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Instituto Nacional Sanmartiniano

207º Aniversario de la Batalla de Chacabuco

Palabras del presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano, Eduardo García Caffi, al conmemorarse el 207º Aniversario de la Batalla de Chacabuco.

Hace 207 años, pocos días después de logrado el Cruce de los Andes, el Ejército Libertador obtuvo una victoria trascendente al librar la Batalla de Chacabuco. Fue el 12 de febrero de 1817.

La magnitud de la misión histórica exigía decisión y coraje. Cada movimiento era esencial para asegurar la Independencia Argentina y concretar, lo antes posible, la Emancipación Sudamericana.

La cuesta de Chacabuco unió a dos amigos entrañables en la misión de combatir: José Francisco de San Martín y Matorras y Bernardo O’Higgins Riquelme. Ambos habían nacido el mismo año de 1778: el Padre de la Patria Argentina, el 25 de febrero y el Padre de la Patria Chilena, el 20 de agosto.

Resulta un imperativo categórico y constituye un acto de justicia histórica que los recordemos, hoy, siempre y en todo lugar. Pero es particularmente emotivo cuando lo hacemos en la plaza San Martín, al pie del Monumento al Libertador.

Al observar con detenida atención el conjunto monumental, que es testigo de cada acto conmemorativo realizado en esa plaza, podremos inferir que el Padre de la Patria no sólo señala a la reserva el momento decisivo de entrar en la batalla; sino que nos indica de cuánto pueden ser capaces los argentinos y chilenos realizando esfuerzos conjuntos para honrar a aquellos que hace doscientos siete años combatieron con heroísmo, lealtad y patriotismo.

Chacabuco es una demostración proverbial de un esfuerzo libertador, independentista y soberano que no admitió descansos.

El Cruce de la Cordillera implicó el desafío planteado por la geografía física de vencer montañas inmensas para que la geografía política del absolutismo mutara en otra ética y políticamente superior: la de los pueblos libres.

Chacabuco, como continuidad necesaria del Cruce, significó vencer a los realistas para seguir combatiendo contra ellos hasta su derrota definitiva. Se estaba ante el fin de una batalla, pero no de la guerra y de la obtención de la paz tan ansiada.

Al ocupar la capital, tras ser batidas las fuerzas absolutistas, el Libertador expresó su alborozo en un parte en el que destacaba: “La jornada feliz de Chacabuco ha restituido a Chile el goce de su libertad.”.

Diez días después, en otro parte más extendido, dejó constancia para los tiempos históricos venideros de la magnitud de la hazaña que había tenido el honor político-militar, la responsabilidad táctica y el genio estratégico de comandar: “(…) al ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”.

Chile debería esperar un año más para lograr su independencia completa y definitiva.

El Perú, otros tres que demandarían costosos esfuerzos organizativos y la decisión política de llevarlos al plano de la concreción.

Argentinos y chilenos integraron ese mismo Ejército.

Estaban mancomunados para protagonizar la misión justa y suprema de llevar la Independencia a medio continente. San Martín supo ser Comandante en Jefe y líder de esa unión fraterna forjada bajo la bandera de la libertad.

Dejaron así constancia de la necesidad de contar con objetivos permanentes: la Emancipación Sudamericana y la conformación de naciones libres y soberanas desde entonces y para siempre.

El liderazgo de nuestros próceres pudo ser posible porque hubo detrás un pueblo dispuesto a respaldar esa lucha decisiva para, una vez oído “el ruido de rotas cadenas”, cada hombre y mujer de medio continente dejaran de percibirse como súbditos para saberse ciudadanos.

Esos principios permanecen inmutables en el tiempo, si bien deben adecuarse, en sus medios, a cada circunstancia histórica.

Nos muestran el camino seguro de los emprendimientos conjuntos en distintas áreas, favoreciendo que se vean potenciadas, al máximo, nuestras capacidades tanto hacia el Atlántico como hacia el Pacífico.

Nosotros somos orgullosos herederos de aquellos héroes.

Y nuestro legado consiste en afrontar, con responsabilidad comprometida, los desafíos políticos que conviertan en una realidad tangible la Patria Grande con la que San Martín soñó.

Por Eduardo García Caffi.

Presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano.