquierdo que le provocó una hemorragia con peligro de vida. Pero lo aquejaba una herida aún más profunda: la convicción de que ya no regresaría a su tierra...

Ha corrido mucha agua bajo el puente y los argentinos, en vez de agredirnos de palabra o de hecho, deberíamos ser fieles a la convicción sanmartiniana de que solo la concordia y la paz nos permitirán volver a los tiempos en que el país logró ser un faro de prosperidad, tolerancia y cultura para otros pueblos de la tierra.

Por Miguel Angel De Marco.

Expresidente de la Academia Nacional de la Historia. Miembro de número de la Academia Sanmartiniana.

Artículo publicado en el Diario La Nación 10/02/2024 👉 https://bit.ly/3wcJRQN